Sexo, identidad y machirulos

Andrea Aragón Reyes//

La Escuela Municipalista Zaragoza En Común ha organizado un ciclo de debates feministas sobre sexualidad. En una mesa redonda, los ponentes han abordado durante tres sesiones asuntos como el placer y el peligro en las relaciones sexuales, la transexualidad y las masculinidades en transformación. Desde Zero Grados hemos cubierto estas sesiones. A continuación, nuestro relato y análisis sobre algunos aspectos clave tratados.
Somos cuerpo

María y Luis llevan treinta años casados. Esta noche Luis quiere tener sexo. María no está del todo convencida, está cansada, no le apetece. Pero, una noche más, María decide superponer el deseo sexual de Luis al suyo y acaban desnudos en la cama.

Como María, muchas mujeres dejan de lado su propio placer para satisfacer las necesidades de su pareja. ¿Cómo voy a dejarle al pobrecito con las ganas si, total, a mi no me cuesta nada? El imaginario sexual instalado en nuestra sociedad identifica a la mujer como un objeto pasivo en las relaciones mientras el hombre es el sujeto activo. Se concibe el sexo como un acto natuzalizado –que no natural– donde el hombre es el depredador y la mujer la presa. Que empiece la cacería.

Asociar el sexo con lo genital, lo coital y el falo es una visión simplista y reducida de la sexualidad. Esta imagen fija de lo sexual conduce a relaciones dependientes, desiguales y verticales –de poder masculino frente a debilidad femenina–. Por eso, Lurdes Orellana (psicóloga, sexóloga, feminista) quiere destruir este “virus patriarcal”, como ella lo llama. Porque el machismo afecta, una vez más, a toda la concepción de las relaciones sexuales y establece unos parámetros sexistas, donde solo tiene cabida la construcción social del hombre y la mujer vinculados a su género, una heteronorma y un enfoque androcentrista, situando al hombre en el lugar privilegiado.

Las consecuencias derivadas de esta percepción sexual son casi infinitas. Se instauran unos roles y estereotipos de género que decretan el comportamiento, las emociones e incluso los deseos de las personas. Así, a María se le designa la tristeza y a Luis la rabia y nunca, jamás, podrán experimentar la emoción del otro. Se crea un iceberg cuyo pico visible muestra la parte productiva de las relaciones sexuales, lo CIS, lo masculino, lo público, mientras la parte sumergida esconde los cuidados, lo no normativo, lo femenino, lo privado. Como subraya Teresa Yago (ginecóloga, máster en sexología y género), moderadora de la charla, cuestiones como el deseo, el orgasmo o la erótica femeninos se ahogan hasta tocar fondo.

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Lurdes Orellana y Reyes Moreno en la charla «Una sexualidad basada en el placer y no en el peligro»

Al final, la sexualidad es un terreno de exploración, placer y actuación que se relega a un segundo plano por el peso del constreñimiento, la represión y el peligro. La violencia, la brutalidad, la coacción generan un miedo que impregna la piel de María, que la alinean y patologizan. Sin embargo, Luis –pobre Luis– vive con su sexualidad masculina impulsiva, casi animal, y es el causante de ese miedo en algunas ocasiones.

De ahí que una parte del feminismo pretenda demoler esta dicotomía relacional. Para Reyes Moreno (educadora sexual con jóvenes) es primordial construir nuevos modelos de relación. Las mujeres no tienen que ser las guardianas morales del comportamiento masculino –indomable, al parecer–. María tiene todo el derecho a explorar su cuerpo, a disfrutar de su sexualidad, a ser erótica, aplastando la doble moral sexista de la histérica guarra, por un lado, y la pasiva sumisa, por otro. Moreno habla de la “ética relacional” para poder establecer uniones donde prime la igualdad, el consentimiento, el placer compartido. Partir hacia una sexualidad cooperativa, basada en la comunicación, la empatía y la asertividad, y también fluida, entendiendo la fluidez como un amplio abanico donde se incluyen las fantasías, la masturbación o la no monogamia, y no concentrada únicamente en la orientación sexual.

Para crear y fomentar estos nuevos espacios hay que reflexionar sobre las diferencias sexuales y abandonar el sistema actual que las organiza en una jerarquía dentro de la cual se otorgan privilegios a ciertos actos y parejas, como afirma la antropóloga Carole S. Vance, mientras se castiga a otros. ¿Por qué la penetración es más válida que el sexo oral o anal? ¿Desde cuándo ser homosexual se liga a la idea de promiscuidad? ¿Por qué una persona que folla sin compromiso comete pecado o queda deslegitimada? Una relación nacida del uso de los espacios virtuales no deja de ser una relación. Los nudes –nueva especie de sexting– dan vida a la erótica no presencial, rompen las barreras en la seducción. Siempre que se establezcan unos parámetros de seguridad y que el acto sea consensuado y negociado, los nudes tendrán el mismo valor que las románticas cartas que se enviaban los amantes del siglo XVIII.

