José María Aznar, el rostro tras el bigote

Texto: Guillermo Rodríguez//

Siempre repeinado y trajeado, como tantos otros. Lo que define a José María Aznar y lo diferencia de los demás políticos de este país es precisamente lo que ya no tiene: su bigote, el más famoso de España desde Salvador Dalí.

A diferencia del artista catalán y de otros afamados mostachos, Aznar nunca tuvo un bigote demasiado espeso ni se permitió florituras impropias de su seriedad, de hecho, cuando se afeitó, la gente comprendió que su vello facial quizás no fuera un capricho estético, sino una necesidad. Ese espacio vacío entre la nariz y la boca pedía un bigote, por muy despoblado que estuviese. A nadie se le escapaba por aquel entonces que el expresidente no tenía la mejor de las vocalizaciones ni la movilidad labial más virtuosa, pero pocos se esperaban que la parálisis de su labio superior se debiese a la aparente inexistencia de este. 

La presencia de ese bigote desaparecido hace años de la cara del político madrileño es ahora una incógnita. Las últimas veces que ha hecho apariciones públicas, llevaba la mascarilla puesta. De hecho, la última ha sido por videollamada en el juicio sobre la caja b del PP, él solo, en su casa, y ni por esas se ha descubierto la nariz y la boca. Sí pudo verse su cuero cabelludo, con el mismo color, espesor y corte que en los años 90, una semejanza que levanta sospechas acerca de su naturalidad. De sus ojos negros surgía una mirada siempre seria, fría y opaca –de esas que no dejan ver nada más allá de la retina, quizás porque no lo hay–, que se clavaba en la pantalla de su ordenador, atravesando las gafas de las que ahora abusa una vista cansada, pero con esa mirada implacable todavía intacta.

A pesar de la mascarilla, no es difícil inferir su boca pequeña, cerrada y seria en ese rostro que se ha ido alargando con el paso de los años. Muy de vez en cuando, el exdirigente del PP se permitía una mueca simpática, para alguna foto de campaña quizás. Lo que sigue siendo caro de ver es su sonrisa, mucho menos pública con el tiempo. Atrás quedaron los años de presidencia, cuando tenía más motivos para sonreír. Aznar se guardaba la muestra de su dentadura para ocasiones importantes, como una reunión con Felipe González, un encuentro con el rey o la Cumbre de las Azores. A juzgar por la sonrisa que luce en las fotos de esta última, parece que le hizo especial ilusión. Quizás fue el desastre posterior a esa cumbre el que le quitó las ganas de seguir sonriendo.

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