Twin Peaks. Volvamos a casa, Laura

Dani Calavera//

*Advertencia: Este artículo desglosa la tercera temporada y el universo de Twin Peaks. Contiene spoilers

David Lynch, el loco que podría haberse convertido en villano retuercementes, pero que prefirió “filosofear” el cine y la televisión, ha conseguido provocar a su público con la tercera temporada de Twin Peaks dos efectos que apenas rozan la mayoría de cineastas actuales: pensar y emocionar. Pensar porque nos esperan muchísimos -y estimulantes como pocos- debates y discusiones sobre los 18 magníficos capítulos de este regreso, quizás incluso años después de haberlos visto. Y emocionar porque… ¿cómo es posible que una simple frase como «…A casa» nos provoque tal torbellino? Ambos efectos pertenecen al mismo lugar: la perturbadora, elegante, atemporal y oscura atmósfera de algo único y especial. Algo único y especial llamado Twin Peaks.

¿Hablamos? Tenemos cafés, donuts y tarta de cereza.

Es casi imposible buscar un sentido único… No, esperad, corrijo, y lo hago mientras escribo sin modificar lo que ya he escrito: es imposible buscar un sentido único. En mi opinión, hay que tener en cuenta dos factores muy importantes. El primero es que David Lynch nunca jamás, y como ya escribí en un artículo anterior sobre este regreso, se ha salido de la línea que lleva décadas dibujando. Esa línea es fiel, única y suya. Si la seguimos, descubriremos que es un autor que no nos lo pone fácil, que se concentra en dejarnos pistas y piezas descolocadas a las que debemos prestar atención para formar nuestro propio puzzle; porque de eso se trata, de hacernos pensar.

Y el segundo factor: Lynch no se ha limitado a regresar apelando a nuestras emociones, regalándonos únicamente un ejercicio de nostalgia facilón como lo son prácticamente todos los retornos a personajes, series y películas míticas de antaño. Lo que ha hecho es ofrecernos una continuación  enmarcada en un universo que adoramos. En ambos casos, hay que agradecerle el empeño, el resultado y el significado. Ocupémonos primero del segundo factor, la nostalgia.

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La nostalgia es Audrey bailando y Sheryl alabando a James, que es genial… Siempre ha sido genial.

En pequeñas y agradecidas dosis, hemos visto algunos momentos en estos 18 capítulos que nos han hecho sonreír y emocionarnos de una forma especial. El director nos está contando una nueva historia que continúa el viaje que comenzamos hace 25 años y, como toda nueva historia, debe seguir su camino mirando al futuro, a campos más amplios y sin detenerse en el pasado. Y vaya si lo ha hecho. Pero, ¿qué ocurre? Que los regalitos están ahí.

Nos encanta recordar porque el pasado es seguro, porque ya lo conocemos y no da miedo. No nos da miedo lo que ya conocemos y nos encanta.

No nos da miedo ver a Audrey bailando, a Cooper regresar al cien por cien, A James siendo genial, porque siempre ha sido genial, a Gordon Cole vociferando. O descubrir, por fin, el rostro de Diane. ¿Quién mejor que Laura Dern para ser Diane? Nadie. ¿Quién sino ella iba a ser Diane? ¿Qué os pasó por el corazón cuando Albert va a buscarla y la vemos por primera vez? A mí me pasó un rayo, un rayo que me hizo regresar a Terciopelo azul y a Corazón salvaje.

No nos da miedo adentrarnos -¡por fin!- en la logia blanca, con ese cine antiguo, con el gigante, y no nos da miedo intentar entender los nuevos caminos que han tomado los personajes; personajes como Bobby, Shelly o la deslumbrante y preciosa culminación del romance entre Ed y Norma. Un momentazo para todos nosotros, que agradecimos como el mayor de los presentes. Luz entre tanta estimulante oscuridad.

No nos da miedo el triste y tierno final de Lady Leño.

