El Encanto de la Misión

Fernando Domínguez Pozos//

Es momento de volver al Otro México, al que Fernando Jordán bautizó como un lugar donde el tiempo parece detenerse, ya que la península de Baja California mantiene y tiene su propio ritmo, representado principalmente por sus carreteras de grandes extensiones, que por un lado invitan a no detenerse, pero por otro lado presentan tesoros muy propios de la región bajacaliforniana.

Precisamente la carretera número uno del país se encuentra en Baja California. Denominada como la Transpeninsular o Escénica, esta autopista recorre de manera paralela al Pacífico y su particularidad es otorgar al paseante una vista espectacular de acantilados, oleajes, dunas y la inmensidad de la ventana del mar. 

Playas de Tijuana, es el punto de origen de la escénica. Los automovilistas que por primera vez visitan Tijuana y comienzan su aventura hacia el sur, se sorprenden recurrentemente de la idea de que esta ciudad fronteriza cuenta con mar, tal vez, y sólo tal vez la construcción social de este municipio fronterizo de los años noventa en los medios nacionales, ha impedido resignificar en el imaginario colectivo la idea de que en Tijuana se encuentra una de las ciudades más modernas, diversas y pujantes de México, pero ya habrá tiempo de narrar historias de la vida tijuanense.

La caseta de Playas de Tijuana, es el inicio de la escénica, donde el estilo de casas californianas y la inmensidad del mar, reciben al espectador que ha de comenzar su travesía. Los kilómetros avanzan y en su andar va dejando atrás espacios de alto valor académico como el Colegio de la Frontera Norte, así como la fusión -casi- imperceptible de Playas de Tijuana con Rosarito, y el surgimiento de edificios antaños pero representativos como Rosarito Beach, hotel concurrido por turistas norteamericanos, y cuya entrada a la playa conecta con el muelle turístico de esta localidad.

El muelle turístico de Rosarito, recientemente reabierto al público, tienen una longitud de 200 metros, en los que pueden pasear turistas y locales, tomar una café o un helado, y disfrutar de una vista singular de estas playas, en las que embarcaciones de distintos países aguardan el ingreso a tierras norteamericanas, en una sigila espera entre un mar que no conoce de fronteras. 

La ruta continúa y el recorrido ofrece nuevas paradas, por lo que apenas 25 kilómetros más adelante la carretera toma una altitud envidiable para apreciar el Pacífico, por lo que el ejido de la Misión, y su costa acantilada es el lugar idóneo para encontrar un asiento y perderse en la inmensidad del mar.

En este punto aparece el encanto de la Misión, con restaurantes y espacios construidos con grandes piedras, barriles, muebles de madera y herrería que es propio de un nuevo tesoro bajacaliforniano. A orilla de uno de estos espacios, justo al filo del acantilado y en espera de todos y nadie a la vez, se encuentra un asiento en el que tal como afirmaba Jordán, el tiempo se detiene y el reloj de arena avanza más despacio, ya que esa silla espera a todo aquel que deseé presenciar el más bello atardecer, el trayecto de lobos marinos o simplemente desconectarse de la vida cotidiana que muchas veces nos impide detenernos a observar lo auténtico y bello de la naturaleza. 

El encanto es parte de cada uno de los detalles, colores y sensaciones que la Misión ofrece a visitantes, ya que mientras en una mesa de diez personas una joven norteamericana se enfunda un sombrero de mariachi, toma un tequila al tiempo que meseros y amigas le canta las mañanitas, en otro espacio una niña de nueve años grita asombrada “un lobo marino”, generando que propios y extraños giren al mar únicamente para admirar la belleza de ese animal que tímidamente se deja admirar. Mariposas, caballos de madera y una mecedora, son parte de los elementos que se encuentran en el camino llenos de encanto, pero al final todo es nuevamente el mar, el acantilado y esos colores que sólo el cielo bajacaliforniano ofrece, que son ciertamente un Encanto. 

El camino continúa hacia el Sur, y las rutas siguen ofreciendo espacios y asientos en los cuales detenerse, desprenderse de lo pesado y apreciar lo espectacular de los valles, desiertos y lo suave del mar del Pacífico. 

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