Por las grietas entra la luz

Susana supo a los 9 años que era mujer. Hasta entonces llamada Sergio, Susana se dio cuenta de que su género vivido no encajaba con el género que le asignaron al nacer.

Las personas trans configuran una amplia amalgama de realidades identitarias que no encajan en el binarismo hombre/mujer establecido. La división social en dos categorías únicas y excluyentes entre sí niega una realidad múltiple y establece una rigidez binaria mediante la simplificación y la confrontación.

El error es la clasificación: el género es una construcción social asociada a la reproducción y estructurada de manera que asume y reproduce desigualdades. Así, deja fuera miles de matices que enriquecen la diversidad humana, suprimiéndola y catalogándola  como blanco o negro. Si la persona trans se pregunta ¿quién soy? y no consigue encontrar respuesta, es porque la está buscando dentro del binarismo establecido. La realidad no es tan tajante y única, sino mucho más compleja.

Susana, aunque cuenta con el apoyo de muchas personas, ha sufrido la violencia en el colegio, en el trabajo, en la calle. Se le niega el poder de ser vista y reconocida porque la sociedad actual todavía mantiene dos supuestos equivocados sobre la transexualidad: que es una elección y que es una patología.

Y no, no lo es. Como defiende Pilar Suárez (presidenta de Chrisallys Aragón), la transexualidad no es una cuestión de la voluntad, no va ligada a la moda o a la ideología. Es un sentimiento profundo de las personas, un saber íntimo de su identidad. Es una realidad siempre existente pero siempre invisibilizada.

El colectivo trans, sobre todo los menores, se topan con graves problemas de accesibilidad al apoyo psicológico y a los tratamientos hormonales, a lo que se añade el desconocimiento de los profesionales de estas realidades y las trabas administrativas para, por ejemplo, cambiar de nombre y género en la documentación. La inexistencia de una ley a nivel estatal que ampare a personas como Susana genera situaciones de sufrimiento, indefensión y discriminación. Por eso, es fundamental un reconocimiento básico que permita la construcción sana de un autoconcepto.

Luisa Broto (concejala de Zaragoza En Común), moderadora de la charla, recalca la idea de que el cambio es un acto de empoderamiento y autoreconocimiento basado en el derecho al libre desarrollo de la personalidad y a la integridad. Porque la salud de las personas trans no depende solo de una buena atención clínica, sino también del fomento de un ambiente social y político en el que se garantice la tolerancia y la igualdad. Vamos a tener que leer sin lugar a duda Después de lo Trans de Elizabeth Duval.

Imagen 2ª sesión
Pilar Suárez y Dune Solanot en la charla «Debates y derechos trans y LGTBIQ»

La transfobia que cala hasta los huesos y se filtra en las mentes ha llegado hasta el propio feminismo. El argumentario terfTrans-Exclusionary Radical Feminist– excluye a las mujeres trans del movimiento que, supuestamente, busca la igualdad. Susana no es bien recibida en las manifestaciones. Parece que las feministas tránsfobas temen dejar de ser si otras mujeres son.

Estas ideas, tal como explica Dune Solanot (fotoperiodista, activista LGTBIQ+ y feminista), solo crean espacios de inseguridad y vulnerabilidad. Se produce una situación de exclusión dentro del feminismo, de subalternidad, que cuestiona constantemente la validez de las mujeres trans y solo reproduce los mismos patrones de poder que se pretenden destruir.

No es algo nuevo. ¿Pueden las lesbianas ser feministas? ¿Pueden las mujeres negras unirse al movimiento? Claro, diríamos. Entonces, ¿por qué una mujer trans, que no deja de ser una mujer, no puede verse representada en esta corriente? Si la lucha no persigue un cambio conjunto, las aspiraciones democráticas del feminismo se verán comprometidas al defender políticas que excluyen  en lugar de integrar.

La heterogeneidad de la revuelta feminista no es una debilidad, sino su punto fuerte. El sujeto del feminismo son todas aquellas personas que estén oprimidas por el patriarcado. Incluyendo a Susana. La lucha debería articularse en función del objetivo común, más que en fijar una identidad concreta.

Reducir la condición humana a los parámetros de la cis-norma solo perpetúa la opresión y la invalidación. La pluralidad de cuerpos e identidades desbarata la sólida estructuración de la realidad hasta ahora impuesta. La resquebraja. La quiebra. La llena de grietas por las que puede entrar la luz.

Analfabetismo emocional

Enrique es todo un hombre. Nunca ha llorado delante de nadie. Su amigo David es el ligón del grupo. Consciente de su atractivo. Tomás, colega de ambos, tiene el don de la elocuencia. Habla que da gusto.

