Anna Wintour: La dama de hierro de la moda

Raquel Laporta //

Unos la definen como un genio, otros la catalogan como una mujer fría y cruel. La directora de la Biblia de la moda no deja indiferente a nadie. Con casi cincuenta años al servicio del periodismo de moda, y más de treinta al frente de Vogue, la fuerte personalidad Anna Wintour se ha convertido en un mito de este sector. Sus palabras, y sobre todo sus silencios, han marcado la pauta de un negocio que mueve más de cien mil millones de dólares al año.

Es la mujer más influyente del mundo de la moda. Y no, no sube sus looks a Instagram, ni etiqueta sus prendas en 21Buttons. De hecho, no tiene redes sociales, ni tan siquiera se ha hecho en la vida un selfie. Pero tiene el poder de crear, ensalzar o arruinar la carrera de cualquier diseñador de esta industria. Su fachada fría y calculadora es el complemento perfecto a su arma de destrucción masiva: el silencio. Porque si no apareces en la Biblia de la moda; no existes. Así, tras más de treinta años al frente de la revista Vogue en su versión estadounidense, Anna Wintour se ha ganado el respeto y la admiración de cualquier amante del arte de la moda.

Mantenerse fiel a la personalidad de uno mismo es una de las características más valoradas por la emperatriz de la moda. Quizás es por ello que la propia Wintour sea reconocida por sus maxi gafas de la maison Chanel, la perfecta melena bob con flequillo, las sandalias marca España de Manolo Blahnik y los grandes collares joya. Cuatro esenciales que siempre la acompañan y que hacen que su estilo sea único. Tan único como ella.

La historia de este icono de la moda comenzó el 3 de noviembre de 1949 en Londres. Nació y creció en Hampstead, un barrio conocido por sus asociaciones intelectuales, artísticas, musicales y literarias, y por ser el distrito británico donde se concentra la mayor riqueza del país. Perteneciente a una familia de clase alta, desde una edad temprana estuvo rodeada de personas que han marcado su carácter y su buen hacer profesional.

Su abuelo materno fue profesor de Derecho en Harvard. Anna heredó la vena periodística de su padre, Charles Wintour, que fue ex editor jefe del diario The Evening Standard. De él ha confesado haber aprendido que la perseverancia es un aspecto indispensable para el periodismo, algo de lo que también se empapó su hermano, Patrick Wintour, ex director del periódico The Guardian. Más tarde, también recibió influencias de su madrastra, Audrey Slaughter, que fue editora de revistas como Sunday Express o Working Woman.

Desde pequeña mostró una cierta tendencia a hacer las cosas a su manera. A pesar de haber recibido una educación estricta y de haber crecido en una familia de intelectuales, Anna abandonó sus estudios y ni se planteó acceder a la universidad. Como siempre tuvo un cierto sentido y gusto por la estética, sus padres le obligaron a acudir a clases de moda. “O sabes de moda, o no”. Esa fue su excusa para, una vez más, abandonar esta formación. Así, su vida de adolescente transcurría mientras ella frecuentaba los mismos pubs y clubes londinenses que las estrellas más importantes de los años sesenta, como los Beatles o los Rolling Stones.

A sus veinte años, en la década de los setenta, comenzó su carrera profesional en el departamento de moda de la revista británica Harper’s & Queens. Su editor jefe confesó que Anna no era escritora, pero que tenía una visión especial para esta industria. Esto le llevó a formar parte del equipo de esta publicación en Nueva York, Harper’s Bazaar, como editora de moda. Una etapa que tan solo duró 9 meses porque Anna Wintour fue despedida. “Todo el mundo debería ser despedido al menos una vez. Te obliga a mirarte a ti misma. Es importante tener contratiempos, porque así es la vida real. La perfección no existe”, relata en el libro Winners and How They Succeed. Tras este golpe, Anna pasó por otras publicaciones hasta comenzar su andadura en el universo Vogue.

 

De Vogue UK a Vogue USA

 

“Trabajar en Vogue tiene que significar algo. Es un respaldo, una autenticidad de tu talento”. Así hablaba Wintour en una entrevista sobre el gran prestigio de la revista Vogue, propiedad de Condé Nast, en el mundo de la moda. Anna forma parte del equipo de esta revista desde 1983, donde a lo largo de los años ha ido escalando puestos hasta llegar a la cima del mayor imperio de publicaciones de moda.

