Top 10 películas del Festival Internacional de Cine de San Sebastián

Jorge Marco, Julio Beltrán y Pablo Gracia//

Un año más hemos tenido el placer de poder asistir al festival de cine más importante de nuestro país –y uno de los más importantes del mundo–. Hablamos, por supuesto, del Festival Internacional de Cine de San Sebastián. A lo largo de la última semana de septiembre, algunas de las personalidades más notorias del mundo del cine, así como sus obras, se abrieron paso a lo largo de las estrechas calles de la capital vasca. Como era de esperar, este año la calidad de las películas presentadas fue excelente y público y prensa pudo darse un buen empacho de cine de primer orden. 

Para inaugurar una serie de artículos y entrevistas que os iremos trayendo a lo largo de las próximas semanas, queríamos empezar por este manido formato que es el “top 10”. Estás películas, muchas de ellas aún esperando su estreno en taquilla general, son las que nos resultaron más impactantes y las que mejor valoramos. En ningún caso están ordenadas por calidad o preferencia –nos resultaría muy complicado teniendo en cuenta que todas son fantásticas–. ¡Os dejamos pues con las 10 mejores obras del festival, para que las disfrutéis o las añadáis a vuestro calendario cinéfilo!


Cerrar los ojos, (Premio Donostia)

cine San Sebastián

Esta película llegó al SSIF acompañada de una aureola de expectación. Por una parte, porque Víctor Erice iba a ser el primer vasco en recibir el premio Donostia, “que reconoce la extraordinaria aportación al mundo del cine de grandes figuras que quedarán para siempre en su historia”, pero sobre todo porque se trataba de su cuarto largometraje tras casi treinta años dedicado a otras creaciones audiovisuales (cortometrajes de ficción, documental, y videoinstalaciones). Sus únicos tres largometrajes anteriores habían logrado forjar una leyenda viva del cine español desde el principio con El espíritu de la colmena (1973), y después con El Sur (1983) y El sol del membrillo (1992).

La crítica aplaudió ampliamente la película y quiso ver en ella un carácter testamentario que Erice se apresuró a negar en la rueda de prensa. Sin embargo, existe en estas casi tres horas la melancolía de unos personajes que viven de recuerdos compartidos. De hecho, el conflicto de la trama lo sustenta la investigación de un programa de televisión para desentrañar la misteriosa desaparición de un famoso actor español, Julio Arenas, (un maravilloso José Coronado) que desapareció de la noche a la mañana hace muchos años durante un rodaje del director Miguel Garay (Manolo Solo), que volverá a Madrid para entrevistarse con la presentadora (Helena Miquel) y de paso se verá con antiguas amistades a medida que llegan nuevos descubrimientos.

Poseedora de un ritmo pausado, con encanto y vigor, este film es el fruto de toda una vida dedicada a la cinematografía. Cerrar los ojos es uno de los mejores regalos que nos dan las salas de cine este año.

El chico y la garza (Premio Donostia)

Exactamente diez años después de que Hayao Miyazaki presentara El viento se levanta (2013) como su último largometraje, este año vuelve a hacer lo propio con El chico y la garza. Se nota que para alguien que ama tanto su trabajo – por no decir que está enfermizamente obsesionado con él – alejarse de la gran pantalla resulta en una misión imposible. Por nosotros perfecto, ojalá siga así muchos años y nos siga trayendo una “última” película detrás de otra.

En esta ocasión nos acercamos al verano del año 1943. Mahito, a sus doce años, acaba de perder a su madre durante los bombardeos a Japón. Su padre vuelve a casarse inmediatamente con la hermana pequeña de su antigua esposa y, para alejar a Mahito de los peligros de la guerra, decide mandarlo a pasar el verano junto a su nueva madrastra, Natsuko. Ahí, mientras Mahito intenta procesar su horrible perdida y la nueva vida que a cambio le espera, una misteriosa garza comenzará a acosarle tanto a él como a Natsuko. Cuando esta última desaparece, Mahito se verá obligado a transportarse a una realidad alternativa donde la fantasía más colorida convive con la muerte y los fantasmas que le atormentan tanto a él como a su familia.

No sé si Miyazaki ha firmado con esta película su mejor obra, el tiempo lo dirá, pero si se puede decir que es la más completa. Combina con total solvencia el espíritu fantástico de El viaje de Chihiro (2001) con la sensibilidad y la madurez de El viento se levanta. Añade también multitud de elementos autobiográficos que integra junto al texto de 1937 – con el mismo título– de Genzaburō Yoshino. Todas estas cosas, propias y ajenas a él, se entremezclan y dan a luz una película con todo el carácter y la finura del maestro. Paradójicamente, su “última” película resulta perfecta para presentar y sintetizar toda su filmografía.

Fallen Leaves (Gran premio FIPRESCI)

Aprovechando el estreno de Al otro lado de la esperanza —la que hasta ahora era su última película— Kaurismäki anunció su retiro de la dirección en 2017. Seis años después, contradiciendo sus propias palabras, ha vuelto para deleitarnos con una pequeña historia de amor proletario en la que le bastan apenas ochenta minutos para recoger todo lo que uno podría esperar en una obra del genio finlandés.

Fallen Leaves narra el encuentro de dos trabajadores deprimidos y taciturnos —requisitos casi fundamentales en el cine de Kaurismäki— que parecen vivir fuera de nuestro tiempo: Ansa y Holappa se dan los números de teléfono en trocitos de papel, acuden con regularidad a un cine que proyecta, entre otras, las primeras películas de Godard y son asiduos clientes de un karaoke que parece anclado en los años ochenta del siglo pasado. Las únicas pistas de que estamos en la actualidad son una breve escena en la que Ansa necesita un portátil para buscar trabajo después de ser despedida de su puesto de reponedora en un supermercado y las trágicas noticias sobre la guerra de Ucrania retransmitidas constantemente por la radio —la televisión parece no existir, ya no hablemos de iphones…—.

Acostumbrados a un cine que muchas veces peca de escapista y que cuando quiere posarse sobre la realidad no puede evitar ser escabroso, Kaurismäki muestra a dos personas normales y corrientes que solo necesitan quererse. Con sus vicios y virtudes, Ansa y Holappa se enfrentan a todos los problemas que uno pueda imaginar, pero el cineasta finlandés, que podría contarse como el mayor de los filósofos pesimistas, siempre sabe mostrar que por muy fea que sea una situación el compañerismo, la amistad y la compañía de un simpático perrito pueden terminar por inclinar la balanza hacia algo parecido a un futuro mejor. ¿Qué más se le puede pedir a una película?

Anatomie d’une chute (Palma de Oro en Cannes) 

cine San Sebastián

Vamos ahora con una película que incluso antes de verla ya suponíamos no tendría demasiado problema para colarse en este top. Hablamos de la inesperada ganadora de la palma de oro de este año, Anatomie d’une chute (Anatomía de una caída).

Sandra, una exitosa escritora alemana, vive junto a su marido, Samuel, y su hijo ciego, Daniel, en una pequeña cabaña de los Alpes franceses. Esta bonita estampa caduca rápidamente cuando Samuel se precipita desde la buhardilla, falleciendo en la caída. Pese a parecer en un principio una muerte accidental, la investigación se enturbia rápidamente y Sandra termina siendo juzgada como la supuesta homicida.

Lo que comienza como un drama judicial al uso se ve en seguida enriquecido por una serie de temas y cuestiones fundamentales que se convertirán en el centro de la discusión jurídica. El amor, la fidelidad, el apoyo o la solidaridad mutua de la pareja se podrán en entredicho con el fin de inculpar a Sandra y dar un móvil al posible asesinato de su marido. En medio del caos, y como pieza clave de este puzle, se encuentra el pequeño Daniel. Él, que siempre pensó que la relación de sus padres había sido completamente normal, se verá de pronto asfixiado bajo la desconfianza, la toxicidad y el rencor que su familia le había ocultado deliberadamente. A pesar de su ceguera, Daniel se verá obligado a buscar o inventar aquello que en esta película todo el mundo ansia y a todo el mundo le resulta esquiva, la verdad.