Los tres disfrutan de unos privilegios que les han sido otorgados por el sistema patriarcal en el que vivimos. Sus rasgos heredados –son hombres, blancos, cis– suponen una serie de ventajas sociales respecto a otros grupos.

A Enrique le han enseñado que ser hombre es poder. El heterosexismo le ha inculcado que él tiene derecho al cuerpo de la mujer. Por eso, las relaciones que construye están basadas en la dominación y la desigualdad. Tiene que apropiarse de algo, ser dueño.

David es el donjuán del grupo. Su poder es la mirada. Y mirar, en la cultura masculina, es otra forma de dominar, de someter al otro –sobre todo si se mira contra la voluntad–. Los ojos de David persiguen, intimidan.

Y qué decir de Tomás. Le encanta debatir y discutir. Se cree poseedor del saber pleno, absoluto, y lo utiliza para desautorizar otras voces. Su tono ocupa el espacio y silencia, sus gestos le ayudan en esta expansión.

Ninguno de ellos se ha dado cuenta todavía de que su género les permite hacer estas cosas. Al reunirse en grupos, no se han fijado en cuánto hablan los hombres en comparación con las mujeres, en la autoridad que se mantiene entre iguales –de hombre a hombre, claro–, en la acaparación y la falta de escucha activa.

Son sutiles mecanismos de exclusión, micro machismos, que degradan el papel y la validez de la mujer (y cualquier otro grupo subalterno). Carlos Adán (doctorando en Unizar: Masculinidades y cultura de paz) establece tres modelos de masculinidad. El macho, el galán y el progre. Enrique, David y Tomás.

El primero se caracteriza por ser burdo y violento, aquel que viendo su propio reflejo dice “ese no soy yo”. El segundo goza de éxito en sus conquistas románticas, mantiene relaciones verticales de actividad frente a pasividad –no hace falta decir quién ocupa cada puesto–. El tercero se basa en la palabra, en tener razón en todo, en el uso de la condescendencia y el paternalismo frente a otros.

Estas masculinidades establecidas perpetúan las actitudes sexistas y un machismo que oscila entre la sutileza –no dejar hablar– y la brutalidad –golpear–. La mayoría de hombres son incapaces de ver estos comportamientos. Resulta incómodo reconocer prácticas machistas cuando ocupas la posición social dominante. Es difícil percibir los privilegios cuando vives inmerso en ellos.

Imagen 3ª sesión
Carlos Adán y Lionel S. Delgado en la charla «Masculinidades en transformación»

Existe un malestar masculino derivado de una crisis de los modelos de género. Como explica Lionel S. Delgado (sociólogo investigador, doctorando en la UB: Género y ciudades), los cambios han generado un contexto de inseguridad donde se difuminan las reglas sobre lo que consiste ser hombre. ¿Ser el ganapán de la familia? ¿O quedarte en casa cuidando a los hijos?

Repensar estas cuestiones supone una exposición masculina. Miedo a la vulnerabilidad. Terror al fracaso. Pero si se normalizan las distintas formas de masculinidad y se dan patrones alejados del macho alfa, del hombre viril que todo lo puede, los hombres podrán encaminarse hacia el compromiso y la responsabilidad para con los demás. Dos ciclos recomendables están teniendo lugar estos días. Uno en Madrid, Los hombres de verdad tienen curvas, en La Casa Encendida de la mano de Clara Serra y otro en Barcelona, Masculino antipatriarcal, en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) organizado por Eloy Fernández Porta.

Por supuesto, el cambio de género no es una cuestión meramente individual. La socióloga R. W. Connell señala el riesgo político de un proyecto individualizado de reforma de la masculinidad porque solo ayudará a modernizar el patriarcado en lugar de abolirlo.

La acción, por tanto, debe ser colectiva. Es necesario un compromiso político serio por parte de los hombres ante las violencias machistas, una intervención activa en las dinámicas sociales. Y es fundamental tener en cuenta el papel de las emociones (o de su ausencia) en la forma en que viven sus privilegios. Pedro Santiesteve (exalcalde de Zaragoza), moderador de la charla, destacó el término «analfabetismo emocional» como parte de la cultura masculina aprendida.

El campo de la sexualidad puede ser una pieza clave del rompecabezas. La prevalencia del sexo carnal y violento, la necesidad de follar cuanto antes para sentirse validado como hombre o la cultura sexual falocéntrica solo perjudican la percepción de las relaciones sexuales.

Si además de aprender a poner un condón, se nos prepara en el terreno de la intimidad, de la comunicación y de la sinceridad emocional, es posible que se desarrollen relaciones igualitarias, de escucha activa, de compromiso con la palabra que queramos dar y que nos haga bien.

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