Javier Sinay, encontrar respuestas tras un charco de sangre
Kiko J. Sánchez//
Javier Sinay (Buenos Aires, 1980) es uno de los periodistas más importantes de Argentina. Autor de los libros Sangre Joven y Los crímenes de Moisés Ville y premio al Mejor texto de la FNPI por Rápido, furioso y muerto, ha hecho del crimen la materia perfecta para disolver interrogantes sobre la conducta humana y los fenómenos sociales. Hablamos con él durante su visita al Festival de Novela Policíaca de Getafe.
Javier Sinay lleva apenas unas horas en España. Un avión le ha traído de la primavera bonaerense al otoño de Getafe. Y desde la ventana de su hotel sólo ve un paisaje de viviendas aburridas y un sol que no se anima a salir. Es uno de los participantes en la IX edición del Getafe Negro, que tiene a su país, Argentina, como invitado especial y protagonista. Durante dos semanas, en esta localidad industrial al sur de Madrid se hablará de cine, literatura y periodismo con letras de sangre y acento argentino. Sinay participa, junto a otros periodistas y escritores, en dos charlas sobre la literatura policial en Latinoamérica y Argentina y un coloquio tras la proyección de la película Garage Olimpo. Pero ahora, con el jet lag y el cambio de temperatura amenazándole, se debate entre perderse por el centro de Madrid o atender a sus compromisos pendientes. Se ha traído en la maleta una historia de oscuridades en la gestión del desarme en su país y las vidas de unos menonitas que echan raíces en San Luis. Al final, los menonitas se imponen y quedamos para hablar en una cafetería de Getafe.
— En Argentina, como se ve en el festival, hay mucha tradición del género negro, ¿a qué crees que se debe?
— Me parece que la sociedad argentina se siente defraudada con el sistema judicial. Por eso hay muchas respuestas sublimadas. Respuestas que son dadas con otros discursos como el cine o la literatura. También grandes casos que quedan impunes son retomados por esos discursos, con mayor libertad que desde la no-ficción pura.
—¿Por qué esa desafección con la justicia?
—Es contradictorio, pero a veces porque no responde con la severidad que el común de la gente quisiera. Influye también la opinión de los medios, sin duda. Siempre se quejan de que los jueces tienen la mano blanda o dejan libre a acusados de crímenes graves. En mi opinión, las leyes en Argentina son bastante correctas. No por duras, sino por inteligentes; por modernas. Pero hay un desfasaje entre las leyes y el poder judicial.
El tema de la inseguridad, por ejemplo, como preocupación de la sociedad, frecuentemente aparece entre los primeros puestos de las encuestas; siempre son inflación, desocupación e inseguridad. En mi opinión, como ciudadano, Argentina no es un país peligroso, no existe esa sensación de inseguridad. Es una exageración. Argentina tiene un índice de criminalidad muy bajo comparado con Colombia, Brasil, Honduras… Pero, detrás de eso, hay intereses de los sectores más duros, más conservadores y relacionados con las políticas de seguridad, que piden más presupuesto para las fuerzas de seguridad y fogonean ese discurso. Un abogado, Esteban Rodriguez Alsueta, que escribe sobre la delincuencia desde un lugar muy progresista, habla de la «vecinocracia»: algo así como el poder del vecino quejoso, ignorante, exagerado…, un ciudadano mediocre que se asusta y consume el discurso del miedo que le da la televisión, que a su vez lo ofrece porque genera rating. Es como un circulo vicioso: los medios se lo dan y el ciudadano mediocre se asusta. Y entonces, estos sectores, -nada ingenuos-, fogoneros de las políticas de seguridad, se nutren y alimentan de todo eso.
—¿El rating manda?
—¡El rating manda!. Y es un sistema muy crudo, muy cruel, porque uno podría preguntarle al dueño de un medio, de un canal de noticias, por qué usted elige poner noticias de sangre todo el tiempo, y él te diría: porque me da rating; pero ¡usted tiene una responsabilidad social al ser dueño de un canal de noticias!, y él podría decir: si no tengo audiencia no me ponen avisos los anunciantes y tengo que cerrar mi canal. En algún punto, que yo no puedo ver porque no soy experto en macropolíticas mediáticas, falta una mano reguladora del estado. Porque si no es la jungla. Una bola imparable: el dueño del canal tiene razón, los anunciantes son libres de decidir dónde van a pautar y eligen hacerlo donde da más rating. Y, entonces, lo que termina generándose es ese ruido basura, morboso.
— ¿Es el periodismo narrativo un antídoto contra ese «ruido basura»?
— Frente a eso, el periodismo más reposado, la crónica negra digamos, puede contribuir, sí. Porque lo que trata todo el tiempo es de dar sentido; intenta explicar esos sucesos con más tiempo que el que dan la televisión y los diarios en sus noticias breves. Intenta contar por qué pasa, qué hacen los diferentes aparatos del estado frente a ello, busca contextualizar el fenómeno… Hace unos días asesinaron a una chica de 16 años en Argentina de una manera aberrante: la llevaron a un lugar, la drogaron mucho -muchísimo- con marihuana y cocaína, la violaron y después la empalaron, o sea, le metieron un palo en la vagina. Y así murió, según el dictamen de los forenses. Después la lavaron, la vistieron, y la dejaron en un hospital diciendo que había muerto por sobredosis. Entonces, una chica en Facebook decía que estaba harta de que repitan una y otra vez en los medios las aberraciones que le hicieron a esta chica, pero nunca digan que cada 30 horas se mata a una mujer en el país. Y tenía razón.
Eso tiene que ver también con el rating, porque las personas prestamos más atención a las historias de otras personas que a los datos fríos de la estadística. Y hay algo ahí de explicación resignada de por qué consumimos historias morbosas, y es porque son cosas que nos afectan como seres humanos, que no podemos creer que a otro ser humano le esté pasando algo así. Creo que por eso se da el morbo, que no creo que sea una mala palabra, o al menos no es algo que se pueda evitar, es un condimento de algo más grande. El problema viene cuando está solo. Pero si a todas esas aberraciones le añadimos los demás elementos que ubican ese caso en un sentido de tiempo y espacio más amplio, nos sirve para encontrar una explicación para entender por qué pasa eso a nivel social, humano, psicológico, institucional… El morbo va a seguir estando pero va a ser algo muy pequeño al lado de todo lo demás.
Las crónicas de Javier Sinay nacen de ese «todo lo demás». La curiosidad -dice- le mueve hacia el crimen. Tras el estallido de la noticia, con la cobertura apresurada del hecho y la sangre del finado aún caliente, empiezan a surgir las preguntas. Detrás de la verdad aparente y la respuesta sencilla busca encontrar una respuesta mayor. «A mí lo que me interesa es tener un punto de vista humanista de las historias. Poner el foco en las cuestiones de la esencia humana que se juegan en estas historias. Qué elementos de nuestra sociedad entran en juego ahí». Partiendo de esa idea escribió Sangre joven (Premio Rodolfo Walsh en la Semana Negra de Gijón en 2010) y Los crímenes de Moisés Ville. Dos libros en los que trata de responder a la duda de por qué se matan los jóvenes, y con ello trazar un retrato de una generación, y relatar la historia de Moisés Ville, una comunidad judía en Argentina, tras descubrir un artículo de su bisabuelo en el que narraba veintidós crímenes de gauchos criollos contra colonos judíos.
— Entonces, ¿qué debe tener una buena crónica policial?
— La mayor cantidad de explicaciones posibles, en diferentes niveles: explicación humana, psicológica, sociológica, histórica… Tiene que ser todo real, hay que tratar de corroborar qué fue todo lo que pasó en esa historia. Tiene que haber también un interés para que el relato sea atrapante, interesante. No alcanza solo con investigar o pensar, también hay que tratar de hacerlo emocionante para que capte la atención del lector. Julio Villanueva Chang, editor de Etiqueta Negra, una vez en un taller dijo: «sos periodista en Honduras, El Salvador, o cualquier país violento, hacés una buena nota, te pasan el dato de un vecino amenazado, con ese dato descubrís una red de tráfico de armas, crímenes…, lo escribís, lo publicás, arriesgás la vida de tus fuentes y nadie te lee porque no lo escribes de una manera emocionante”. Es fundamental escribirlo bien. También hay que tener cierta responsabilidad humana en lo que escribes. Una gran lección, cuando escribí para el libro Sangre Joven la historia de un chico que había sido asesinado, me la dio su padre. Él estaba medio enojado porque yo había ido a preguntarle. Pero me había recibido, y le dije «bueno, usted me ha recibido, cómo cree que tengo que hacer mi trabajo», y él me dijo: «cuando escribas piensa que mi hijo te está viendo desde el cielo». Me impactó mucho. Porque a veces no pensás que al final estás escribiendo sobre gente real. Y tenemos que pensarlo, ser conscientes que la materia con la que trabajamos son vidas reales.
