“El juez”, una oda a las relaciones personales

Montse Rodrigo Artigas//

La muerte inesperada de su madre obliga a Hank a regresar unos días a su hogar, en Indiana, pero un nuevo caso de homicidio que incrimina a su padre, el juez, como principal sospechoso de asesinato por atropello le obliga a alargar su estancia; una decisión que le llevará a recuperar el contacto perdido con todos aquellos que formaron parte de su pasado.

Ironía, humor inteligente y una mente brillante: ese es el Sherlock Holmes encarnado por Robert Downey Jr. quien, en esta ocasión, se despoja de su papel de detective para meterse en la piel del abogado Hank Palmer. Tras varios años sin contacto alguno, el protagonista se reencuentra forzadamente con su padre, el juez Joseph Palmer, al que da vida el octogenario Robert Duvall en un filme dirigido por el estadounidense David Dobkin y que junta por primera vez en un reparto a ambos actores. La celebración de un juicio en el que se determina la culpabilidad o la inocencia de J. Palmer se prolonga durante casi media hora de película, intercalándose con otras escenas en las que las relaciones personales se convierten en protagonistas, relegando el juicio a un plano secundario. Las historias de la vida y las vidas de la historia conmueven a un espectador que empatiza en casi todo momento con las diferentes situaciones que nutren la trama del filme.

El amor como motor de cambio

La reconciliación entre padre e hijo se convierte en el epicentro del filme, y el estrechamiento de su relación, marcado por la decisión de Hank de tomar las riendas en defensa de su padre, se vislumbra en momentos críticos en los que la capacidad humana de las personas se coloca por encima del orgullo y el egoísmo. Los años perdidos de relación caen en el olvido para ver resurgir la esencia de la relación padre-hijo a través de recuerdos de infancia. Recuerdos como una escapada en barco que les adentra en una aventura pesquera en la que el mundo se reduce únicamente a ellos dos. Recuerdos grabados en cintas de vídeo y que trasladan a Hank a su niñez: aquella época de inocencia fascinante, de “no crezcas: es una trampa”, en la que la ignorancia nubla los problemas y las preocupaciones de los adultos que han olvidado a Peter Pan. Recuerdos compartidos con sus dos hermanos: el menor, que sufre discapacidad mental; y el mayor, cuyo sueño de alcanzar la cima como jugador de beisbol se vio truncado tras un accidente de coche que le obligó a abandonar tempranamente este deporte. El juez nunca tuvo palabras bonitas para un hijo “rebelde y tirano” al que envió a un reformatorio durante su adolescencia y del que, según Hank, nunca estuvo orgulloso, ni siquiera tras haber terminado el primero de su promoción en la carrera de Derecho. Sin embargo, el sentimiento de infravaloración respecto a sus hermanos y los celos desaparecen cuando Joseph Palmer abre su corazón y se sincera ante su hijo afirmando: “Eres tú. Tú eres el mejor abogado”.

El Juez
Una de las escenas de la película. Fuente: thewire.com

Y es el amor incondicional entre padres e hijos el que se refleja también en el llanto desconsolado de una madre que acaba de perder a su hijo. Su hijo, presuntamente asesinado por Joseph Palmer, quien le había impuesto la condena de treinta años de cárcel por haber ahogado sin piedad a una chica de dieciséis años en un lago. Son esas lágrimas las que muestran la tristeza y la ira que sufre una madre ante la pérdida de un hijo que, a pesar de haber quitado la vida a otras personas, sigue siendo parte de su vida.

El amor de pareja es otro de los elementos fundamentales de la película. El reencuentro con un amor del pasado, un amor de juventud, un primer amor, un primer beso, una primera vez. Un romance prematuro que marcó un antes y un después en la vida de Hank y que ahora reaparece con la misma intensidad –o incluso mayor- para recordarle que, por mucho tiempo que pase, hay sentimientos que nunca se desgastan. Una segunda oportunidad al amor que, tras un divorcio tortuoso, le brinda la posibilidad de escribir un principio diferente para su historia, evitando cometer los mismos errores e intentando convertir el pasado en presente -y en futuro- con la persona adecuada en el momento oportuno.  Una relación que ayuda a Hank a olvidar por momentos la grave enfermedad que padece su padre y que, junto con el alzhéimer, tantas vidas está truncando en pleno siglo XXI: el cáncer. Y es precisamente esto lo que rompe el distanciamiento entre ellos y reconstruye una relación inestable que pendía de un fino hilo, creando una dependencia recíproca y una cercanía extrema entre ambos personajes. El miedo y el desconcierto que en un principio invadían a Hank desaparecen para ver resurgir la valentía, la lucha y la fortaleza necesarias para afrontar una enfermedad como esta.

El poder de las raíces

Un plano americano de Hank mirando absorto al sillón que su padre había ocupado como juez durante cuarenta y dos años concentra la atención del público en los últimos cinco minutos de película. Con un suave toque en la parte superior de la butaca, esta empieza a girar sobre sí misma hasta pararse en seco justo enfrente de él, como si ambos se desafiaran en un cara a cara. En la escena final, Hank aparece tomando una copa en un bar con sus dos hermanos cuando decide repentinamente salir a la calle en busca de un soplo de aire fresco que exhalar. Y no duda en ningún momento de sus raíces al proclamar entre gritos –que se superponen sobre la melodía de Tim Myers, “Hills to climb”- que su sitio en el mundo se encuentra allí: en el lugar que le vio nacer y crecer, el lugar donde se crió, el lugar donde conoció a su primer amor y el lugar que, después de tantos años, ha pasado de ser desconocido a ser familiar. El amor como nexo de unión de toda la trama es el encargado de generar el vínculo tan fuerte y directo entre el espectador y cada una de las historias con las que se siente identificado. No faltan las lágrimas sobre las mejillas de casi todo aquel que deja la sala de cine detrás de él, y tampoco las reflexiones personales posteriores. Un extraordinario trabajo de dos grandes e impecables actores, Robert Duvall y Robert Downey Jr., que logran conmover al público y hacerle valorar las historias y las situaciones que le rodean.

 “El juez” es una metáfora de la vida en la que a veces eres tú el acusado y otras el que acusa, a veces interpretas el papel de un juez sentenciador, del  jurado que decide entre culpable o inocente, del testigo que reproduce los hechos bajo su mirada subjetiva o del acusado que espera justicia. Pero al final, detrás de cada papel, se encuentran personas con historias. Un filme que demuestra que el amor es la única fuerza que ayuda a desplazar y a romper las barreras físicas y morales de las personas.

el juez
Hank montando en bicicleta. Fuente: thewire.com

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *