¿Hay finales felices para las lesbianas?
// María Aznar
La representación en la pequeña y gran pantalla de la comunidad LGTBI+ ha ido evolucionando con el paso de los años. Desde un vacío absoluto, hasta su participación en papeles secundarios o, ahora, cada vez más como protagonistas. En cambio, todavía queda un largo recorrido para normalizar la aparición del colectivo, y uno de los grupos que no siempre sale bien parado en la ficción es la comunidad lésbica, doblemente discriminada, por su género y por su orientación sexual.
Hay series y películas que apostaron por la visibilidad lésbica cuando nadie lo hacía y pueden considerarse pioneras en su gremio. Una de ellas es The L World. La televisión estadounidense sorprendía en 2004 con esta serie que cuenta la historia de un grupo de amigas lesbianas en Los Ángeles, al estilo Sexo en Nueva York pero con relaciones amorosas entre mujeres. Supuso un éxito internacional y se convirtió en un referente para el mundo lésbico que al fin se veía representado. Es cierto que no era la primera vez que aparecía en televisión un personaje de este colectivo. Por ejemplo, ya lo vimos en 1994 con la irrupción de la sitcom por excelencia, Friends. Igual no todo el mundo lo recuerda, pero la exmujer de Ross se enamora de una amiga y dedican un capítulo a celebrar la boda. Pero, esa historia quedaba en un segundo plano, no eran protagonistas como en The L World.
Una de las creadoras de esta serie, Rose Troche, comentaba en una entrevista de Pikara Magazine: “las lesbianas tenemos que madurar como audiencia”. Al existir pocos referentes en la cultura audiovisual, esperan demasiado del contenido que ven y eso según Troche “supone una gran presión”. Y no solo eso, sino que en ocasiones esos papeles lésbicos se limitan a agradar las fantasías sexuales de los hombres. A las pruebas me remito. Si escribo en el buscador de Google “relaciones lésbicas en el cine”, los primeros resultados se basan en listas de las mejores escenas de sexo entre mujeres o las más “hot”. El descontento no se queda en la invisibilización o la sexualización de los personajes lésbicos, sino a sino cómo las lesbianas están representadas en el cine y la televisión.
Si miramos con lupa se observan ciertos tópicos repetidos que no siempre reflejan la realidad. El primero, Diana (Anabel Alonso) en Siete Vidas, la lesbiana masculina, ruda, “marimacho”. El segundo, la lesbiana prisionera, problemática, como vemos en Orange is the new black o en Vis a Vis y su marea amarilla. En otros casos, la lesbiana asesina, con signos de psicopatía y por lo general, muy atractiva. Lo vimos en la película Criaturas Celestiales y ahora en la aclamada serie Killing Eve. Pero de todos los clichés, sin duda el que más enfada al colectivo LGTB es otro. Tara en Buffy Cazavampiros, Lexa en The 100 o Silvia en Los hombres de Paco. ¿Qué tienen todas ellas en común? Un trágico final: su muerte. Y sí, hay quienes hablan del “Síndrome de la lesbiana muerta”, así se ha bautizado a esta tendencia de acabar con la vida de los personajes lésbicos.
Ni el cine, ni la televisión dan una oportunidad a estas mujeres de ser felices. Según un estudio de Autostraddle, entre 1976 y 2016 un 31% de lesbianas murieron sin finalizar su trama. Sólo un 10% tuvo un final feliz, ¿desalentador, verdad? Estos datos hacen reflexionar. Quizás la ficción en vez de enterrar lesbianas debería enterrar los tópicos, porque el “drama” siempre parece ser el tercero en discordia en estas historias de amor.
Aunque en esta última década hemos vivido un auge de representación lésbica en la pantalla, mayor visibilidad no supone mejor representación. Y no solo eso, todavía hay terrenos desconocidos. La cartelera todavía no nos ha sorprendido con una comedia romántica lésbica (estoy harta de ver a Adam Sandler como protagonista), e igual así las relaciones entre mujeres no acabarían en tragedia. O por qué no, una princesa Disney que rompa esquemas heteronormativos tenga un romance con otra mujer. ¿La industria audiovisual está preparada para la normalización del papel lésbico? Espero que sí y, sobre todo, que no la maten.