Jorge Rafael Videla, el general no tiene quien le entierre
Kiko J. Sánchez//
El 24 de marzo de 1976 un golpe militar disolvió todos los poderes del estado en uno: el Terror. Argentina se convirtió en una gran máquina de muerte que aniquilaba toda libertad y voz crítica. 30.000 personas, toda una generación, fueron borradas del mapa. Desaparecidas. Uno de los principales artífices de este plan sistemático de muerte fue Jorge Rafael Videla. Hoy, que se cumplen 40 años del golpe, nos sumamos al recuerdo recuperando esta necrológica de Videla, que falleció el 17 de mayo de 2013 en un penal argentino. El destino, en forma de broma macabra, reservaba a sus restos un desprecio que servía de medida para su figura histórica.
No hay peor infierno para un católico convencido que el propio infierno. El lugar reservado para aquellos que, en vida, no se ganaron el cielo y la paz eterna. La patria –la tierra de uno– es el espacio sagrado que ha de acoger los huesos del patriota una vez que pasó a mejor vida. No hay alternativa posible. Ni peor condena que vivir la eternidad fuera de ella.
El 17 de mayo parecía un viernes normal del otoño argentino, hasta que en los pasillos del Penal de Marcos Paz un celador miró por la ventana de una celda. Eran las 8 de la mañana y, en ella, el dictador Jorge Rafael Videla (1925-2013), un anciano enjuto, desgarbado, de grandes gafas y fino bigote blanco, se aliviaba en el retrete. O eso creyó el celador Sergio Cardozo, que a las 8.15 llamó al reo a recuento general; Videla no respondió. El doctor del penal, Jorge Alberto Domínguez, ingresó en la estancia y verificó su muerte. La parca tiene su humor –negro– y sus ataques de justicia poética: a las 6:30 de la mañana el dictador de 87 años murió sentado en el inodoro de una celda.
Videla escribió, entre 1976 y 1981, una de las páginas más oscuras de la historia universal de la infamia, liderando el eufemísticamente llamado Proceso de Reorganización Nacional. Un plan sistemático de eliminación de la disidencia en suelo argentino: detenciones arbitrarias, secuestros, torturas, violaciones, robo de bebés, asesinatos… la lista es interminable. El general llegó al poder tras el golpe de estado del 24 de marzo de 1976, que relegó de la presidencia a María Estela Martínez de Perón e impuso una junta militar liderada por él, Massera y Agosti. Los años de gobierno de Videla dejaron para la historia lugares, momentos y términos que simbolizan a la perfección el lado más vergonzante de la especie humana: la ESMA, la Capucha, el Mundial 78, la Guerra de Las Malvinas, la picana, los vuelos de la muerte, los desparecidos…
Estela de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, una de las organizaciones que defiende y recuerda a los damnificados por las más de 30.000 desapariciones del país, mostró, en rueda de prensa, su opinión ante el deceso: “No hay alegría en la muerte, pero la muerte de Videla aleja de la faz de la tierra a un genocida. Si alguien quiere llorar que lo haga, pero que sepa que no llora a una buena persona, sino a alguien que mató, robó y violó la Constitución”.
Hasta el final de sus días, en cambio, Videla se mostró convencido de la importancia y necesidad de su figura y obra. Sin rastro de arrepentimiento o cordura; convencido de su papel de cruzado. Como cuando en 1978 afirmó que “un terrorista no es solo alguien con un revólver o una bomba, sino también aquel que propaga ideas contrarias a la civilización occidental y cristiana”. Así, inició su campaña contra los subversivos, borró de la faz de la tierra o arrojó al mar a trabajadores, estudiantes, militantes, mujeres embarazadas y otros compatriotas. En febrero de 2012, en una entrevista a la revista española Cambio 16, defendió la necesidad de un gobierno duro en la época para evitar la amenaza marxista y la deriva anárquica del país. Y reconoció una cifra, 7.000 u 8.000 desaparecidos, y un motivo: “Para no provocar protestas dentro y fuera del país, sobre la marcha, se llegó a la decisión de que esa gente desapareciera”. Videla también se mostraba contrariado con el presente argentino: “Hoy la República está desaparecida, no tiene justicia, las instituciones están muertas, paralizadas: peor que en la época de María Estela Martínez de Perón”. Y lamentó que “el Proceso no dejará su descendencia”.
El cuerpo del hombre que nadie quiere
El lunes 20 de mayo, el juez federal 3 de Morón, Juan Pablo Salas, se reunió con familiares de Videla para notificarles el resultado de la autopsia y hacerles entrega del cadáver. La autopsia reveló que la muerte se debió a un paro cardíaco derivado de las lesiones que sufrió 5 días antes tras caerse mientras se duchaba en uno de los baños del penal. Las fracturas en el pubis y en una costilla y un estado de anticoagulación le provocaron una hemorragia interna que terminó en un paro cardiaco. La familia no exigió nuevas pruebas e investigaciones.
Hoy se especula con el destino de los despojos del dictador. Parece que el juicio de la historia y el pueblo argentino no parecen conformes con la idea de grandeza y responsabilidad que Videla se concedía a sí mismo. Al poco de circular el rumor de que los restos se dirigían al Cementerio Municipal de Mercedes (Buenos Aires), su ciudad natal, numerosas asociaciones y todas las fuerzas políticas mostraron su oposición a que descansara en el panteón familiar, en el que una inscripción reza: “El espíritu se salva”. A la entrada del camposanto, 22 paneles con imágenes de los desaparecidos de Mercedes y pancartas con lemas como “Ni vivo ni muerto” o “Que no descanse en paz” mostraban la negativa ciudadana a que Videla compartiera espacio con víctimas del terrorismo de estado, como Stella Maris Bojorge, Carmen María Carnaghi, Rosa Haydée Cirullo de Carnaghi o los tres padres palotinos asesinados en la masacre de San Patricio: Pedro Duffau, Alfredo Leaden y Alfredo Kelly. La familia Videla, consciente del repudio general, mantiene el silencio y la negativa a comunicar el destino de los restos del finado. Para deshonra de un hombre que se atribuyó el poder para decidir la vida de otros y al que hoy la patria le niega el descanso eterno.
Los últimos años de la vida de Videla también estuvieron marcados por la condena pública e institucional. El dictador murió en la cárcel, tras varias décadas de peregrinaje entre la libertad y el presidio. En 1983 fue juzgado y condenado a prisión perpetua y destitución del grado militar por crímenes de lesa humanidad, pero fue indultado por el entonces presidente Carlos Menem el 28 de diciembre de 1990 y estuvo libre hasta 1998. Ese año fue detenido durante una causa por sustracción de menores, el único delito que quedaba fuera de la órbita del indulto. En 2004, el presidente Néstor Kirchner ordenó que los cuadros de los dictadores Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone fueran retirados de las galerías del Colegio Militar de El Palomar, en un acto de condena simbólica, mientras Videla cumplía un arresto domiciliario. Este beneficio se le retiró al salir a saludar por la ventana de su apartamento. Finalmente, el 5 de julio de 2012 fue condenado a 50 años de prisión tras ser declarado “culpable de la puesta en marcha de un plan sistemático de sustracción de menores a secuestradas en centros clandestinos de detención”.
En mayo de 1987, cuando el Congreso Argentino debatía las leyes de obediencia debida, 5.400 personas firmaron una solicitud de “reconocimiento y solidaridad” con Jorge Rafael Videla, por defender “a la Nación de la agresión subversiva”. Ahora, tras su muerte, condenado y preso en una cárcel común, tan solo 18 avisos en la prensa argentina rinden honores al expresidente. Entre ellos el de su familia, que agradece «la inmensa cantidad de expresiones de solidaridad” y pide “una oración por la pacificación de los espíritus que permita la concordia entre los argentinos”.
La sociedad argentina se muestra madura –ni olvida, ni perdona– pero parece cerrar las heridas de un pasado oscuro. Laura Virga, estudiante de intercambio argentina de Comunicación Social en la Universidad de Zaragoza, plasma a la perfección la opinión mayoritaria sobre este proceso de justicia y memoria: “El hecho de que en los últimos años se hayan iniciado una seguidilla de juicios en contra de los dictadores por los crímenes que se cometieron y que hayan sido juzgados por la justicia ordinaria, te deja una especie de satisfacción. El lema de “Memoria, Verdad y Justicia” que acompaña a algunas asociaciones civiles y grupos como HIJOS hace que uno se replantee y reflexione sobre estos hechos.
Creo que lo peor que se puede hacer es no cerrar la herida, y una forma de ir cerrándola es ver que los culpables paguen por lo que hicieron”. Laura también expresa lo que sintió ante la muerte del dictador: “Una nunca se alegra por la muerte de alguien, pero esta vez generaba una sensación extraña. Saber que se había muerto en una cárcel común y cumpliendo una pena de prisión perpetua, en cierta forma, te permite pensar que murió como se lo merecía. Aunque confieso que me hubiera gustado que estuviera preso desde muchos años antes y no tan recientemente. Un dictador, asesino y responsable de 30000 desaparecidos, merece pudrirse en la cárcel”.
Probablemente Jorge Rafael Videla no encontró las puertas del cielo abiertas para él y la patria, de momento, tampoco parece dispuesta a acoger su cadáver. Y menos a reconocerle un papel histórico más allá del repudio y la vergüenza.
El punto final de Videla sobre la tierra se lleva algunas respuestas necesarias para un proceso de memoria nacional que continua. Pero el mundo, sin él, hoy es un lugar mejor.
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![]() Me encantaría que en mi DNI pusiera que nací en Utopía. Pero caí en el continente equivocado y además ese país aún no existe. Quizá por eso me interesan las pequeñas victorias de los que siempre pierden y las historias más curiosas que suceden en el planeta. Aquí trataré de contarlas, para que otros las conozcan y por el hecho egoísta de descubrirlas. A veces también dibujo personajes deformes y tristes que pretenden ser graciosos.
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