Álvaro Guillorme: Por amor al ciclismo

Adrián Monserrate//

Cada año mueren 42 ciclistas por accidentes con turismos en las carreteras españolas. La de Álvaro Guillorme es la historia de un luchador que tras sufrir un atropello ha logrado volver a competir encima de una bicicleta. Después de superar una fractura de rótula en seis partes, tres operaciones, diez meses de rehabilitación y más de un año sin dar pedales, el amor al ciclismo de este soriano le ha permitido volver a formar parte de un pelotón.

Tenía examen dos días después y estaba muy nervioso, así que me fui a dar una vueltecita corta para despejarme. Llevo el casco hasta para ir a comprar el pan, pero ese día casi se me olvida… ¡bendita la hora en la que regresé a la habitación para cogerlo! Había una cuesta hacia abajo en el casco histórico de Huesca, con una señal de stop al final. No frené porque pensé que no venía nadie, pero apareció un coche que no vi. Me dio con el morro y salí volando. Me levanté enfadado, pero la rodilla falló y me caí al suelo. Me acojoné y vi que la forma de mi rótula no era normal.

Dicen los que le conocen que la palabra que mejor le define es “luchador”. Si se plantea cualquier meta, pelea por ella con lo máximo que puede y no ceja en su empeño hasta que no la consigue. «Siempre logra lo que se propone. Le echa huevos y hace todo lo que está en su mano para alcanzar sus objetivos», comenta Raúl Zapata, soriano como él y compañero de residencia universitaria. Más que una mentalidad, la lucha es su filosofía de vida. La aplica a su pasión, la bicicleta, y también a cualquier reto al que se enfrente: por ejemplo, licenciarse en Medicina por la Universidad de Zaragoza y realizar el temido MIR.

Aunque ya nadie le llame así, durante sus años de estudiante todo el mundo se refería a él como «el Fino». Algunos comentan que le tildaban de tal forma por lo delgado que está, y es comprensible; para quien no acostumbra a tener relación con ciclistas, resulta extraño que un chaval de casi metro ochenta de estatura pese solamente unos 65 kilos. Sin embargo, el mote en realidad procede de una coletilla habitual en el mundillo ciclista que Álvaro usaba mucho: “¿Qué pasa, fino?”, “¿qué tal, fino?”, “¡gracias, fino!”, solía decir. En su colegio mayor resultó gracioso y ese fue su apodo mientras vivió allí.

El Fino tiene los pies en el suelo, conoce sus límites y sabe perfectamente cuáles son sus capacidades. Es lo mínimo que se puede decir de un chico que afirma sin dudar que su sueño es llegar a ser un buen gregario y hacer que su líder gane carreras, no él.  Para los menos entendidos en la materia, el puesto de gregario es el escalafón más bajo y sacrificado del ciclismo: el gregario se encarga de bajar a por bidones de agua para el resto de sus compañeros, de tirar del pelotón cuando es necesario, de ayudar a que los líderes estén bien posicionados, etc.

Aunque en sus ratos libres le gusta escuchar música o devorar libros, Álvaro es un auténtico friki de la bicicleta: si retransmiten una prueba ciclista de nivel por televisión siempre intenta verla, se distrae durante horas leyendo revistas especializadas, disfruta trabajando como mecánico, pasa mucho tiempo hablando con compañeros de equipo y directores… Le entusiasma todo lo que tenga que ver con el mundo del ciclismo, y no es para menos, porque su vida siempre ha estado ligada a las dos ruedas.

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Álvaro entrenando con sus compañeros de equipo. Fuente: Facebook personal de Álvaro.

