Un encuentro con Kate Bolick: la deconstrucción de la solterona

Belén Remacha//

Solterona no es una novela, tampoco un libro de autoayuda. Es una suerte de autobiografía, de reflexión, de construcción de la vida propia; tal vez de una generación. Estuvimos en un encuentro entre la autora, Kate Bolick, y las lectoras en Madrid

El verano está a punto de comenzar en La Latina y el barrio, como todo Madrid, ebulle. Entre el barullo, como siempre, la calma de la Librería Mujeres y Compañía.

En realidad, llamar librería a Mujeres y Compañía es quedarse algo escueto. Forma parte del circuito de templos literarios de la ciudad, lugares donde no solo se venden libros, sino que se acoge al lector y al escritor. Aquí, las libreras conocen, devoran, seleccionan y recomiendan. Pasa lo mismo en otros puntos de la ruta como Traficantes de Sueños o Tipos Infames. En Mujeres y Compañía, eso sí, en el saco de escritores solo caben ellas. Y siempre han de pasar por un filtro feminista.

Esta tarde de mayo la huésped es Kate Bolick. La escritora de Massachusetts se ha pasado muchos días en España para presentar Solterona, el libro que poco después se convertiría en uno de los del año. Nació de un artículo publicado en The Atlantic, All the singles ladies, escrito tras muchas decepciones –¿decepciones?– sentimentales, con cierta perspectiva vital, años después de mudarse a Nueva York. Y reposada ya la decisión que más le ha marcado: jamás iba a depender de un hombre.

Solterona no es una novela, tampoco un libro de autoayuda. Es una suerte de autobiografía, de reflexión, de construcción de la vida propia; tal vez de una generación. No obstante, en 2013, echando un ojo a las estadísticas que ella misma cita, 105 millones de adultos en Estados Unidos no se habían casado jamás; el 53%, mujeres. En base a ello, una tesis: su vida sentimental no era, ni mucho menos, un fracaso; sólo un elemento más del nuevo sistema al que sociólogos, publicistas y políticos han de acostumbrarse cuanto antes.

Como todo en Mujeres y Compañía, la presentación del libro no es unidireccional. Pronto se convierte en un intercambio de impresiones, en una reunión de amigas, en un rato de confidencias. Hace eco el “a mí también me ha pasado”, que tantos vínculos crea. Una de las cosas en las que las asistentes coinciden en comentarle a Bolick es en lo que llama la atención el título de la novela a todo su alrededor.

“Le he dicho a mis compañeros de trabajo, todos informáticos, que venía a la presentación de Solterona. Y se han reído”, dice una asistente entre el reducido público, también conformado en exclusiva por mujeres. Ese título, en español, fue un riesgo editorial, cuenta su editora –que esta tarde ejerce las veces de traductora–: “Es irónico, es un juego. Si reaccionas mal, significa que te lo tienes que leer”.

Solteronas somos todas

“Solterona no lo escribí pensando sólo en la mujer soltera. Solterona es para toda aquella persona que busca su espacio individual en la vida”, explica Bolick por enésima vez.

En la novela describe su principal afición, aquella que es difícil que le dé de comer: investigar biografías de escritoras muertas olvidadas hace más de cien años, en las que se refleja y a partir de las que construye su experiencia. No obstante, varias de las mujeres se casaron. Pero todas tienen en común que no construyeron su vida alrededor de un hombre, tuvieran o no marido. Todas representan el concepto de solterona del que Bolick y todas las que se han empapado de sus páginas quieren ahora apropiarse.

La conversación vira pronto en otra de las mujeres clave en la vida de la articulista: su madre. Su muerte tiene tanto peso en su libro como en su propio relato personal. Era una de esas amas de casa de los 70, tal y como describe, “feminista pero no activista radical. Una madre de familia que creía en la igualdad de la mujer a todos los efectos pero que vivía en un pueblo pequeño de la América profunda”.

Esa idea cambió cuando descubrió una serie de artículos datados precisamente en la década de los 70 en los que, a nivel local, su madre y otras mujeres se habían deshecho de un tabú: el cáncer de mama. Por aquel entonces, por muy raro que les suene a nuestras mentes millennials, esa enfermedad era vista como algo que esconder: “Se trataba desde la vergüenza. No había reconocimiento, no se hablaba de los síntomas, ni de la prevención”.

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Una tarde de los noventa, en un cajón, descubrió las revistas que su madre, junto a otras mujeres, habían escrito y difundido sobre el tema. Habían pasado unos cuantos años desde que las había perdido y sintió “que mi madre me seguía cuidando desde el más allá”.

Cuándo, con quién, cuántos

La primera sentencia del libro es de las que derriban cimientos. La vida de toda mujer está definida por dos preguntas: cuándo te vas a casar y con quién. Aun en el caso de que la respuesta sea “nunca y nadie”. Tomar esa decisión ya supone una declaración de principios, una sentencia a pasarte la vida dando explicaciones –primero de que no te arrepentirás y más tarde de por qué no lo hiciste–, explicando que es una decisión meditada.

Bolick, en este ambiente vespertino, cuenta que no se sintió realmente presionada por la pregunta hasta pasados los 30: “De repente, todo el mundo a mi alrededor comenzó a casarse y a tener hijos”. Es una experiencia universal ¿Universal? Bolick justifica llegados a este punto que sus referentes sean en su totalidad blancas y burguesas. Que se dirija a blancas y –sí– burguesas. Solterona no es interseccional; no puede serlo desde el momento en que está escrito desde el privilegio de quien, con más o menos explicaciones, se siente libre para responder a esas dos preguntas. Ella lo sabe y se excusa.

Antes de llegar a las firmas y los diálogos cara a cara la conversación gira por tantos derroteros que acabamos hablando hasta de la Inglaterra victoriana, de la represión y de cómo la abstinencia era entonces la única forma de controlar su propia vida para las mujeres que tenían una media de entre ocho y diez hijos. Muy diferente a las estadísticas actuales de las que hemos hablado. Porque de eso va Solterona: de la construcción de la propia vida a partir de la de tantas mujeres que desarrollaron su propia individualidad. Tanto Maeve Brennan, Neith Boyce, Edna St. Vicent Millay, Edith Wharton o Charlotte Perkins Gilman, como la madre de Bolick. De todas aquellas que resuelven que les importa un carajo lo que les digan en el metro cuando les ven leyéndolo.

Autora:

Belen Remacha foto Belén Remacha nombre

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Estudié para ser periodista, estoy en proceso de conseguirlo. Tengo unas gafas grandes y violetas con las que veo a 24 fotogramas por segundo. Creo que todo en el mundo se puede contar a través de las personas, por eso admiro a quien sabe retratar con letras. La vida se mide en historias. Si son de Saramago o de Martín Gaite, mejor.

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