Lo diferente no es lo raro
Naiare Rodríguez Pérez //
Hablar de normalidad es hablar de una convención subjetiva que se ha sobrevalorado con el paso del tiempo. Debido a las concepciones tradicionales que han acercado la normalidad a la perfección, siempre hemos intentado alcanzar a la mayoría, seguir los patrones establecidos, aspirar a un todo común y ocultar las capacidades que nos hacen especiales. Estas prácticas recurrentes, que se plasman en el séptimo arte, han cambiado. Ahora, esta diferencia se aprecia, valora y ya no se tacha de rara.
Cuando era pequeña, mientras llenaba mi bol de cereales con leche, ponía una y otra vez una película que reflexionaba sobre aferrarse a aquello que te hace sentir diferente. En esos momentos, no sabía su trascendencia, ni siquiera podía imaginarlo. Ahora, empiezo a encontrarle sentido a esta pieza de la película Dumbo, en la que un elefante, por tener las orejas grandes, no encuentra su lugar en el circo. A pesar de sentirse infravalorado por sus compañeros de oficio, da una lección de vida al espectador que, quizás, con seis años no era consciente de la importancia de quererse tal y como eres.
Ahora bien… ¿Por qué caemos en las redes de la estandarización e imitación si tenemos características que nos hacen únicos e irrepetibles? Y, lo que es peor, ¿hay algo normal o diferente?
El concepto normal se usa con frecuencia y de manera indiscriminada en nuestra rutina. Siempre estamos catalogando las cosas y comportamientos en si son normales o no. Eso sí, si intentamos definir la idea de normalidad lejos de las connotaciones negativas y prejuicios asociados, todo se complica. Sin normalidad, hay infinitas diferencias.
La normalidad ha sido objeto de estudio durante mucho tiempo. Diversos profesores y psicólogos como Francisco Estupiñá de la Universidad Complutense de Madrid han intentado investigar acerca de esta idea. En sus estudios relaciona lo normal con la frecuencia y repetición, pero aleja esta misma idea en su parte científica de lo que denominaríamos perfecto. “El individuo promedio es una caricatura, no existe, es una mera construcción estadística”, según asegura Estupiñá en una entrevista concedida al periodista de El País, Kristin Suleng.
Por otra parte, Holmes y Patrick de la Universidad de Yale demuestran que la uniformidad de nuestros cerebros es algo anómalo por lo que “cualquier comportamiento puede considerarse bueno o malo y normal o anormal” al depender, únicamente, del punto en el que nos encontramos.
Puedes no tener una extremidad o carecer de un sentido. Puedes desaprender en idiomas o ser un as en las matemáticas. Puedes ir cinco pasos por delante de lo general o necesitar correr para alcanzar al resto. Puedes tener sentimientos distintos o, incluso, no sentir esos lazos emocionales con nadie. Puedes ser más sociable que tu vecina del barrio o tener dificultades para ello por ser autista. Puedes elegir ser cuando todos apuestan por imitar. Puedes ser normal y que otros te cataloguen de raro. Puedes ser tú, aunque los demás no estén preparados para ello.
La imposición de lo común
La sociedad rechaza la mirada de quién va por delante. También de quien va un paso por detrás. Cuando era pequeña, aprendía más rápido que muchos de mis compañeros de clase. Nadie lo entendía. Tampoco los profesores. Ante un nivel rápido de aprendizaje -que no superior- los padres se escandalizaban y nos señalaban con el dedo a golpe de supuesta rareza a mi madre y a mí. No entendían que no me llevara a otro colegio para aprender todavía más rápido. Tampoco entendían por qué me gustaba leer todas las noches antes de dormir y sabía multiplicar cuando empezábamos con las sumas sin llevar en el colegio.
Me sentía la rara, la diferente, la especial… Y nadie me explicaba que eso era positivo. Dejé de levantar la mano en clase, de sacar dieces en los exámenes y de investigar por mi cuenta. Había entrado en mi cabeza una imposición de lo común que me ataba y me excluía de mis compañeros.
Estos prejuicios también cogen de la mano a aquellos que no “hacen lo que tienen que hacer” en cada momento. Después, está en tus manos el seguir adelante o revelarte contra este mandato. A Rosa Parks seguro que le costó tomar la decisión de no levantarse de su asiento en aquel autobús en 1955, como a Billy Elliot luchar por el ballet clásico en tiempos de fútbol y estereotipos. Lo común, sencillo y normal no era lo que ellos acabaron haciendo.
Que se lo digan también a Mulán, que se hizo pasar por hombre para poder luchar contra el villano, a Maura Pfefferman de la serie Transparent cuando demostró que sentirse mujer y tener cuerpo de hombre no era raro o a Christy Brown de la película Mi pie izquierdo que tuvo que derribar las barreras que impedían su integración en la sociedad al aprender a pintar y escribir con esta zurda extremidad.
Todos ellos vivieron realidades catalogadas como extrañas, pero no por ello renunciaron a los objetivos que tenían en mente y que les conducían al confort, tranquilidad y amor por uno mismo. Lo normal no decía lo mismo y, aun así, saltaron al vacío sin saber si estaban agarrados por una cuerda o si el cambio de realidad iba a ser positivo. Hay gente que sigue al todo común. Otros, en cambio, prefieren abanderar un “así soy yo” en voz alta y sin miedo.
«No puedes pasar desapercibido si naciste para destacar»
Es frecuente ver cómo nos comparamos con los demás o seguimos el patrón de ideales que nos muestra la sociedad sobre qué aspecto debemos tener, cómo debemos comunicarnos, cuál es nuestra forma de vivir y qué caracteriza a nuestra personalidad. Algunos buscan diferenciarse para destacar, mientras unos pocos intentan introducirse en una oscuridad rutinaria que oculta aquello de lo que no pueden renunciar y que les hace igualmente humanos.
Lo fácil sería vivir con altas capacidades físicas para poder saltar, escalar, practicar algún deporte o andar sin acompañante. Sería considerado lujo el contar con cualidades psíquicas que te permitieran prestar atención, aprender, dormir y aceptar cualquier situación. También, quitaría piedras del camino el desarrollo de ciertas aptitudes comunicativas que permitieran tu integración en la sociedad. Pero no. No todo el mundo tiene esta posibilidad.
Nadie dijo que pudiéramos obtener todo ello en un número de lotería, con un golpe de suerte o a base de soñar fuerte cada noche. Hay personas que son objeto de burla por haber nacido con menos. También las hay que han tenido que aprender a despedirse de la razón, de la cordura y de alguna de las partes de su cuerpo, aunque no quisieran hacerlo.
Si te falta una pierna, raro. Si eres sordo, raro. Si vas en silla de ruedas, raro. Si no tienes pelo, raro. Si tienes manchas en la cara, raro. Si eres albino, raro. Si andas mal, raro. Si no puedes relacionarte, raro. Si tu comportamiento es cambiante, raro. Si no puedes prestar atención, raro. Y un sinfín de supuestas rarezas que el ser humano se encarga de imponer desde que existes.
Ahora, entre el Dr. Shaun Murphy en The Good Doctor, vamos a hacer un parón en el “raro” de August Pullman, del libro Wonder. Él, que convive con una deformidad facial médica (Síndrome de Treacher Collins) que le ha llevado a quirófano hasta 27 veces, no es capaz de sentirse parte del todo, de asistir al colegio o poner un pie en un lugar público sin el casco de astronauta que le permite ser él mismo.
El final del cuento podría estar escrito e incluso pertenecer a una historia actual donde el bullying reina en los pasillos de un colegio. Pero no. No es así. Su comportamiento y toma de decisiones le lleva a quererse, a aceptarse y a entender que él no es el raro. La rareza está en la forma en la que lo miran los demás y en los prejuicios con los que se castiga a una persona que, en este caso, ni siquiera ha podido elegir sobre su aspecto físico.
Para ejemplificar esta aceptación por ser diferente, también podríamos hablar de la visión de Desirée Vila, una atleta paralímpica que perdió su pierna en un accidente deportivo. Al principio, todo el mundo se encargó de que recordara que no iba a tener esta parte del cuerpo nunca más, pero reconstruyó el puzle de su vida y ahora abandera un lema lleno de optimismo: “Lo único incurable son las ganas de vivir y tener una pierna menos no me impide comerme el mundo”.
De lo invisible y humorístico a lo protagonista
La realidad está en la ficción y la ficción se construye de realidad. Si antes lo distinto no tenía su espacio, ahora todo ha cambiado. Para desencadenar un cambio social y empezar a aceptar la diferencia en las personas, el cine ha tenido que dar un paso más allá e ilustrar historias de aquellos que no habían sido protagonistas hasta ahora o que, en caso de haberlo sido, eran la diana clara de la comedia.
La película I am Sam, que narra la historia de un hombre adulto con discapacidad mental que debe hacerse cargo de su hija, ya anticipaba lo que pasaría en Campeones años después. Esta última demostró que el papel protagonista podía no tener cara de Brad Pitt, Penélope Cruz, Santiago Segura, Clara Lago o Mario Casas. Y es que se puede tener diferencias y recoger un Goya, entrar en los corazones del espectador, enseñar y dar un giro a ese “reírse de” para empezar a reírse con.
Hasta hace nada, el especial era esa especie de bicho raro que andaba por el pasillo mientras los normales le tiraban bolas de papel. Ahora, esa singularidad protagoniza películas que nacen con el objetivo de cambiar el destinatario de ese humor tradicional, visibilizar que lo diferente no es lo raro, abrir los ojos del que no quería ver y enseñar a la sociedad valores como la empatía o el respeto.
Gracias a esta incorporación y reordenación de roles, todo el mundo puede sentirse superidentificado. Aunque, realmente… ¿Alguien se ha sentido representado por el perfil estereotipado que vende la normalidad como una perfección inalcanzable? Morticia Adams, ya lo decía: “Lo normal es una ilusión. Lo que es normal para una araña es el caos para una mosca”. Seguramente, la respuesta sea no.
“No hay ni una sola persona que sea parecida a otra”, aseguró Jacques Lacan para la revista Panorama en 1974. No hay nada normal, natural ni cotidiano. Nadie tiene las mismas fobias, angustias, miedos, emociones y maneras de relatar, aunque el “hombre de calle” se ha acercado a ello en algunos pensamientos democráticos del América del Norte.
Aunque en España los delitos de odio al diferente vienen definidos en el artículo 510 del Código Penal para quienes “fomenten, promuevan o inciten directa o indirectamente al odio (…) por razones de género, enfermedad o discapacidad”, no hay que olvidar que lo diferente no es lo raro y lo perfecto, lo normal.
Debemos aprender a convivir con nuestra forma de ser, con las capacidades que nos hacen especiales, con las aptitudes que nos caracterizan y que habíamos renegado en el pasado y con las alas que nosotros mismos habíamos recortado y a las que no habíamos dejado abrirse para alzar el vuelo. Lo normal eres tú, soy yo y quién lea esto mañana. Lo diferente eres tú, soy yo y quién lea esto pasado.