Sociedad, medios e instituciones al banquillo: un debate largamente aplazado
Gloria Serrano//
Cuando era un reportero principiante en el New York Times, en 1956, uno de los viejos reporteros me aconsejó: “Nunca use el teléfono, joven. Nunca entreviste por teléfono. Es fácil y rápido, pero se está perdiendo todo. Busque a la gente. Saque su trasero de allí, tome un taxi, el metro, un tren, y mire a la gente”. Es lo que siempre he hecho.
Gay Talese.
Y eso es lo que ahora no estamos haciendo.
“Perdonad que insista”, pero no solo Talese lo dijo, también se lo escuché a un periodista español, Alberto Arce, quien afirma que la única manera de conocer un país es salir a la calle, romper la frontera invisible que separa al foráneo del local. “Montarte en un taxi, montarte en un autobús y salir a la calle, salir a los mercados, salir a los barrios, salir a las colonias y escuchar a la gente de verdad”. Se refería al tiempo que pasó en Honduras como el único corresponsal extranjero. “Perdonad que insista”, pero antes que Talese y Arce, Antoine de Saint-Exupéry –sí, el autor de El Principito que, además de aviador, fue corresponsal de guerra– escribió acerca de lo que para el periodista se supone que es una necesidad acuciante: “Me voy, Conzuelo, me voy mañana a Moscú –le dijo a su esposa antes de partir–. Necesito ver a los hombres, a los pueblos en su evolución. Me siento castrado cuando estoy atado a la casa”.
Y es esa necesidad la que, ahora, no estamos sintiendo.
Este y otros tantos pasajes de su vida narra la periodista Montse Morata, autora del libro Aviones de Papel (Stella Maris, 2016). “Perdonad que insista”, pero me gustaría poner otro ejemplo, uno muy actual. Hace unos meses conversaba con dos jóvenes reporteros que trabajan para un diario cuyas oficinas se encuentran en las afueras de Madrid y, al preguntarles si la distancia es un inconveniente para su labor diaria, ellos me respondieron: “No, ya ves que ahora todo se maneja por Internet”. Esto, para el periodista colombiano Javier Darío Restrepo, es el meollo de la cuestión y así lo describe: “el problema es que el periodista tiene más fuentes y no tiene que moverse de su escritorio, lo que me recuerda la anécdota de Pulitzer, que un día llegó a uno de sus periódicos de Nueva York y encontró a todos los redactores en sus escritorios, pegados a sus teléfonos. Llamó al director y le dijo: ‘Este no es el periódico que yo quiero. Ordéneles que salgan todos a la calle y que solo regresen cuando consigan una historia’”.
Evidentemente, el apuro de mirarnos a los ojos para reconocernos no es –ni debería ser– propio de un oficio como el periodismo. El filósofo italiano Franco Verardi, en una entrevista para el diario argentino Página 12, abordó el tema de la empatía diciendo: “[…] Si nosotros perdemos esta percepción, la humanidad está terminada; la guerra y la violencia entran en cada espacio de nuestra existencia y la piedad desaparece. Justamente esto es lo que leemos cada día en los diarios: la piedad está muerta porque no somos capaces de empatizar, es decir, de una comprensión erótica del otro”.
Y eso es lo que, ahora, no estamos comprendiendo.
Más adelante en la conversación, Verardi habla de la felicidad como un asunto que escapa del ámbito de lo privado para colarse en el de lo público: “La cuestión de la felicidad no es sólo una cuestión individual, más bien es siempre una cuestión de lo más colectiva, social. Crear islas de placer, de relajación, de amistad, lugares en los cuales no esté en vigor la ley de la acumulación y del cambio. Esta es la premisa para una nueva política. La felicidad es subversiva cuando deviene un proceso colectivo”.
El mar se ha deslizado en el poema como en su cueva y refugio natural sin tener en cuenta la diferencia de proporciones. Cuando cedan las costuras bajo el peso, ¿adónde irá a desaguar todo el azulverde acumulado?, escribió Emilio Adolfo Westphalen.
¿A dónde irá a desaguar todo el azulverde que estamos acumulando?
“Perdonad que insista”, pero pienso que la crisis no es solo de los medios de comunicación y que no se debe en exclusiva a la transición del papel al mundo digital. En repetidas ocasiones, el politólogo Juan Carlos Monedero ha expresado la urgencia de apostar por la bondad, el amor y la belleza en el ámbito de la política. Tampoco es desconocida la crítica que hace a ese periodismo que miente pero sigue ocupando los primeros lugares de audiencia a nivel nacional. La lista de quienes apuntan hacia un giro de timón en la manera en que nos educamos, nos involucramos en los asuntos de la comunidad o nos informamos, es larga. Jon Beasley-Murray, profesor en la Universidad de British Columbia, también sostiene que el verdadero cambio social radica en “los cuerpos, los afectos y los hábitos”. En 2015, entrevistado por Amador Fernández-Savater, expresó: “Creo que debemos pensar la política, no tanto como la misión de educar a los demás y explicarles cómo son las cosas, sino como el arte de facilitar encuentros y formar hábitos que construyan cuerpos colectivos más potentes -multitudes-. De construir otras formas de sincronizar y orquestar cuerpos y ritmos; otras lógicas prácticas y encarnadas”.
