¿Quién vigila a quién?

Marta Ortiz Soriano//

En este ensayo se hace una reflexión acerca del excesivo control y vigilancia a la que estamos sometidos como sociedad en general. Una sensación de seguridad que nos convierte en una sociedad disciplinada.

Durante y después de la crisis sanitaria que hemos vivido, nuestra sociedad ha pasado de ser una “sociedad soberana” a convertirse en una “sociedad vigilada y controlada”. La relación entre imágenes, policía y seguridad pública se ha ido implantando a lo largo de estos últimos años. Lio explica cómo las políticas de seguridad gubernamentales han ido incorporando Circuitos Cerrados de Televisión (CCTV) para el monitoreo del espacio público entre sus tecnologías con el fin de implantar un control social y la prevención de delitos.

Al principio, la video-vigilancia era utilizada únicamente en Europa y América del Norte. Poco a poco se ha ido expandiendo a los cinco continentes hasta llegar a convertirse en una de las principales herramientas al servicio de la seguridad ciudadana.

Se han llevado a cabo métodos para dividir en zonas, controlar, medir, encauzar a los individuos y hacerlos a la vez “dóciles y útiles”, como señalaba Foucault ya en 1979 en su famoso estudio Microfísica del poder. “Vigilancia, ejercicios, maniobras, calificaciones, rangos y lugares, exámenes, registros, una manera de someter los cuerpos y de manipular sus fuerzas”. Todo esto con el objetivo de crear una “sociedad disciplinada”.  

Este siglo también nos ha dotado de infinitas libertades, pero nos ha convertido en una sociedad disciplinaria de la que seguimos dependiendo. Al uso de cámaras de seguridad se han sumado la utilización de diversas tecnologías de seguimiento y recolección de datos. Este panorama nos hace preguntarnos: ¿ha llegado esto demasiado lejos?

Controlados y disciplinados

En un artículo publicado en 2007 en la revista Argentina de Sociología, el investigador Rose explicaba que existe un control que es abierto y que está compuesto de múltiples elementos. A lo largo de su argumentación, explica que en ese control intervienen elementos de diferente naturaleza: tanto humanos como no humanos, programas oficiales, dispositivos tecnológicos y una amplia variedad de agentes. A su vez, los técnicos asumen el ejercicio de este control con el objetivo de que los sujetos sean los actores de su propio control y vigilancia.

Deleuze (1995) entendió el control como la imposición de elementos heterogéneos que comparten un territorio en el que se llevan a cabo relaciones sociales que producen líneas de encuentro. El control no es solo una cuestión de disciplinar al sujeto, sino que está enfocado a dirigirnos por el buen camino

Levantarte temprano, hacer la cama, comer a tus horas, entrenar, ir a clase y estudiar son algunos de los ejemplos que forman esa parte del control que podemos catalogar como “bueno”. Aquel que te ayuda en el día a día para conseguir un futuro mejor. Foucault (1979) afirmaba que “el control no es solo aquello que nos impide ser de una manera o hacer algo, sino que nos produce y nos construye de una forma determinada”.

Desde un enfoque foucaultiano podríamos entender la culpa y el arrepentimiento como el desarrollo de las tecnologías del yo (por ejemplo, ‘No debería haber hecho eso’). Actitudes y pensamientos que nos aparecen después o antes de hacer algo y que nos condicionan a la hora de tomar una decisión. Tanto el control externo como el autocontrol del propio individuo se entenderían como una manera que cada uno desarrolla para controlarse.

En el control que nombramos como externo, no vemos a la persona que, por ejemplo, nos observa a través de unas cámaras de vigilancia y que controla todos nuestros movimientos. Solo distinguimos los dispositivos de seguridad. Debido a estos dispositivos modificamos nuestras acciones porque sabemos que en cualquier momento podemos ser observados. El objetivo de este método de control es disuadir a los individuos de hacer el mal e incluso del pensamiento de hacerlo.

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Anónimo vigilando a través de su ordenador. Fuente: ISOTols

Además, Deleuze en Conversaciones: 1972-1990 planteaba intervenir en los “factores de protección” para someter a los sujetos en esta formación a lo largo de toda su vida. Refiriéndose a los discursos de disciplina, del control y de la emergencia de instaurar nuevas tecnologías que controlen a los individuos. Con esto, se da a entender que las personas no somos capaces de gobernarnos o controlarnos a nosotros mismos.

El precio de la seguridad

Vivimos en una sociedad de control en la que se establece una vigilancia continua, sin fin, que controla al individuo de manera instantánea. Esta vigilancia se caracteriza por el uso de cámaras instaladas tanto en lugares públicos como privados creando una supuesta ‘sensación de seguridad’. Farocki en su libro Desconfiar de las imágenes, Buenos Aires, Caja Negra publicado en 2013 le daba importancia tanto a la vigilancia en centros penitenciarios como a la vigilancia social generalizada, incluyendo la que hay en espacios libres. Por tanto, “la vigilancia social se puede definir como el control mediante la utilización de medios técnicos para extraer y/o crear los datos personales o de grupos” siendo su finalidad mantener un control de los vigilados.

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Vigilancia de toda la ciudad. Fuente: FUHEM

Esta vigilancia continua de la sociedad produce un número excesivo de imágenes que son archivadas y analizadas por el ser humano, pero ¿quién las analiza?, ¿quién nos vigila? 

En cualquier caso, Farocki en Desconfiar de las imágenes, Buenos Aires, Caja Negra entendía que la sociedad de control ha convertido lo digital en estándar de la imagen y que se ha llevado a su máxima expresión un mundo de archivos que comenzó ya hace mucho tiempo, cuando las autoridades -especialmente, militares y policía- empezaron a documentar con fotografías todos los hechos.

Esta constante vigilancia electrónica provoca que ya no exista ningún lugar al aire libre donde el control no llegue. No hay sitio que no esté vigilado. Nada más salir de casa, desde el portal hasta llegar al destino, pasamos por delante de centenas de cámaras que pueden rastrear todos nuestros movimientos. A todo ello hay que sumarle la cámara propia de nuestros teléfonos móviles y la geolocalización. Un dispositivo electrónico que siempre llevamos encima y con el que nos pueden localizar en cualquier momento.

Ahora ya no sólo se observa a la persona, sino que ahora se incluye su historia, sus gustos, sus necesidades, sus amistades. Todo gracias a la información que vamos dejando. Al comprar un móvil incluimos nombre y dirección; al abrir una cuenta bancaria no sólo damos nuestros datos sino que también aparece qué compramos, dónde y cuándo lo compramos. Con todo esto, la información también toma un papel importante dentro de las estrategias de vigilancia y del control social.

Por todo esto, es posible prescindir de la cárcel; la institución más emblemática de la sociedad disciplinaria. “La tecnología permite tener detenida a una persona también fuera de la cárcel, vigilarla y castigarla” expresaba Farocki en Desconfiar de las imágenes, Buenos Aires, Caja Negra. “Es perfectamente concebible una sociedad de control sin lugar de encierro para los delincuentes”.

El objetivo de control del gobierno a través de estas tecnologías no siempre produce los efectos deseados. Puede provocar una sensación de seguridad, pero al final si nos paramos a pensar está situación que, a priori va a más, parece excesiva. Rose en el artículo de 2007 “¿La muerte de lo social? Re-configuración del territorio de gobierno” de la Revista Argentina De Sociología afirmaba que en ocasiones, el objetivo político a estos sistemas de vigilancia no tiene que ver con su efectividad sino con su valor simbólico: el hecho de saber que se está haciendo algo en relación con el problema del delito genera un sentimiento de protección”.

Nuestra participación lo hace posible

Como sociedad pedimos vigilancia en las calles, control y seguridad. Exigimos cualquier medio que nos haga sentir más seguros. Queremos que nos protejan de cualquier persona que nos pueda hacer daño, pero estas nuevas tecnologías han hecho posible instaurar esa vigilancia no sólo al aire libre sino también en nuestros propios hogares. Cada movimiento, cada paso y cada acción que realizamos queda registrada y almacenada en algún dispositivo. Por eso, nuestra vida quizás no es tan privada como creemos.

Marta Peirano en su artículo llamado “Hacia una nueva ilustración digital europea” explica como el desarrollo de sistemas alternativos de gestión de red plantea un problema de valores, pero también de seguridad: permite a Rusia ejecutar un ataque masivo e indiscriminado contra las infraestructuras de internet y blindarse contra él. Además, reflexiona acerca de las tendencias que promueven y aceleran las nuevas tecnologías y el internet: los virus. Estos virus son “liberados” en busca de puntos débiles de los ciudadanos.

En este debate sobre control y vigilancia, debemos tener en cuenta que nuestra participación como usuarios en numerosas tecnologías hace que ese control sea posible. Aunque no estemos obligados a utilizar las tecnologías de control, a veces lo hacemos de forma consciente y otras de forma inconsciente. Estas tecnologías de control que caracterizan la sociedad disciplinada no diferencian entre unos y otros. Nadie se libra. Es decir, dentro de esta era digital, el control ya no se fija en unas personas u otras o en un espacio determinado (cárceles, manicomios, hospitales, etc.), ahora se encuentra en todas partes.

¿Está desapareciendo lo que conocemos como privacidad o libertad? “La libertad como práctica es localizada territorialmente en oposición a los espacios de control”, expresaba Foucault en Microfísica del poder. Es decir, la libertad y el control son construcciones diferenciadas. 

La cuestión es que debemos entender la implantación, por ejemplo, de cámaras de vigilancia como una estrategia de control social que busca la seguridad de la sociedad. Sin embargo, el continuo y excesivo control, protección y vigilancia a la que estamos sometidos hace que nos planteemos si verdaderamente gozamos de una privacidad y una libertad que está reconocida por los derechos humanos.


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