Alguien ha matado a Veronyka Kastle

Ignacio Pérez//

Murciana, drag y estrella del barrio gay de Mánchester. Se puso ese nombre porque los ingleses no sabían pronunciar Xema. Hace siete meses cantó ante el jurado de Britain’s got talent. Hoy, el asesino subasta sus pelucas en Facebook.

A Veronyka Kastle la mataron el pasado 2 de junio a las siete de la tarde. Un minuto antes, se despidió de sus fans a través de Facebook. “Ha sido un experiencia maravillosa que vivirá siempre en mi memoria y en los corazones de las miles y miles de personas que han disfrutado de lo que he hecho estos últimos quince años”. Experiencia. Una simple y llana experiencia. Frívolo llamar así a una vida durante la cual ha conseguido ser cabeza del Orgullo LGTB de Mánchester en cuatro ocasiones y ha logrado ser una auténtica estrella de la exigente escena drag de esa ciudad. Y todo ello siendo española. Murciana, más concretamente.

El asesino, también murciano, de 32 años, alto, corpulento, con un cierto aire a Javier Cámara con quince años menos, confiesa que cometió el crimen porque Veronyka Kastle se había convertido en un mecanismo para escapar de su vida, porque para su existencia era necesario el alcohol y porque necesitaba nuevos vestidos y pelucas que el asesino no estaba dispuesto a comprar.

Cinco meses antes de su muerte, en enero, Veronyka Kastle se encontraba cantando el I am telling you del musical Dreamgirls ante ochocientas personas y el implacable jurado de Britain’s got talent. Tras sucesivas pruebas, había logrado llegar a la final ante los jueces. Y, una semana antes, el 25 de mayo, Veronyka participaba en la final del Drag Idol Mánchester, paso previo a la fase nacional en Londres. No ganó y, debido a que cantó Supercalifragilisticoespialidoso, el jurado la tachó de anticuada. Aun así, había llegado a la final regional contra tres drags cien por cien inglesas.

Veronyka murió un 2 de junio y nació un 16 de abril del año 2002, en un bar gay en Murcia capital llamado Queens. Su creador –y posterior asesino– fue un joven de 19 años, estudiante de Turismo, que hacía un año había salido tumultuosamente del armario en el seno de una familia católica, “de las de misa todos los domingos y de rodillas”. Un joven que, hacía un año, había tenido que aguantar a su psicóloga decirle que él no era gay, que era diferente, y al que una apuesta con un amigo se le fue de las manos.

-Si me presento, lo gano

-Hala, qué dices

-Que ya verás como sí

B. Veronyka encorvada
Fotografía de Veronyka Kastle en uno de sus shows

Y sí, lo ganó. “Con toda mi seta”, puntualiza entre risas este manager de restaurante que solía dar vida a Veronyka Kastle. El dueño de Queens organizó un competición de drags amateur y Veronyka se llevó el primer premio. Bueno, más bien se lo llevó Xema, álter ego drag que, cinco años más tarde, pasaría a llamarse Veronyka porque los ingleses no eran capaces de pronunciar bien Xema.

Un gran amigo suyo, José María Niebla, la pintó y le puso la peluca, y Xema, futura Veronyka Kastle, se miró por primera vez al espejo: “Eso… eso es maravilloso. Un shock. Te miras y dices: ‘Dios, me encanto’”, recuerda con emoción el asesino. Y recién parida, se subió al escenario con un vestido naranja e interpretó en playback Don’t stop, de Gloria Estefan, y Diamonds are a girl’s best friend, del musical Moulin Rouge. Se llevó 150 euros y la oportunidad de realizar un show en ese mismo bar los siguientes cuatro domingos del mes a razón de 75 euros el espectáculo.

Podía haber parado y así sus padres, un año después, no hubieran descubierto sus fotos transformado en Xema. Pero no, definitivamente se le fue de las manos: refinó a Xema a base de ensayos y maratonianas sesiones de maquillaje, y empezó a hacer sus espectáculos por distintos bares de Murcia y la provincia de Alicante.

Lo de las fotos huele a drama y a pérdida de herencia, pero, sorpresivamente, pasó todo lo contrario: “una vez superada la salida del armario, lo otro ya… Ah, mira, pues se pinta. Mi madre, al ver las fotos, dijo que tenía unas piernas muy bonitas y ahora es súper gracioso porque, cuando hablamos de La Castillo, se refiere a ella como su hija. Conmigo es en masculino, pero con ella es en femenino. ‘Ay, ¿cómo le ha ido a mi hija?’”. Solo el padre, la madre y la hermana conocieron a Veronyka. El resto de la familia no tuvo el placer: “son mayores y sería un shock demasiado fuerte para ellos”, explica el joven.

Hay muchas razones por las que un hombre se afeita, se pone tres kilos de maquillaje, una peluca y un vestido negro de lentejuelas: sentirse bien consigo mismo, saciar un lado fetichista travesti, combatir los roles de género, entretener… A lo largo de quince años, Veronyka vivió únicamente para hacer reír, para hacer olvidar a su dueño la realidad y porque ganaba dinero. Y, paradójicamente, esa segunda razón de ser, la de la evasión, fue la que acabó matándola.

Veronyka Kastle, el 18 de marzo de 2016:

El transformismo drag es… tres horas en las que te olvidas de todo. Te olvidas de tus problemas, de tu vida y te transformas en una persona diferente. Aparte, la gente no me conoce sin traje, y eso es lo bonito del transformismo: a no ser que me hayas conocido en la realidad, por la calle no me vas a reconocer”.

Su asesino, hace una semana:

“Simplemente cierro esta etapa de mi vida. Lo utilizaba como una escapada de mi vida y, ahora, ya no siento la necesidad de hacerlo”.

Xema hubiese sido una más en España si no fuera porque decidió hacer las maletas y convertirse en una auténtica estrella de Canal Street, una suerte de paseo drag de la fama que atraviesa de norte a sur el barrio gay de Mánchester. Su avión aterrizó un 16 de septiembre de 2005 –sorprende la rapidez con la que recita algunas fechas, como si se hubiera forzado a memorizarlas–, y, por fin y por segunda vez en su vida, la futura Veronyka pisaba de nuevo las calles mal asfaltadas del amasijo de cemento, ladrillos enmohecidos y cielos grises conocido como Mánchester.

Por segunda vez porque, mientras hacía su Erasmus en Liverpool, en el 2003, unos amigos lo llevaron a que conociera la ciudad una noche. Y por fin porque, aunque parezca mentira, se enamoró de Mánchester durante esa noche y, desde que pisó de nuevo Murcia, solo pensó en volver. “No solamente por el barrio gay, que eso, comparado con Murcia, era el paraíso. China Town, los canales, el Arndale… Es que era como… Dios, ¡qué bonita! Me volví a Murcia y nada más que quería volver allí”.

Regresó, dejó Turismo a medias, se puso a trabajar en la hostelería y, dos años después, a los 23, volvió a su querido Mánchester. Xema, mientras tanto, entró en coma durante unos años. Hasta que, de repente, se despertó y, cabreada, vio que no tenía nada para ponerse. “Entonces, mis padres me mandaron los vestidos por correo. O más bien lo intentaron porque se perdieron y se volvieron otra vez para España”, relata a carcajada limpia el inductor del coma.

Y Xema volvió a pisar los escenarios. O, mejor dicho, la tercera planta de un bar ya desaparecido, adornada con dos cortinas de tela y un foco. “Estaba de camarero en Manto, que ahora es On Bar, y le dije al dueño: ‘¿sabes que hago esto?’ Y él me contestó: ‘¿Ah, sí? Pues vamos a apañar lo de arriba’”. Cincuenta libras por hora y media de espectáculo. Todos los jueves. Dos canciones en directo y tres o cuatro en play back. I will survive; When you got it flaunt it, del musical The Producers; All that jazz, del musical Chicago, y el Qué será, será, “que les gusta mucho a los ingleses”.

Pero contra una tercera planta y un marketing tendente a nulo, el talento artístico poco tiene que hacer salvo estamparse una y otra vez. “Había días en los que tenía que actuar para las sillas y para las mesas… Y no”, rememora cómicamente, pero con un cierto orgullo herido, el treintañero al que a veces le salían sombras plateadas y peluca.

Era 2007 y el espectáculo duró tres meses. “Fui y le dije al jefe: ‘Mira, tú estás perdiendo dinero y yo estoy perdiendo mi tiempo, así que se acabó’”. Pero no. Como en toda buena película de fútbol americano, entre el escaso público había un ojeador, un cazatalentos… En este caso, el dueño de otro bar gay, Churchills, que le propuso hacer un espectáculo de gratis en su local.

– Sí, mira, no te digo… Cara pintá, cara pagá… Nos ha jodida la otra.

– Vale, venga, cincuenta libras el primero.

– Cincuenta libras el primero, pero si te lo lleno, subimos a cien.

Veronyka
Veronyka Kastle en Churchills, año 2011

Y sí, se lo llenó. Y siguió llenándoselo durante los siguientes tres años y medio. “Fui una puta figura”, recuerda tajante y con un punto de rabia Veronyka Kastle. “Si hasta me invitaron a estudios profesionales a hacerme fotos para ponerlas en los bares. ¡Y la gente las compró y todo! Ahí estarán, en algún salón”.

La metamorfosis y la consagración tenían lugar todos los miércoles. Veronyka comenzaba a nacer a las nueve de la noche y moría irremediablemente a la una. Cuatro horas de vida a la semana. “Yo llegaba tranquilamente, me pintaba y, luego, llegaban mis bailarines y me ayudaban a ponerme los tacones y las medias”, narra. “Tenía dos, ingleses. Más monos…”.

Y el ritual de todas las semanas comenzaba. “Si hice 170 espectáculos, en 150 tenía que hacer el I will survive de Gladys Knight y el All that jazz de Chicago. Había gente que venía todas las semanas, y yo: ‘pero, chacha, ¿no te cansas de verlo?’”. Parece que no. Como si se tratara de una autómata, Veronyka Kastle, apellido en honor a su pasión por los castillos, se subía al escenario con su vestido rojo, largo, y cantaba The Shady Dame of Seville, del musical Víctor y Victoria. “Y giraba, y el vestido se abría, y era una preciosidad. Yo, ahí, haciendo de española con mi abanico”, recuerda el treintañero de rostro amplio, ojos achinados y barba de hace dos días, pura lija, que daba vida a Veronyka.

– ¿Eras conocida por ser española?

– No, porque directamente no se nota que soy español. Puede que al cantar sí que se note alguna ese, pero a no ser que me ponga a hablar la gente no lo percibe.

Llegó a cobrar doscientas libras por espectáculo. “Pero eso es ya pasado año y pico que te estableces como la estrella del bar. Y yo tenía allí mis pósters, afuera, en grande”. Un poder que conlleva una gran responsabilidad, especialmente si actúas en un barrio gay. ¿Galas benéficas? Ahí estaba la Castillo, la primera. ¿Desfiles del Orgullo? La primera también, y, esta vez, literalmente, hasta en cuatro ocasiones. “Ay, recuerdo que la primera vez iba montada en un tractor, monísima… Yo, allí, con mis plumas en la cabeza y un vestido del Primark. Salí hasta en el PinkNews, un periódico gay. Me dieron media página y arriba pusieron: Glamour of North, glamour del norte”.

Durante el último fin de semana de agosto, Veronyka se tragaba prácticamente a su creador. Era el fin de semana del Orgullo en Mánchester y la drag española tenía que saltar de escenario en escenario. “En uno, haz de jurado. En otro, actúa ante casi 2.000 personas… Una locura”, rememora.

B. Veronyka en el Pride
Veronyka Kastle encabezando el Orgullo de Mánchester

Lo tenía todo, hasta un fan obsesionado: Tony, de 39 años, 1.700 fotos de Veronyka publicadas en Facebook y otras 9.000 guardadas en casa. Unas cifras que preocuparían a cualquiera pero sobre las que la drag aleja toda sospecha de trastorno obsesivo compulsivo: “No, no, si era fascinación. Venía todas las santas semana, y ahí se plantaba, en primera fila echando fotos. Además, somos buenos amigos”.

Unos cuarenta personajes imaginarios componían por aquel entonces la escena drag de Mánchester, posiblemente la segunda más importante después de Londres. Mucha diva concentrada en una calle de 300 metros. Había competencia, críticas, celos por trabajar menos que las otras... Pero Veronyka asegura que todas querían actuar con ella: “Yo llegaba, hacía lo que tenía que hacer y me iba. No me metía en si una era mejor u otra era peor”.

Paradójicamente, conforme pasaban los años, la drag murciana daba cada vez más pena sobre el escenario. Intentaba hacer nuevos números, pero el público los rechazaba y le pedía siempre los mismos. ¿Solución? Más alcohol. Siempre más alcohol. Y, claro, eso pasa factura: “se me olvidaban los números a mitad; me sentaba, me caía de espaldas y la gente se pensaba que me había matado; me reventaban una botella de vino en la cabeza y, a la mañana siguiente, no me acordaba de nada… Una vez, en una gala benéfica, me caí y rompí literalmente el escenario”. No obstante, los problemas no se quedaban en el escenario. Fuera, en la realidad, Veronyka se estaba convirtiendo en un auténtico escollo para la vida amorosa del joven. Se encontraba en pleno proceso de conocer a su actual novio y a este no parecía hacerle mucha gracia la idea del transformismo.

Todo llevó a que, en 2012, Veronyka sufriera su primer intento de asesinato. Estuvo grave y tardó tres años en recuperarse, pero volvió con sed de venganza y ganas de dar el campanazo. Y no hay nada mejor para ello que apuntarse a un concurso que ven nueve millones de personas cada semana: Britain’s got talent.

Llegó a la fase final, la de los jueces, y el todopoderoso Simon Cowell le dijo: “Pensaba que iba a ser malo, pero ha sido peor”. “Pero, Simon, hijo, si es que no me has dejado cantar, ¡no me has dejado cantar!”, cuenta que le respondió. “Nada más comenzar, los cuatro: pa, pa, pa, pa. Eliminado”.

B. Veronyka Britain's got talent
La drag murciana en la sala de espera de Britain’s got talent, enero de 2016

Era enero, hace seis meses, y cantaba en directo el I am telling you del musical Dreamgirls, una canción lenta que no impresiona al principio pero que, conforme avanza, se hace cada vez más y más arrolladora. “Las notas finales no es que las haga, es que las bordo”, asegura Veronyka Kastle, resucitada por un momento. “La verdad es que mi mejor amiga, Cristina, a la que pagué un vuelo para que estuviera conmigo en Londres, me dijo que me había visto muy tenso, pero ¿qué quieres? Llegamos allí a las once de la mañana y la prueba la hice a las once de la noche. Doce horas esperando. ¡Y menos mal que me dejé la barba que, si no, me hubiera crecido!”.

– Yo espero que eso no salga por la televisión.

– ¿Te avergüenza?

– A ver, me conoce mucha gente… Pero luego lo pienso y digo: hice lo que normalmente hago, nada más. Y si no les gusta, no puedo hacer nada. Desde el mismo momento en que me llamaron quise cantar esa canción y llevar ese traje y peluca.

Menos mal que Manchester todavía se acordaba de ella e incluso la echaba de menos. En febrero, ganaba el premio del público en un concurso de drags organizado por Bar Pop, y, en abril, quedaba finalista en la competición más importante de este tipo en Mánchester, el Drag Idol, paso previo a la fase nacional. En el primero, Veronyka apostó sobre seguro y cantó en directo I will always love you. Los jueces se levantaron de sus sitios emocionados. “Si es que he vuelto”, pensó en ese instante. No obstante, ya le había advertido al dueño del bar que él no quería el premio del jurado, consistente en un trabajo mal pagado en el bar, que él iba, como en los viejos tiempos, a por el premio del público, a por la botella de champán. Y, finalmente, la consiguió.

En el Drag Idol, la elevaron a los altares y le hicieron morder el polvo. Todo en el mismo concurso. En la primer fase, con su vestido rojo y su peluca de pelo largo, los jueces le dijeron que era espectacular, que así es como se tenían que hacer las cosas y que, aunque algunas canciones de su repertorio no les llamaban especialmente la atención, les gustaría volver a verla. En la segunda fase, con su vestido de lentejuelas negro, su chal de pelo y su peluca corta, el jurado le espetó que debería haber trabajado más y que no podía presentarse a un concurso así con Supercalifragilisticoespialidoso.

Veronyka le exigía de nuevo tiempo, esfuerzo y dinero, y parece ser que su creador no estaba dispuesto a dárselo. Solo le quedaban dos opciones: o seguir viviendo mediocremente, o morir dignamente conservando su leyenda. No tuvo tiempo de elegir; lo hicieron por ella. Y esta vez parece que la decisión es irrevocable. Descansa en paz, Veronyka Kastle.

Un comentario en “Alguien ha matado a Veronyka Kastle

  • el 22 julio, 2016 a las 16:57
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    Sabes retratar con la palabra perfectamente a las personas.

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