“Tal vez no era pensar, la fórmula, el secreto / sino amarse y amar, perdida, ingenuamente”, escribió Idea Vilariño.
Tal vez Vilariño tenga razón. Tal vez no es pensar, la fórmula, el secreto.
Sacar el trasero y regresar a las calles, romper las fronteras que nos separan, tener ansias de ver a los pueblos en su evolución, sentir empatía, formar cuerpos colectivos más potentes.
“Perdonad que insista”, alguna cosa hemos de estar haciendo tan mal que lo que se suponía que era ya una obviedad, más bien comienza a parecer una tremenda utopía. Quizás el error de cálculo estuvo en descansar todos nuestros anhelos sobre la base de la tecnología, en creer que un teléfono móvil o un ordenador harían el trabajo por nosotros y a estas alturas del partido –entre conflictos bélicos, refugiados, parados, titiriteros encarcelados y lo que gusten agregar– nos damos cuenta de que no, de que eso no basta para hacer y mantener atado el nudo de relaciones que es la sociedad.
Nos dice Talese: “Hoy los periodistas tienen mucha premura. Los periódicos, la televisión, lo quieren todo inmediatamente. Es como ir a la cama con una mujer una vez y luego desayunar con ella: usted no la conoce. Fui un periodista cuando tenía 21 años, sigo siéndolo a los 83 y todavía opero como operaba a los 21, no fui afectado por la tecnología. Uno de los problemas de la tecnología, hoy más que nunca, es que no vemos el gran retrato, sino uno pequeño, el del laptop, y vemos el mundo a través de él”.
“Perdonad que insista”, una y otra vez, las veces que se requiera, pero ahí está el periodista argentino Martín Caparrós diciéndonos en sus conferencias que se trata de poner en crisis las certezas, de que no haya tantos escribiendo como miles y de hacer del oficio un lugar de diferencia y resistencia. Ahí está su paisano y colega, Roberto Herrscher, diciéndonos en sus libros que el periodismo sirve para mirar el mundo con los ojos de otra persona y para entender lo que es importante entender. Ahí está el periodista español Juan Carlos Blanco, diciéndonos en su blog personal que “hemos sido víctimas de nosotros mismos, de nuestra petulancia, de nuestra arrogancia y de nuestra ceguera ante la realidad”. Y Gervasio Sánchez afirmando en una entrevista que “los empresarios de la comunicación han olvidado qué es el periodismo”.
Hagamos una pausa, pensemos. ¿Tiene algún sentido hablar de esto, tomarnos un tiempo, al menos, para meditarlo?
Parece que sí. Para fortuna de todos, todavía existe gente que se reúne a reflexionar sobre la sociedad que juntos construimos. Hay un señor llamado Ignacio Sánchez Cuenca, profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid, que escribió un libro titulado La desfachatez del intelectual (Catarata, 2016), en el que hace severos pero imprescindibles cuestionamientos a la vida pública en España y en particular al papel de los intelectuales. A partir de ahí surgió la inquietud de algunos académicos y periodistas españoles, encabezados por CTXT (@ctxt_es) y Público (@publico_es), de ampliar el debate –largamente aplazado– y convocar a un encuentro para analizar “el deterioro de los medios de comunicación y la escasa influencia de los intelectuales”. El jueves 8 de septiembre a las 19:00 horas asistí a dicha reunión que tuvo como epicentro –como ha ocurrido en otros casos– el telúrico barrio de Lavapiés, en Madrid. Una bien-venida provocación de la que quiero hablarles y en la que participaron María Eugenia Rodríguez Palop (profesora de Filosofía del Derecho), Víctor Alonso Rocafort (politólogo), Santiago Alba Rico (filósofo y escritor), Rosa Pereda (periodista) y Miguel Mora (periodista), quien hizo de moderador.
“Ya no hay intelectuales que sirvan de puente entre el discurso y la sociedad”, Alba Rico
“Perdonad que insista”, frase que he venido entrecomillando a lo largo de este texto, en realidad es el título que la periodista Rosa Pereda (Santander, 1949) eligió para el ensayo con el que participó en este debate y expresó su sentir respecto al papel de escritores, pensadores y periodistas en la España de hoy, compuesta de dos porciones: una que no termina de desaparecer y otra que no acaba de surgir. Santiago Alba Rico cavó todavía más profundo para argumentar la duda razonable sobre la vigencia del paradigma de la intelectualidad, tal como se concebía y practicaba en el siglo pasado, en este nuevo contexto donde el mercado ha sustituido al público y los ciudadanos se han convertido en clientes. “Ya no hay intelectuales que sirvan de puente entre el discurso y la sociedad. España carece de memoria. Cuarenta años de franquismo y de acceso fácil al consumismo lo han hecho posible”, comentó.
