Estar solo o sentirse solo

Juan Sánchez Alconada//

Todo sentimiento de soledad es negativo, pues sentirse solo significa no tener en quién confiar o en quién apoyarte. Pero no toda soledad es un sentimiento, también puede ser un estado. Un estado al que acceder voluntariamente en busca de descanso, de paz o de reflexión. No hay que restar importancia a las consecuencias del sentimiento. Tampoco hay que menospreciar la utilidad del estado.

Se puede confundir estar solo con sentirse solo. Se suele confundir, de hecho. Pero la diferencia puede ser enorme. Pues sentirse solo no significa necesariamente estar solo, ni estar solo significa necesariamente sentirse solo. Madoz describe la soledad como el «convencimiento apesadumbrado de estar excluido, de no tener acceso a ese mundo de interacciones, siendo una condición de malestar emocional que surge cuando una persona se siente incomprendida o rechazada por otros o carece de compañía para las actividades deseadas, tanto físicas como intelectuales o para lograr intimidad emocional».

Esta definición únicamente hace referencia al sentimiento de soledad, no al estado. Porque estar solo no tiene por qué ser perjudicial. Podría decirse, incluso, que -para según qué- es beneficioso. Aquí no radica el problema de la soledad. El problema aparece cuando estar solo no es un acto voluntario sino una imposición.

Médicamente, lo que se ha llamado soledad voluntaria se denomina soledad objetiva; y la soledad impuesta se acuñó como soledad subjetiva. La soledad subjetiva o impuesta presenta una serie de consecuencias que agravan, más si cabe, la salud física, psicológica y social de la persona que la sufre. El sentimiento de soledad puede conllevar tras de sí ansiedad, depresión o tendencias al suicidio.

La respuesta de la persona a este sentimiento de soledad resulta incierta, ya que depende de distintos condicionantes: la forma de ser, la autoestima, antecedentes médicos o la edad. Las personas pueden sentir soledad en cualquier momento de sus vidas, pero hay dos colectivos en los cuales se manifiesta de manera más frecuente. Se tratan de dos edades en las que la soledad es especialmente determinante en el porvenir de estas personas: los niños y adolescentes y las personas mayores.

La soledad en niños y adolescentes

La soledad es un sentimiento que puede aparecer a lo largo de varias etapas de nuestra vida. No obstante, “si esta se da de forma sostenida en el tiempo tendrá un impacto negativo en la persona. El efecto negativo de esta es más importante si se produce en la infancia y la adolescencia ya que la persona está en proceso de desarrollo y de constitución de su identidad y su autoestima”.

Aunque soledad y juventud parecen polos opuestos, la realidad es otra. En un estudio realizado por la Caixa y coordinado por el Dr. Javier Yanguas en 2018 se han revelado altos niveles de soledad en todas las edades. El 34,3% de las personas entre 20 y 39 años presentan soledad emocional -provocado por el déficit en las relaciones significativas- y el 26,7% sienten soledad social -haciendo referencia a la falta de pertenencia a un grupo-.

Las cifras aún resultan más alarmantes cuando se habla de la soledad en la infancia: “En Barcelona, 1 de cada 10 niños/as de 10 y 11 años (12,6%) se siente solo a menudo o muy a menudo, según el EBSIB de 2021. Es el porcentaje más alto, junto con el de los adolescentes de 13 a 19 años que también es del 12,6%, según la encuesta FRESC de 2021, entre todos los grupos de edad a los que se les ha hecho esta misma pregunta […] Estos porcentajes nos indican que unos 3.000 niños entre 10 y 11 años habrían tenido estos sentimientos habitualmente”.

Fuente: wradio.com

Los motivos de este sentimiento de soledad entre los niños y niñas de España son varios. Ferran Casas, Catedrático de Psicología Social y profesor emérito de la Universidad de Girona enumera algunos: “El sentimiento de aislamiento sale de una situación emocional interna, aunque a veces, no siempre, hay circunstancias externas objetivas que pueden hacer crecer ese sentimiento (como no tener padres, tener pero no poder vivir con ellos, haber sido acosado por los compañeros, ser víctima de violencia física, emocional o sexual, ser ‘diferente’ a la mayoría de tu entorno, como ser superdotado, estar en situación de discapacidad, ser autista o sufrir una enfermedad rara, o ser repetidor en la escuela)”.

Por tanto, se toman como principales motivos la situación familiar y la situación en el colegio. No obstante, no son las únicas razones, puesto que -a una edad temprana- los niños pueden no asimilar bien los cambios abruptos. Estos cambios también pueden ser el desencadenante de un aislamiento en ellos mismos: divorcios de familiares, cambios de residencia o de escuela, o las alteraciones físicas propias de la adolescencia.

En muchas ocasiones, se tiende a quitar importancia a las preocupaciones de un niño, pues se consideran insignificantes o, por lo menos, de menor relevancia que las que conciernen a los adultos. Esto provoca la invisibilización de la soledad en la población infantil y el desinterés por su situación. Sin embargo, la infancia y la adolescencia construyen la identidad personal y la identidad social. Si durante ellas, un niño se siente excluido o rechazado de los grupos de pertenencia -ya sea en la familia o en un grupo de amigos- la percepción de falta de apoyo social le resultará angustiante y, como dice Casas, “en caso de necesitar algún tipo de ayuda, no sabrá a quién recurrir”. Además, cuando el sentimiento de soledad es grave durante esta etapa, “hay serios riesgos relacionados con la salud mental, y a veces incluso con la salud física. En el caso de los niños y las niñas, algunos de estos riesgos pueden implicar consecuencias para toda la vida”.

La soledad en personas mayores

Si bien la soledad en niños y adolescentes es la que mayores consecuencias a largo plazo va a originar, debido a la corta edad de las personas que la sufren, la soledad en personas mayores genera estragos en un breve periodo de tiempo. Los efectos del sentimiento de soledad en los ancianos son prácticamente inmediatos y se manifiestan de manera evidente también como resultado de su ajado estado físico. John Cacioppo, profesor de psicología de la Universidad de Chicago, afirma que el abandono y aislamiento de las personas mayores puede aumentar un 14% las probabilidades de muerte prematura. Cacioppo menciona que sentirse aislado de los demás puede dificultar el sueño, elevar la presión arterial, aumentar el estrés y la depresión y disminuir el bienestar general.

Aunque la relación entre soledad y personas mayores no es tan sorprendente, las cifras siguen siendo alarmantes. Según otro estudio del profesor Yanguas del año 2019 “en España se estima que más de 2,5 millones de ancianos se sienten solos, constituyendo casi el 40% de los mayores de 65 años, aproximadamente son el 28,8% de las mujeres mayores y el 14,7% de los hombres los que viven solos en nuestro país”.

Otro informe, en este caso de las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina, indica que casi una cuarta parte de los adultos de 65 años o más están socialmente aislados. El Centro para Control y Prevención de enfermedades (CDC), que es la web donde podemos encontrar estos datos, añade además que “los mayores están en mayor riesgo de soledad y aislamiento social porque es más probable que enfrenten factores como vivir solos, perder familiares o amigos, tener enfermedades crónicas o pérdida auditiva”.

Fuente: Centro para Control y Prevención de enfermedades

Las personas ancianas afrontan -como consecuencia de su propia edad- el deterioro de sus relaciones sociales, familiares y culturales; el desgaste de sus sentidos, músculos, órganos y huesos; la vulnerabilidad frente a las enfermedades; o la muerte de personas cercanas. Todo ello influye negativamente en su salud mental y social. Se sienten impotentes ante el paso del tiempo. Esta impotencia procede de la incapacidad para desenvolverse en actividades que, anteriormente, realizaban sin dificultad durante su día a día.

Marta Rodríguez Martín, enfermera del Hospital Germans Trias i Pujol, destaca como desencadenantes principales de la soledad en edades avanzadas dos aspectos: la viudedad -pues el anciano o anciana se encuentra súbitamente sin el cariño ni la compañía diaria que su pareja le había proporcionado durante años- y la jubilación. De esta última, la enfermera Rodríguez Martín indica lo siguiente: “Tras la jubilación, las personas disponen de tiempo libre que, muchas veces, no saben en qué ocupar. La pérdida de poder adquisitivo también restringe las posibilidades de disfrutar de estos momentos de ocio, así como el deterioro de las relaciones sociales, pudiendo aparecer aislamiento social”.

Existen todavía muchos prejuicios relacionados con la vejez (no hay productividad, no hay experiencias ni necesidades sexuales, los ancianos son una “carga”…). No obstante, estas personas pueden desempeñar un rol importante en la sociedad gracias a la sabiduría que aporta la experiencia o a la posibilidad de ejercer como abuelo/a, lo cual además supone una mejora en las relaciones familiares.

La soledad voluntaria

Sin embargo, todo sentimiento de soledad es negativo, pero no todo estado de soledad tiene por qué serlo. Hay momentos en los que se utiliza la soledad como un medio de evasión, o como un medio de reflexión. Siglos atrás ya escribió Fray Luis de León en su poema ‘Oda a la Vida Retirada’ acerca de lo beneficioso de huir del mundanal ruido. Son incontables los poetas que han recurrido a aislarse voluntariamente para dar vuelo a sus pensamientos y poder plasmarlos en el papel.

Cantantes como Joaquín Sabina siguen la estela del poeta español del siglo XVI con versos como: “Y cómo huir, cuando no quedan islas para naufragar, al país donde los sabios se retiran del agravio de buscar labios que sacan de quicio”. Otros como Phil Collins, en cambio, cantan: “Things were never easy for me. Peace of mind was hard to find. And I needed a place where I could hide. Somewhere I could call mine”. O, incluso, actores actuales como Tom Hardy encuentran peligroso estar solo por un tiempo: “Es adictivo. Una vez que ves lo pacífico que es, no quieres volver a tratar con la gente”.

También podemos mencionar el caso concreto del retiro espiritual característico de los monjes o de los filósofos en la búsqueda de su Yo interior.

Fuente: Danielcolombo.com

Y, sin embargo, no es necesario ir tan lejos en el tiempo o en el espacio, pues resulta común en las personas requerir momentos para ellas mismas. Momentos para reflexionar, para desconectar o para conocerse mejor. La soledad voluntaria u objetiva es universal y, en muchas ocasiones, resulta beneficiosa, ya que se emplea con la intención de crecer, de madurar, de olvidar, de calmarse, de respirar, de parar, de huir del mundanal ruido -como dice Fray Luis de León- o de encontrar la paz mental en un lugar escondido al que pueda llamar suyo -como canta Genesis-. Y con la certeza de que, si se tiene que recurrir a otra persona para recibir ayuda, habrá una persona dispuesta a ayudar. Porque esa es la principal diferencia entre estar solo o sentirse solo.

 

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