-Adiós Hawk

-Adiós Margaret

Es magia lo que Lynch ha hecho con su amiga, la fallecida actriz Catherine E. Coulson. Magia.

No nos da miedo todo lo que el Coronel Briggs sabía que iba a ocurrir, porque ya sabíamos que era el personaje clave en todo el meollo de la cuestión. ¿Recordáis la escena de la segunda temporada en la que alerta a Cooper sobre los mensajes encriptados de las frecuencias que recibe de los bosques de Twin Peaks? Muchos elementos de esta tercera temporada nos hacen plantearnos si Lynch y Frost lo tenían todo planeado o sencillamente lo han hilado de una forma magistral. Es muy difícil que lo tuviesen planeado… Pero que nos lo hagan pensar ya es un logro brutal y que merece la mayor reverencia.

Y, por supuesto, no nos da miedo la valentía, honradez y amor por Andy y Lucy, quizás la pareja más adorable del universo Lynch. Son dos niños tímidos y heroicos que harán lo que sea necesario para proteger y preservar el bien en su pequeño pueblecito del condado de Washington, rodeado de abetos Douglas y música en el aire.

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Me quedo con el final del capítulo en el que los hermanos Mitchum invitan a Doggy a cenar y la anciana les da las gracias.

«Espero que sepan lo especial que es este hombre», les dice la adorable y agradecida anciana a los Mitchum. Ellos, con su corazón de oro, lo saben.

Me quedo con la divertida intervención de Michael Cera. Me quedo con el sueño de Monica Bellucci. Me quedo con la admirable iniciativa de los productores de ofrecernos una gran canción final en el Roadhouse en cada capítulo. Me quedo con las interpretaciones de todos y cada uno de los implicados, porque el capitán, Kyle Maclachlan, está insuperable en sus tres (o cuatro, ¡o cinco!) interpretaciones. Me quedo con esa chica corriendo, gritando, por el patio del instituto y con la mirada entre James y Donna, que saben que Laura se ha ido. Me quedo con el ejercicio de sumo prodigio narrativo y atmosférico que un autor es capaz de crear cuando nos da la mano para que le sigamos. Una mano llena de tabaco, trajes, cortinas rojas y significados imposibles, a veces plausibles únicamente en sus “multiversos”.

Me quedo con el momento clave, el instante del capítulo 16 en el que el agente Dale Cooper asegura sonriendo y totalmente consciente de la rotundidad de su ser: “yo soy el FBI”. Llevábamos muchos capítulos con Doggy, un personaje al que Lynch nos ha hecho amar, porque no podía ser más bueno, tierno y estupendo. Pero Coopie es Coopie, y su momento fue increíble. ¿Nos estuvo preparando Lynch para esa escena? Dejémoslo sencillamente en que conoce lo que queremos ver, pero no nos lo pone fácil porque se trata de él, de Lynch, no de otro. Lynch no necesita los elogios de nadie, sólo debe mirarse en el espejo de su cine para saberse un autor.

Y vayamos con el primer factor, el puzzle. ¿Preparados? Una vez crucéis el lugar, ya nada volverá a ser lo mismo.

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El puzzle es la puerta que Cooper cruza con la llave del Gran Hotel del Norte.

En la oscuridad de un futuro pasado, el mago quiso ver una posibilidad para salir de entre dos mundos… Fuego, camina conmigo.

Mike ya se lo dijo al agente Cooper, en un sueño, al llegar a Twin Peaks. Mike se lo repite a Cooper cuando pasa la puerta con la llave del Gran Hotel de Norte, la puerta que tanto miedo le da a James en ese sótano frío y oscuro.

Cuando pase esta puerta… No me sigáis

Esas son las palabras con las que Cooper ¿se despide?, de Diane y de Gordon Cole, quizás sus escuderos más importantes en este viaje. ¿Y qué hace Lynch? Obligarnos a que le sigmos. Podríamos no haberlo hecho… Pero el capítulo no había terminado y aún faltaba otro más, así que entramos con él y nos encontramos con Mike, con Phillip Jeffries, con la ¿real? Diane, con un futuro posible viendo a Doggie volviendo a casa y, por último, con ese final que no debía, ni podía, ser mítico ni memorable… Porque el final que todos esperábamos, que el público que quiere algo seguro para sentirse bien con lo que ha visto ya lo habíamos presenciado. El final mítico y memorable.

¿No lo sabéis? ¡Claro que sí! Tuvo lugar en la oficina del sheriff, en el despacho de Truman. En ese momento vimos la batalla entre el bien y el mal, la despedida y a todos los personajes clave de este nuevo viaje reunidos en una misma habitación. Ya estaba hecho.

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Espero volver a veros a todos

Así se despedía Cooper… Pero, ¿qué ocurre? Que esto no es fácil, es Lynch, es un puzzle. Y nos ha dado todas las piezas del puzzle antes de que Cooper atravesara la puerta. La atraviesa, insisto, nos dice que no le sigamos, pero le seguimos. Sólo él y nosotros, en su (nuestra) misión de, como le pide Leland Palmer, buscar a Laura. Y la encontramos… ¿La encontramos? Hemos cruzado la puerta, y de la misma forma que en Mulholland Drive abren la caja, de la misma forma que en Carretera perdida, “Rick Durand está muerto…”, Cooper cruza la puerta arrastrándonos. Y ya no hay vuelta atrás. Estamos dentro. Comienza el rompecabezas y ya no acabará nunca, comienzan las mil y una elucubraciones y teorías y, sobre todo, el agradecimiento por ver que David Lynch sigue siendo el mismo.

Y no sé vosotros… Bueno, sí lo sé, os pasó lo mismo que a mí, seguro. Cooper espía la discusión entre James y Laura y va a buscarla, evita que muera a manos del mal, evita que Pete la encuentra muerta, envuelta en un plástico. Pelos de punta al volver a ver el comienzo de todo, al volver a ver a Josie maquillándose frente al espejo. Carne de gallina al ver a Laura sonreír a su ángel guardián, un ángel guardián (Cooper) que quizás, o quizás no, la logia Blanca ha puesto en el mundo para que proteja al bien (Laura Palmer) que crearon para enfrentarse al mal (Bob, Judy… ambos, la logia negra).

Maravilloso lo que hicieron en el capítulo 8 al explicarnos el origen del mal. En su momento yo no supe verlo, ahora me doy cuenta de que fue eso, maravilloso.

¿Qué ocurre cuando Cooper da la mano a Laura para rescatarla? Que el mal no lo permite. Su madre no lo permite… Una madre que quizás sea aquella niña del capítulo 8. Quizás. ¿Y qué ocurre después? Que Cooper encuentra a Laura, pero de otra forma, porque quizás sea otra persona, otra persona que, sin embargo y sin conocerlo, le sigue al escuchar el nombre de “Sarah”.

¿…En qué año estamos? Caí en un pozo, sonriendo, emocionado, al escuchar esta frase.

¿Por qué? Lynch quiere que pensemos, quiere que volvamos a ponernos de rodillas en el suelo y vaciemos las piezas que vienen en la caja, piezas que se esparcirán y que intentaremos armar para ver un resultado claro… Pero que nunca jamás veremos del todo. Nunca. E ahí la magia. E ahí el regreso a casa de Laura y Cooper… Y eso es todo.

Autor:

Sandra Lario foto Sandra lario nombrelinea decorativa

Crítico de cine en ZTV y Heraldo.es. Creador, presentador y realizador del programa más extra-elegante de cine: «Unas cuantas Pelis». ¿Lo único que importa? Cine, música, escribir, mucho café, cine y música. Apasionado de la música y el cine tanto escrito como realizado, rodado y proyectado. Emocional y moralmente incapaz de escoger un género ¡Todos son buenos mientras sea buen cine!

Twitter Blanca Uson

 

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