Los mordiscos del hambre
Texto: Elisa Navarro//
Reflexiones sobre El Hambre, la crónica ensayo de Martín Caparrós
No sé qué tuvo que pensar la señora si se percató de la insistencia con que la miraba. Una mezcla de tristeza profunda, de impotencia, de rabia. “Simply. Barato, fresco y cerca de ti” sonaba en esos momentos en el supermercado. Iba con mi hermana, nos tocaba elegir caja y elegimos la segunda, no era exactamente la que más vacía estaba pero sí la que menos nos haría sufrir.
Aun habiéndome distanciado, mi mirada seguía anclada en aquella mujer; en ese carrito un poco más grande que el que llevan las niñas para sus muñecas pero portando, en esta ocasión, a un hijo real. Delante de la madre estaba el mayor. No tendría más de ocho años de edad, a pesar de aparentar los seis. Mientras él sostenía la compra, su mamá contaba, una y otra vez, un puñado de monedas menudas para pagar la cuenta. Dos frasquitos de alcohol para las heridas, dos barras de pan y una bandeja de carne lista para freír. Era todo. No acabo de entender muy bien lo del alcohol pero imagino que el pan y la carne-esa baratita y envasada-sería el plato fuerte de la familia día tras día.
La madre miraba al frente, alta y delgada. Vestía una falda larga y vieja que todavía estiraba más su figura. Los colores -tanto de su vestimenta como los del carrito- estaban descoloridos, castigados por el sol. También su piel. No pude evitar imaginarme al chico grande que, tras haber pasado por diversas secciones de alimentos, tuviera que limitarse, posiblemente como siempre, a comprar las barritas de pan. No pude evitar imaginarme la casa de esa mujer, el momento en el que comiera, junto con su marido y sus hijos, lo que acababa de comprar. Tan pobre y, sin embargo, tan afortunada de tener algo que llevarse a la boca.
Miré mi compra, no era opulenta pero en ningún momento tuve que hacer cálculos por miedo a no poderla pagar.
“Barato, fresco y cerca de ti”. Lo más doloroso del hambre del que habla Martín Caparrós es el que está tan cerca de ti. Solo cuando se encuentra a pocos metros es cuando percibes que no es cuento, que es real y es cuando realmente duele, cuando duele mucho.
Fui efectivamente consciente de que el hambre existía y nos mordía a todos. Al estómago de los que lo padecían y a la conciencia de los que de alguna forma lo consentían. Fue aquella mujer la que hizo tangible la pobreza de la que hablaba el escritor, la que ponía rostro a Romina, Nyankuma, Aisha y tantos otros nombres propios que aparecen en El hambre. Vidas hambreadas en Níger, Bangladesh, Sudán, Argentina, Chicago, Madagascar, Nueva Delhi… España.
Posiblemente, aquella madre habría pasado totalmente inadvertida si no me hubiese leído este libro. Yo hubiera seguido sumida en mis pensamientos y ella habría sido una clienta más que viene a comprar su cena. Quizá también inadvertido, el hombre que se agachó para coger un cigarrillo ya apagado y a medio consumir que un fumador saciado, propio del Primer Mundo, había decidido apagar. Un hombre que fumaba, consumía -devoraba- lo que tantos otros consideraban ya basura. Una metáfora tan literaria y sin embargo tan real.
El hambre es una obra completa, enorme tanto en tamaño como en contenido. No obstante, el periodista después de un laborioso trabajo de campo, de documentación, de entrevistas y de viajes por diversos escenarios del hambre, no es capaz de ofrecer ninguna solución a este problema político. Su verdadera conquista será, sin embargo, conseguir que sus lectores sean más sensibles y conscientes ante una realidad que se silencia o se difunde bajo formas eufemísticas: “inseguridad alimentaria” se hace llamar ahora. Simplemente duele menos, permite que los ciudadanos del Primer Mundo sigamos viviendo felices, convencidos de que estamos en el mejor momento de la Historia, el más pacífico, el más libre, el más justo. Más pacífico, libre y justo para todos menos para los que solo sueñan con una ración de arroz o una bola de mijo; día tras día. Para desayunar, comer y cenar. A veces solo para comer y otras, ni siquiera.
Para todos menos para los que deben rebuscar su comida en los vertederos argentinos; comida caducada que los supermercados tiran y previamente trituran para que no pueda ser aprovechada por nadie. Menos para los que trabajan donde nadie quiere y ganan menos de un dólar al día tras quince horas de faena. Para todos menos para los que sueñan con ser una vaca europea y poder comer así, tres veces más de lo que hacen. Menos para las familias que ven morir a sus hijos de hambre, habiendo hecho todo lo que estaba en sus manos para impedirlo.Para todos menos para las mujeres que se prostituyen para alimentar a su familia. Menos para las chicas que alquilan sus vientres y fabrican niños —los señores ricos del Primer Mundo también tienen que ser papás—. Mujeres que procrean al estilo de las clásicas cadenas de producción. Les internan, les ceban y, luego, les hacen firmar un papel que les impedirá reclamar al niño que acaban de traer al mundo. Para todos menos para tantos otros.
“¿Cómo carajo conseguimos vivir sabiendo que pasan estas cosas?”, se repetirá el autor a lo largo de sus 600 páginas.
El problema del hambre, según Caparrós, no es la falta de alimentos, sino su mala distribución. “Por primera vez en la Historia hay comida para todos”. Una riqueza que se reparte entre un porcentaje irrisorio de población. Una riqueza que se consigue, en la mayoría de los casos, por medio de la especulación, robando a los más desfavorecidos las pocas tierras que tienen para continuar comiendo, viviendo.
Caparrós es crítico con el sistema, es crítico consigo mismo, es crítico con el lector. Especialmente crítico con todos los que despilfarran la comida que muchos otros —cientos de millones de personas— necesitan para subsistir. Enuncia, repite y vuelve a repetir verdades que no quiere que pasen por alto, impidiendo que se pierdan entre la multitud de letras y subrayando la gravedad de los datos: “Cada día los ingleses tiran una media de cuatro millones de manzanas, cinco millones de papas, millón y medio de bananas. Cada día los ingleses tiran una media de cuatro millones de manzanas, cinco millones de papas, millón y medio de bananas. Cada día los ingleses tiran una media de cuatro millones de manzanas, cinco millones de papas, millón y medio de bananas. Cada puto día”.
“Cada menos de cuatro segundos una persona se muere de hambre, desnutrición y sus enfermedades. Diecisiete cada minuto, cada día 25.000, más de nueve millones por año. Un Holocausto y medio cada año”. A veces, maneja cifras tan grandes que son difíciles de hacer tangibles. Sin embargo, según el dato anterior, y tal y como advierte el propio Caparrós en su libro, mientras leías estos párrafos, acaban de morirse de hambre una treintena de personas en el mundo.
«Que tantos consigan comer todos los días es un milagro, que tantos no lo consigan es una canallada».
Martín Caparrós