Y tú ¿sabes quién eres?

Raquel Martínez//

La realidad y la ficción están cada vez más cerca. Podemos ser nosotros en la vida, podemos ser nosotros en la red, podemos ser quien queramos. Internet y las nuevas tecnologías nos ofrecen esa posibilidad, cada vez de una forma más real. Y tú, ¿quién eres?

Todavía no tenemos un avatar propio. Al menos, no uno de carne y hueso. No podemos meternos en una cabina que conecte nuestra mente al cuerpo artificial de un na´vi como hace el marine Jake Sully – interpretado por Sam Worthington –en  la película Avatar. Claro que tampoco existe Pandora, el país de origen de esta raza humanoide de tez azulada: no hace falta que abandonemos nuestra forma física y vivamos en otras carcasas para relacionarnos con otros seres.

Pero sí que existe otro planeta; uno al que podemos llegar sin necesidad de naves espaciales. Lo hemos llamado Internet. Y viajamos constantemente allí. Es el mundo virtual, nuestra proyección; complementario con el real que acoge nuestro cuerpo. Ahora la pregunta es: ¿Somos la misma persona arriba, en la nube, que abajo, en la tierra? ¿Quiénes somos realmente?

La miniserie británica Black Mirror integra ambos caracteres en el capítulo “Quince millones de méritos”. Sus personajes viven en oscuros habitáculos con pantallas a modo de paredes del que solo salen para pedalear en una bicicleta estática; una rutina gris donde las relaciones sociales son prácticamente nulas. El vínculo más importante lo establecen con su avatar: su yo virtual, hecho por ellos mismos a su imagen y semejanza. Mientras que sentados en la cama de su cubículo ven un reality show llamado Hot Shot, sus avatares asisten a la actuación: cada gesto y cada grito corresponden a los que realizan los personajes en la realidad. Son la misma persona.

Es cierto que si algo caracteriza a Black Mirror es llevar al extremo las consecuencias de la interacción entre humanos y tecnología con argumentos tan impactantes como inverosímiles, pero no por ello le falta razón. Puede que aún no hayamos llegado a ese nivel de compenetración entre nuestros dos “yo”, pero sí que nos acercamos. Nos gusta crearnos en la red. El padre de los Sims, Will Wright, lo sabe bien: sus personajes virtuales serán más humanos en la cuarta entrega de su saga, prevista para este otoño.

Estamos hablando, por lo tanto, de creación; es decir, de la invención de nuevos rasgos ya no solo de nuestro físico –podemos cambiar nuestro color de pelo con un editor de fotografías –sino también de nuestra personalidad. Elegimos quién queremos ser. La mayoría de los internautas proyectan aquellas características que les interesan en su “yo virtual” y añaden las que les convierten en su “yo ideal”. Parece que con Internet se modifica la teoría de la auto-discrepancia de Higgins, según la cual comparamos nuestro autoconcepto , es decir, cómo pensamos que somos, con otros autoconceptos diferentes, por ejemplo, con el autoconcepto ideal que define cómo nos gustaría ser; ahora tenemos el poder convertirlo en real. Y eso no implica que cambiemos nuestra manera de comportarnos en nuestro día a día. De esta forma, según se reduzca la incongruencia entre nuestro autoconcepto real con el ideal, aumentará nuestro estado de ánimo positivo.

Reconocidas las ventajas de ser otra persona en Internet ¿Quién va a resistirse a la tentación? Ya no nos resulta tan extraño que un conocido nos bombardee a mensajes en Whatsapp y, cuando nos lo cruzamos por la calle, apenas se pare a saludarnos. O que la relación que mantenemos en Facebook con un amigo pueda clasificarse como íntima –en referencia al nivel de confianza y afecto –mientras que cara a cara guardemos una distancia social según la clasificación realizada por Edward Hall en The Hidden Dimension (1966) de tipos de espacio personal –íntimo, personal, social y público –. En este punto resulta paradójico que el lenguaje fuera crucial para la evolución por su papel como sustituto del contacto físico; gracias a él los hombres podían mantener relaciones con otros miembros de su comunidad sin necesidad de conocerse uno por uno. Nosotros lo hemos llevado al límite: de la interacción hemos pasado a la interactividad; ahora nos conformamos con proyectarnos.

Absortos en una dimensión virtual, conectamos con otros usuarios. Y nos relacionamos con ellos; son parte de nuestra realidad. El último debate gira en torno a los romances entre individuos y programas informáticos: Spike Jonze recogió en Her el argumento base del capítulo “Vuelvo enseguida” de Black Mirror –en el que una mujer compra un avatar que actúa  como su difunto marido –para reconstruir las etapas de una relación amorosa. En el filme, el protagonista, Theodore, se enamora de su sistema operativo Samantha; un sistema que cautiva a todos los personajes, sumergiéndoles en un espacio intangible en el que lo físico apenas tiene relevancia. Los humanos dejan de prestarse atención los unos a los otros para conversar con sus dispositivos móviles, convertidos en parejas e íntimos amigos.

Theodore hablando con Samantha. Fuente: http://eldiariodechaucer.blogspot.com.es
Theodore hablando con Samantha. Fuente: http://eldiariodechaucer.blogspot.com.es

La realidad virtual amenaza con imponerse sobre el mundo físico en el que habitamos hasta el punto de hacernos olvidar dónde están los límites; igual que los personajes de Black Mirror que vivían a través de su avatar, ignorantes de cómo estos se habían convertido en los protagonistas de su propia historia. Es innegable que la tecnología ha modificado la sociedad, una sociedad a la que el ser humano se adapta constantemente; ahora es el momento de adaptarnos a la doble dimensión en la que se divide la realidad: la física y la virtual.

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