Justine Triet logra mantenerte pegado a la pantalla, elucubrando e impaciente por la llegada siguiente escena durante más dos maravillosas horas. El guion, la maestría técnica y, sobre todo, la exquisita escritura del adorable y lucido Daniel, hacen a esta película largamente merecedora de todos los galardones que ha obtenido y seguirá obteniendo los próximos meses.

Secretos de un escándalo 

Todd Haynes puede considerarse como uno de los cineastas más elegantes que tiene Hollywood actualmente. La influencia en el tratamiento del melodrama de directores clásicos como Douglas Sirk es palpable en su forma de narrar, su tratamiento de los personajes y la puesta en escena. Con Secretos de un escándalo —cuya trama leída desde el desconocimiento podría asemejarse a cualquier telefilm de sobremesa de Antena3— Haynes incide en el mundo de la interpretación asumiendo que todos los personajes que desfilan por la pantalla están jugando a ser algo que no son.

La película arranca con Elizabeth Berry —interpretada por una fantástica Natalie Portman— visitando el hogar de Gracie Atherton-Yoo y Joe Yoo, una pareja con una diferencia de edad considerable. El motivo de la llegada de Berry resulta deberse a que ella es una actriz que va a interpretar a Gracie en una futura película. El porqué del interés en contar la historia de esa pareja queda claro cuando se nos hace saber que comenzaron su romance cuando ella era una mujer adulta y él apenas comenzaba el instituto. Cuando este escabroso romance salió a la luz, Gracie, a la que da vida Julianne Moore, fue llevada a juicio y hasta terminó por pasar un tiempo en la cárcel.

Comienza así un juego de espejos en el que a mayor cantidad de información recibida más extraño y perturbador acaba resultando todo lo que vemos. El personaje de Natalie Portman comienza una transformación casi camaleónica en Gracie al mismo tiempo que la supuesta estabilidad de ese matrimonio no parece ser tal y como se ve de puertas para afuera. Y es aquí donde hay que alabar el trabajo de Haynes, que sabe dosificar muy bien las escenas en las que todo parece estar fuera de lugar manteniendo casi de forma constante una narración tranquila y sosegada, mostrando poco a poco la situación real que existe detrás de todas esas sonrisas y barbacoas con los vecinos. En este sentido hay que destacar también el trabajo de Charles Melton, cuya actuación y apariencia física recuerdan muchísimo a esa especie de laconismo del mejor Rock Hudson en las películas del ya citado Douglas Sirk.

Secretos de un escándalo se encuentra sin ninguna duda en la estela de otras grandes obras de Haynes como Carol o Aguas oscuras, películas que recuerdan a cuando en Hollywood la norma era la excelencia. Aquí se convierte en un auténtico disfrute el simple hecho de ver a Natalie Portman y a Julianne Moore hablando frente a un espejo. No se puede hacer más con menos.

Afire (Gran Premio del Jurado en Berlin)

Presentada en Perlak tras haber ganado el Gran Premio del Jurado en el festival de Berlin de este año, Afire es uno de los mayores éxitos del consolidado director alemán Christian Petzold. En esta ocasión nos cuenta el verano de dos jóvenes amigos en una casa junto al mar Báltico. Uno de ellos, Leon (Thomas Schubert, cuya austeridad interpretativa encaja perfectamente con su atormentado personaje) está frustrado porque debe terminar una novela de la que tanto él como el editor saben que no funciona, el otro, Felix (Langston Uibel) quiere terminar su portafolio de fotografía para entrar en la escuela de arte. El detonante en la trama será la misteriosa y simpática mujer de rojo (Paula Beer) que también vive en la casa y a la que Leon desea desde el primer momento. Esta trama de amor será el elemento que torne más misterioso a un film que al principio podría parecer de un naturalismo propio de Eric Rohmer. Como otras veces, Petzold juega con destreza con el lenguaje clásico del cine para romperlo cuando es necesario.

Algunas de las escenas más encantadoras son la lectura del poema romántico de Heine (que ataca algunas claves temáticas del film como el amor y el miedo, definiendo a la tribu de los Asra, que mueren cuando aman, welche sterben wenn sie lieben) o las cenizas en el patio por el fuego cercano. La deriva poética del film se recrudece de forma impactante conforme se acerca el final y los incendios por la zona.

