Prison Break: algo está fallando en Italia y Brasil
Celia Montero//
La reciente crisis del coronavirus ha protagonizado situaciones que jamás habríamos imaginado ni deseado vivir. España, como muchas otras naciones, ha desempolvado el protocolo de emergencia recogido en el artículo 116.2 de la Constitución y en la Ley Orgánica y ha declarado el estado de alarma. Poco a poco esta medida adoptada por países de todos los continentes parece aportar algo de orden a este caos mundial que ha desatado la crisis sanitaria del Covid-19. Pero la situación afecta a más ámbitos de la sociedad que no suelen formar parte de nuestra cotidianeidad, como las prisiones.
En Italia, los dos primeros casos de contagiados por coronavirus se detectaron a finales de enero pero no fue hasta principios de marzo que se impuso la cuarentena en la zona de Lombardía. Días después, el 10 de marzo, el Primer Ministro Giuseppe Conte decidió imponerla en todo el país. Durante ese tiempo el número de infectados había incrementado exponencialmente. Ahora es el segundo país con más casos detectados, seguido de Estados Unidos y de España.
Los Sindicatos Autónomos de la Policía Nacional Penitenciaria italianos informaban también a principios de marzo que cientos de presos se habían fugado de la cárcel de Foggia, y muy pocos habían sido devueltos a prisión. La noticia de la restricción de visitas del exterior por prevención sanitaria causó en los reos de toda Italia un descontento que desembocó en rebeliones contra los propios funcionarios de las cárceles. Nápoles, Salerno, Frosinone, Bari, Alessandria, Milán… las instituciones penitenciarias de estas y de otras ciudades italianas sufrieron las protestas de los apresados por las medidas de seguridad adoptadas. En algunas incluso consiguieron convertir a los policías en rehenes. Columnas de humo, destrozos, reivindicaciones en las azoteas: pasaron por encima del sistema de seguridad.

El Secretario General de Policía Penitenciaria, Francesco Campobasso, expresó tras estos acontecimientos su descontento con las políticas carcelarias y más concretamente con la vigilancia dinámica, ratificada legalmente en 2018. Pero no fue el primero en manifestarlo. El Sindicato Autónomo de la Policía Penitenciaria ya mostró su malestar ante el Jefe Adjunto del Departamento de la Administración Penitenciaria, Marco del Gaudio y ante el Director General de Personal y Recursos, Pietro Buffa, por esta medida optimista de reeducación y seguimiento de los presos.
Italia: reclusión y vigilancia dinámica
Atrás quedó el sistema penal del Antiguo Régimen. Torturas públicas para conseguir confesiones, mutilaciones, la exposición del reo en la picota del pueblo y otras tantas actuaciones que tenían un mismo fin: el maltrato físico y la venganza. Las personas perdían su valor y eran solo carne a la que se le podía hacer de todo hasta que se considerase que su acto había sido compensado. Por eso la muerte era también una opción. Esto encierra una hipótesis negativa: las personas no cambian, no modifican su conducta, solo aprenden sufriendo, con castigos.
El trato a los delincuentes hizo reflexionar a varios filósofos y a partir del siglo XVIII comenzaron a emerger escritos sobre las sombras del sistema penitenciario. El filósofo y jurista italiano Cesare Beccaria identificó los problemas del sistema e incluso aportó algunas soluciones como la idea de la reclusión. Concebía este castigo como un trato más humano que el que se les daba antes y que además podía ser un ejemplo para evitar que otras personas cometiesen el mismo delito.
El inglés John Howard presentó su idea de reforma penitenciaria a la Cámara de los Comunes en 1779. Dos cosas llaman poderosamente la atención. La primera es que propone reformar a los reos en cuanto a su comportamiento acompañándoles en lo religioso e inculcándoles buenos hábitos que les dirijan al arrepentimiento. En esencia, el fundamento de la vigilancia dinámica que se aplica en la actualidad en los presidios italianos. La segunda es que sugiere situar las prisiones a las afueras de las ciudades para evitar posibles propagaciones de infecciones al resto de personas. Irónico en los tiempos que corren.
De la privación de la libertad que, como podemos comprobar, se adoptó como sistema punitivo en todo el mundo, se extiende la necesidad inevitable del control, porque no es natural del ser humano quedarse donde le ordenan sin una medida coercitiva que lo imponga.
Ideal habría sido el utópico panóptico que Jeremy Bentham creó y que Foucault difundió: una prisión que se pueda vigilar desde un punto sin que tal punto pueda ser visto, y sin que los encarcelados puedan tampoco ver a sus compañeros. Esta es la semilla de las posteriores cámaras de videovigilancia, aunque aún no hayan sustituido por completo la presencia de personas. Pero el panóptico ni es compatible con la filosofía del acompañamiento del reo hacia su reinserción, ni con la idea de darles un trato más humano.
El deseo de las instituciones penitenciarias italianas de mezclar aislamiento y reinserción ha derivado en esta supervisión o vigilancia dinámica con la que ya fantaseaba John Howard. El preso es seguido de cerca por profesionales como educadores o psicólogos tanto en el trabajo como en actividades culturales. Pero existe un problema: la falta de profesionales para realizar este intento de reeducación, se necesitan más oficiales de prisión. Esta precariedad de las prisiones ya la han denunciado los Sindicatos de Policía Penitenciaria. La ausencia de recursos es una de las circunstancias que ha facilitado la creación de las revueltas.
La vigilancia dinámica en Italia se aplica con el objetivo de remediar las deficiencias de la policía de prisiones y para evitar sanciones recurrentes a los presos. Si así es, deberían enfocar todos los esfuerzos a que ese nuevo sistema esté dotado de la cantidad suficiente de profesionales como para conseguir frustrar las rebeliones. Tan importante es la intervención psicológica y sociológica para frenar los levantamientos antes de que ocurran, como la intervención policial en caso de que, desgraciadamente, se produjesen. Sin embargo el sistema penitenciario italiano no puede hacer frente a ello y los oficiales de policía se manejan como pueden para mantener la normalidad.
Sistemas carcelarios con “fugas”
El equilibrio entre reclusión, vigilancia y reeducación no solo se ve perturbado en los presidios italianos, sino que también lo hace en los brasileños. Días después de los percances en las cárceles del país europeo, emerge otra noticia: al menos 1300 presos se fugan de prisiones de Sao Paulo en Brasil. Imágenes de aquellos que han escapado, corriendo en masa sin un destino fijo aparecen en las televisiones latinoamericanas e incluso llegan a las españolas. Diez cárceles brasileñas más notifican revueltas propiciadas por la misma causa, la negación de visitas y permisos, y se moviliza al Grupo de Intervención Rápida (GIR) y a la Policía Militarizada para encauzar la situación.

Nos encontramos aquí ante un sistema distinto. El académico del Centro de Investigación y Docencia de México, Gustavo Fondevila, que ha estudiado las cárceles latinoamericanas a fondo se encontró con unas condiciones muy similares entre los países del sur del continente. El hacinamiento, la falta de guardias, la libertad de compra y venta de sexo, seguridad o alimentos, son algunas de las condiciones que hacen que su sistema penitenciario no sea eficaz y que incluso en algunos casos no esté controlado por las autoridades oficiales. Tanto es así que cuando ocurren situaciones extraordinarias como la actual, tienen que pedir el refuerzo de otras fuerzas de seguridad del estado para poder apaciguar la situación.
Juliana Melo, especialista del sistema carcelario brasileño y profesora de la Universidad Federal del Río Grande del Norte, afirma que en las prisiones brasileñas sigue habiendo violaciones de los derechos humanos, además de disputas entre grupos narcotraficantes que añaden un plus al índice de violencia en estos lugares. No solo las autoridades no son capaces de desempeñar su trabajo sino que incluso permiten que estas instituciones sean precisamente un hormiguero de delincuencia.
Estamos ante otro sistema de seguridad penitenciario que no funciona como debería. Los problemas estructurales, que ningún gobierno se atreve a remediar, difuminan el objetivo de las cárceles. En el caso de Brasil ni siquiera consiguen frenar las actividades delictivas que se prolongan en el interior de estos lugares. Pero tampoco lo consiguen en Perú, según lo narra Marco Avilés en su libro “Día de visita”. Las mujeres de la cárcel de Lima se ven obligadas a prostituirse con hombres que acuden allí como si fuesen a un burdel o a vender a sus hijos. Y tampoco en El Salvador, como retrataba Jalis de la Serna en el programa Encarcelados de La Sexta. Allí las maras siguen controlando los negocios de droga y armas del exterior. Es una extensión de la calle.
De nada sirven las medidas sobre el papel, si la puesta en práctica es inviable. Y esto ocurre tanto en Italia como en Brasil, a pesar de ser dos países que a priori no tienen mucho en común: distinto continente, distinta cultura, distinto nivel económico, distinto desarrollo…
Que un mismo problema, en este caso las revueltas por las restricciones de visitas, desencadene las mismas consecuencias en una cárcel europea que en una latinoamericana, significa que pese a tener un sistema penitenciario totalmente distinto, ninguno consigue hacerlo funcionar de la forma en que deberían (cada uno a su escala).
Encarcelamiento como solución
La fuga masiva de presos en Italia y en Brasil nos hace plantearnos si la apuesta por la reclusión y la privación de derechos es la solución más acertada ante las violaciones de la ley. El factor común aquí no son los sistemas, sino la sociedad.

Una restricción que todo el mundo ha tenido que acatar –estando más o menos de acuerdo con ella- por ser una cuestión de emergencia mundial, ha provocado en los encarcelados una reacción desmesurada que ha puesto del revés las prisiones. La prohibición de las visitas ha sido la gota que ha colmado el vaso. El vaso ya estaba lleno por la privación de la libertad total en la que ya viven día a día y por el trato excluyente que reciben. El sentimiento de pertenencia puede cambiar la actitud de las personas, y en este caso lo ha hecho el sentimiento de exclusión. Los presos se han sentido incomprendidos y han unido fuerzas para manifestarse contra el sistema que los presiona, en un ambiente que ya estaba caldeado. El virus ha sido solo el detonante.