Juan Eduardo Esnáider, el loco que pudo reinar
Real Madrid, Atlético o Juventus de Turín. Tres equipos en los que Juan Eduardo Esnáider pudo triunfar. Sin embargo, fue en Zaragoza, bajo la luz de la Romareda, donde este argentino excepcional consiguió arañar cachitos de buen fútbol y de felicidad.
Su cara de loco. En los pósteres, en las portadas de los periódicos, en las carpetas de las adolescentes, en la celebración de los goles. Esa es la imagen que me sacude siempre la mente cada vez que recuerdo a Juan Eduardo Esnáider. Un tipo guapo, alto, de ojos azules y del que solo guardé en el cajón de los recuerdos su cara de loco como flash de presentación.
Afortunadamente, el destello sólo dura unas centésimas de segundo. Luego ya se amontonan en mi cabeza sus goles, su carácter de tipo duro, el 9 siempre en la camiseta. O una radio a punto de estallar en casa de mi abuela a través de la voz rota del locutor. En la temporada 93/94 Esnáider era un joven marplatense de 20 años que quería demostrarle al Real Madrid que podía jugar en primera división. Yo, en cambio, únicamente tenía 9 y mi mayor preocupación era que la profe de mates, Asun, me devolviera el rejoj-calculadora que me había requisado la semana anterior. Eso sí, el 6-3 al “Dream Team” de Cruyff en la Romareda, con dos tantos de Esnáider, ayudaron bastante a templar mi desasosiego. Y los cuatro al Madrid y al Atleti. Y la Copa que le ganamos al Celta en el Calderón. Eso sí, al final de curso, ni rastro de mi reloj-calculadora.
El locutor de la voz rota era Gaspar Rosety un año después, cantando el gol de “Gardel” –así apodaba a Esnáider- en la final de París. Y es que parece que ya nadie recuerda aquella explosión con detonador que nos abrió paso a modo de avanzadilla en la batalla contra los ingleses. Un disparo desde fuera del área que recogió la red con toda la ternura del mundo bajo la mirada impasible de Seaman, el portero del Arsenal. Y su celebración enajenada del tanto, con su cara de loco, sin dejarse abrazar por Loreto para poder disfrutar en solitario de aquel momento de película de David Lean.
Después de aquello, Esnáider regresó al Real Madrid para confirmarse a sí mismo que podía triunfar en Chamartín. Y fracasó de nuevo. Y lo intentó también en el Atlético de Madrid y en la Juventus. Pero nada.
Y fue en el año 2001, cuando yo tenía 16 años y él 27, cuando regresó por Navidad al Zaragoza para ayudar al equipo a quedarse en Primera. Y fue con esa edad cuando vi por primera vez su cara de loco en la Romareda, justo tras marcar el gol de la victoria frente a Las Palmas. Y la volvería a ver muchas tardes más ese año, siempre desde el fondo norte, siempre asombrado de su clase y de su descaro.
El otro recuerdo de Esnáider, el turbio y vaporoso, está junto a mi reloj-calculadora: guardado en algún cajón oscuro y sin pretensiones de ver la luz. Prefiero su locura, su éxtasis, su firma original e inolvidable a ras de césped. Me quedo, claro, con la melodía de los tangos de Gardel bailados en persona.
*Diego Manzanares es autor del blog de relatos Cuentos Maradonianos