— Y ¿cuáles son los límites?
— Un límite es mentir, que es un límite clásico pero hay que seguir diciéndolo. Otro límite es la soberbia del que escribe, no se puede contar la vida del prójimo -de otro ser humano- juzgándolo. Y, volviendo al morbo y los detalles aberrantes: si hay morbo tiene que estar complementado con tratar de buscar sentidos. Para evitar el pensamiento simple y el pensamiento pobre hay que dotar las notas de sentido, de explicaciones, de datos, de relatos y más elementos de la historia. Un límite entonces sería la negligencia de quedarse en el morbo a propósito.
— ¿Qué te lleva a escribir sobre crímenes?
— Los crímenes me generan mucha curiosidad sobre la esencia humana. Son gente que llevada al límite hace cosas. Las puede hacer por venganza, codicia, justicia… En ese mismo caso del padre del chico muerto, el pibe estaba al frente del aula disparando contra sus compañeros y uno se le arrojó encima para sacarle el arma, ahí hay alguien que está haciendo algo heroico también. Todo son personas al límite. Eso me da curiosidad.
— Y esa curiosidad también se advierte en los detalles, tus crónicas son muy minuciosas
— A veces llego al extremo de preguntar tonterías. De repente tengo a alguien hablándome de alguien al que asesinaron y le digo: «Pero ese día desayunó ¿con leche o sin leche?» Y muchas veces me disculpo diciéndoles que es una pregunta que necesito para contar la historia con perfecto detalle. Yo creo que las historias cobran tridimensionalidad gracias a los detalles. Cuando uno escribe de crímenes, la gente los conoce, salen en los diarios. ¿Dónde podemos entonces diferenciarnos y ganar? En los detalles, en lo que no se contó.
— Últimamente has escrito sobre feminicidios como el de Montañita o, por ejemplo, violencia contra travestís, ¿qué temas crees que le quedan por tratar a la crónica policial argentina?
— Los crímenes de travestís es uno de lo temas que falta por tratar, porque hay muchos y no hay grandes textos sobre el tema. Quedan en la noticia del día. Otro tema es la marginalidad, que a veces está contada de un modo muy naif. Los relatos de crímenes en ámbitos marginales a veces se dejan pasar; faltaría un relato de una marginalidad malvada me parece. Lo digo luego de leer algunas notas que hace un amigo, que se llama Federico Fahsbender, que son abrumadoras por la cantidad de maldad que hay en los protagonistas de esas historias casi teatrales. Siempre tendemos a tratar de encontrar al personaje bueno, por un deseo propio de pensar que no todo está tan podrido. Falta alguna gran nota o algún libro que cuente lo peor del ser humano. Hay una deuda pendiente también que es la de contar las miserias de los ricos. Yo fracasé en eso cuando escribí sobre el crimen de Lucila Frend y Solange Grabenheimer, y fracasé porque la familia de la acusada se cerró mucho. Algo que pasa en general con la gente de poder adquisitivo alto, que tiene una dimensión de lo privado diferente o más restrictiva.
— Es difícil acceder justo a los dos extremos, parece.
— Puede ser. Así como es difícil meterse a hacer una crónica de un caso sobre un rico también lo es ir a lo mas denso y peligrosos de un barrio humilde. Tampoco es tan fácil hablar con gente que no quiere hablar y que vive en un entorno complicado y represivo. Ambas son como zonas de la sociedad rodeadas de alambre de púas, son dos extremos donde es difícil acceder. Y puede haber también algo de resignación ideológica, pero allí hay historias que son increíbles. El otro día leía el caso de un chico de 17 años en un barrio pobre que estaba en silla de ruedas porque le habían pegado un tiro en un ajuste de cuentas y luego había ordenado matar a un tipo. Te da a pensar qué pasa ahí, qué está pasando en ese espacio de la sociedad. Esas son las historias de las que no hay tanto relato, historias muy oscuras y muy ajenas a los brazos del estado. Es como que el estado no llegó allí.
Dos años atrás, en una cafetería del barrio de Once, en Buenos Aires, Sinay respiraba satisfecho con un ejemplar recién salido de imprenta de la revista Rolling Stone en la mano. Atrás dejaba ocho meses de investigación y una crónica que sería crucial para los cambios que marcan su presente: ´Rápido, furioso y muerto´. La historia de Axel Lucero, un muchacho de La Plata fanático de las motos que fue asesinado al intentar robar a un policía de paisano: “Había algo como de la película Rápido y furioso, pero en versión precaria y sudamericana”. Esa nota resultó elegida Mejor Texto por la FNPI en los Premio García Márquez de Periodismo de 2015.
— Con Rápido, furioso y muerto, además del García Márquez, lograste que se armara un debate sobre el tema en el país. ¿Objetivo cumplido?
— Cuando ganamos el premio, esa nota se volvió a publicar en el diario La Nación. Pero el debate sobre el uso de armas en policías fuera de servicio y el exceso en la legítima defensa fue más por el premio que por la nota. Que se hable de un tema gracias a una investigación, que se forme un debate, ya debería ser suficiente para un periodista. Al final, uno escribe para opinar algo en voz alta. El foro, que en un tiempo era la plaza pública, ahora son los medios; entonces uno levanta la mano y dice: “yo tengo algo para decir”. Que luego se cree un debate público, que ocurra algo, con la cantidad de oferta informativa que hay, es un milagro.
— Entonces, si los trabajos periodísticos potentes logran esa repercusión, ¿por qué no se publican apenas en los diarios?
— Al final, cuando la nota salió, no se le dio mucha difusión. Después, tras el premio, sí le dieron dos páginas grandes en La Nación. Ese tipo de notas las pueden publicar revistas como Rolling Stone o Anfibia. Luego están todos los medios alternativos e independientes. El problema, al final, es económico. Por ejemplo, esta nota tuvo muchos gastos en autos, creo que junte los tiques y nunca los pasé, pero eran algo así como 1500 pesos. Los medios alternativos no puede poner esa plata y los grandes tampoco. Estos últimos quizá sí, pero te van a poner mala cara porque siempre están recortando gastos. Entonces, el problema es que muchas de estas investigaciones son vocacionales y dependen de la voluntad del periodista. De su pasión. Es una paradoja, porque los medios finalmente terminan interesados en esas historias, no se niegan a publicarlas, al final lo hacen, aunque no las empujen demasiado. Hay cierta contradicción que tiene mucho que ver con la crisis económica de los medios, porque 20 años atrás sí las financiaban.
— ¿Cuál es la situación del periodismo en Argentina tras el cambio de gobierno?
— Por un lado, los medios grandes proclaman una época dorada de la libertad de prensa. Dicen que el gobierno kirchnerista los asfixiaba cortándoles la publicidad oficial, que, dicen, era una manera de manejarlos, y hacía una política de guerra discursiva e incluso hostigamiento judicial. Por otro lado, todos los medios que eran contrarios ideológicamente, apoyados por el gobierno anterior, no existen más. Así, durante el kirchnerismo había un equilibrio en los medios bastante alto y ahora quedaron solo los próximos al gobierno actual.
Tras el premio de Rápido, furioso y muerto, Javier Sinay, que creía que el ciclo en Rolling Stone había finalizado y tenía ganas de dejar su despacho de editor para salir a cazar historias, viajó a México. En el viaje a ese país, cuyo periodismo y literatura siempre había admirado, encontró un puesto vacante de corresponsal en El Universal. Desde allí, entre otras historias, pudo contar el impeachment que acabó con el gobierno de Dilma Rouseff en Brasil o la otra cara de las Olimpiadas de 2016. También se animó a reflexionar sobre la dictadura argentina y sus consecuencias. Un tema que no se sentía preparado a abordar hasta que Leila Guerriero le encargó un perfil sobre uno de los capos del centro clandestino de detención y exterminio de la ESMA para su libro Los malos.
— Has escrito algunos artículos sobre la dictadura argentina, un tema que decías que te costaba tratar.
— Hace poco me invitaron a la ESMA, la antigua Escuela de Mecánica de la Armada, que ahora es un Espacio de Memoria que organiza los últimos sábados de cada mes una visita guiada con 2 o 3 invitados destacados y un periodista que cubre la visita. Yo fui en junio a cubrir el día que iban Vera Harcha, que es una madre de Plaza de Mayo, y Sebastián Rosenfel, un hombre de 38 años que nació dentro de la ESMA y su madre está desaparecida. Para mí fue bastante estremecedor, porque Vera Harach es la mamá de Franca Jarach, una chica que fue secuestrada y asesinada cuando tenía 18 años. Era una chica con un rostro muy puro, y bellamente adolescente o muy adolescentemente bello: cara redondita, ojos muy azules, una sonrisa muy linda… La cara de ella con su historia está en un cartel dentro de la ESMA, junto al de otros desaparecidos, y siempre me conmovió ver a esa chica tan angelical en medio de todo eso. Además, estudió en el mismo colegio que yo y recordaba su historia.
Escribí un poco sobre la historia de esta chica, pero lo hice sin la ingenuidad con la que lo hubiera hecho si no hubiera escrito el perfil del Tigre Acosta. Porque ese trabajo me permitió ver todos los grises que había dentro de los militares, todas las divisiones y las peleas internas. Una historia compleja, bestial pero compleja. Si no hubiera investigado una historia del lado de los militares me habría quedado solo con el relato del lado de las víctimas sobre los desaparecidos. Pero pude escribir sobre una víctima que me tocaba un poco, de lejos pero me tocaba, y lo pude hacer sin una mirada tan naif.
— En ese perfil no pudiste acceder a Acosta pero sí a otros militares. ¿Encontraste lo que buscabas?
— Hay complicidades y también pactos de silencio, que tampoco nos permiten conocer todo. Cuando uno va a entrevistar tres veces a una de esas personas, la primera vez, haya ocupado el lugar que haya ocupado, responde a todo. Luego solo algunas cosas y la tercera vez ya se piensa mucho lo que va a decir. Eso hizo que tuviera la impresión de que hay cosas que no se cuentan. Todo el tiempo hay complejidades y entramados que te dejan con la impresión de estar viendo solo la punta del iceberg, y que, por más que trates de bucear, no podés ver la parte de abajo.
En Los crímenes de Moises Ville —una especie de road movie de viaje a las raíces con el crimen como detonante— Sinay se encontró con su identidad judía, pero también americana. «Cuando investigué cómo mi familia llegó desde Europa a la Argentina vi que mi familia venía de lo que hoy es Bielorrusia, donde no lo pasaron demasiado bien, y acá nunca tuvieron problemas grandes. Latinoamérica, al final, se formó con esas historias repetidas millones de veces y empecé a valorar eso: esa mezcla y ese dinamismo que la hacen muy rica a nivel cultural». Ahora, junto al periodista mexicano Jordi Meléndez, dirige, en el sitio web Distintas Latitudes, #SomosNosotros, una serie de «perfiles muy breves de gente que vive en el continente que busca retratar algún tipo de esencia Latinoamérica».
— ¿Por qué te hiciste periodista?
— Me llevaron al periodismo un conjunto de cosas que me gustaban: me gustaba escribir, me gustaba conocer lugares nuevos, salir de mi casa y tener cada día una historia diferente que contar. Y en los primeros años de trabajo me di cuenta de que podía ser testigo de primera mano de cosas importantes y preguntar lo que yo quería a los protagonistas. Un poco por saciar la curiosidad y cambiar todo el tiempo de historias y de mundos.
Hoy, desde las páginas de un diario mexicano, Sinay cuenta esos hechos importantes desde su particular mirada de reportero curioso en busca de un detalle que esconda un significado mayor. Aunque —dice entre risas— “a mí lo que más me gusta es el periodismo del crimen, si por mi fuera solo escribiría sobre crímenes”. Como el criminal, que siempre vuelve a la escena del crimen, el periodista policial siempre espera un interrogante a resolver tras un charco de sangre.
Autor:
![]() |
![]() Me encantaría que en mi DNI pusiera que nací en Utopía. Pero caí en el continente equivocado y además ese país aún no existe. Quizá por eso me interesan las pequeñas victorias de los que siempre pierden y las historias más curiosas que suceden en el planeta. Aquí trataré de contarlas, para que otros las conozcan y por el hecho egoísta de descubrirlas. A veces también dibujo personajes deformes y tristes que pretenden ser graciosos.
|