Este grupo de jóvenes cercados por los incendios de verano, sus miedos y deseos ofrece una de las mejoras opciones en taquilla este año.

La zona de interés 

La representación del Holocausto se ha visto siempre abocada al debate desde que Claude Lanzmann presentó Shoah en 1985,  colocando sobre la mesa una duda que ahora mismo debe hacerse cualquier artista que trate de representar el horror del exterminio: “¿Cómo conseguir contar algo así sin caer en lo abyecto y desde el máximo respeto a las víctimas?”.

La propuesta de Glazer corría muchos riesgos de ser rechazada antes incluso siquiera de ver la película. Optar por representar la vida cotidiana de Rudolf Höss, comandante del campo de exterminio de Auschwitz, parece algo que ni los cineastas más atrevidos o con menos escrúpulos aceptarían llevar a cabo. Pero Glazer, consciente de la problemática que implica tratar de rodar algo así, ha sido muy inteligente al dejar que el campo en el que murieron más de un millón de personas no se vea, pero sí se escuche.

Höss vive en una casita con jardín y piscina, acompañado de su mujer e hijos, que está literalmente pegada a uno de los muros exteriores de Auschwitz. Mientras la familia del infame comandante celebra cumpleaños, cuida del jardín y organiza excursiones a un río cercano se oyen continuamente gritos, disparos y trenes. El paisaje sonoro habitual de un lugar dedicado exclusivamente al asesinato en masa.

La zona de interés consigue de esta forma que la brutalidad de la maquinaria de muerte nazi sea mucho más demoledora para el espectador. Baste la escena de Höss fumando mientras mira la chimenea del crematorio a pleno rendimiento para que uno imagine las escenas más horribles.

Es cierto que en ocasiones la película peca de metáforas y situaciones que podrían clasificarse de facilonas, y hasta en ciertos momentos parece desconfiar de la fuerza de su tesis introduciendo fragmentos que podrían haber sido descartados perfectamente. Pero la apuesta, por muy arriesgada que resulte, acaba funcionando para Glazer, que parece olvidar ciertos manierismos de auteur europeo para trasladarnos a una realidad inaguantable que puede ser sobrellevada en cierta medida. Además, cuenta con uno de los finales más demoledores que uno pueda recordar, en el que la claridad del resultado del exterminio se compagina con el descenso a la más absoluta oscuridad.

The royal hotel (Premio TVE «Otra mirada»)

cine San Sebastián

Tras rodar The Assistant en 2019, Kitty Green nos presentó en la sección oficial del SSIF una nueva historia sobre la violencia machista interiorizada en nuestra sociedad. Si en aquella ocasión reflejaba este sistema abusivo en la industria del entretenimiento, ahora, y de nuevo de la mano de una espléndida Julia Garner en un rol protagónico, lo hace en la sociedad rural de Australia, a donde dos amigas jóvenes van para ser camareras en un bar de un perdido pueblo minero.

Así, la directora nos meterá en la piel de dos mujeres que deben hacer frente a situaciones cada vez más ambiguas y nos hará sentir su fragilidad, su inseguridad, y su desamparo rodeadas de los mineros. De hecho, no nos sorprenderá que una de ellas, Liv (Jessica Henwick), mucho más ingenua y en parte cegada por su voluntad de pasárselo bien, no se dé cuenta del riesgo de muchas situaciones, y dependerá de la posible valentía de su amiga Hanna (Julia Garner) para salir ilesas de esta experiencia. Es por tanto un gran ejercicio de guión y, también por parte de Kitty Green, de dirección mantener la ambigüedad necesaria para las diferentes concepciones que tienen de su situación las dos amigas, a la vez que tensa al máximo al espectador. Además, el guión nos deja inquietantes silencios como saber qué fue de las anteriores camareras del bar.

Tras una espiral de violencia, el film retrata un final realmente revolucionario que no dejará indiferente a nadie y será motivo de muchas conversaciones tras la película. Sin duda alguna, muy recomendable.

Monster (Mejor guión en Cannes)

cine San Sebastián

Un viejo conocido, Koreeda, repite por segundo año consecutivo en el festival de San Sebastián y, mucho más importante, en nuestro top. Tras cosechar alabanzas por Broker – cuyo análisis podéis leer aquí –, este año se planta con una obra mucho más monumental y ambiciosa, Monster.

