El ganchillo ya no es cosa de abuelas

Gema Cocián //

“¡Hola mi gente de las labores! ¡Bienvenidos un día más a mi canal!” Estas son las frases que se escuchan en mi salón cada sábado. Mi madre, desde hace tres meses, sube vídeos a YouTube. Sus pasiones son el ganchillo y el punto de cruz, y un día comenzó a compartir con el mundo todas sus creaciones. 

Lo que en nuestra zona se llaman labores (la RAE también tiene esta acepción), se han convertido en una especie de ritual. Cada noche se sienta en una esquina específica del sofá y comienza a tejer inmersa en sus manos, al tiempo que escucha vídeos de otras personas que también están tejiendo. Y fue tras años de cumplir este ritual cuando decidió lanzarse a tener su propia voz entre las “ganchilleras” y “cruceteras” de Internet. 

Aunque hoy en día mi madre está empoderada y se siente orgullosa de lo que hace, no siempre fue así. Desde que tiene memoria hubo quien decía que “eso es cosa de abuelas”, o quien pretendía que las labores se hiciesen rápido y sin pagar nada por ellas. Durante años se ha resignado a mantener su pasión de puertas para adentro por miedo a lo que pensaran los demás.

En los últimos años, con el auge del comercio sostenible y el valor que ha adquirido lo artesanal, el ganchillo y los bordados han vuelto a la palestra. Basta con entrar a TikTok para ver a chicas y chicos que no pasan de la veintena creando su propia ropa. Incluso algunos de ellos han iniciado sus propias marcas y lo han convertido en su trabajo. También en muchas tiendas de fast fashion se ha puesto de moda el estilo boho, que suele incluir piezas de ganchillo o con bordados. Y, como es costumbre, todos queremos ir a la moda.  Pero si se puede encontrar un top de crochet por 20€ en un comercio masivo, la gente no entiende que alguien que lo hace a mano y con buenos materiales cobre más del doble. Y no es que el artesano decida tener mayor beneficio, sino que el material tiene su precio, y se necesitan muchas horas para confeccionar cada prenda. Este es un debate que se ha generado en los últimos años y en el que solo quien realmente conoce de cerca el trabajo que cuesta tejer algo lo aprecia y está dispuesto a pagarlo.

Pero, además del aspecto económico y del conflicto de valor del trabajo manual, existen críticas hacia aquellos que tienen las labores como hobby. Muchos no entienden cómo, pudiendo ver la televisión o hacer deporte, eligen enredarse entre hilos y ganchillos. La clave está en la satisfacción. Ser capaz de crear algo desde cero, ya sea una camiseta o un muñeco para un bebé recién nacido, es la forma que muchos “ganchilleros” tienen de demostrar su cariño. Además, una vez se domina la técnica, el momento de tejer se convierte en una introspección y en una forma de pasar tiempo con uno mismo, lo que enriquece a cualquiera, tenga la edad que tenga.

Todos deberíamos encontrar nuestra forma de hacer ganchillo; de tejer con mimo nuestro espacio vital y aprender a disfrutarlo sin necesidad de nada más. Algunos incluso llegarán a una sobreexplotación descontrolada de su ser al convertir su pasión en su trabajo. Y los que siguen pensando que el ganchillo es cosa de abuelas, son los mismos que se han quedado anclados al pasado.

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