“María”
Fernando Domínguez Pozos//
“Nuestra muerte ilumina nuestra vida”: Octavio Paz.
En 2022 María cruzó el Atlántico para llegar después de poco más de quince horas de vuelos y traslados al Otro México; su primera parada fue la Gran Tenochtitlán, hoy conocida como Ciudad de México, donde la vida es acelerada, las calles son la versión moderna de estampidas, los rostros de sus habitantes están llenos de cansancio, estrés y horas de sueño pendientes, así como también los edificios son monumentales, el arte es parte de la escenografía natural y las aventuras son sorprendentemente únicas. Desde la gran metrópolis, María abordó un avión más, que la llevó después de un vuelo de tres horas hasta el México de Fernando Jordán, donde los monumentales no son los edificios, sino las montañas, donde no existen estampidas en las calles, sino carreteras que se acompañan del esplendor del Océano Pacífico y de las vistas más espectaculares que la península bajacaliforniana te puedo regalar, acá en este Otro México, María conocería la vida suave, los atardeceres memorables y la reflexión de que el tiempo en algunos lugares avanza más lento, sobre todo al estar en un huso horario con una diferencia de nueve horas de su hogar y los suyos.
En su laberinto de la Soledad, Octavio Paz resalta la fascinación del mexicano por la fiesta y los rituales, destacando el Día de Todos los Santos o Día de Muertos como una fiesta muy propia y arraigada dentro de las tradiciones de quienes habitamos México. En el centro y sur del país, los días primero y dos del mes de noviembre son -particularmente- hermosos, con los colores naranja, amarillo y morado de la flor de cempasúchil, los atardeceres frescos, propios del otoño, así como la presencia de los elementos de la tradicional fiesta de Día de Muertos, como son los altares, las catrinas, los dulces de jamoncillo, las mandarinas, el olor a ocote, el papel picado y, por su puesto la tradicional gastronomía de estas fiestas con los tamales, pan de muerto y chocolate. Para quienes, como María, es la primera vez que experimentan esa relación tan particular del mexicano y la muerte, todo es aún más grande, asombroso y colorido, tal vez porque en ocasiones parece irónico la fascinación que en esta región tenemos por el otro mundo, al que llamamos Mictlán, y del cual cada año, quienes se han ido, regresan para estar aquí, para abrazarnos con el alma y para recordarnos que su muerte, ilumina nuestra vida.
El montaje de un altar es la muestra pura del sincretismo en México, donde los elementos de los pueblos originarios y la presencia de elementos religiosos (católicos), se conjugan dentro de hogares, escuelas y espacios culturales de todo el país. La Catrina, creación de José Guadalupe Posada, es una de las imágenes más repetidas en las treinta y dos entidades que conforman el país, como esa burla y aprecio a la muerte que el mexicano tiene. Acá en Baja California, donde la cercanía con el poderoso vecino del norte y sus fiestas de Halloween son una relación innegable, existen espacios como los universitarios, donde aún las Fiestas de Ánimas o Día de Muertos, representan pasión, color, verbena y fiesta. Precisamente en los pasillos y jardines de la Universidad Autónoma de Baja California, María pudo admirar decenas de altares, observar a jóvenes correr con cajas de cartón, papel china, hilos, catrinas, velas, comida, jarrones y platos listos para ser montados en siete escalones, donde las almas llegarían, no sin antes cruzar el puente de Mictlán y, llegar a un arco que les indicaría el lugar donde los esperan, aunque fuera sólo por una noche más.
En este entorno, con el bullicio de las fiestas de México, la música de fondo, las risas, los gritos, e incluso ese particular aire, que únicamente es perceptible en los meses de octubre y noviembre, a María desde el otro lado del Atlántico, alguien vino a visitarla, tomó el camino del Mictlán, un atajo en el espacio y el tiempo, y a través de los altares, la flor de cempasúchil y el olor del ocote, decidió dar su último abrazo, cargado de la luz y el atardecer que sólo el Pacífico logra transmitir. Es por eso, que hoy a un año de esa primera visita, hoy María, coloca su altar a nueve horas de diferencia de este otro México, porque nuevamente el puente se ha abierto y acá desde el Pacífico, el festival de las ánimas se sigue celebrando, porque gracias a las fiestas, nos abrimos, lloramos, reímos, compartimos y muchas veces nos liberamos, aunque sea por unos momentos.
En esta península baja californiana, aún las playas esperan el regreso de los paseos de María, los atardeceres siguen presentándose para los ojos de quienes compartieron con ella este encuentro con un momento, donde todo se detuvo, pero sobretodo en este Otro México, aún se mantienen las tradiciones, se vive la vida, pero sobetodo se festeja la muerte, tal como lo reflejan las obras culturales de estudiantes ensenadenses.
Fotografías de: Génesis Betancourt Dávalos y Emiliano Oliva Inzunza