La memoria del cuerpo es lo último que se pierde
Texto y fotografías: Alicia Sánchez Beguería
La Memoria del cuerpo es la nueva novela publicada por Patricia Almarcegui. La escritora hace un viaje introspectivo a través de su memoria y de su imaginación y relata la vida de una bailarina que abandona su ciudad natal a los 14 años. Trata, sobre todo, su forma de enfrentarse al cambio de su cuerpo ya entrada la cincuentena, la pérdida de la elasticidad de sus articulaciones y la ausencia de la agilidad de la que estaba dotada hasta entonces.
El ballet también es un viaje. Una travesía estructurada a la perfección, calculada hasta el mínimo detalle. Un periplo sacrificado que necesita algo más que carburante de 95 o de 98 octanos, en el que, por primera vez, final y silencio no están unidos. No. En el baile poner el motor en punto muerto no es sinónimo de mutismo, sino que supone desencadenar un rugido terriblemente contagioso, capaz de pasar del cero al cien en cuestión de segundos. El gran problema es que el tiempo no juega a su favor, deteriora la carrocería y, por ende, el cuerpo. Y lo difícil es asumirlo.
La escritora y viajera Patricia Almarcegui habla de ello sin tapujos, pero con su particular tono poético, en su última novela: La Memoria del cuerpo, publicada recientemente. En ella narra la historia de una chica con la que comparte iniciales y un amor desmesurado por la danza que la impulsa a abandonar Zaragoza, su ciudad natal, a los catorce años para viajar hasta San Petersburgo, donde se encuentra una de las escuelas de ballet clásico más influyentes del mundo: la Academia Vaganova, la base de los bailarines del Bolshoi y del Mariinksi. San Petersburgo, a lo largo de la obra, se convierte en un personaje, en un ambiente dentro de la narración que está dotado de voz propia y que acompaña a esa niña, que ahora tiene 52 años, por los diferentes estadios de su vida hasta llegar a uno de los más dolorosos, a ese momento en el que el cuerpo ya no responde con movimientos gráciles como lo hacía antaño.
“Cerré los ojos, subí los talones y me puse en media punta. No pude mantenerme en equilibrio y me caí. Fue solo un segundo, pero anunció que la vida había vencido. Lo intenté de nuevo y no lo conseguí. La tercera vez centré la atención en la columna y alineé una a una las vértebras hasta visualizar una vertical que unía cielo y tierra (…). Nunca habría imaginado que mi cuerpo no respondería. Lo intenté varias veces más y no pude hacerlo. Los ojos se me nublaron y la sala de baile se cubrió de color azul. Había comenzado la decadencia del cuerpo”.
Almarcegui presentó su libro en el Museo de Zaragoza acompañada por el editor de Fórcola, Javier Jiménez; el escritor Antón Castro y la que fue primera bailarina del Ballet de Zaragoza, Arantxa Argüelles. Pese al calor del día, decenas de personas —entre las que se encontraba Marian Ibarz, la única peluquera del Ballet de Zaragoza y a la que, además, Patricia Almarcegui dedica esta novela— ocuparon las butacas dispuestas en el patio interior del museo. El evento comenzó con la intervención de Javier Jiménez, que destacó el viaje como un tema recurrente en la obra y en la vida de Almarcegui. “La novela, contada por una voz femenina, se lee fácilmente y atrapa desde la primera línea”, aseguró Jiménez. Antón Castro, por su parte, resaltó la importancia de la música a lo largo de la lectura y señaló, además, que “al final de la obra aparece una lista de reproducción de las canciones que escuchaba Patty mientras escribía la novela”. El escritor hizo también hincapié en la poderosa descripción del proceso de aceptación del cuerpo y de su transformación, sobre todo en el caso de las mujeres, y en la incertidumbre que rodea a cada bailarín en el momento en el que se ve abocado a debatirse entre seguir o no en el mundo de la danza.
La siguiente en tomar la palabra fue Arantxa Argüelles, que explicó que La Memoria del cuerpo se divide en cuatro tiempos: ‘La Llegada’, el momento en el que esa niña decide romper sus ataduras y emprender un viaje a Rusia; ‘El Triunfo’, cuya línea argumental, según dijo, no quería desvelar; ‘El Amor’, donde se presentan a los distintos tipos de amantes que pasaron por la vida de la bailarina, desde el protector o el fogoso, al inesperado e incluso al equivocado; y ‘El Cuerpo’, la parte que da nombre a una novela que, en palabras de Argüelles, habla de “la vida de un ser al que todo le va bien y tiene una conciencia muy clara del amor, del sexo, de sus inquietudes…”. “Quizás es la vida que a Patty le hubiera gustado tener”, sentenció la bailarina.
Por último, Patricia Almarcegui agradeció a Jiménez haber confiado en ella y advirtió a los allí presentes, de forma crítica, que aquel era un libro que llevaba pensando desde la muerte de su padre, pero que había tardado en salir “porque la danza no interesa a nadie”. Ella, a la vez que escribía, quería sentir que bailaba unos ballets que jamás había bailado, quería verse como una primera bailarina y, a su vez, hacer sentir a todo el que se deslice por sus líneas que, en realidad, se está moviendo encima de un escenario, está escuchando aquellos sincopados a los que debe acostumbrarse todo bailarín, se está meciendo al compás de cada nota y se detiene con cada silencio.
Tras la oleada de aplausos, el público se dirigió al salón de actos, una pequeña estancia que daba al recibidor del museo y que contaba con unas cuantas butacas dispuestas frente a un pequeño escenario. Fue entonces cuando empezó a sonar una música extraña, una mezcla de sonidos electrónicos y ruidos de motores y, emergió, como de la nada, una figura ataviada con un maillot negro con formas de encaje, que simulaba ponerse una máscara con sus propias manos y realizaba movimientos lentos, algo robóticos y con un cariz dramático. La expresión seria de su rostro permaneció inmutable pero su cuerpo comenzó a adoptar ademanes raudos, a girar y a elevarse en ágiles piruetas hasta que invadió todo aquel espacio ante la mirada impertérrita del público. De repente, tal y como había empezado, la música se detuvo y ella, tras una breve pausa, bajó los tres escalones que la separaban del suelo con paso firme, decidido, y con la mirada fija en el final de la sala, y se deslizó entre la multitud con grandes zancadas hasta perderse en algún confín del museo.
Como cierre del evento, Víctor Jiménez, director desde el año 2008 de LaMov, la compañía de danza que había organizado aquel espectáculo, agradeció al público su asistencia, y Patricia Almarcegui procedió a la firma de los ejemplares de su novela, una obra que, aunque no tiene como objetivo principal animar de forma encarecida al público a acudir a representaciones de ballet, sí pretende que, al menos durante unos días o unas horas, el lector llegue a probar el combustible de la pasión y la disciplina y consiga entender lo difícil y lo sacrificado que es que la más valiosa herramienta de trabajo sea el propio cuerpo.