Pueblos (re)habitados
Candela Canales//
En 1986, los llamados neorrurales ocuparon de forma legal los pueblos de Aineto, Artosilla e Ibort, y desde entonces ha aumentado la población. Chus y Jesús, además de vivir en estos municipios, forman parte de la asociación Artiborain, que ha conseguido devolver la voz a un valle en silencio.
Chus vino a Ibort por amor. Hace 24 años, dejó su vida en Zaragoza y decidió irse a vivir a este pequeño pueblo en el que solo vivían otras cinco personas. Gracias a unas amigas que habían acudido a un campo de trabajo, conoció esta localidad que se convertiría en su hogar los próximos 24 años. Paseando por sus desiguales calles disfrutó del silencio de un pueblo abandonado, de la tranquilidad de caminar entre sus ruinas y de la naturaleza. En ese entorno conoció a Raúl, que vivía ahí, y surgió una historia de amor que no duró con los años, pero que fue la excusa que necesitaba Chus para trasladarse a esa pequeña localidad y cambiar de vida.
Hablamos del año 95. Chus llegó a Ibort cuando la Asociación Artiborain ya llevaba casi diez años trabajando, con el objetivo de repoblar tres localidades de la zona que habían sido abandonadas en los años 70. Aineto y Artosilla son los otros dos núcleos que formaban parte de la Asociación. Situados en la Guarguera, una comarca natural del Prepirineo aragonés, han conseguido devolver parte de la vida a este valle que pasó de más de mil habitantes a principios de siglo a apenas 35 personas en 1980.
Para entender este fenómeno, debemos remontarnos a mediados del siglo XX. Fue entonces cuando muchas zonas rurales se quedaron vacías. Las casas cerraron sus ventanas, se atrancó la puerta y la gente salió de sus pueblos de camino a las ciudades, para buscar oportunidades de trabajo que se estaban produciendo debido al desarrollo industrial. La ciudad se percibía como un lugar con más libertad, servicios y posibilidades y, poco a poco, el mundo rural se fue vaciando. Aineto, Artosilla e Ibort pertenecen al término municipal de Sabiñánigo desde 1975, cuando ya llevaban despoblados unos quince años, uniéndose a los otros 67 núcleos que componen Sabiñánigo. Esta localidad, que históricamente ha sido receptora de población, ha ido perdiéndola en los últimos años. Sin embargo, durante el siglo XX, marcó el crecimiento de la población urbana de la comarca. Pasó de 200 habitantes en 1918 a 10.000 personas en 1977.
Fue en 1981 cuando una comuna hippie decidió trasladarse a Aineto, que para entonces ya estaba abandonado, y ocuparlo. No fue una ocupación como la entendemos ahora: llegaron a un acuerdo verbal con los forestales y se les permitió vivir en su casa, con el compromiso de arreglar la vivienda y tratar de hacer de Aineto un lugar habitable. Este acuerdo no acabó de funcionar, pero plantó una semilla de la que germinaría la asociación Artiborain en 1986.
Jesús fue uno de los primeros miembros de Artiborain, “aprovechamos ese intento que se planteó desde la Administración para solucionar la situación legal de los habitantes de Aineto, que ha sido el punto de partida de Artiborain. Lo que hicimos fue presentar un proyecto de reconstrucción de Aineto, Artosilla e Ibort, con gente de los tres pueblos, estábamos unas 25 personas. La respuesta de la Administración fue positiva y la primera cesión temporal por un año de ocupación y de uso de los pueblos y terrenos llego en diciembre de 1986”.
A partir de este momento, comenzó la aventura de los neorrurales. Con mucha ilusión, Jesús se trasladó a Artosilla, con la idea de aprender de la construcción tradicional, la agricultura, y para estar en contacto con la naturaleza.
Dejar la ciudad es el primer paso. Así lo hizo Jesús, que buscaba un medio más tranquilo en el que desarrollar su proyecto vital. Quería vivir en un terreno virgen al que la contaminación no le hubiese afectado, donde poder vincularse con la cultura tradicional. En esta búsqueda, trataba de huir de la cultura capitalista imperante que considera que “todo lo nuevo es mejor” y, así, recuperar parte de la esencia del mundo rural.

Ibort: un proyecto común, pero no una vida en común
Chus recuerda cómo se construyó su casa, recuerda los campos de trabajo, los veranos en los que venían decenas de personas y durante unas semanas convivían con los habitantes del pueblo y ayudaban en la construcción de las viviendas. Estas personas eran voluntarios, y con su ayuda se consiguió edificar gran parte de la localidad, se trabajaba por las mañanas y después se hacían actividades y excursiones. Chus guarda un gran recuerdo de esta época, en la que pasaba mucha gente por el pueblo y que sentó una de las bases del proyecto: el trabajo en común. De esta manera, las ruinas de Ibort se han convertido en más de treinta casas reconstruidas. Cuando paseas por las calles llaman la atención las diferentes construcciones.
Esta vuelta a lo tradicional fue uno de los pilares del proyecto Artiborain. Se buscaba gente que quisiera revivir los pueblos, pero sin olvidar su historia. Los primeros habitantes sí que mantuvieron la idea de construcción tradicional. Pero Chus se lamenta de lo que vino después porque ya no hubo respeto por esa tradición. Se tiraron ruinas enteras y se hicieron casas desde cero, ampliando planta o altura, construyendo unas casas que fueron un agravio comparativo para la gente de pueblos vecinos.
Las rencillas son normales, existen en todos los pueblos, pero pueden darse más en estas localidades debido a su carácter asambleario. Todas las decisiones relativas al pueblo y a sus habitantes deben tomarse en conjunto. Cuando una no es consensuada, no cuentan con una estructura con autoridad para llevar a cabo una gestión organizada del pueblo y así resolver los conflictos que surgen entre los vecinos.
Chus considera que habría que haber sido más exigente a la hora de repartir las viviendas, para que todo el mundo que se decidiese a vivir en Ibort tuviese en mente esta idea común. Este proyecto colaborativo que inspiraba a los primeros habitantes se ha ido deformando con el tiempo y los que han venido después no se han unido a esta idea comunitaria. Sí que se han llevado a cabo iniciativas pequeñas de las que obtener un beneficio económico, pero no como pueblo, no como asociación.
Estos pequeños conflictos han hecho que Chus se haya planteado trasladarse, pero su hijo Saúl y su pareja Javi están encantados. Ella se encuentra en un punto diferente. Le gusta su casa y el entorno, pero no está dispuesta a invertir mucha energía en el proyecto común.

El propósito inicial era repoblar la zona y se ha logrado sobre todo en Ibort. De las cinco personas que vivían cuando se trasladó Chus, ahora son 80 vecinos y vecinas. Con todo, se muestra quejosa. Entiende que no es lo que pretendían al principio porque mucha de la gente que se ha trasladado a estos pueblos no se ha unido al proyecto, pero han logrado el objetivo. Ibort es el tercer pueblo de la comarca y, además, con una media de edad muy baja, la persona mayor tiene 64 años.
Artosilla: una vuelta a los orígenes
Sin embargo, no es suficiente. Las 25 personas de Artosilla, las 45 de Aineto o las 80 de Ibort no pueden vivir solo de lo que se genera en el valle. Tratan de continuar con la idea original: vivir más en contacto con la naturaleza, respetar la construcción tradicional y llevar a cabo un proyecto en común con esos pilares. Pero han tenido que hacer concesiones. Este tipo de proyectos suponen mucho esfuerzo a muchos niveles, incluido el económico. En muchas ocasiones no pueden sufragar los gastos con un pequeño taller artesano o una tienda de cosmética natural, y trabajar en localidades más grandes se convierte en una realidad. Jesús también tuvo que hacerlo, con su empresa de construcción han recorrido la zona arreglando las casas e iglesias del Serrablo manteniendo la estructura y respetando la arquitectura tradicional.
