Shawkan sigue tras la reja

Ana Baquerizo//

Si quieren jugar a buscarle las ocho diferencias al Egipto de antes y después de la revolución puede que no las completen. Shawkan, detenido por fotografiar la represión en una sentada pacífica en 2013, puede ser condenado a pena de muerte. Es el único que sigue preso de un proceso que va a juzgar a 739 periodistas. El pueblo que tras cinco mil años de tiranías tardó 18 días en echar a Mubarak ha vuelto al punto de partida.

Aparece cada 45 días, tras una reja que traza multitud de rombos sobre su figura, estorbando a las miradas muchas que lo buscan. Cierra el ojo izquierdo mientras acaricia con el índice un disparador invisible y ajusta, con la otra mano en el aire, el zoom de la cámara que ya no tiene. Luce un cabello cuyos rizos, ahora cortos, ya no acaban en una coleta, y un rostro que ya no es tan carnoso como antes. Su aspecto ha cambiado después de tres años y medio en prisión, a la espera de un juicio que solo da comienzo para ser aplazado una y otra vez. Así ha sucedido ya en más de una decena de ocasiones.

El viacrucis del fotoperiodista Mahmoud Abou Zeid (Kuwait, 1987), más conocido como «Shawkan», empezó el 14 de agosto de 2013 cuando cubría una de las tantas rebeliones populares que se sucedían en Egipto desde 2011. Los últimos coletazos, a la deriva, en los que ya no podía respirarse el olor de aquella primavera que marchitó, o a la que hicieron marchitar antes de tiempo. El de unas flores que, pese al empeño de tantos y tantas, nunca llegaron a pasar de capullos.

La plaza Rabaa era el punto de encuentro de una multitud que participaba en una sentada pacífica para condenar el golpe de Estado del 3 de julio de 2013, que cesó a Mohamed Morsi y proclamó presidente a Abdel Fattah al-Sisi. Era el primer presidente de su historia elegido democráticamente. Una novedad que no tardó a parecerse a eso que ya conocían de sobra: concentración de poderes y represión. Primera decepción posrevolucionaria. Y allí fue Shawkan, para cubrir otro capítulo del descontento popular, esta vez el de los islámicos que apoyaban un Morsi depuesto. Retratista de la revolución, de sus rostros, lugares y colores, Shawkan trabaja como freelance, ve cómo el pueblo se planta gritando al unísono «váyase» —literalmente— al todopoderoso Hosni Mubarak. Y cómo a los 18 días dimite y el Nilo se desborda de los cauces marcados por el dictador, líder del partido único autodenominado «democrático», responsable de sumir al país en un estado de emergencia permanente los últimos 30 años. Muchos se ahogaron con tanta agitación, entre unas aguas que nunca volvieron a discurrir sosegadas, dejando un reguero de miles de muertos no siempre incluidos en las cifras oficiales y muchos más heridos.

Esa sentada pacífica de 2013, la de Rabaa, no flaquea ni cuando por televisión se anuncia que va a ser disuelta por la fuerza. Las fuerzas de seguridad abren fuego contra la población civil y dejan  entre 1.000 y 2.600 vidas menos en «una de las matanzas de manifestantes más sangrientas del mundo en un solo día en la historia reciente», como la calificó Human Rights Watch. Shawkan también disparó, con su cámara, por última vez en ese momento. Lo detuvieron junto con un periodista estadounidense y otro francés, que después quedaron libres, y aquella mañana su vida se hizo de noche de camino a la prisión. Los familiares confiesan que se sintieron aliviados al enterarse de la noticia: ya pensaban que lo habían matado, después de tres días sin saber su paradero tras la represión. Así resucitó, en la cárcel, para morir en vida. Quedó sin cámara, sin trabajo, sin información, sin su medicación para la hepatitis C. La salud del fotoperiodista se ve mermada a la vez que esa «revolución blanca» que, desde hace tiempo, lo tiene muy negro. Egipto, sin savia para más primavera.

Fotografías de Shawkan
Fotos de Shawkan tomadas entre 2011 y 2013 en Egipto

Esa en que las gentes salen a las calles y, agolpadas, llenan por completo el espacio. Cada ser, diminuto. Cada presencia, necesaria para formar un mosaico de almas en la plaza Tahrir. En el centro, las tiendas de campaña de los primeros incendiarios y un humo de libertad propagándose, indicio del fuego que se declarará solo unos días más tarde. Es enero de 2011 en el visor de Shawkan: el principio de la historia de una revolución cuyas llamas han acabado por extinguirse. Esta y otras fotos, las cenizas de las aspiraciones que un día tuvieron, han colgado de las paredes de dos museos neoyorkinos. Hoy constituyen un documento histórico, un manual de cómo los egipcios aprendieron a echar a un dictador, aunque luego viniera otro.

Las imágenes, que le han valido a Shawkan premios internacionales como el International Press Freedom Award, invitan a pasear por la cronología de un desengaño. De banderas que bailan en las calles y dos jóvenes, subidos en un semáforo, se sonríen cómplices uno frente a otro; de las pintadas en los muros, satíricas con el nuevo presidente o en recuerdo a las víctimas; de un niño en los brazos de su padre que mira, rodeado de personas que suben las escaleras del metro rumbo a las protestas; de tres figuras armadas saliendo de una nube de gas lacrimógeno que blanquea la imagen.

Pero ahora las fotos se las hacen a él, cada juicio, tras esa reja que urde un cautiverio ilegal. La ley egipcia no permite cumplir más de dos años sin cargos y él camina hacia los cuatro acompañado de la anemia y la depresión de la que fue diagnosticado aunque, durante mucho tiempo, no contó con asistencia sanitaria según denuncia Amnistía Internacional. Esta práctica es considerada una forma de tortura, ya que se encuentra recogida en la Convención contra la tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes —firmada y ratificada por Egipto— de las Naciones Unidas.

Los fotógrafos, los únicos habilitados para captar instantáneas en sala judicial, imprimen una sonrisa o la uve que dibujan sus dedos, símbolo de libertad en el mundo árabe. Shawkan ha pasado de no ser conocido a tener en vilo a medio mundo. Mientras la oficial no llega, su condena ha sido esta fama desafortunada: convertirse en un preso de conciencia, una persona prioritaria para las organizaciones internacionales de derechos humanos que piden la absolución y libertad inmediata. Por eso su rostro ha ocupado hasta vallas publicitarias y espacios públicos de países como Alemania, Austria u Holanda. Aguanta la mirada a los viandantes. Debajo, escrito: «Pena de muerte por hacer una foto». Es el castigo para los «traidores» y, si alguna vez llega a celebrarse el juicio, puede ser su desenlace.

Shawkan fotoperiodista egipcio 1
Cartel de Amnesty International Netherlands en apoyo a Shawkan

El abogado que lo defiende ha afirmado que «se encuentra en una situación difícil». Es duro sacar el tema ante Yehia El Cherbini, amigo de Shawkan desde hace 11 años y uno de los promotores de la acción global #FreeShawkan, con el que tengo contacto vía Skype. Me inquieta la respuesta de un joven que, momentos antes, me había preguntado si se me ocurría algo más que se pueda hacer para liberar a su amigo. Que ha mandado cartas a las autoridades, escrito emails. Que ha intervenido en televisiones australianas, británicas y de otros países. Que ha recogido apoyos en todo el mundo y ha protestado sin parar durante todos estos años. «Si hay algo que me falte por hacer, lo haría sin dudarlo, pero no sé el qué», reconoce amargamente. Yehía es un muchacho pausado, deja un silencio.

-¿Qué pensáis los allegados de que pueda ser condenado a pena de muerte?

-No sé qué creer, no sé qué pensar. Solo me pregunto por qué; él solo estaba haciendo su trabajo, no es un criminal… Solo puedo pedirle a Dios que eso no ocurra. Cuatro años son muchos años. Hubo otros periodistas detenidos que después salieron en libertad. Esto no tiene sentido, no lo entiendo.

Pregunta si en España conocemos su caso y le digo que algunas personas sí. Pregunta qué se dice de él, si los comentarios son a favor o en contra. Afirma que en Egipto hay quien le llama traidor y que recibe mucho más apoyo del extranjero. «La gente tiene muchos problemas, trabajamos 16 horas por día y la inflación ha subido tanto que están más preocupados por qué comerán. Amo mi país, pero aquí no hay futuro», revela. El futuro es el lujo de los que se alimentan, como apunta Martín Caparrós en su libro El Hambre porque, claro, es más difícil preocuparse por el prójimo con el estómago vacío.

Shawkan y Yehía pertenecen a la generación de jóvenes que esperaban mucho de una revolución que no les dio nada y a la que ahora llaman error. «Bueno, así pienso ahora, con mi amigo en prisión. Quizás si saliera libre lo vería un poco diferente…», se justifica. Cuenta que, desde aquel agosto, ha podido visitarlo en la cárcel dos veces. Que la última vez, hace cuatro meses, el guardia le hizo esperar diez horas y tuvo que darle un «incentivo». Que antes de los juicios les dejan hablar dos minutos, sin tocarse, pero que aprovecha para darle ánimos. Que no puede creerse que Shawkan, tres días antes de la detención, hiciera las fotos en la boda de su hermana y que ahora esté tras esa reja.

Autora:

Ana Baquerizo foto Ana Baquerizo nombre

linea decorativa

Ciudadana del mundo, rebelde con -y por- muchas causas, fan de las historias de la gente corriente. Hace quince años, de mayor quería ser periodista. Ahora, además, soy activista por los derechos humanos y apasionada por los países del sur.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *