La crítica de La balada de Buster Scruggs
Dani Calavera//
No me preguntéis por qué, pero al terminar el film, esta canción retumbó con fuerza en mi cabeza. Por eso, aquí la tenéis por si queréis que os acompañe durante este artículo.
A medida que pasan los años, la técnica también; es un hecho. Sin embargo, hay pocos artistas que aprovechen esa técnica para que lo que están ofreciendo al mundo, de la forma que sea, esté a la altura de esa factura técnica. Por eso, empezaré diciendo que, posiblemente, junto a A propósito de Llewyn Davis, este film de los Coen para Netflix sea el más logrado en lo referente a fotografía y labores de postproducción de toda su carrera. Pero claro, teniendo en cuenta lo que ya sabemos de estos dos hermanos, era difícil que se superaran narrativamente. Y aún más difícil, que se superaran artísticamente, creando algo mejor o más redondo que sus mejores títulos. Sólo los genios pueden permitirse tal presunción antes de vislumbrar su nueva obra. Si deseáis saber más, escribí este artículo sobre ellos, también para Zero Grados.
Tenía ganas de volver a ver a estos dos en acción, como siempre. No me entretendré volviendo a idolatrarlos como ya hice en el citado artículo, admirando lo listillos y realmante cabroncetes que son. Sintetizaré nombrándolos embajadores de la miseria humana en el cine. A pesar de que en sus relatos hay héroes, no son demasiados. Es más, pueden contarse con los dedos de una mano. Así que la leve amargura que provocan la mayoría de los episodios de esta nueva balada no me pillan por sorpresa y provocan en mí la sonrisa ladeada acompañada de ojos entrecerrados más entusiasta. Algo parecido a ver una nueva entrega de Black Mirror, pero sintiendo que estoy encontrándome con viejos amigos, en realidad. Vayamos episodio a episodio.
El primero nos relata el orgullo de un forajido encantador, de refinados y altivos modales, que en realidad es la mejor caricatura que se puede hacer de todo un villano. Un psicópata que encima canta después de asesinar sin piedad a un cuatrero cualquiera. Y sonriendo. Con el contexto del forajido buscado, legendario, aderezado con música puramente americana de aquellos tiempos, el western está justificado. Todo en estos primeros y fugaces minutos es una proeza: desde la puesta en escena hasta la interpretación de un legendario Tim Blake Nelson que rompe la cuarta pared hablando con el espectador, haciéndole cómplice de su psicopatía… Muy, muy orgullosa psicopatía. Y como siempre pasa con los hermanos, pagará por sus pecados.
El segundo sigue a un atracador venido a menos, un perdedor, un aspirante a leyenda que no arranca debido a la extrema pereza que le supone la seriedad del mundo que le rodea. Únicamente al final de su viaje se vislumbra un atisbo de emoción real que no tenga que ver con su pellejo, al ver a una hermosa mujer. Quizá ese era el estímulo que necesitaba… Quién sabe. Con el contexto de los atracos y la justicia en la horca, acompañado de un ganado robado, de nuevo, el western está justificado. Destaca el empleado del banco, puro “personaje Coeniano”, y la muy bien llevada tensión y casi desesperación ante la pasividad que sufre el protagonista por las consecuencias de sus actos. Y como siempre pasa con los hermanos, pagará por sus pecados.
El tercero, tan oscuro como el más triste de sus títulos, nos cuenta la historia de los, en aquella época, escasos funambulistas que deambulaban por aquellos lares, excusando así el western. Un pobre hombre sin brazos ni piernas, con garganta de oro que encandila a los poquísimos espectadores que se acercan a él, es en realidad la mascota de un triste y pobre vagabundo que terminará por sucumbir a la avaricia y escribir una de las conclusiones más devastadoras que hayamos visto en mucho tiempo, pues si hay algo hermoso en este episodio es la fragilidad, el temor, y la admiración ante la naturaleza que siente el pobre actor sin brazos ni piernas que acompaña al vagabundo, un correctísimo Liam Neeson que se mantiene en segundo plano. Jugada inteligentísima la de los hermanos al dejar que los grandes nombres del reparto sean meros acompañantes de los verdaderos protagonistas. Y como suele pasar con los hermanos, el villano se sale con la suya.
El cuarto nos da un respiro, y es de agradecer. Tras habernos hundido con el anterior, rodeados por la nieve y la niebla, nos muestran el más hermoso valle que nuestros ojos hayan visto. Don Filón, el objeto de deseo de un honrado buscador de oro encarnado por Tom Waits, el personaje más entrañable de toda la serie -desde sus gestos emocionales (esa cesta con huevos) hasta físicos (cada risa, sonrisa y grito)-. De hecho, la vuelta a la tortilla que realizan en el guión de este episodio resulta tan encantadora como su protagonista. Hay un momento que nuestro corazón se detiene, pero vuelve a latir y con más fuerza, sonriendo como el buscador de oro sonríe. Y todo en ese hermoso valle, tan verde, tan claro, tan western como el oro que Waits busca y que luce con más fuerza aún si cabe al final. Y como pocas veces pasa con los hermanos, el héroe puede estar satisfecho con el resultado.
El quinto sigue a una mujer sola en el mundo. Nos contarán las circunstancias, haciéndonos entender por qué el personaje actúa como lo hace ante las situaciones, sobre todo al final. Seguiremos a una larga caravana de familias y trabajadores que cruzan el largo y ancho estado en el que se encuentran, justificando así el western. Seremos testigos de la más tradicional forma de compromiso que podamos imaginar y sufriremos como enanos entusiasmados del enfrentamiento del más viejo vaquero de la más vieja escuela contra una feroz partida de salvajes indígenas, justificando aún más el western clásico americano y formando esta escena una postal digna de su Valor de Ley. La bondad, el amor, la aventura, el drama, pero también el miedo, la envidia y la inseguridad, se darán la mano en el más, seguramente, profundo capítulo de toda la serie. Y como a veces pasa con los hermanos, los finales no son felices, pero sí adecuados, dándonos una lección.
Y llegamos al sexto y último capítulo. Un buen amigo que vio el film antes que yo me aseguró que el último sería el que más me iba a gustar; y no se equivocó. Tres pecadores mundanos que se sienten culpables -no por nada que hayan hecho (o sí, e ahí la magia de la intriga) sino por, sencillamente, cómo son, mundanos, maldad del día a día, llenos de ira, envidia, rabia y palabras maleducadas mediante-, viajan en una diligencia acompañados por dos cazarrecompensas. Uno habla, el otro actúa. ¿Os suena? Una diligencia que nunca se detiene y viaja desde el más luminoso y mundano día hasta la más azul y fría noche. Una diligencia que nunca se detiene, conducida por un misterioso cochero que no pronuncia palabra y se limita a llevar a esas almas hasta su destino, un destino que les espera en un viejo caserón al final del camino… Es maravillosa cada frase, cada palabra, cada golpe con el bastón en el suelo que imita la llamada de un fantasma, de un monstruo, quizás. Y todo el significado de lo que los listillos y cabroncetes hermanos americanos nos están contando. Es maravillosa esa vieja diligencia, como lo son sus ocupantes. Y como siempre pasa con los hermanos, pagarán por sus pecados. Aunque ya se haya acabado el viejo libro sobre la mesa de roble marrón.
No entiendo muy bien por qué hay muchos -críticos entre ellos- que catalogan a este film con ese estúpido apelativo de «obra menor» en la filmografía de los Coen. ¿En qué se basan? No puedo evitar sentir admiración por ellos, cierto. Pero tampoco puedo evitar darme cuenta de que, en esta Balada de Buster Scruggs, no sólo han hecho un excelente recorrido por el western, explorando todos y cada uno de los clichés del género y atreviéndose a mostrarnos en el tono que siempre les acompaña y con su inconfundible humor negro una vuelta de tuerca en todos ellos. También se han atrevido a explorar en estos seis capítulos, formando un todo, lo mejor y más representativo que siempre ha tenido su cine: los héroes, los idiotas, los más idiotas todavía, los pecados, la bondad, la maldad, la paz, los idiotas de nuevo y la lucha del individuo ante la adversidad, las metáforas hechas relatos oscuros y luminosos, adornadas por elegantes textos recitados con soltura por sus personajes… Y sus personajes. Me atrevo a decir que La balada de Buster Scruggs no sólo es uno de los mejores títulos del año, también lo es de la filmografía de los hermanos Coen.
Podría estar hablando horas. Así que, cuando queráis, nos tomamos un café y la comentamos como buenos jornaleros, forajidos o buscadores de oro. Y mientras tanto, si deseáis saber a qué me refiero, aquí tenéis a sus personajes que, como siempre pasa con los hermanos, pagan por sus pecados, disfrutan de la paz que les da la honradez de sus heroicidades y nos enseñan lecciones. Siempre.
Más información:
Autor:
![]() |
![]() ![]() Crítico de cine en ZTV y Heraldo.es. Creador, presentador y realizador del programa más extra-elegante de cine: «Unas cuantas Pelis». ¿Lo único que importa? Cine, música, escribir, mucho café, cine y música. Apasionado de la música y el cine tanto escrito como realizado, rodado y proyectado. Emocional y moralmente incapaz de escoger un género ¡Todos son buenos mientras sea buen cine!
|