Lilith o cómo ser mujer libre en el siglo XXI

Alba Martín//

La manzana, leer y escribir, estudiar una carrera —y menos de ciencias—, practicar un deporte sin parecer una “machorra”, masturbarse… Durante siglos, las mujeres hemos estado reprimidas y seguimos estándolo. Por x o por b, la lacra patriarcal nos prohíbe hasta hablar de ciertos temas. Yo me pregunto: ¿cómo ser mujer libre en este siglo XXI sin tener que tirar de las cuerdas tejidas por el machismo?

Los seguidores de Las escalofriantes aventuras de Sabrina (Netflix, 2018), cuya protagonista está encarnada por la dulce hija de Don Draper —para seguir haciendo guiños a otras series—, sabrán ya que la mala, malísima, de la temporada no es otra que Lilith. Aquella primera mujer de Adán —y, por consiguiente, de la historia— que, como muchas otras cosas, la Biblia censuró. Curiosamente, el peso de las mujeres siempre es borrado allá donde van. Por cierto, lo siento por el spoiler.

A pesar de ser vilipendiada por la tradición, no cabe duda de que es un icono claro de feminismo. Según cuenta la religión, el mejunje ArtAttack de Dios para crear a Adán y a Lilith fue el polvo; es decir, que los dos salieron del mismo lado. Luego, con el cristianismo, ya aparecerá la Eva nacida de la costilla de Adán que, además de sumisa, estará maldita. Porque recordemos que la mujer es la encargada de traer el pecado original al mundo. Algo que ya se puede ver con la mitología griega y Pandora. Quien, curiosa, abrió la famosa caja —aunque, en realidad, se trataba de una vasija— y trajo todos los males al mundo. De verdad, ¡es que somos terribles!

En cambio Lilith se mantuvo en sus trece. No quiso acostarse con Adán —eso del #Noesno viene desde la antigüedad— y sí quiso seducir a Dios o Yahvé. Pronunció su nombre mágico y, como consecuencia, tuvo que huir a la zona del Mar Rojo. Ahí conoció a los demonios con los que tuvo relaciones y de los que engendró muchos de ellos. De este modo, es conocida también como la mujer de Lucifer o la Madre de los Demonios.

Lilith se acuesta con quien quiere y como quiere. Un mensaje que las mujeres deberíamos aplicarnos. Siempre. No es baladí recordar aquel capítulo de Salvados en el que Jordi Évole hablaba con adolescentes sobre sexo. Yo también soy esclava de un sistema en el que la educación sexual ha sido escasa, por no decir ínfima. Durante la escolarización, solo se habla de sexo dos veces: en sexto de primaria y en cuarto de la ESO. Y esto se trata de días contados. El plátano con el condón quizá queda ya un poco obsoleto —que no suprimible—. Hay que hablar de pornografía, de masturbación, de anticonceptivos y de placer… de placer compartido.

No puede ser que en una sociedad moderna, actual, occidental y progresista, hallar el orgasmo si eres mujer —perdonadme, pero es así— sea algo raro o, por lo menos, difícil. ¿Cuántas de vosotras habéis fingido alguna vez? ¿Cuántas os habéis sentido insatisfechas? ¿A cuántas se os han corrido rápido y, después, se han olvidado de vosotras? ¿Verdad que os sentís identificadas? Y no, no son nuestras abuelas las que asienten. Somos nosotras, mujeres del siglo XXI que hemos vivido, vivimos o viviremos esta situación… para nuestra desgracia.

Un leitmotiv que también queda presente en la pornografía. El porno se convierte para muchos en su herramienta para aprender sexo. Los hombres —o más bien chicos—  copian a Nacho Vidal y compañía y, sencillamente, no es el camino correcto. Insisto: ¿a cuántas de vosotras mientras practicabais una felación os han agarrado del pelo y os han empujado hacia ellos? Y, además, tener a Cincuenta Sombras de Grey como referente, tampoco ayuda. Ahora resulta que necesitamos un novio acosador, dependiente y que, encima, le va el sexo duro. Vaya, que le gusta darnos con el látigo mientras nos mantienen atadas y sumisas. Una relación sana, claro está. Que habrá gente a la que le molen estas cosas en la cama —yo no lo juzgo—, pero si una no quiere, no tiene que estar obligada a atragantarse ni a recibir azotes en el culo.

Para colofón, me gustaría abordar un tema que personalmente me produce hasta risa. Me refiero a la negación de la masturbación femenina. Porque sí, nos tocamos igual que los hombres y nos gusta mucho además. Que no se puede entender cómo mujeres —¿libres e independientes?—, mayores de edad, digan que no se han explorado nunca. Es que no me lo creo. No nos lo creemos nadie. Pero si una se remonta al colegio, los niños eran unos cracks por saberse pajear. De hecho, en las excursiones, recuerdo perfectamente cómo te contaban, gloriosos, que se habían llegado a correr. Y esto lo hacían todos los amigos; en la misma habitación, pero —eso sí— cada uno debajo de la sábana. Y nosotras, mientras tanto, ruborizadas y negando nuestra propia sexualidad…

Si hoy eres mujer y solo buscas sexo, vas a ser juzgada. Ya sea por el cerdo de turno que te cataloga de “puta” por querer lo mismo que ellos —una vida sexual libre y satisfactoria— o incluso, a veces involuntariamente, por tus propias amigas. Tengo que reconocer que esto último me duele todavía más. Porque lo primero ya te lo esperas —que, como es obvio, no tendría que ser así—, pero lo segundo es pura represión.

Disney hace películas estupendas, maravillosas y geniales, pero también comete errores. El arquetipo de príncipe azul es una de sus meteduras de pata. Cierto es que Blancanieves, la Bella Durmiente o Cenicienta son cintas muy antiguas, pero las niñas de hoy siguen viéndolas. Y siguen buscando a su amado para que las proteja y las salve. Y Tinder no va a encontrar a tu príncipe. O, al menos, ese no es su rol principal. Tinder sirve para follar y punto. Y la que no quiera entenderlo es su problema. Las cosas claras y el chocolate espeso. Que es muy lícito, eh. Sexo consentido, con condón y con respeto. Y si una o uno quiere abandonar el barco, también tiene todo su derecho.

Asimismo, algo que me encanta de Lilith es que ella permanece fiel a su verdad. Un hecho que hoy es casi imposible. No nos valoramos, no nos queremos ni un ápice si está él de por medio. «Es un capullo, se ha liado con cinco; pero no es tan fácil dejarlo”. ¿El qué no es tan fácil?, ¿quererte, valorarte, saber que hay algo más que ese estúpido? Aquí nadie regala nada y para ser tan libre como defiendes, tienes que empezar por creértelo. Seamos más Ateneas y menos Afroditas. Seamos más Liliths y menos Evas. Amigas, esto es serio y empieza por nosotras. La subordinación por género es anacrónica. Que nadie hable por nosotras, que nadie elija por nosotras, que nadie nos humille. Que somos libres y la libertad, querida Dulcinea, es uno de los preciosos dones que dieron los cielos.

Autora:

Irene Lozano nombre Irene Lozano foto

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Nací gritando y no llorando. Crítica, amans culturae y la escritura como compañera. Mi peor castigo sería quedarme muda. La Tierra como única patria, el amor como bandera y las pechugas con robellones de mi madre como religión. Poco a poco, acercándome al mejor oficio del mundo.

Twitter Irene Lozano

 

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