“El intelectual debe ser un pensador autónomo y crítico”,
María Eugenia Rodríguez
Por su parte, María Eugenia Rodríguez Palop centró su mensaje en los procesos que se viven al interior de las universidades, esos cosmos de creación que “han dejado de ser un agente del cambio social”, porque se erigen sobre “estructuras de dominación que después se convierten en estructuras mentales”, siempre útiles para mantener “el ejercicio de una violencia simbólica patriarcal”. Luego dirigió su análisis hacia el intelectual, de quien dijo “debe ser un pensador autónomo y crítico”, sin olvidar que “se debe a un servicio público”. También hizo mención del desdén por la filosofía que caracteriza a los tecnócratas y lamentó que un sector del gremio periodístico esté solo para “proteger al político de turno” y, todavía peor, “para frenar la libertad de expresión”, recordando a los asistentes que “sin contrapoder no hay democracia”.
“Necesitamos reivindicar la política, ser capaces de proponer proyectos de ciudad”,
Víctor Alonso Rocafort
El politólogo de la mesa, Víctor Alonso Rocafort, fue, tal vez, el más crítico y propositivo en su exposición, que abarcó todas las aristas: medios, intelectuales, universidad y, por supuesto, política. Dijo que es indispensable dejar atrás el régimen político del 78, las reglas de poder endogámico y el apartidismo. “Necesitamos reivindicar la política -la palabra, el pensamiento, el logos-, ser capaces de proponer proyectos de ciudad”, indicó. También comentó que hay una ausencia de “imaginación radical que le plante cara al sistema” y que la universidad se ha convertido en una suerte de “agujero negro”, de “oscurantismo escolástico”, por lo que es esencial “conformar nuevos medios donde el intelectual pueda participar”, sin mudar en un Frankenstein, mitad profeta, mitad sacerdote. La defensa del intelectual no debe ser elitista y debe oponerse a la búsqueda de expertos, concluyó el ponente.
“La rentabilidad de los medios se mide en pinchazos”,
Miguel Mora
Miguel Mora describió el panorama general de los medios de comunicación en España, poniendo el acento en la dificultad para lograr su sostenibilidad, en la falta de pluralidad y en la equivocación de diagnosticar el nivel de productividad de un proyecto periodístico, exclusivamente en función de aspectos cuantitativos. “La rentabilidad de los medios se mide en pinchazos”, apuntó. En una segunda intervención, Santiago Alba Rico aprovechó para subrayar que, si bien existe un descrédito de los medios hegemónicos, las alternativas emergentes aún no cuentan con la suficiente influencia. Por ello, insistió en que el buen periodismo no puede ser gratuito y requiere con urgencia de estrategias para su financiación. “El sueño emancipatorio es inconsistente”, fue la oración que dejó en el aire para una posterior y deseable cavilación de los asistentes. Un concepto recurrente entre los panelistas fue el de pluralidad, con relación al cual, Víctor Alonso Rocafort mencionó que “se deben fomentar los espacios públicos donde exista verdadera pluralidad, donde nos podamos criticar y se fortalezca la confianza ciudadana. Los nuevos medios deben propiciar la pluralidad y no ser correa de transmisión de los políticos”.
“Tener orgullo de la verdad: de eso se trata”, es la deducción que Gay Talese, el eterno indagador, ha obtenido tras años de labor informativa. La misma que, en algún instante luminoso, supongo, de pronto le llevó a pensar que su actividad no debía ser la de un mero taquígrafo al servicio del sistema. Lecciones –mínimas, incomparables, dignas de tomarse en cuenta– tenemos de sobra. Y sin embargo…
“Estamos tan intoxicados uno del otro / que de improviso podríamos naufragar, / este paraíso incomparable / podría convertirse en terrible afección”, escribió Ana Ajmatova
“Perdonad que insista”, pero no es preciso tener el coeficiente intelectual de Stephen Hawking para apreciar que la poesía, las humanidades –todas– sirven. Que no están de adorno, que algo más nos intentan decir. Algo que, si espabilamos, entenderemos. ¿Para qué? Para continuar este debate y entre todos desintoxicarnos; para no naufragar, para no contraer la terrible afección de confundir la posibilidad real del encuentro, con la soledad que encierra ocupar tan solo el mismo espacio. Como un sillón en una sala, junto a una lámpara. Como una piedra más, junto a otra, sobre la tierra.
Autora:
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![]() Periodista mexicana en Madrid, siempre buscando la grieta en el muro. Máster en Gestión de Políticas y Proyectos Culturales (Universidad de Zaragoza). “Saber mirar y saber decir” son los principales retos del periodismo que aspira a no quedarse en el olvido, que intenta contar algo más que una simple historia. Para mí, cultura se escribe en plural, es la fiesta de lo colectivo.
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