Anna Ferrer, una mano cálida en India

Estrella Setuáin//

Anna Ferrer es presidenta de la Fundación Vicente Ferrer. Lo es desde que murió su fundador, Vicente, quien también era su marido. Ahora ella continúa su labor en Anantapur. El resultado después de 45 años es que la sociedad de la zona ha prosperado y ha ganado confianza. La fuerza y la empatía de Anna han conseguido que miles de personas se unan a este proyecto caritativo

Nunca he estado en India, pero he leído como es la vida allí. He leído lo suficiente como para saber que en India hay pobreza, mucha pobreza, puede que más que en los países africanos. O no, triste comparación de todas las maneras. He leído y oído tanto sobre India que me he inmunizado de lo que sucede en el país. Sé que allí lapidan a mujeres por ser infieles o por no tener una relación consentida por su familia. Sé que el río Ganges es un lugar sagrado y puro donde la gente se lava y a su vez se pudren cientos de cadáveres. Sé que los niños no tienen posibilidad apenas de escolarización y que muchas personas no ganan un sueldo en metálico. Se sigue practicando el infanticidio, lo sé. Las niñas se casan con 11 años y tienen una media de 15 embarazos en su vida, lo he oído.

Había leído tantas miserias sobre el país que casi lo había borrado de mi mente. Hasta que conocí a Anna. Es imposible no contarlo en primera persona; creo que lo que me sucedió es lo mismo que les pasa a todas las personas que tienen contacto con ella. Nos presentaron en una biblioteca de paredes rojas con cierto estilo señorial que le maravilló. En India no se ven salas así, seguro, pero se sentía cómoda después de que apagaran la calefacción para evitarle un ataque de asma.

Sus ojos azules, demasiado azules, escondían una satisfacción plena, envidiable. Brillaban de verdad. Me agarró de la manos en un gesto muy cristiano. Alargó el contacto unos segundos y se presentó. Estoy segura que esa forma tan cálida de acercarse a la gente la ha repetido continuamente en las zonas de India en las que ha estado presente. Pondría la mano en el fuego y no me quemaría si digo que se la enseñó su marido.

Anna Ferrer
Anna Ferrer en Anantapur.

 Anna Ferrer viajó desde Inglaterra a la India  por carretera junto a su hermano mayor para terminar sus estudios. En 1965 comenzó a trabajar de reportera en la revista Current, donde se inició en el mundo del periodismo. Solo ha dejado el país ocasionalmente, siempre con billete de vuelta. Con 23 años se casó con el hombre de su vida y, además de una vida llena de amor, ambos se prometieron cumplir un objetivo social: solucionar los grandes problemas de la comunidad rural de Anantapur, una de las zonas más pobres de la India.

Vicente Ferrer era misionero jesuita cuando llegó a Mubai en 1952 con la intención de erradicar el sufrimiento en la nación. En 1968 conoció a Anna durante una entrevista que ella realizó para el medio en el que trabajaba por aquel entonces y surgió el amor. Un año después se trasladaron a Anantapur y fundaron la Fundación Vicente Ferrer.

Anna dice que se ve reflejada en mi, por la edad, por la profesión.  Lo cierto es que yo me veo reflejada en sus ojos. Es transparente. No le cuesta nada recordar el día que se conocieron y se nota que se acuerda de Vicente, mucho. Le echa de menos.

Vicente Ferrer falleció en junio de 2009 y, aunque ya han pasado casi 6 años, su mujer sigue hablando de él como si estuviese vivo. “No está físicamente pero su espíritu es muy fuerte. Vicente siempre me decía que cuando muriese, allá donde estuviese siempre trabajaría y pensaría en el desarrollo de India”. Ella siente esa fuerza: “está con nosotros”, dice mientras sonríe.

-Su espíritu fuerte fue el que le hizo quedarse en India cuando era periodista.

-Vicente tiene poder de convicción. Tiene el poder de hacerte creer que eres la persona que necesita para su trabajo o que tienes la responsabilidad de ayudar a los demás. Ha convencido a miles de personas en España y miles en India y todos siguen con esta motivación que les dio.

Calles de India
Calles de India. Foto: Ana Baquerizo

Sonríe mientras habla pausadamente, lo hace en un español casi perfecto, con acento británico. Ella es, desde que murió Vicente, la presidenta de la fundación. Reconoce que el trabajo es duro, agotador incluso, pero se siente satisfecha por seguir adelante con el proyecto y con el progreso que han experimentado muchas familias. La fundación trabaja en todas las áreas importantes de la vida de una persona. “Trabajamos en sanidad, educación y ecología, también con mujeres y con discapacitados. Cuando llegamos a Anantapur la gente no comía más que una vez al día, nunca vieron a un médico. Murieron de muchas enfermedades y no había programas de vacunación. Muchas mujeres morían durante el parto. Solo tenían beneficios en especie. Era una pobreza muy extrema. No había esperanza y vivían en un mundo oscuro”, cuenta. Ahora pueden decir que el 100% de los niños de la zona está escolarizado, los ciudadanos ya no están sometidos al control de una casta superior, sino que “tienen su propia voz, fuerza e identidad”. Se han convertido en campesinos y tienen sus propias tierras. Las mujeres, que antes tenían 15 embarazos a lo largo de su vida, ahora tienen dos o tres y poseen conocimientos sobre la salud familiar. Son mujeres que cuentan con sus propios proyectos económicos, pero siguen viviendo en un país como India, donde todo lo que ganan se lo dan a sus maridos. Trabajan y contribuyen al bienestar familiar, y se sienten valoradas.

