Sarajevo, donde el horror se hace palabra
Texto: María Irún. Fotos: Antonio Pardo//
No todo el mundo puede decir que ha ido a una guerra y ha vuelto. Gervasio Sánchez y Alfonso Armada han ido a varias, y han vuelto. En ellas esquivaron balas, bombas, controles y al miedo. Bosnia fue el lugar de su primer encuentro, Sarajevo el comienzo de su vida juntos, y Zaragoza, testigo de la presentación de Sarajevo. Diarios de la guerra de Bosnia, un trabajo conjunto de ambos, amigos y periodistas.
Era 29 de agosto de 1992, y era el cumpleaños de Gervasio. Las bombas caían sobre la ciudad de Sarajevo, asediada y cercada. Eran días muy duros. Pero para él, tras una experiencia nada agradable en el centro de Bosnia, Sarajevo era la tranquilidad. Se cumplía el cuarto mes de guerra, las Olimpiadas de Barcelona 92 habían terminado y parecía que por fin esas bombas tendrían sitio en los medios españoles.
Entre el caos y la celebración, apareció Alfonso Armada, “con pinta de despistado, de que se había perdido”. Por entonces el periodista gallego dedicaba su pluma al mundo cultural; agosto hizo mella en la redacción, sus compañeros hicieron uso de sus vacaciones y alguien tenía que acudir a cubrir la guerra de Bosnia. Él, sin experiencia en este tipo de conflictos, aceptó ir, lo que aún parece admirar a Gervasio mientras lo cuenta. En el primer encuentro, Alfonso se acercó a Gervasio y le dijo que él era el encargado de editar las crónicas que este enviaba a El País. Y así comenzó todo.
Solo habla Gervasio, de momento, pero es como si fuera una voz conjunta, de los dos. Cuenta sus primeros logros -la entrada en la biblioteca de Sarajevo, que había sido devastada, de la mano del pequeño Edo-, y el viaje hasta un Mostar sin puentes que cruzar gracias a la metralla, en un coche que no conduciría Alfonso Armada ni entonces ni ahora. El periodista no sabe conducir, y Gervasio se encarga de dejarlo claro en su relato. Esto no le impediría seguir viajando: Sudán, Somalia, Congo, Liberia… la pareja, como muchos otros héroes en lugares donde todo el mundo es vulnerable, siguió contando lo que unos no querían publicar y otros no querían leer.

Sarajevo fue el principio, y lo que les mantiene unidos. Pero ahora Sarajevo no es solo una ciudad, ni un recuerdo de su primer encuentro y del horror que allí vivieron. Ahora Sarajevo es también un libro editado por Malpaso, una recopilación de las crónicas y los diarios de Alfonso Armada desde aquel conflicto, ilustradas por las fotografías de Gervasio Sánchez. Y Sarajevo el lunes fue Zaragoza, durante una hora y en la Librería Cálamo, lugar de la presentación del libro en la capital aragonesa. Dos ciudades que para Gervasio tienen un valor especial, personal y profesional. Y si lo tiene para Gervasio, también lo tiene para Alfonso.
El libro, una mezcla de sus dos artes, es el resultado de más de veinte años de relación, de confianza, de supervivencia. No les gusta hablar de lo que han vivido, aunque saben que eso también ayuda a que los simples mortales entendamos la importancia de que ellos estuvieran allí. Siempre han estado el uno al lado del otro, incluso aunque a veces no fuera el lugar en el que uno de ellos tenía que estar. La primera línea de fuego era su lugar, porque es el lugar de un periodista. Y ahora no encuentran un mejor compañero de batalla. “Si tuviera que irme al fin del mundo con alguien, sería con él”, dice Gervasio de Alfonso. Y lo repite: “Dudo mucho que haya alguien con quien me fuera al infierno –bélico, añade, aunque deben de ser parecidos- que no fuera Alfonso Armada”.
Según Gervasio, Alfonso es el mejor periodista que El País ha dejado escapar; escribe en castellano, gallego e inglés, escribe todo el día y todos los días. Ni bebe, ni fuma, ni cree que “haga nada que tenga que ver con el sexo”, añade riendo. Alfonso fue su compañero y escudo contra las imágenes más terribles que un hombre pueda ver, testigos y amigos en una guerra que, aunque según Wikipedia cumple el 15 de diciembre de este año el vigésimo primer aniversario de su final, aún no ha terminado. “Que vengas a mi casa me llena de orgullo”, concluye Gervasio, y es el momento para que Alfonso Armada llene Cálamo y Zaragoza con un trocito de su libro.
Alfonso tiene un deje gallego en sus palabras, aunque los países que ha pisado parecen haber suavizado ese tono cantarín que todos ellos tienen. Habla más rápido que Gervasio, aunque es difícil que pueda decir más cosas de las que su amigo incluye en sus discursos. Dice que su objetivo, al escribir una crónica entonces y al escribir cualquier cosa ahora, es que el lector viva lo que él vive. Y al escucharle hablar ocurre eso, que ves lo que él vio, aunque con la suficiente distancia de tiempo y espacio como para poder seguir escuchándole. De sus palabras se extrae una idea: frustración. “Después de haber vivido, contado y leído… la sensación es que no llegamos a aprender. Te pasas el día jugándote la vida y, en España, nadie te habrá leído”.
Jugarse la vida no es una metáfora, ni una hipérbole, para Alfonso. Se jugó la vida, como se la jugó Gervasio, y Ramón Lobo, y Ricardo Ortega. Este último no tuvo la suerte de estar ese lunes en Zaragoza luchando una vez más por gritar que en Bosnia hubo una guerra y nadie hizo nada; se la arrebataron en Haití, la suerte y la vida.
Alfonso también admira a Gervasio. De los fotógrafos, y de él, admira su capacidad de acercarse, de estar encima de lo que buscan. “Por supuesto que pasábamos miedo”, dice. Y lo escribe, en los diarios de Sarajevo, donde cada palabra es una lucha entre el deber de quedarse y el querer irse de aquel lugar. Pero se colocaban el “chaleco antibalas psicológico”, y cuanto más se metían en las historias menos miedo sentían, más se olvidaban de él. Cuenta que ha trabajado con muchos periodistas, pero ninguno como Gervasio.

Ambos, juntos, prosiguen su relato de la crueldad de aquella guerra. Hablan de las mafias que se hicieron con el control del mercado y, con ello, con el control de las vidas de quienes no eran alcanzados por las bombas. Hablan de su vuelta a Bosnia, de cómo ahora las mujeres no son apedreadas, de que hay un autobús que permite a los familiares de las víctimas de la matanza de Srenebica acudir cada julio a honrar a quienes allí fueron asesinados, y de que la policía comienza a hacer su trabajo. Dicen que, al final, cualquier cosa es mejor que la guerra. “No hemos perdido el humor, ni las ganas de volver”.
En diciembre volverá Gervasio, como ya ha hecho otras muchas veces, aunque el escenario no será el mismo que vivió con Alfonso, para celebrar el aniversario de la guerra que aún no ha acabado, de la guerra que la Unión Europea pasó por alto y celebró con un Nobel de la Paz. Volverán a Sarajevo, donde un 29 de agosto de 1992 comenzaron su historia y donde Alfonso comenzó los diarios y las crónicas que ahora forman Sarajevo. Diarios de la guerra de Bosnia, un libro que acerca Sarajevo a Zaragoza y que demuestra que el horror sí que puede hacerse palabra.
Autora:
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![]() 24 años, joven multiusos. Estudié periodismo, después aprendí a escribir. Hago fotos y busco historias. Sé menos de lo que me gustaría pero me gusta lo que sé: periodismo narrativo, bandas sonoras, guerra de Bosnia y, sobre todo, fútbol y Atleti.
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