Agustí Centelles: mirar la guerra y salvarla del exilio
“No ha habido guerra que haya generado más cantidad de imágenes memorables, de grandes reportajes, de vibrantes transmisiones radiofónicas, de folletos, carteles, discursos, novelas, poesías. Fue una enorme masa de películas, de fotos, de papel impreso con una pregunta de fondo: ¿cómo es posible?”
(Santos Juliá)
“En las guerras, hay gente —la mayoría— que empuña un arma y gente —la minoría— que empuña una cámara o una pluma. Tanto una como otra es partícipe de aquellas, pero su responsabilidad es muy diferente. Aunque compartan los mismos acontecimientos”, sentencia Julio Llamazares, escritor y periodista. Y es en el tiempo en el que hace eco la citada responsabilidad donde reside la diferencia: el presente inmediato en el caso de quien porta el arma y el futuro en forma de memoria histórica en manos de quien maneja la cámara o la pluma.
La Guerra Civil fue la etapa más activa en España para el fotoperiodismo de guerra y el testimonio social en clave periodística de nuestra historia contemporánea, aun con la pesada losa de la censura franquista y la persecución a los simpatizantes y activistas del bando republicano, al cual pertenecieron la mayor parte de los reporteros de la época, tanto españoles como extranjeros, que viajaron a documentar los hechos.
“La guerra puede ser mirada desde muchos ángulos y retratada de muy distintas formas, pero la única visión que interesa al fotoperiodismo es aquella que resalta su significado”, opinan en Fotoperiodistas de guerra españoles los periodistas Rafael Moreno y Alfonso Bauluz. Así, esta guerra supone un acontecimiento decisivo que marca el estilo de trabajo fotográfico, transcendiendo este de lo meramente documental y testimonial para suponer también un gran compromiso ético y social del fotógrafo. En palabras de Furio Colombo —quien fuera periodista, escritor y político italiano—: “La vieja percepción estética y fríamente profesional deja paso a una visión ética, participativa y solidaria, que anuncia el nacimiento de una nueva etapa de comunicación fotográfica marcada por la emoción, la exaltación y la militancia del fotógrafo”.

“Entreguen sus armas y silencien la barbarie”
El 26 de enero de 1939 las tropas franquistas entraron en la capital catalana. En febrero se publicó una notificación en el Boletín Oficial de la Provincia de Barcelona que obligaba a los reporteros gráficos a depositar los negativos y copias de sus fotografías realizadas entre el 18 de julio de 1936 y el final de la guerra. Muchos de ellos destruyeron sus trabajos, algunos cesaron su actividad y se ampararon en la clandestinidad, otros se exiliaron y no pocos fueron encarcelados o asesinados. El 1 de abril de 1939 se lanza oficialmente el último parte de guerra, que da paso a la dictadura franquista y a la extensión de esta orden a todo el territorio nacional.
“Comenzó así el tiempo de silencio para los que se quedaron y el eterno exilio para los que se vieron obligados a marchar. Gran parte de las imágenes de aquella década fue destruida, oculta, o simplemente se perdió, pero en la prensa quedó registrado el trabajo de los reporteros gráficos, los documentos que hoy conforman la historia desde la intrahistoria de la fotografía”, escribían María Olivera y Juan Sánchez en Fotoperiodismo y República.
Y son los documentos que pudieron salvarse los que hoy conforman esa historia y son el vívido testimonio de la guerra. Este es el caso de los archivos de algunos fotógrafos exiliados como lo fueron Puig Farrán, los hermanos Mayo o Agustí Centelles, que ya no pisaba tierra española cuando fue emitida dicha resolución del Boletín Oficial de la Provincia de Barcelona.

