La histeria en tiempos de epidemia
Sonia Osed Eresué//
El no saber qué va a ocurrir en unas horas o el estar constantemente buscando las últimas noticias de los periódicos, nos hace pensar, darle vueltas a la cabeza e incluso muchas veces colapsar. La histeria colectiva se palpa en el ambiente, los supermercados se quedan sin productos a los pocos minutos de su apertura como si de una carrera de Fórmula 1 se tratase, aunque en estos casos no se respeta ni la vuelta de reconocimiento. Y es que, ese nerviosismo generalizado, existe desde que el humano es humano y no controla el mundo.
El paisaje de las ciudades es más parecido a los tiempos de guerra pasados que al pleno S. XXI. Los nuevos “felices años 20” han comenzado pisando con el pie izquierdo, sobre todo, en cuanto a salud nos referimos. El tiempo cambia a cada instante que pasa. Lo que ahora está aconteciendo, en apenas unos minutos puede haber cambiado por completo. Y si no, que me lo digan a mí, que llevo unos días intentado exiliarme en el blanco del folio y cada vez que lo intento, el mundo ha cambiado, los planes se han cancelado, las calles se han vaciado… Los que ayer estábamos tranquilos, afrontando nuestra rutina con normalidad, ahora estamos en nuestras casas buscando la manera de hacer frente a los quince días de confinamiento que nos esperan. El tiempo se ha parado. O mejor dicho, nosotros nos hemos parado en él. En ese tiempo que va desapareciendo a lo largo del día, en el que buscamos horas para poder dormir o poder llegar a tiempo al trabajo, aquel que pasa minuto a minuto por delante de nosotros sin ni siquiera darnos cuenta. Pero, a pesar de que pensemos que somos los pioneros en esta experiencia, lo cierto es que de epidemias e histerias ya hay muchas historias que contar. Como ocurrió, sin ir más lejos, en 1918 con la llamada gripe española. Sin embargo, ¿sabías que esta gripe, a pesar de apellidarse con nuestra nacionalidad, no nació, ni de lejos, en nuestro país?
La gripe (no) española
El 4 de marzo de 1918 se diagnosticó el primer caso de gripe española en Estados Unidos. El primer afectado fue un soldado que estaba en un destacamento de Kansas haciendo instrucción para poder ir al frente europeo. En pocos días, el que era solo un único caso pasó a contagiar a cientos de reclutas. En una semana el virus había llegado hasta la costa Este de Estados Unidos donde zarpó en barco camino a Francia. Un mes más tarde ya se registraron los primeros casos de la enfermedad entre los soldados destinados a Burdeos y Brest donde debían estar acuartelados. Un siglo después, los españoles seguimos abanderando el nombre de esta gripe que se ha llevado por delante a más de 40 millones de personas.
La gripe española es un nombre que incluso nosotros mismos hemos asumido pero que, en realidad, tiene su origen en la Primera Guerra Mundial. Según explicaba Nieves Concostrina en la sección de la Cadena SER, Acontece que no es poco, las razones de tal denominación se podían resumir en tres puntos. En primer lugar, porque la mayoría de los países que formaban parte de la contienda estaban enfadados con España por haber decidido ser neutral ante tal acontecimiento; en segundo lugar, porque ninguna gran potencia quería hacerse responsable de estar “matando” a más hombres que las propias armas de la guerra; y, por último, porque España fue la primera que informó y plasmó en un periódico que un gran virus estaba acechando las trincheras.
“Cosa rara en verdad resulta dar con un pariente, testamentario o amigo que no esté enfermo de la gripe o que

convalezca de ella. Esta dolencia se nos ha encajado en Madrid y no, en calidad de apacible Isidro sino de molesto huésped. En los asilos, en los cuarteles, en las casas de vecindad. Por si teníamos poco que rascar, esa enfermería para nuevo excitante”. Fueron esas las palabras que utilizó el periodista Ángel María Castell para dar a conocer el primer caso de gripe española en nuestro país. En aquella época había muchos obreros portugueses que iban a trabajar a Francia porque faltaba mano de obra. Los franceses estaban en la guerra y se necesitaban trabajadores, albañiles, operarios en las empresas. El traslado luso se hacía mediante tren atravesando toda la península y fue en dichos trayectos donde comenzaron a detectarse numerosos casos de gripe. Los primeros casos se dieron en Madrid, concretamente el día 20 de mayo de 1918, en plena verbena de San Isidro a la que se hace referencia en el extracto de la noticia del periódico ABC. Los bailes, las corridas de toros, los chotis, todo quedo nublado por la llegada de una grave enfermedad. En tan solo una semana se pasó de un contagio a 30.000 y a los 15 días la cifra sumaba 250.000 afectados.
Según datos del archivo del ABC, el primero en hacer público esta noticia, la mutación del virus en agosto provocó una segunda oleada epidémica letal. Los infectados eran en su mayoría jóvenes y adultos y morían a los pocos días de haber contraído la enfermedad por neumonías o dolencias respiratorias agudas.
La histeria colectiva no es un invento del siglo XXI
El ascenso de casos por la gripe española supuso la toma de decisiones por parte de la alcaldía de Madrid para prevenir su propagación. Entre las medidas que se ven reflejadas en las páginas del periódico ABC de la época, algunas obligaban a: desinfectar a viajeros, equipajes, mercancías y vagones de ferrocarril, desinfectar la correspondencia, los teatros, cafés, iglesias y escuelas, el aislamiento de los enfermos, la prohibición de la rebusca en la basura… ¿Os suena de algo, verdad? La población se paralizó, la histeria llegó a sus casas porque no sabían qué estaba ocurriendo y por qué se les estaba obligando a cambiar su rutina. Nada más lejos de la actualidad.

La historia, en este sentido, es un espejo en el que mirar o como dice el periodista Manuel Villatoro, “la piedra con la que volvemos a tropezar por necesidad de aprender a golpe de repetición”. La gripe española también provocó el caos. Los médicos, para tranquilizar a la población, intentaron buscar soluciones sin siquiera saber cuál era el origen de la epidemia. Entre sus curas se recetaban aspirinas y reposo, quinina, ajo, coñac, café e incluso fumar. Sin darse cuenta de que la mayor cura era no tener contacto unos con otros. Aunque en aquella época esa medida fuera difícil de comprender ya que, a pesar de que los enfermos guardaban cama, toda la familia se sentía con la obligación de visitar al convaleciente y llevarle algo de comer.
En nuestros días, la medicina nos ayuda a no tomar decisiones precipitadas, sin embargo, el caos sigue apoderándose de todos cuando no tenemos las situaciones bajo nuestro control. Compras masivas de alcohol y desinfectantes, largas colas en los supermercados, gente huyendo de las grandes ciudades… Según asegura en el periódico La Estrella el sociólogo y docente universitario, Marcos Gandásegui, la reacción desmesurada de la población tiene que ver con la “falta de orientación”. Al principio, nadie daba importancia a una gripe que estaba ocurriendo a miles de kilómetros de nuestra casa, sin embargo, a día de hoy, en el mismo periódico, el sociólogo Alonso Ramos señala que “la epidemia del coronavirus está produciendo mucho miedo colectivo, en buena medida, por la manera en que las tecnologías de la información y comunicación están determinando nuestra vida cotidiana”. Y es que, en muchas ocasiones, es la sobrecarga de información sin verificar que recorre nuestros móviles, lo que hace que asumamos hasta lo que no es cierto. Una información, que, “repetida constantemente acaba convirtiéndose en verdad” como aseguraba Nieves Concostrina.
Ni las especulaciones…
En la Primera Guerra Mundial, durante semanas, los Aliados estuvieron convencidos de que la epidemia era un arma ideada por los alemanes para acabar con los enemigos. Creían que la aspirina era una pastilla que había inventado la empresa alemana Bayer para envenenar a todo aquel que no fuera de su bando. No obstante, como recalcaban en la SER, “la aspirina llevaba por entonces 18 años inventada y quizás era el medicamento más efectivo que había en aquel momento”.
Se llegó a pensar, de igual manera, que habían sido contagiados por el metro, por harinas que venían de América, por los gases de Europa en plena guerra química… Muchas especulaciones pero, en cambio, ninguna cierta igual que el nombre de la propia epidemia.
Ahora no nos quedamos atrás. En estos tiempos de epidemias más de uno ha asegurado que el COVID-19 no ha sido casualidad sino posiblemente fabricado por el propio ser humano para exterminar a parte de la humanidad. Algunos han aportado pruebas como una novela de 1981 titulada Los ojos de la oscuridad de Dean R.Koontz que explicaba como el virus Wuhan-400 iba a aparecer en 2020 e iba a acabar con la vida de muchas personas. Otros, por otra parte, consideran que el virus se inventó en el laboratorio chino del Centro de Control y Prevención de Enfermedades de Wuhan reservado para microorganismos extremadamente peligrosos.
Todas estas teorías han sido desmentidas por 27 investigadores especializados en salud pública en el portal The Lancet en el que han querido recalcar el peligro de que ese tipo de información circule por las redes. Los científicos aseguran que el virus necesita de un transmisor intermedio para poder expandirse y barajan la posibilidad de que sea de origen animal.

El cóctel de sentimientos que experimentamos durante estos días nos hace, en algunos momentos, perder el control de la situación. A pesar de que nuestros antepasados vivieron situaciones similares, parecía que en la era digital en la que vivimos era difícil que un pequeño virus fuese a acabar con la vida de tanta gente y nos tuviera encerrados en casa. Pero, me voy a permitir el lujo de terminar este texto plasmando una reflexión que leí del escritor Manuel Vilas hace unos días y que decía algo así como que “ahora ya sabemos que la vida es comer con un amigo, tomar el sol, dar un paseo, perderte en una calle desconocida o coger un tren. Por eso, cuando la vida regrese, le pediremos menos cosas y tendrá un poco de sentido todo esto”. Quién sabe si la histeria en tiempos de epidemia es, en realidad, una lección de humanidad.