Salir a trabajar fuera implica muchas cosas cuando vives en un pueblo a más de 30 kilómetros del municipio principal. Es un traslado diario que supone una gran inversión tanto de tiempo como dinero, y un poco de frustración por no poder mantener la idea primigenia: vivir en los pueblos y vivir de los pueblos.

No depende solo de ellos. Para poder vivir de los pueblos y desarrollar una actividad económica rentable dentro del propio valle, sería necesaria mucha más población. Siguen siendo pocos, a pesar de haber cuadruplicado la población en los últimos treinta años. Sería necesario que viviesen 500 personas para que no tuviesen que salir fuera a trabajar.
Como tantos neorrurales se ven obligados a trabajar fuera del pueblo que habitan, la contaminación que causan es grande. La huella de C02 de estas personas es muy alta, ya que necesitan el coche para todo. Esto genera una gran contradicción en personas como Jesús, que se pregunta si no estarán cometiendo un error: “parece que vivir en el campo es lo más sostenible e idílico, pero igual estamos metiendo la pata y haciendo algo ecológicamente insostenible”.
También por este motivo, se plantean las posibilidades de crecimiento y las posibilidades que tienen cada uno de estos pueblos. “Todos tenemos ya en mente un límite. Nuestra idea es que es más importante una cierta afinidad en el grupo, ya que la gestión es colectiva y la asamblea es la que decide y diseña la estrategia de uso y para ello tiene que haber afinidad”. Tampoco se pueden construir viviendas de forma ilimitada si se quiere continuar con la idea inicial de habilitar las ruinas ya existentes y que las próximas generaciones puedan desarrollar su proyecto de vida aquí, igual que lo ha hecho Jesús durante los últimos 30 años.
¿Hay futuro?
Si das un paseo por gran parte de los pueblos de Huesca, la mayoría de personas con las que te encontrarás seguro que superan la frontera de los 70 años. Los pueblos ocupados son jóvenes, ya que gran parte de la población vino cuando era joven y ha desarrollado aquí su vida. Pero, ¿qué pasa con los hijos de los neorrurales? Muchos no se quedan, aunque les guste esta vida, se trasladan a otras localidades para iniciar su propio proyecto de vida. Chus lo tiene claro: “es difícil que quieras soñar el sueño de tus padres”.
Jesús se quiere quedar, sus hijos lo han hecho, pero muchos otros no lo hacen. Los estudios, las oportunidades de trabajo o querer cambiar de vida son algunos de los motivos por los que muchos jóvenes dejan su vida en el campo y van a las ciudades. Otra forma de éxodo similar al de hace medio siglo, cuando se vaciaron muchos pueblos aragoneses.
Para él, este es uno de los grandes problemas, cifra en un 10% los hijos que vuelven a sus pueblos de nacimiento. Su hija sí que ha regresado y ha echado raíces de nuevo, formando una familia. Su hijo no vive en Artosilla, pero sigue yendo y manteniendo actividades en el pueblo, sigue en contacto con sus orígenes. El número de gente que ha nacido en estas localidades es bajo, pero Jesús considera muy importante que vuelvan para que el proyecto mantenga una cierta continuidad, “y creo que es más fácil que tengas ese vínculo si has crecido aquí”.
No se sabe si hay futuro, la España vaciada sigue vaciándose, pero por el momento hay presente. Las 160 personas que viven en los pueblos de Artiborain desarrollan sus proyectos vitales en estas localidades y mantienen viva una zona del Pirineo aragonés. Dentro de 30 años puede que se haya cumplido el objetivo de poder vivir de lo que producen en el propio pueblo, o puede que vuelvan a estar vacíos, pero estarán sentadas las bases de un nuevo modelo de repoblación.