Agustí Centelles: el retrato individual de una guerra colectiva
Agustí Centelles i Ossó —nacido el 21 de mayo de 1909 en el Grao, un pueblo de Valencia, pero residente en Barcelona desde niño— empieza a trabajar a los 11 años como mozo en el sector eléctrico, comenzando así lo que el define como su “lucha por la vida”, lucha que duraría hasta que esta terminara. A los 15, cuando su interés por la fotografía empieza a estar latente, su padre le compra su primera cámara y Centelles, ante la falsa promesa del vendedor de enseñarle a usarla, queda abocado a ser autodidacta. Así, va siendo aprendiz en los estudios de diferentes fotógrafos de la época hasta que a los 25 años consigue la Leica modelo III que le acompañará como “freelance” durante el transcurso de la Guerra Civil y de su propia vida, viéndose así libre de la explotación y de las directrices bajo las que trabajaba en algunos de aquellos estudios.
“No hace falta decir hasta que punto sufría yo al tener que ajustarme a esas cosas, cuando llevaba dentro la innovación del amaneramiento al que estaba sujeto el reportaje gráfico en Barcelona y en el resto de España”, anotaba el fotógrafo en su diario personal escrito durante el exilio que en 2009 vería la luz en forma de libro —Agustí Centelles. Diario de un fotógrafo. Bram, 1939 (Ed. Península)—.
Ya desde sus comienzos en el oficio, anteriores a la Guerra Civil, Centelles buscaba escapar de la mirada amanerada y convencional de la fotografía de la época. Nuevos ángulos, perspectivas innovadoras y encuadres diferentes guiaban al fotógrafo en su huida de lo aburrido y lo plano en una España en la que el retrato y la fotografía academicista habían imperado durante años.

Si hay una característica común destacable en la fotografía de Centelles es la capacidad de reflejar lo individual en lo colectivo y lo colectivo en lo individual. Es capaz de que la guerra quede retratada en los rostros de sus protagonistas anónimos y de que las escenas bélicas adquieran humanidad y cercanía. Alejado así de las estampas pictoralistas de contienda que hacen de la fotografía bélica una maqueta de guerra, Centelles dota de alma a sus imágenes haciendo de su obra un retrato general de la vida en guerra.
Considerado el padre del fotoperiodismo español y del fotoperiodismo moderno europeo, también ha sido referido por fotógrafos, historiadores, compañeros y seguidores como el Robert Capa español, ante lo que su hijo Sergi, afirmaba hace seis años a Europa Press que si su vida hubiera sido más “normal”, probablemente Capa sería conocido como el Centelles americano y no viceversa.
Y es que ambos tuvieron una extraordinaria calidad técnica y plástica pero, pese a la implicación de Capa —que más tarde incluso cambió la cámara por el fusil— y otros reporteros extranjeros en el conflicto, fue el español quien vivió en primera persona el horror de la guerra y sus repercusiones en su propia vida, obligado al exilio y a la supervivencia de sí mismo y de su obra.

La contienda que viajó en el interior de una maleta
Así, Centelles, que desempeñó su oficio para el Gobierno de la República desde que estallara la guerra llegando a ser jefe del Gabinete Fotográfico del SIM —Servicio de Investigación Militar—, tuvo que abandonar el país en enero de 1939 con la inminente llegada de las tropas franquistas a Barcelona. Esto le hizo verse abocado junto a algunos compañeros al exilio francés en los campos de refugiados de Argelès —febrero de 1939— y de Bram —marzo a septiembre de 1939—, pudiendo salir de ellos mas continuando el exilio en Carcasona en septiembre de 1939, gracias al reclamo de un fotógrafo en un estudio de la ciudad francesa.
Los reporteros españoles vieron estallar la batalla en sus propias calles y se hicieron eco de ella con el corazón en un puño y la máquina fotográfica en el otro. Centelles supo retratarla desde el 19 de julio de 1936 con un espíritu combativo y esperanzado que mantuvo durante su exilio y consiguió conservarla intacta en su archivo.
“Fui el único fotógrafo que estuvo todo el día dando vueltas por la ciudad, lo que me permitió obtener escenas bastante interesantes para la historia del proletariado”, afirma Centelles en su diario. El fotógrafo registró el estallido de la guerra en las calles barcelonesas y después el conflicto en los frentes de combate, desde el Pirineo aragonés hasta Teruel.
Y ese archivo fotográfico de alrededor de 9000 negativos que el valenciano guardó en una maleta, atravesó la frontera y los controles seguridad de los campos gracias a su carnet profesional de la FJI —Fédération International de Journalistes—. También portaba en esa maleta su cámara, con la que pudo documentar la vida en Bram e incluso revelarla en un laboratorio fotográfico artesanal e improvisado construido en un barracón.

Esta maleta le acompaña también a Carcasona, donde, además de trabajar en el estudio fotográfico desde septiembre de 1939, en mayo de 1942 crea junto a otros compañeros de exilio el Grupo de Trabajadores Extranjeros 422, organización clandestina de resistencia ocupada tanto de la lucha armada como del suministro de material al bando republicano en España a través de los maquis. La función de Centelles fue crear un laboratorio fotográfico, que instaló de forma oculta en el sótano del estudio en el que trabajaba, constituyendo así el primer laboratorio fotográfico clandestino del Mediodía francés de la época. Desde allí se hacían certificados de identidad, órdenes de traslado de internos de campos de concentración a prisiones, permisos de movilidad, documentos de consulados franquistas y retoques fotográficos.
“Centelles no fue un hombre de acción. No se enroló en el maquis, pero colaboró activamente en la Resistencia con el arma que mejor dominaba: la fotografía”, afirmaba Teresa Ferré, periodista y especialista en la obra del fotógrafo.
El 20 de enero de 1944, la Gestapo arresta a unas 500 personas, entre ellas tres hombres del GTE 422, que son enviados a campos de exterminio nazis. Así, ante el peligro de la situación, se decide que Centelles abandone Carcasona. Pero, antes de su marcha, éste guarda los miles de negativos con los que había cruzado la frontera en 1939 más los nuevos de Bram en casa de la familia Dejeihl, que le había acogido durante meses en Carcasona, para protegerlos.
A su vuelta pasa tres años viviendo de manera clandestina en Reus, ganándose la vida como panadero y ya en 1947 regresa a Barcelona con su familia, donde al verse privado de su derecho a ejercer el fotoperiodismo por inhabilitación de las autoridades franquistas, desarrolla su carrera en la fotografía industrial y publicitaria. Una vez muerto Franco, ya en 1976, decide volver a recuperar su archivo. En 1978 su obra comienza a ser expuesta públicamente y en 1984 recibe el Premio Nacional de Artes Plásticas.
“No es una cuestión económica la que reivindico, sino el interés por la recuperación de un patrimonio gráfico como el que poseo a través de tantos años de continuada dedicación”, declaraba el fotógrafo a El País en la entrega de dicho premio, un año antes de su muerte a los 76 años de edad.
A día de hoy, el archivo completo de Agustí Centelles, de unos 10000 negativos —los 9000 de la maleta que le acompañó durante el exilio y los 800 encontrados por los dos hijos del fotógrafo en una caja de galletas en el estudio de su padre—, es propiedad del Ministerio de Cultura y reside en el Centro Documental de la Memoria Histórica en Salamanca. Además, 55 de sus obras fueron donadas por sus hijos entre 2013 y 2015 a la Universidad de Zaragoza pasando a formar parte del patrimonio artístico de la misma.

“Ahora, cuando las grandes ideas han agotado su caudal de muerte y destrucción, aquella guerra antigua en la que comenzaron a solventarse conflictos modernos sigue mostrando en el cine, en la literatura, en las fotos de sus muertos sin enterrar, su inagotable capacidad de fascinación con idéntica pregunta al fondo: ¿cómo fue posible?, y es entonces el momento de contar otra vez la misma historia revolviendo viejas fotografías” (Santos Juliá).
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![]() Llevo 22 años en el mundo. Desde hace unos cuantos lo capturo a través de fotos y palabras para mostrar el alma y el rostro de nosotros mismos. He estudiado periodismo y fotografía y defiendo la poesía como primer y último recurso.
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