Su primer trabajo en Vogue fue de directora creativa para la edición americana de la revista. Su buen hacer se vio recompensado con el puesto de directora de Vogue UK, lo que le llevó de vuelta a su país natal. Por poco tiempo. A su llegada a Londres, Anna se mostró clara con sus ideas sobre la dirección que la publicación debía tomar: “Quiero que Vogue sea ​​pacífica, aguda y sexy, no me interesan los súper ricos ni el infinito descanso. Quiero que nuestros lectores sean enérgicos, mujeres ejecutivas, con dinero propio y una amplia gama de intereses”, le dijo al London Daily Telegraph. “Hay un nuevo tipo de mujer ahí. Está interesada en los negocios y el dinero. Ya no tiene tiempo para comprar. Quiere saber qué, por qué, dónde y cómo”.

Anna Wintour posando en uno de sus primeros despachos de Vogue. Fuente: Pinterest

 

A pesar de tener claras sus ambiciones laborales, su vida personal no pasó por un buen momento. Anna volvió a Londres, pero su entonces marido, David Shaffer, y su hijo se quedaron en Nueva York. “La logística es terrible. Me despierto de noche con sudor frío. Una parte de mi piensa que estoy loca, que debería estar en casa cuidando de mi bebé y teniendo una vida tranquila”, le decía a la periodista Linda Blandford en aquella época. Ahora cuesta imaginarse a Anna Wintour hablando con tanta libertad de sus vulnerabilidades. Además, aunque sus expectativas de trabajo en Vogue UK eran altas, mostró cierta inseguridad sobre su nuevo alto cargo: “¿Funcionará? Pregúntemelo en seis meses”. Y funcionó. Tanto es así que, en poco tiempo, volvió a Estados Unidos a cumplir un sueño.

Fiel a sus convicciones profesionales, cuenta la leyenda que cuando Grace Mirabella, entonces directora de Vogue USA, le preguntó en su primera entrevista sobre su trabajo más deseado, Wintour le contestó: “el suyo”. Como si de una predicción de futuro se tratase, en tan solo seis años se cumplió su deseo: la revista más importante e influyente del mundo de la moda nombraba a Anna Wintour como su directora.

El movimiento de Condé Nast se produjo en un momento en que su firma de moda se encontraba en una encrucijada. La revista, que había estado a la vanguardia del mundo de la moda desde principios de la década de los sesenta, comenzó a perder terreno de manera paulatina frente a la recién nacida Elle. Los números lo abalaban: Elle ya había alcanzado una circulación pagada de 850.000 dólares, mientras la base de suscriptores de Vogue se encontraba estancada en 1.2 millones. Ante el temor de que Vogue se viese eclipsada por la novedad de otras publicaciones, Wintour tomó las riendas de la cabecera editorial con un claro objetivo: revitalizar la publicación. Para ello, Anna exigió dos imprescindibles: total libertad de trabajo y un gran respaldo financiero.

Audaz, transgresora y perfeccionista

Anna Wintour estaba dispuesta a cumplir con su misión y restaurar la preeminencia de Vogue en el sector de la moda. “La gente responde bien a alguien que se muestra seguro de lo que quiere”, explicó Anna en una entrevista. Sin embargo, su portada debut, el número de noviembre de 1988, consiguió sembrar cierta controversia. Mostraba a una modelo israelí de 19 años que vestía unos tejanos de Guess de 50 dólares y un suéter joya de Lacroix valorado en más de 10 mil dólares. “Fue una cubierta que se alineaba con una actitud nueva hacia la ropa, una mezcla democrática de lo elevado y lo ordinario, junto con un toque atrevido y joven, pero sofisticado. Era la quintaesencia de Anna”, resumía Grace Coddington, directora creativa de la revista.

 

Primera portada realizada por Anna Wintour. 1988. Fuente: Vogue

 

Primer September Issue realizado por Anna Wintour. 1989. Fuente: Vogue

Un año más tarde, su primera portada de la edición de septiembre –la que más páginas y anuncios tiene, la verdadera Biblia del fashion businesstambién trajo consigo cierta polémica. Con Naomi Campbell en primera plana, Anna todavía recuerda el silencio que se creó en la reunión de directivos cuando enseñó el número de la revista: “No podían creer que hubiese puesto en portada a una modelo afroamericana para el September Issue. Entonces se consideró muy arriesgado”, rememoraba.

Capitaneando la edición americana, la nueva editora inició toda una revolución. Convirtió la moda en un show completo. Tuvo la capacidad de combinar el low cost con el high fashion, estilos que hasta esa época habían sido antagónicos e incombinables. Pero, sin duda, la gran transformación que aportó a la revista fue incluir celebrities en sus portadas, como Kim Basinger, Nicole Kidman, Hillary Clinton y Oprah Winfrey, lo que multiplicó el número de ventas de Vogue. “La diferencia de ventas entre las modelos y las famosas era tan acusada que ahora siempre salen estrellas”, apuntaba Grace Coddington. Viendo los resultados que obtuvo Vogue, poco a poco todas las revistas de moda fueron adoptando la misma tónica.

Pero la influencia de Wintour no se queda sólo en el universo de la moda. En 2013, Condé Nast, consciente de la fortaleza de la directora de su revista, amplió el poder de Anna en el grupo editorial nombrándola directora artística de todas sus publicaciones, dentro de las que se encuentran The New Yorker o Vanity Fair. Un puesto de trabajo creado especialmente para ella.

 30 años en la cúspide de la moda

Sus treinta años de recorrido al frente de Vogue USA han demostrado el altísimo poder de influencia que ejerce en la industria de la moda. “Anna tenía el poder de ir a un diseñador antes de que presentara la colección y decirle lo que pensaba. Controlaba lo que iba a ser tendencia. Un poder absoluto”, relata el diseñador Miguel Adrover.

Pero su autoridad va más allá de decidir qué se publicará en cada número de Vogue o qué estará en nuestro armario la próxima temporada. Anna ha sido capaz de incorporar al panorama nuevos diseñadores y estilos. Por ejemplo, estuvo detrás del fichaje de Marc Jacobs en Louis Vuitton, del regreso de Galliano después de su desafortunado comentario “amo a Hitler” y ensalzó la figura de Alexander Wang como un joven prodigio de la moda. Su presencia en un desfile puede cambiar la suerte de una colección, de ahí que ningún diseñador empiece el show hasta que ella no esté sentada en front row.

 

Grace Coddington y Anna Wintour en el desfile de Zac Posen. 2010. Fuente: Zimbio

Otra de sus características es que no tolera la mediocridad. “Si veo una colección y siento que el diseñador ha sido perezoso o ha tomado inspiración de otros, eso no sólo me aburre, sino que me enfurece”, explicó hace algún tiempo en una entrevista para 60 Minutes. Cuando eso sucede, su respuesta no es criticar el trabajo del creador. En lugar de eso, su estrategia es el silencio. Ese diseñador no aparecerá en las codiciadas páginas de Vogue, con el claro mensaje de que lo que no sale en la revista simplemente no existe. Por eso los diseñadores se desvelan por su aprobación.

Por supuesto, detrás de ese poder de influencia se esconde una rigurosa rutina de trabajo que la directora de Vogue enseñó al mundo en el documental The September Issue. Anna Wintour se despierta sobre las cinco de la mañana para practicar algo de deporte. Después de su sesión de entrenamiento comienza su jornada laboral. Acompañada de un chófer, con su teléfono móvil en una mano y un café de Starbucks en la otra, se dirige a las oficinas de Condé Nast. Por supuesto, no pueden faltarle sus inconfundibles gafas de sol; un imprescindible que ella misma dice utilizar como una máscara para evitar que la gente sepa en qué está pensando.

Wintour es extremadamente disciplinada consigo misma y, además, atribuye su éxito a la organización y a la capacidad de delegar. “La gente trabaja mejor cuando tiene cierta responsabilidad”, dice en el libro Winners and How They Succeed. A pesar de ello, durante el día, se recorre toda la oficina de Vogue para controlar todos los procesos de producción de la revista. Además, es quien toma las decisiones finales de publicación porque para Anna “el trabajo, es trabajo”. De ahí que odie las conversaciones triviales y exija a sus trabajadores que sean capaces de sintetizar sus discursos en un par de frases. Incluso ella misma es parca con sus palabras. Si le gusta el trabajo de una de sus redactoras, lo más probable es que esta reciba un post-it con la palabra “AWOK”, escrita de su puño y letra. Tan escueto y evidente como parece: Anna Wintour OK.

Con este currículum resulta inevitable que Anna Wintour haya excedido el papel de directora de Vogue y se haya convertido en un mito de la moda. Una categoría que se plasmó en la gran pantalla con la película The Devil wears Prada, nacida del libro homónimo escrito por Lauren Weisberger, una de sus ex asistentes. Meryl Streep fue la encargada de caricaturizar al personaje de Wintour como una editora implacable que trata de ineficientes a los trabajadores que no cumplen con sus peticiones imposibles. En contraposición a esta actitud, la directora de Vogue fue al estreno de la película -cómo no, vestida de Prada- y mostró su rostro más amigable.

Sin embargo, si Anna se mostrase al público menos fría y un poco más humana, quizás no habría llegado hasta donde está hoy en día. En la intimidad y fuera del trabajo, según señalan sus allegados, Anna es una mujer tranquila a la que le encanta el humor británico. Pero en el competitivo mundo del periodismo de moda, solo sobreviven las más fuertes. Por ello, Anna Wintour siempre ha mantenido una actitud firme en esta industria: “Si te preocupases por cualquier pequeña crítica, no podrías levantarte cada mañana”. Un desgaste profesional que hace necesario tener tiempo de desconexión: “Me gusta ir al campo y jugar al tenis. No me gusta la ciudad los fines de semana, tengo un jardín que adoro, una vida muy privada: el polo opuesto a todo esto”, cuenta Anna.

La moda llevada al arte

Comprometida con elevar la moda a la categoría de arte, organiza, junto al Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, una exposición anual que se ha convertido en un verdadero acontecimiento mundial. El Met Ball se celebra desde 1948, año en el que se fundó el Costume Institute, y se trata de un acto benéfico cuyo objetivo es recaudar dinero para recolectar los presupuestos anuales de este departamento, el único que se autofinancia del Museo Metropolitano. Sin embargo, no fue hasta 1995, momento en el que Anna Wintour tomó las riendas de esta gala, cuando se convirtió en un fenómeno global.

Su idea, al igual que hizo con las portadas de la revista, fue introducir a celebrities y estrellas de Hollywood entre los invitados. Desde entonces, ella se encarga de decidir quiénes -y, sobre todo, quiénes no- acuden a este acto. En este sentido, el Met Ball es conocido como “los Óscar de la Costa Este” y ha recaudado, desde 2017, aproximadamente 186 millones de dólares.

 

«God loves Versace». Pieza expuesta en el Museo Metropolitano de Nueva York. Fuente: Hyperallergic

 

Anna Wintour en la alfombra roja de la Met Gala 2018. Fuente: Vogue

Asimismo, tal es la influencia que Anna ha tenido -y tiene- en esta gala, que el Costume Institute cambió de nombre en su honor a Anna Wintour Costume Center. Este nuevo espacio fue inaugurado en 2014 por la entonces primera dama de Estados Unidos, Michelle Obama. La estrecha relación entre dos de las mujeres más poderosas del país en aquel momento, hizo que en septiembre de 2014 se organizara el primer simposio de moda organizado en la Casa Blanca.

Única en su trabajo

Su hija, la periodista Bee Shaffer, la define como una máquina de trabajo de energía inagotable, con una visión única para hacer las mejores predicciones sobre la moda. De ella asegura haber aprendido valores que ha visto desarrollar a su madre durante toda su carrera, como la puntualidad, la eficiencia y la generosidad.

“Por sus servicios a la moda y al periodismo”, la directora de Vogue fue condecorada, en 2017 por la reina Isabel II, con el título de dama del Imperio británico, lo que supuso un acercamiento de la casa real al mundo de la moda. Un año más tarde, la mismísima monarca británica asistió por primera vez en la historia a un desfile de moda, cómo no, junto a Anna Wintour. Una sorprendente aparición que juntaba, mano a mano, a dos titanes del imperio británico en front row: la mayor exponente de la realeza y el mayor icono de la moda.

Anna Wintour con el título de dama del Imperio británico. Fuente: El País

 

Isabel II y Anna Wintour en la semana de la moda de Londres 2017. Fuente: Glamour

Con casi 50 años al servicio del periodismo de moda, comienzan a surgir rumores sobre su jubilación. La emperatriz del fashion business podría abandonar su cargo en Vogue este año, tras la publicación del número de septiembre, dejando un legado incomparable en este sector. No pudo haberlo dicho mejor R.J. Cutler, director de The September Issue: “Uno puede hacer una película en Hollywood sin el respaldo de Steven Spielberg y sacar un software en Silicon Valley sin Bill Gates. Pero resulta muy claro que uno no puede triunfar en la industria de la moda sin la bendición de Anna Wintour”.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *