Ha sido un placer, Hayao Miyazaki

Mikel Forcadell//

A sus 74 años ya cumplidos, el director del estudio de animación más famoso de Japón anunció su retirada en septiembre de 2013. Ahora, año y medio después, con todas sus películas reposando en la filmoteca de la animación, es el momento de los reconocimientos. Premios para no olvidar a quien fue uno de los arquitectos de mundos y diseñadores de universos más notorios que vio nacer Japón tras la Segunda Guerra Mundial.

Hace unos años mencionaba Hayao Miyazaki que para crear una película le gustaba arrojar una red al océano de su imaginación y ver qué es lo que sacaba. Ha pasado poco más de un año desde su retirada y en noviembre recibió el Oscar Honorífico por parte de la Academia de Hollywood. Una gala íntima celebrada en el Ray Dolby, del Hollywood & Center para honrar a Maureen O’Hara, Jean Claude-Carriere, Harry Belafonte y Hayao Miyazaki, por toda una vida dedicada al cine. Así que ahora es tiempo de ver qué pescó el mejor director de animación que posiblemente ha dado el cine. Sin duda es hora para la nostalgia. En su última película, Giovanni Caproni, un ingeniero aeronáutico italiano, se encuentra subido encima de un avión de pasajeros en un sueño del protagonista, Jiro Horikoshi. Este muchacho japonés fue el que diseñó el caza Mitsubishi A6M Zero que, años después, perpetraría el ataque aéreo sobre Pearl Harbour. En esta onírica escena Caproni le revela lo siguiente: “¿Sabes Jiro? Las personas creativas lo somos como mucho una década”. Debo decirle, señor Miyazaki, que Caproni se equivocaba. No es una década, sino 30 años de pura creatividad con pluma y tinta que convirtieron viñetas en películas. Usted, genio de una poesía visual que enternece el alma, supo hacer crítica mediante el cine. Usted creó en 1985 el estudio de animación que durante más de tres décadas ha sido sinónimo de belleza, calidad y pura magia hecha cine: El Studio Ghibli.

Un año antes de que Ghibli viese la luz como estudio en los alrededores de Tokio, Miyazaki produjo la primera película que marcaría la pauta para el resto de largometrajes. El japonés no solo ha sido reconocido por sus películas, sino también por el modo de producirlas. Miyazaki animaba todas sus películas mediante papel por dos razones: porque le gusta y porque afirma que no sabe usar un ordenador. Esto significa dibujar a mano la película entera. Esta minuciosidad en el proceso ha dado como resultado obras de una calidad estética y visual muy cuidadas.  Más allá de la producción, si algo ha trascendido en sus obras ha sido un deseo irrefrenable de denunciar cómo los excesos del ser humano han llevado a la naturaleza a una situación crítica. Ese primer film que salió de la pluma del director japonés fue Nausicaa del valle del viento. En él un mundo apocalíptico se muestra mediante bosques envenenados mientras una inexorable polución amenaza con destruirlo todo. Pero Miyazaki, al mismo tiempo que refleja lo peor de las personas, también es profundamente humanista. Un general de un país lejano muestra la codicia, la avaricia de querer apoderarse de todo a costa de cualquier cosa. Al mismo tiempo una princesa de un pueblo que solo quiere paz y respirar la tranquilidad de una naturaleza apacible, ilumina todo lo bueno de lo que somos capaces. También hay cosas que fallan en este germen de Ghibli. La película es en ocasiones farragosa y un tanto densa. Sin embargo, ya es algo diferente. Miyazaki y su socio, Isao Takahata, nos impulsaban mediante bellos paisajes aéreos a un cine que es poesía y que es denuncia. Un aviso sutil encerrado en una historia que al final nos muestra que la naturaleza y el ser humano son mejores si coexisten.

Ese amor por el medio ambiente continuó en los años siguientes y dos películas retoman de manera más clara su mensaje ecológico. La primera es La princesa Mononoke (1997). En ella, el descuido de las personas ha llevado a que los seres del bosque se enfrenten a los humanos. El bosque ruge, se muestra herido, pero, como siempre, Miyazaki pone bajo la figura de los protagonistas, Ashitaka y Mononoke, el elemento conciliador y de bondad que todos tenemos. El cine del director tokiota es difícil de entender. Detrás de cada fotograma y de cada escena hay mensajes sobre la fuerza de la mujer, la mezquindad del ser humano y el odio a la guerra. Ideas envueltas en una magia que emociona. Emoción que es como el fluir de un río. Apacible, te arrastra con suavidad hasta el final. Sin embargo, su narrativa suele incurrir en explosiones de acción que rompen esa calma. Son piedras lanzadas a la superficie del agua. Y así es como transcurre el filme de Miyazaki. La tranquilidad del bosque, de la naturaleza, rota por el desafío del hombre. Lo más característico y que el creador del Studio Ghibli utiliza de manera recurrente es la personalización de la naturaleza como ser vivo. Lo que nos lleva a la segunda película que antes dejaba entrever: Ponyo en el acantilado (2008) Allí, las olas cobran vida como seres vivos con ojos y movimiento voluntario. Todo ello por el odio de un dios del mar enfurecido al ver como su hija está con un humano.

Parece increíble qué Miyazaki haya creado historias durante 30 años cuyos temas no han variado en absoluto. Hollywood es conocido como la fábrica de sueños. Y dicho así, suena a una producción desmedida de obras, donde apenas cada una tiene tiempo de respirar antes de que otras nuevas se les vengan encima. No, crear sueños es otra cosa. Es cuidar con mimo cada detalle, cada fotograma, cada pequeño gesto para convertir la película en algo que brille. En algo que se recuerde. En un sueño. Sus películas son caricias a eso que llamamos cine. Y en Miyazaki su cine se construye desde el amor por los aviones, el cuidado responsable del medio ambiente y el pacifismo por encima de todo. Y a pesar de esa repetitividad, Miyazaki no cansa.

 No a la guerra

Mirar a través de la filmografía del genio japonés es como volver la vista al pasado. Es ver el Japón y la sociedad de los años 20 y 30. Quizás de ahí la nostalgia. Quizás de ahí la denuncia por ver cómo el belicismo llevó a Japón al desastre de la Segunda Guerra Mundial. Pero en mitad de tanto desaliento su mensaje es profundamente esperanzador. Las personas somos capaces de realizar actos totalmente bellos. “Le vent se lève, il faut tenter de vivre”, así, comienza El viento se levanta, con un verso de un poema de Paul Valèry. “El viento se levanta, hay que intentar vivir”. Y esta frase refleja muy bien la película. Esos vientos de cambio que cuentan y estructuran la película, que son un espejo del carácter japonés de reponerse tras las adversidades. Este último poema de Miyazaki hecho cine es una crítica y un aviso a cómo poseer de nuevo un ejército puede llevar al pueblo japonés a un nuevo desastre. Algo que fue muy criticado por la derecha conservadora en su país. Pero el pacifismo y su odio a los fascismos construye la idiosincrasia del director tokiota. A lo largo de esta película, donde el metraje puede llegar a ser demasiado largo, las críticas a la Alemania de Hitler y al Japón imperialista son realizadas sin mucha sutilidad. Miyazaki no impone una ideología en sus obras; denuncia, coloca las preguntas y deja que el espectador las responda a su manera.

En Porco Rosso (1992) el protagonista convertido en cerdo por una maldición es un cazarrecompensas antifascista que sobrevuela el Adriático. Miyazaki se ríe de las apariencias y con una naturalidad brutal mezcla géneros, tonos y en mitad de esa comedia, de ese romanticismo nostálgico da pinceladas que no se le escapan a uno: “Mejor ser cerdo que fascista”. Así, a partir de estos guiños culturales e históricos y a través de la lírica fabuladora del japonés nos expone una realidad sutil: los fascismos que iban a romper el mundo tras el período de entreguerras.

Tal es la magia en sus películas, tantos son los mensajes ocultos –ese odio a la guerra a través de comentarios y acciones de los personajes, por ejemplo- y la fantasía exacerbada del tokiota que esos mismos mensajes se nos pueden escapar. La verdad es que entre sus principales producciones no llegamos a ver grandes dosis de realidad hasta la última, El viento se levanta. Pero así es el cine de Hayao Miyazaki. Es magia diseminada a lo largo de las películas. A algunos les cansará y querrán cosas más reales, más tangibles. No deberán ver a Miyazaki, entonces. Tampoco deberán pensar que detrás de su cine hay un objetivo principal, luchador y heroico, de salvar el planeta y denunciar las guerras, aunque lo haga. “Produzco películas como un negocio, no como un esfuerzo cultural”, revelaba el genio a una revista nipona.

Algo característico tienen los cineastas japoneses que les lleva a mostrar en sus películas sus obsesiones. El director Takeshi Kitano tenía una especial fijación por filmar playas y largas escenas en ellas. La obsesión de Miyazaki son los aviones. Hasta en la más fantasiosa de sus películas este constructor de universos cuelga un avión del cielo. No es de extrañar. El propio nombre del estudio hace referencia a un caza italiano de los años 20. Una época que siempre fascinó a Miyazaki y un tiempo donde su tío y su padre regentaban una sociedad que fabricaba timones para aviones. Si buceamos en la filmografía del japonés vemos una enfermiza obsesión por los aviones, casi hasta cansina. Pero, como mencionaba, las películas del estudio son obras de arte, cuidadas hasta el más mínimo detalle. La pasión aérea se entremezcla con narrativas muy elaboradas, en ocasiones tranquilas y en algunas escenas, temperamentales. Quizás que todo lo que compone una sinfonía adecuada tenga que ver con el método de trabajo del creador nipón. Miyazaki se sirve de lápiz y papel para ilustrar las historias que luego adquieren vida en el cine. Algo que, ya entrado el siglo XXI, solo hacía él. Así, jamás se cansará uno de ver volar a sus aviones.

El protagonista Jirô Horikoshi en El viento se levanta, último filme de Hayao Miyazaki
El protagonista Jirô Horikoshi en El viento se levanta, último filme de Hayao Miyazaki

 

Un genio un tanto incomprendido

Hace 14 años, en 2001, el Studio Ghibli recibió su primer y único Oscar por El viaje de Chihiro. Una historia que cuenta la avaricia y la soberbia del ser humano y, una vez más, su lado más fuerte y esperanzador. Casi dos décadas le costó a la academia otorgarle ese premio, cuando obras como Porco Rosso no le desmerecen en absoluto a nivel creativo y narrativo. Después de aquel premio, el estudio de Miyazaki tuvo dos nominaciones a mejor película de animación. La primera, en 2005 por El castillo ambulante y el año pasado, El viento se levanta. En ninguna de las dos ocasiones obtuvieron la recompensa. La profesionalidad del jurado de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas es indiscutible. Aun así, no salgo del asombro de que la poesía convertida en película de Miyazaki no se hiciera con la estatuilla y en su lugar obtuviese el galardón Frozen del estudio Disney, un estudio cuyas historias no dejan de ser una repetición poco elaborada de sus antiguos y merecidos éxitos. Con todo, parece que se ha hecho justicia en el cine y apenas en noviembre del año pasado Miyazaki obtuvo el Oscar Honorífico por toda su carrera. Enhorabuena, maestro.

Sus aviones, señor Miyazaki, todavía no han dejado de volar. Su pluma seguirá esbozando dibujos e ilustrando historias. Pero le recordaré lo que le dice Giovanni Caproni a Jiro Horikoshi al final de la película con la que se despidió: “¿Qué tal te ha ido esta última década? ¿Has dado lo mejor de ti?”. Debo decirle que sí, debe suspirar satisfecho después de toda una vida creando universos para millones de personas. Y así, en los últimos minutos del film, que saben a despedida, Jiro da las gracias a su esposa y nosotros se las damos a usted. Ha sido un placer, Hayao Miyazaki.

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