A partir de aquí, que siga leyendo solo quien no tema a los spoilers, porque incluso sin entrar demasiado en el argumento, resulta imposible realizar un análisis sin arruinar alguna que otra sorpresa. El que avisa no es traidor.

La historia comienza centrándose en Minato, un niño tímido y reservado que comienza a volver a casa del colegio con claros signos de maltrato. Cuando su madre se percata y comienza a indagar, descubre que el causante es su profesor, al que denuncia ante la impasibilidad del centro. La desesperación de su madre crece conforme ve agravarse el estado físico de su hijo, así como su comportamiento, cada vez más huraño y hermético. Cuando finalmente las constantes protestas de la madre consiguen hacer reaccionar a la dirección del colegio, Koreeda cambia completamente el ángulo de la historia para comenzar a narrar desde la perspectiva del docente.

Usando este juego de narraciones contrapuestas, con un total de tres diferentes, Koreeda trata el tema central de toda su filmografía, la verdad. En sus películas anteriores la verdad resultaba un concepto obtuso y confuso. Cada personaje tenía la suya propia y pareciera que, por consiguiente, no existiera una verdad completa y absoluta. En Monster va un paso más allá. Aquí la verdad existe. Es solo una. Pero resulta absolutamente inalcanzable para un solo individuo. Solo nosotros, como espectadores de todas las perspectivas y entes omniscientes, solo desde nuestras butacas en el cine, podemos acceder a ella. Para los pobres personajes de su película, esta imposibilidad será la fuente de todos sus males y errores. En definitiva, una obra recomendadísima, lúcida, sensible y concienciada.

MMXX 

cine San Sebastián

Cristi Puiu, el controvertido y polémico director rumano, vuelve con una película formada por cuatro historias que, sin ser necesariamente sobre la pandemia de COVID-19, sí tienen rasgos comunes en cuanto a la huella ineludible que dejó el virus en nuestra vida cotidiana.

MMXX nació a partir de un taller en el que Puiu trabajó con actores profesionales y amateurs, en el que se compartieron las vivencias personales que habían pasado durante la cuarentena que cerró a medio mundo y los meses posteriores. Por lo tanto, se podría decir que estamos ante una película de “rabiosa actualidad”, si es que este término no es ya una especie de meme usado por algunos usuarios con ínfulas presentes en todas las redes sociales.

El estilo del film parece desafiar a un espectador que cada vez está más acostumbrado a consumir contenido a una velocidad alarmante. Pero fiel a su forma de narrar, Puiu puebla todos los pasajes de la película de larguísimos planos en los que los personajes se quedan en silencio, se interrumpen y se desvían de la conversación principal. Un estilo realista casi extremo que da buena cuenta del sustento de verdad aportado por las conversaciones y experiencias de ese taller.

La acción que ocuparía el grueso de cualquier otra película aparece aquí siempre de forma velada, a través de los diálogos que mantienen los protagonistas de cada capítulo de la película. Un ejemplo sería la segunda historia, en la que vemos cómo la preparación de un cumpleaños se ve interrumpida por una llamada telefónica en la que Oana, una joven terapeuta, es informada de que una amiga suya ha dado a luz. A partir de este momento, y sin salir nunca del apartamento en el que se encuentra con su hermano y su pareja, se irá tomando conciencia de cómo va evolucionando la situación en el hospital. Al mismo tiempo, los protagonistas, se sumergen en una situación de estrés y confusión, donde la impotencia y la incertidumbre toman partido ,mientras se actualiza el estado de la mujer que acaba de alumbrar y de su bebé recién nacido.

Su duración —casi tres horas— puede suponer algún tipo de reto que tampoco se ve facilitado por la forma del film, pero el cineasta rumano tiene claro que “la importancia de las palabras es una evidencia”, como dijo a la prensa del festival. En MMXX se habla mucho, sí, pero en nuestro día a día también. Y la manera de explorar y adentrarse en esa realidad que durante mucho tiempo estuvo marcada por la pandemia merece, al menos, una oportunidad.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *