¿Cuerpos libres?
Lorena García García//
Platón entendía la belleza y la salud como dos de los deseos esenciales del individuo. El cuerpo es el lugar y la forma de expresión de estos dos deseos. Pero existe un tercer deseo que siempre ha estado y cada vez cobra más fuerza: la libertad. Las personas tienen que gozar de libertad para modificar, gestionar y manifestar en su cuerpo la belleza y salud que desean. Un cuerpo podrá ser bello y sano pero, primero, tiene que ser libre.
El cuerpo es nuestro escaparate; la forma física con la que nos mostramos a los demás. También lo utilizamos como un lienzo. A través de él podemos contar lo que queramos al mundo. Este carácter expresivo no es nada nuevo. Desde hace siglos, muchas tribus se han servido de sus cuerpos para plasmar en ellos su cultura; como los miembros de la tribu Maorí de Nueva Zelanda con tatuajes que cubren todo su rostro como signo de identidad.
En algún momento de nuestras vidas, todos los seres humanos, de una forma u otra, modificamos nuestro cuerpo. Además de culturales, estas variaciones corporales pueden responder a motivos simbólicos, religiosos y estéticos. Desde pequeños cambios como el color de pelo o el uso de gafas hasta transformaciones como someterse a una cirugía plástica o tatuarse los ojos. Todas son modificaciones estéticas de nuestro escaparate que permiten la realidad de una sociedad plural.
En la variedad está el gusto
Salvo para los de “sota, caballo y rey”, como suele decirse: en la variedad está el gusto. Para todo. Si no existiese la posibilidad de modificar nuestro cuerpo, todos seríamos iguales y parecería, cuanto menos, un capítulo de Black Mirror.
Cada persona decide con qué se identifica: qué color de ojos, qué forma de nariz, qué talla de pecho, etc. Gracias a los avances de la ciencia, se puede modificar toda parte de nuestro cuerpo que consideremos en discordancia o, simplemente, que queramos mejorar. Muchos de estos cambios están sujetos a tratamientos estéticos o intervenciones quirúrgicas. Su consideración ha ido evolucionando desde algo deshonroso en sus inicios hasta ser algo cada vez más habitual. Aún así, todavía existe un estricto secretismo y ocultamiento de buena parte de las personas que se someten a estas prácticas por miedo a ser juzgadas. Sigue considerándose un tema “tabú”.
Cada uno elige qué quiere decir a través de su cuerpo. Por ejemplo, con los piercings o los tatuajes. La psicóloga Sheila Estévez Vallejo, en una entrevista para el diario ABC, enunciaba los dos motivos principales por los que una persona se hace un tatuaje: «uno de ellos es subrayar la propia identidad y el otro inmortalizar momentos, tanto los que fueron felices como aquellos que nos han dejado una herida psicológica». Todos conocemos a alguien a quien no puedes imaginar sin piercings o tatuajes. Esa estética forma parte de su esencia e identidad; le define.
Un movimiento en auge es el conocido como Body Modification. Este fenómeno consiste en la transformación extrema del cuerpo y va más allá de modas, tendencias o la búsqueda de la belleza. Ha pasado a ser un estilo de vida en el que la opinión propia y los gustos personales son los protagonistas. Algunos de los pertenecientes a esta corriente buscan diferenciarse con sus modificaciones estéticas y crear una identidad única, mientras que otros apuestan por plasmar en su cuerpo todo aquello que les gusta. Es una forma más de comunicación a través del cuerpo. Son apariencias físicas que rompen con los ya obsoletos cánones de belleza y promueven los cuerpos libres.

El equilibrio en la libertad
La belleza y la estética implican libertad. Cada individuo es libre de decidir qué hacer con su cuerpo de acuerdo con sus gustos personales, convicciones o ideologías, sin que por ello esté sujeto de discriminación en ningún ámbito público o privado. Así es como el Diccionario de la Real Academia Española define el derecho a la libertad estética. Aunque no existe una ley específica que lo regule, puede ser una forma de manifestar nuestro derecho a la libertad de expresión o la libertad ideológica. Un derecho del que todos deberíamos poder disfrutar con el único límite de no transgredir los derechos de otras personas ni atentar contra el orden público o las buenas costumbres.
Suena bien, pero ¿realmente todos nos sentimos libres de plasmar en nuestro cuerpo lo que queramos? Es algo utópico pensar que esto sea así de sencillo. Aunque la sociedad tiende hacia una mayor aceptación de las distintas manifestaciones del cuerpo humano, también nos encontramos en un momento en el que criticar al prójimo es una afición y las personas cada vez se toman más libertades para juzgar a los demás. En 2021, según datos del periódico El País, más de veinticinco millones de personas en el mundo se someten cada año a una cirugía o a un tratamiento estético. Aun así, estas modificaciones realizadas por “simple gusto” todavía no están normalizadas.
La sociedad actual debe aprender a educar la mirada, para que no se centre sólo en aquello externo y epidérmico, el cuerpo, sino en todo aquello que da identidad y sentido a la vida de una persona. Arriagada y Ortiz razonan esta idea en su artículo sobre ética y cirugía plástica, publicado en 2010.
Al margen de de los juicios sociales, algo está claro: la belleza está relacionada con la salud mental. Ya en 1997, la Dra. Abreu-de la Torre afirmaba en una revista sobre cirugía plástica que la concepción realista de la “belleza” es el estado armónico de equilibrio entre el “yo” físico y el “yo” psíquico. El desequilibrio se produce cuando existe una disconformidad o descontento con alguna parte del propio cuerpo. Entonces se plantea la posibilidad de someterse a modificaciones, siempre con el trasfondo psicológico de solucionar ese desequilibrio que, tal y como argumenta Paula Muñoz en su artículo, podría ocasionar en una persona problemas mayores de autoestima, ansiedad o depresión.
Las transformaciones estéticas pueden ayudar a mejorar el bienestar psicológico y la calidad de vida de quien se los realiza, pues no solo influye en la forma de pensar acerca de uno mismo sino también en el comportamiento hacia los demás y en la aceptación social. La Dra. Martínez-González, en su análisis publicado en 2014, aduce que las personas que modifican su físico contemplan cambios como la satisfacción con su apariencia, la reducción de la depresión o de la ansiedad, así como la mejora del bienestar emocional y de la autoconfianza.
De esto saben bastante quienes se ven obligados a someterse a modificaciones estéticas por nacer en un cuerpo del sexo que no les corresponde. En estos casos de disforia de género, los cambios realizados son capaces de devolver el sentido a su vida al llegar a ese estado de equilibrio entre el “yo” físico y el “yo” psíquico. Para realizarse una intervención estética es necesario ser mayor de 18 años, excepto en los cambios de sexo. La nueva ley trans que acaba de entrar en vigor este mes de marzo autoriza la solicitud del cambio de sexo desde los 16 años.
Cuerpos obsoletos
En la era de las Tecnologías de la Información y la Comunicación, las manifestaciones del cuerpo también se adaptan a sus avances. El performance australiano Stelarc es un buen ejemplo de ello. Centra gran parte de sus obras en ampliar las capacidades y la libertad del cuerpo humano y las enfoca en su concepto de que «el cuerpo humano está obsoleto». Utiliza su propio cuerpo como telón para exponer sus obras. Una de sus manifestaciones más reconocidas es su tercer oído. En 2007, Stelarc tenía una oreja adherida quirúrgicamente a su brazo izquierdo; siempre bajo el anhelo de convertirse en un escultor genético que reestructure el cuerpo humano integrando en él la robótica u otras tecnologías.

Ya desde antes se venía planteando esta línea de exposiciones sobre el cuerpo humano. Concretamente es destacable el Manifiesto Cíborg (1983) de Donna Haraway. El manifiesto es conocido por generar gran controversia con su propuesta de «erradicar el género» como noción y sus reflexiones sobre la idea de cíborg, en donde se concibe al ser contemporáneo como un ser fusionado-confundido entre humano y máquina, que es libre y no necesita de distinciones. En su ensayo, el concepto de cíborg es un rechazo a los límites rígidos, especialmente aquellos que separan lo «humano» de lo «animal» y lo «humano» de la «máquina». El pensamiento de Haraway puede resumirse como una creencia en que no existe distinción entre vida natural y máquinas artificiales hechas por el ser humano.
Todas las nuevas concepciones del cuerpo humano recalcan lo mismo: cualquier forma de manifestación es lícita. Cada persona es dueña de su cuerpo y libre de expresar, cambiar y hacer con él lo que desee. Educar la mirada de las personas sobre esta noción es el desafío de la estética. Para que se trate de una vez con naturalidad; porque los cuerpos son libres.