Comenzó a correr con 12 años, y a los 16 ya ganaba etapas y pruebas de un día. Por aquel entonces se recorría España en el coche con su padre o sus hermanos para poder tomar la salida en las carreras que disputaba. En esa época llegó su mejor día encima de la bicicleta: su primera victoria, en la Vuelta a Álava. Se metió en la escapada buena de salida, pero a mitad de carrera pinchó y se quedó rezagado durante varios kilómetros. Aunque en algún momento lo dio todo por perdido, echó el resto y fue capaz de regresar con sus compañeros de fuga. Supo dosificar esfuerzos con la serenidad de un profesional, y en los últimos kilómetros soltó el hachazo definitivo en un repecho que le permitió entrar solo en meta. «No nos lo creíamos. ¡Incluso los jueces revisaron mi bicicleta después! A partir de ese día empecé a estar más vigilado, y todo el mundo en el pelotón me llamaba por mi nombre», cuenta.

Compitió durante los años de instituto logrando buenos resultados en pruebas de todo el territorio nacional, y después se las ingenió para seguir estudiando sin bajarse de la bici, consciente en todo momento de que vivir del ciclismo se antoja utópico actualmente. Fichó por el CAI y entró en Huesca en la carrera de Medicina becado como deportista de élite. El cambio de ciudad, la sensación de libertad que te aporta vivir lejos de tus padres, nuevos amigos, el descubrimiento de la vida universitaria… En el primer año en Huesca, como cualquier recién llegado haría, bajó su rendimiento y descuidó su preparación. En segundo de carrera se propuso volver a ser el ciclista que era antes, y trabajaba día a día para lograrlo… Hasta que llegó el accidente.

Un segundo puede cambiarlo todo

Un 4 de abril de 2011, como casi todos los días ese curso, Álvaro siguió su rutina y cogió la bicicleta. Tenía examen de anatomía dos días después, así que más que un entrenamiento al uso era un pequeño paseo para distraerse y refrescar las neuronas. El termómetro marcaba 20 grados, y en el ambiente se atisbaba la llegada de la primavera a la capital oscense con los primeros días calurosos del año. Eran casi las cuatro de la tarde cuando sucedió, en una cuesta pronunciada del casco histórico. Una zona complicada para la circulación -que el Ayuntamiento reformaría meses después-. No parecía que viniera nadie. De repente, en un instante, todo salta por los aires. Todo se va a la mierda. De no ser por el casco, Álvaro habría perdido la vida. «Cuando vi la rodilla se me vino el mundo encima. Lo único que pensé fue que volver a competir se había terminado para siempre. Solo quería recuperar mi rodilla cuanto antes, todo lo demás me daba igual. Ni siquiera llamé a la ambulancia, llamé directamente a mi madre y le conté lo que pasó».

Esa misma noche su familia ya estaba en el hospital de Huesca apoyándole. También aparecieron por allí muchos compañeros de clase y de residencia para animarle e interesarse por él: «Nunca me olvidaré de ninguno de ellos, se lo agradezco a todos, de corazón». ¿El resultado de la caída? “Solamente” una fractura de rótula en 6 partes; la rodilla hecha añicos. 12 días ingresado y una primera operación fueron el comienzo de una tediosa rehabilitación.

La rehabilitación, un auténtico calvario

«Ojalá no me vuelva a pasar algo así en la vida. Fue una pesadilla que se prolongó demasiado tiempo. Soy otra persona desde aquello».

Además de los doce días ingresado en el hospital y la operación inicial, Álvaro tuvo que volver a pasar por quirófano dos veces más. En total, diez meses de una rehabilitación interminable cuya secuela es una cicatriz de doce centímetros en la rodilla derecha y un cambio de mentalidad respecto a la vida.

Todos los médicos le decían que no podría volver a competir más, que las carreras se habían acabado. Pero a él le daba igual. Tardó 90 días en subirse a una bicicleta estática, se vio obligado a utilizar muletas varios meses y hasta que no pasó más de un año del accidente y le quitaron los clavos de la rodilla no volvió a coger la bici con regularidad. Para alguien con una mentalidad luchadora como la suya, durante esos momentos de sufrimiento cualquier incentivo era clave para seguir peleando: las horas con los fisioterapeutas y los pequeños avances, el apoyo de familiares y amigos e incluso la cabeza de uno mismo cada día: «Debes buscarte una motivación e ir a por ella».

Álvaro no encuentra la figura del ídolo en ciclistas míticos, personajes con alto estatus cultural o genios reputados. Para Álvaro sus ídolos son sus padres. Lo son debido a todo lo que han hecho por él durante su vida, incluida la rehabilitación. Siempre se sacrificaron y le ayudaron a mantener la cabeza fría y los pies en el suelo. Cuando era pequeño solo querían que su hijo se divirtiera encima de la bicicleta y lo pasara bien. Como cualquier padre del mundo haría, le pedían que no entrenase si el día era malo, le insistían en que tuviera cuidado y no se la jugase en las carreras, y le repetían constantemente que estudiase. «Creo que en lo único que les hice caso fue en lo de estudiar, y el tiempo les ha dado la razón», reflexiona Álvaro.

Pese a la violencia de la caída y el largo período de reposo, la mentalidad de Álvaro es de guerrero espartano y su motivación por el mundo de las dos ruedas siguió intacta. «Quería demostrarme a mí mismo que no existen límites y mejorar día a día y año a año», dice. Cuando pudo volver a montar en bicicleta con regularidad su método se basó en salir a rodar a ritmo ligero, combinado con natación y gimnasio para la recuperación de la rodilla. Dos años después del accidente y con la rehabilitación más avanzada volvió a competir, a experimentar la sensación de ponerse un dorsal y afrontar una carrera desde la línea de salida. Lo hizo en varios triatlones y duatlones de categoría popular y los ganó. Síntoma inequívoco de que ese martirio tocaba a su fin, más de 700 días después de aquel 4 de abril de 2011.

Álvaro en un triatlón en 2015 cuando regresó a la bicileta. FAcebook personal de Álvaro
Álvaro en un triatlón en 2015 cuando regresó a la bicicleta. Facebook personal de Álvaro

Poco a poco fue mejorando. Su cuerpo respondía mejor a los entrenamientos, la sensación de fatiga por los días acumulados iba disminuyendo y las piernas volvían a estar frescas en cada salida. Se propuso retomar el mundo de la bicicleta como antes del accidente, de manera seria y con un objetivo primordial: volver a competir con un equipo ciclista.

Un entrenamiento, buenas sensaciones. Al día siguiente, otro. Buenas sensaciones. Y así sucesivamente. Fue capaz de organizar su tiempo y logró casar el deporte con los libros para examinarse con éxito del MIR. En esas fechas se enteró de que un equipo buscaba corredores. Sin pensarlo un segundo contactó con ellos, y una semana después del examen, el 14 de febrero de 2016, ya estaba vestido de corto para la presentación oficial.

Presente y futuro: Ilusión y expectativas

«No puedo vivir sin las carreras, la adrenalina de competir, los preparativos, las risas con los compañeros… Todo eso para mí está al mismo nivel que mi futuro laboral».

Álvaro, más feliz que un niño con zapatos nuevos, junto al resto de compañeros el día de la presentación del Esteve-Chozas Team | Facebook personal de Álvaro.
Álvaro, más feliz que un niño con zapatos nuevos, junto al resto de compañeros el día de la presentación del Esteve-Chozas Team | Facebook personal de Álvaro.

Ahora Álvaro defiende el maillot rojo del Esteve-Chozas Team y pega chepazos sobre su Bianchi celeste en las rampas que afronta el pelotón elite-máster español. Si antes era el Fino, ahora es el Chava -mote que le han puesto por su parecido físico al ciclista Chava Jiménez; alto, delgado, moreno, y de hombros más anchos de lo que es normal en el ciclismo-. Después de todo el sufrimiento que ha pasado y a la espera de plaza tras aprobar el MIR, busca disfrutar día a día sin presión encima de la bicicleta. Demuestra tener la cabeza bien amueblada, y no culpa a la caída del frenazo en su progresión: «ni se me pasó por la mente llegar a ciclista profesional. Vivir para la bici es demasiada exigencia, y te vas dando cuenta cuando ves que compañeros mejores que tú no encuentran hueco dada la desaparición de los equipos».

Álvaro durante las prácticas de 6º de Medicina | Facebook personal de Álvaro
Álvaro durante las prácticas de 6º de Medicina | Facebook personal de Álvaro

Su objetivo a largo plazo consiste en compaginar el trabajo de médico con la pasión por el ciclismo y las carreras, aunque él mismo reconozca que pasa desapercibido en muchas. De cara a un presente más inmediato, Álvaro intenta seguir aprendiendo a moverse en el pelotón y mejorar su estado de forma. Una vez sea capaz de lograr de ponerse a tono y volver a ser aquel ciclista que alzaba los brazos en pruebas de cadete y júnior, la siguiente meta pasa por meterse en las escapadas y ayudar al equipo en todo lo posible. Con el aplomo que le caracteriza, afirma rotundo que ganar está a otro nivel, aunque no se cierra puertas. «Si consigo lo anterior me daría por satisfecho… Aunque todos los años se celebra el campeonato de España de ciclismo para médicos. El nivel sigue siendo alto, pero tengo alguna opción de pelear por el triunfo. Me encantaría ganarlo un año».

Actualmente puede aprovechar las 24 horas como le plazca, hasta que se incorpore a un hospital. Monta en bicicleta unas tres o cuatro horas diarias, rueda en ayunas 30 minutos a ritmo suave o practica una tabla de gimnasia. Después de un desayuno cargado de hidratos y proteínas toca el entrenamiento específico de cada día, en el que intenta siempre equilibrar sesiones de carga y recuperación. Por las tardes tiene tiempo libre para él, aunque su predilección por el ciclismo le hace doblar sesión de entrenamiento habitualmente. Para terminar y permitir que el músculo recupere, por las noches se monta en la bici estática y realiza estiramientos.

Los días de carrera los afronta con la ilusión de un benjamín. Aunque toque recorrer más kilómetros de traslado en coche que sobre la bici y madrugar la norma es desayunar tres horas antes de la carrera, y los viajes suelen ser largos…, mantiene el buen humor y las risas con sus compañeros de escuadra. Disfruta con lo que hace y se le nota. Después de desayunar macarrones, tortilla, jamón york, zumo y demás productos de gran aporte calórico, los nervios aumentan y cuando se acerca la hora de la salida comienza el calentamiento. Justo antes de empezar hay reunión de equipo, donde el director les explica la táctica teórica que deben seguir, aunque «en la práctica es otra cosa». Aunque no suele terminar en los puestos cabeceros, disputa las carreras con garra y nunca se deja una gota de gasolina en el depósito.

Tiene 24 años y lleva desde los 12 dando pedales; las dos ruedas se han convertido en una prolongación de su silueta. Todo ese tiempo da para mucho, y tantos años te permiten trabar amistades -y enemistades- con compañeros -y rivales- del pelotón. «Con muchos te llevas una alegría si ganan o consiguen pasar a profesionales y los ves por la tele. También hay otros que no tragas… Pero, por lo general, compartimos una pasión que nos une: la bicicleta».

Una pasión que no siempre resulta sencillo mantener, especialmente después de 3 operaciones y un puñado de meses sin acercarte a un cuadro o a un sillín. No es fácil volver a competir cuando te has destrozado la rodilla en 6 partes y todos los médicos decían que sería imposible volver a ponerte un dorsal. Pero Álvaro el Fino, el Chava o como quieran llamarlo lo ha conseguido a base de esfuerzo, sufrimiento e insistencia. Un afán de superación que le ha llevado de vuelta al lugar de donde nunca debió salir, las carreteras. Una historia, en definitiva, que se ha podido escribir por amor al ciclismo.

 

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