El día del disco y la lluvia
Susana Matondo//
Corría el año 2007, varios propietarios y empleados de tiendas de discos independientes en Estados Unidos decidieron que la cultura musical merecía un homenaje. Acordaron también que el poderoso símbolo de la industria, el disco, necesitaba un día en el que se reivindicara su valía, se incentivara su compra, y se apreciara su contribución a la historia. Así se concibió el Record Store Day, una conmemoración que se celebra en todo el mundo.
El Record Store Day es un día destinado a que se reúna la gente que conforma el microcosmos de las tiendas de discos, desde personal hasta artistas o clientes fieles. Este año, los embajadores oficiales del evento serán los mismos que lo conmemoraron en la primera edición, en 2008: el grupo californiano Metallica. Todo amante de la música debe estar al tanto de que el tercer sábado de abril, todos los años, la tienda o tiendas de discos de su ciudad pondrán a la venta ediciones discográficas exclusivas o promocionales —especialmente en vinilo—, efectuarán descuentos (incluso algunas se olvidan del IVA), organizarán encuentros con artistas locales y serán anfitrionas de actuaciones en directo.
Conviene avisar a los novatos de un par de cuestiones. Según la política del Record Store Day, no está permitido comprar dos copias del mismo disco, ni que este se reserve antes del día señalado. Por lo tanto, ¿cuál es el secreto? madruga y haz fila, o te quedarás sin tu preciado vinilo.
España es sólo uno de los veintiún países de los cinco continentes que participan anualmente en el RSD. México, Suecia, Nueva Zelanda, Israel o Japón, entre otros, se unen a la iniciativa sin importar lo distintiva que sea su cultura y lo exclusiva que sea su tradición musical. De las más de 70 tiendas españolas que participan, una de ellas es Linacero Discos, un referente de la música en Zaragoza desde hace décadas.
En Linacero, el RSD se celebra con cuidado, cariño y dedicación. Esa mañana había cola antes de que abriera la tienda; los melómanos madrugadores venían con un título en mente y no podían arriesgarse a que otro se lo llevara. Después del habitual flujo de compradores y mirones, —que se acercaban a curiosear las reediciones y los exclusivos descuentos— la mañana se coronó con el habitual intercambio y compraventa de vinilos perteneciente a las jornadas Vinilo&Vermú que la tienda organiza todos los sábados. Además, a partir del mediodía, Linacero se inunda de música pinchada en directo, exclusivamente de vinilos, en unas sesiones especiales y programadas, como si de un festival periódico se tratase. Como dice su anuncio radiofónico, es “el único vermut que se bebe con las orejas”.

Zaragoza huele a música y humedad
Aquellos idearios del Record Store Day no tuvieron en cuenta, probablemente, que en España tenemos el dicho “en abril aguas mil” cuando fijaron el evento para el tercer sábado del mes. Las actuaciones en las puertas de las tiendas de discos más independientes y alternativas son uno de los puntos fuertes del Record Store Day, pero este año los grupos aragoneses no se libraron de los retrasos y contratiempos del enemigo natural de los conciertos al aire libre: la lluvia.

Aunque amplificadores, cables, y agua no son una buena combinación, el Día del Disco logró salvarse poniendo a los músicos bajo cubierto. Era el turno de Tachenko, un grupo zaragozano que oscila entre el indie pop y el indie rock. Una agrupación que traía letras literarias y melodías armoniosas que un par de docenas de personas aguardaban escuchar bajo la lluvia. Más de uno, nos consta, acudía expresamente por Tachenko y no por celebrar alegremente el Día del Disco. Empezaron tarde, pero lo hicieron, y quisieron dedicar un guiño al temporal inaugurando la tarde con Hacia el huracán. Su estilo pop, curioso, indagador, aparentaba ser sencillo pero escondía debajo capas y capas de complejidad, de letras profundas, de las que hacen pensar (sobre todo, cuando hay lluvia). Confesaron haber tenido que pedir prestada una guitarra al grupo que venía después, Ultravioleta, por problemas técnicos, y el instrumento no tuvo ningún problema en acoplarse a unas manos desconocidas.

Una hilera de paraguas arremolinados esperaba a los mencionados: Ultravioleta, banda que se dio a conocer por asaltar el tranvía a las 7 de la mañana un día de octubre. Con su característica desenvoltura, no necesitaron nada más que una voz a juego con la guitarra y un músico multifunción que se alternaba, según conviniera, entre violín y percusión. Fascinaron al público, no sólo por su brillante ejecución sino por la fuerza de la voz del vocalista. En los conciertos en eléctrico todavía se lucen más, comentaban. Mencionaron algo sobre meter un piano de cola en sus actuaciones —imaginen el contraste— y consiguieron que más de uno, que “sólo pasaba” por la calle San Miguel, se quedara definitivamente a disfrutar del concierto. Para entonces, ya había más de medio centenar de espectadores, algunos de ellos impávidos ante el hecho de estar mojándose.
Los aplausos del final de la presentación de Ultravioleta empalmaron con los vítores que sirvieron de entrada para el terremoto siguiente. Apareció gente de la nada. Hagan paso; llegan los veteranos. Los curtidos componentes de la mítica banda de hard rock Pedro Botero se encontraron con la calle tomada por sus seguidores incluso antes de poder poner los instrumentos a punto. Dejó de llover. La guitarra, el bajo, el cajón, ¿están listos? Comenzamos. Los duchos dieron muestra de su experiencia, arrancaron los jaleos de un público excitado y tuvieron que hacer dos bises. No les dejaban irse. Para cuando ya anochecía, el cielo rompió de nuevo, tal vez retado por el nombre de la cuarta y última banda, The Fire Tornados. Tres hombres y tres guitarras; una acústica, una rítmica y una eléctrica fusionaban sus sonidos para encajar con el desgarro con el que se interpretaban las letras en inglés. El ocaso y las nubes oscuras no pudieron con los últimos cartuchos del día, ni minaron el propósito del grupo de hacer entrar en calor a los valientes que se quedaron a saborear su rock alternativo con tintes de soul.

En un obvio homenaje al Record Store Day, los discos, EPs y vinilos de los grupos que se lucieron en la puerta de Linacero y colapsaron la calle San Miguel se fueron vendiendo a lo largo de la tarde. El Record Store Day se cerró así por todo lo alto y en Zaragoza se demostró cómo la música empapa tanto como la lluvia, y tiene un aroma propio, húmedo, tal vez.
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