Anna sigue siendo crítica a pesar de todo lo que han conseguido. “Queda mucho por hacer, hay mucha violencia contra las mujeres, las violaciones son brutales, en grupo, y se siguen practicando costumbres como el infanticidio”, lamenta.

Imágenes de India
Fuente: Ana Baquerizo

Una de las grandes preocupaciones de Anna son las mujeres. No para de hablar de ellas, de su situación en India.  De hecho, la lucha por preservar los derechos de la mujer en el país se convirtió desde el inicio de la fundación en uno de los pilares básicos. En la población dalit, la casta más baja, “las mujeres son las más perjudicadas”, explica, “no tienen educación, sus padres conciertan su boda antes de los 18 años, la familia del marido tienen que mantenerlas –previo pago de una dote—. Las niñas padecen desnutrición crónica debido a la herencia deficitaria en vitaminas de sus madres embarazadas. Esto les provoca importantes problemas de desarrollo físico que pueden llegar crearles graves discapacidades que les convierten en personas aún más inútiles para la sociedad”, narra. Por ello, trabajan con mucha atención en este colectivo, proporcionándoles educación y una manera de ganarse la vida. “Ellos son los protagonistas de su propio cambio, necesitan confianza para que las comunidades crezcan”, argumenta.

Confianza es la palabra que más repite durante la entrevista. Tiene totalmente interiorizado el discurso humanista de Vicente. Una de sus herramientas de trabajo son los talleres de concienciación donde les ayudan a ganar seguridad en sí mismos, a ser iguales.

Imágenes de India
Fuente: Ana Baquerizo

-¿Esa confianza es la base del progreso?

-Sí, porque si no tienes confianza no mueves. Si el Gobierno tiene proyectos para el desarrollo pero tu no tienes confianza y fuerza como grupo, por mucho que los conozcas no vas a ir a pedir ayuda. Esto es algo que les inculcamos. Nosotros les explicamos los proyectos, pero son ellos los que actúan.

Un equipo de casi 2.400 personas –el 99% son naturales de Anantapur– ejecuta el programa de desarrollo que la organización lleva a cabo y que cubre 3.093 pueblos y beneficia a casi tres millones de personas. En 45 años han recibido subvenciones del Gobierno español, aunque reconoce que “antes de la crisis más dinero llegaba a la fundación por esta vía”. No lo critica porque sabe que en España también hay necesidades pero pide que “no se olvide a las personas que han sufrido miles de años en otros países”.

-Con la crisis se ha implantado la tendencia de ayudar solo a la gente de España.

-Hay que ayudar a las personas de España claro, pero yo no puedo imaginar un mundo donde España solo ayuda solo a españoles, Inglaterra ayuda solo a ingleses e India solo a indios. Tenemos que compartir, ayudar el uno al otro… Ayudar a los españoles y a los internacionales.

India
Foto: Ana Baquerizo

-¿Por qué este egoísmo?

-No sé si es por miedo o egoísmo. A veces la gente se cansa de que los países en desarrollo siempre tengan necesidades pero nuestra zona –Anantapur– está progresando, aunque se necesita tiempo. Hemos estado 45 años y se necesita más. Hay cosas que se hacen más rápido, como construir una casa, pero cambiar la mentalidad de la gente y que dejen de seguir costumbres malas…. yo llevo 20 años trabajando para que las personas crean en la educación.

A sus 68 años sabe que le quedan muchas cosas por hacer. Ha venido a España para concienciar sobre la situación de las mujeres en India pero confía en que las cosas irán mejorando poco a poco, con trabajo y esfuerzo. Con la ayuda de Vicente también, claro.

-¿Qué has aprendido en India?

-Que son gente feliz a pesar de todo lo que sufren, de la pobreza. Son felices con lo que tienen. Con la ayuda pequeña de cada persona podemos cambiar este mundo. No necesitamos que haya miles de Vicentes Ferrer en el mundo. Si cada uno de nosotros hace algo podemos reducir el sufrimiento. Es la verdad.

No me había dado cuenta de que durante todo este tiempo las paredes rojas y el estilo señorial habían desaparecido. Me sentía en un centro de la fundación en Anantapur. Había conocido el progreso de 45 años en 45 minutos. Había visto a mujeres felices llevando a cabo sus proyectos, a niños estudiando en una escuela y a jóvenes siendo vacunados. La pobreza y miseria de India que antes de la entrevista había borrado de mi mente por repetitivas, ahora me habían hecho reflexionar. “Tienes que venir a la India, estás invitada” me dijo Anna.

India
Foto: Ana Baquerizo

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Me llaman la mujer de hielo; y no les falta razón. Pero a veces las rubias sorprendemos. Persona de contradicciones: me siento cómoda tras las letras pero mi género preferido es la entrevista. Siempre escéptica.

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