Semanario Zeta, prensa mexicana de frontera
Fernando Domínguez Pozos//
Cuando en la edición anterior la Revista Zero Grados, presentó mi columna Desde “El Otro México”, antepuso a mi nombre la profesión que desde la adolescencia he admirado, la del periodista, ese oficio para el cual los cínicos no sirven, con el cual no te conviertes en millonario, pero que cuando te elige y lo pruebas se convierte en un modus vivendi.
Sin duda alguna, cuando pienso en periodismo, vienen a mi mente libros como “Ébano”, de Ryszard Kapuscinski o “El periodista indeseable”, de Günter Wallraff, que cargábamos en la universidad, a través de copias engargoladas, ya que el precio no era costeable para un estudiante, pero que permitía descubrir escenarios, testimonios y entornos que esas plumas compartían en sus obras. Así como textos de México como “Cárceles”, de Julio Scherer, “A ustedes les consta”, de Carlos Monsiváis o “La Noche de Tlatelolco”, de Elena Poniatowska.
Alejado del centralismo y poderío de los medios impresos de Ciudad de México (El universal, Reforma, Excelsior, entre otros), en las calles del noroeste de México, encontré a una voceadora de periódicos (oficio en extinción) que gritaba “Zeta”, “Lleve su Semanario”, al tiempo que alzaba con su brazo izquierdo un ejemplar de este medio fundado en los años ochenta, del que también nos hablaban en las aulas universitarias. Junto al Semanario Zeta, estaban El Mexicano y El Vigía, prensa local que mantiene aún edición impresa.
Aún asombrado e ilusionado por este hallazgo, propio de una ciudad como Ensenada, donde los tesoros están muchas veces escondidos y muchas otras a la vista de todos; regresé a casa y encendí el streaming para visualizar nuevamente la serie Tijuana, en la que con un guion sólido, actuaciones impecables y una fotografía envidiable se narra parte (dramatizada) de la historia de este medio de comunicación tan relevante en el país, al tiempo que se hace un homenaje a aquellos y aquellas que nos han sido arrebatos antes de tiempo.
El Semanario Zeta, fue casa de periodistas de “plumas críticas” como Jesús Blancornelas y Héctor Félix Miranda, quienes son historia pura del ejercicio periodístico en la frontera, así como de la calidad que las letras que plasmaban en columnas como “Conversaciones Privadas”. A dos décadas de su fallecimiento, algunas columnas de Blancornelas son nuevamente publicadas, tal vez con el objetivo de que nuevas generaciones conozcan y reconozcan a una pluma referente del periodismo mexicano.
La vida fronteriza sin duda alguna otorga retos, pero también es un espacio para las oportunidades, así lo vieron los fundadores del Semanario Zeta, quienes tenían su imprenta al otro lado del muro, lejos de la violencia y censura que enfrentaban día a día. Ciertamente en la sociedad contemporánea el consumo de medios se da a través de canales digitales, pero que importante es saber que alguna vez esa división territorial de la frontera México-Estados Unidos permitió a un grupo de periodistas ejercer su profesión.
En la actualidad, son ya pocos los periódicos impresos que se encuentran en las calles del noroeste de México, algo que se réplica en el centro y sur del país y, por supuesto en el mundo entero. Las imágenes de puestos de periódicos, de voceadores en cruceros o las suscripciones para la entrega en casa es algo que obedece a una sociedad anterior; sin embargo, que lindo fue escuchar a una voceadora gritar “Lleve su Semanario”, al tiempo que la compra finalizaba con un “Dios me lo bendiga”. Alejados del cinismo, y orgullosos de su profesión han sido decenas las y los periodistas que han sido silenciados. Recientemente se estrenó el documental “A plena luz: El Caso Narvarte”, que invita a no olvidar que una cámara o una pluma se han convertido en la única defensa de quienes sólo buscan la verdad.
Mientras tanto en las aulas universitarias del centro, norte y sur de México, aún ingresan mujeres y hombres jóvenes que tienen esa pasión por el periodismo, tanto por aquella prensa de letras y fotografías, como por los nuevos modelos hipertextuales y audiovisuales, que más allá de formatos siguen teniendo el mismo fin: informar a la sociedad.