Carmen París, bonsoir Paris, Je suis Paris

Marta Asensio//

Carmen París es rara. Sobresaliente, poco común, extravagante y propensa a singularizarse. Así define el diccionario de la Real Academia Española la palabra “rara”.  Esta sucesión de adjetivos se ajusta a una cantante que ha forjado una carrera musical de treinta años para poder enseñar física cuántica en Francia.

Queda media hora para que comience el concierto. La prueba de sonido en el Café de la Danse de París acaba de terminar y ya van justos de hora. Carmen corre al camerino a maquillarse. La habitación es amplia, con luz tenue y espejos por todas partes. Varias bolsas y maletas descansan sobre un sofá. El aroma del incienso nos envuelve: la cantante siempre lleva barritas para quemar porque detesta el olor de los productos de limpieza. El equipo del teatro entra y sale para felicitarla e infundirle ánimos. Les sonríe a todos, está tranquila. Se sienta en el tocador, saca el eyeliner negro y trata de hacerse un ahumado. Lo difumina mal: sus ojos verdes parecen ahora los de un mapache. Ya no está tranquila. “¡Has tenido que ponerte a experimentar con las sombras justo en París, mal día!”, se recrimina varias veces en voz notablemente alta.

Mientras busca algún desmaquillante —que termina siendo el siempre socorrido papel higiénico— entra Mayte, su manager. “¿Vas a presentar en español o en francés?” pregunta al comprobar la lista de canciones. “Como me salga. Igual los títulos los traduzco”, responde ‘la París’. Deciden escribir en el setlist los nombres en francés. El proceso va bien hasta que llegan a ‘En mi pecho’: literalmente sería ‘Dans mon sein’, pero –debaten- eso le quita el tinte poético y deja tan solo el sentido carnal. Se ponen de acuerdo: la canción pasa a titularse ‘Dans mon coeur’. Carmen queda satisfecha; Mayte, también. De nuevo, la tranquilidad y el incienso se adueñan del momento.

Carmen tiene un reto: conquistar la capital francesa. Lleva treinta años de carrera musical con el deseo de vengarse de Napoleón: tomar la Bastilla como el francés tomó Zaragoza, y lleva por arma la jota aragonesa. La ciudad de la luz, de lamoda y del amor. París quiere ser París esta noche.

Porque quiero y porque puedo y porque me da la gana, me pongo a cantar la jota porque es mía la guitarra 

Para que la Agustina de Aragón baturra triunfe en este mítico teatro del barrio parisino de Bastille han hecho falta décadas de trabajo. Hace dos años se embarcó en la autoproducción de su último disco, Ejazz con Jota. Y la recompensa en lo económico ha sido como su paciencia al maquillarse esta noche: inexistente. Quería fusionar la jota con el jazz en inglés y en español. En discos anteriores ya la hermanó con el tango, el flamenco, el pasodoble o incluso el rap: híbridos, mezclas o rarezas. Este último proyecto tan ambicioso no podía desarrollarse en cualquier parte. Lo grabó en Boston con la prestigiosa orquesta de la universidad de Berklee, en la que soñaba con estudiar pero no pudo permitírselo.

Hay algo significativo en ese proceso: la grabación fue el mes previo a las bombas en el Maratón. Si hubiese sucedido un par de semanas antes, se queda sin dinero y sin disco. No cree que fuese

Caravana con sus hermanos y su madresuerte, sabe que se lo debe a su padre. El padre de Carmen murió en un accidente de coche cuando la cantante tenía dieciocho años, pero ella siente que está a su lado. Fue él quien, a pesar de su origen humilde, se empeñó en que sus cuatro hijos estudiaran música. Los recuerdos de infancia de Carmen son muy alegres: desde su niñez en Tarragona hasta que por el trabajo de su padre, que vendía espejos, se mudaron a Zaragoza. Como él viajaba mucho, durante los veranos metía a toda la familia en una caravana y paraban en la playa, montaban allí una mesita, el camping gas, un columpio… Eran bohemios y felices. Su particular ángel de la guarda la ayudó en esta ocasión con el jazz y la jota y lo seguirá haciendo.

Carmen París acaba de recibir el Premio Nacional de Músicas Actuales 2014. El jurado considera que ha elevado la jota “a nivel internacional” con su voz “excepcional y arrolladora”. Su espíritu innovador la ha llevado a asumir múltiples riesgos, lo que ella resume en “La París, como siempre, saltándose las barreras”. Agradece que lo hayan valorado. También ayudan los 30.000 euros del premio, que dedicará en parte a “pagar las muchas multas de aparcamiento” que acumula —lo de saltarse las barreras es más literal de lo que pueda parecer—. La París es peculiar hasta cuando gana dinero.

Hoy levanto mi vuelo hacia nuevas fronteras. Por lo dulce y lo amargo quisiera ahora brindar

Perfectamente maquillada —y si no es así da igual, hay pocos focos para crear un ambiente íntimo y no se aprecia—, la artista sale a escena. En esta gira la acompaña la banda de Pepe Rivero y en esta ocasión, lo hacen en formato trío: piano, contrabajo y batería. Arrancan con Noble&brave / Noble y bravía porque solo París es capaz de cantarle a los franceses en inglés y en español. Este tema habla del carácter aragonés y logra transmitir esa fuerza, esa rasmia aún estando a kilómetros de su tierra. La voz de Carmen pone los pelos de punta. Muchos de los asistentes no entienden la letra, pero eso no evita que se emocionen con su potencia y los giros de su voz.

Concierto Carmen París

Tras el primer tema, la sala llena rompe en aplausos. Y la cantante aprovecha para demostrar que sabe idiomas: “Bonsoir Paris, je suis Paris. Je suis enchantée d’être ici. Je ne parle très bien français. Mais je… ya lo intento, lo intento…Siempre fue un sueño venir a cantar aquí”. Gracias al Festival Don Quijote, ha dejado de ser su sueño para pasar a ser el de todo el Teatro.

 Como si fuera un tesoro, llevo en mi pecho guardada la emoción de aquellas horas

Lo suyo es una carrera de fondo. Siempre ha tenido claro que la música es la única opción. Tal como comenzó a hablar, comenzó a cantar. Tomó clases de canto, piano, guitarra, violonchelo, armonía y Carmen tocando la armónica con 3 añossolfeo en el Conservatorio de Zaragoza. Fue una niña prodigio: a los tres años tocaba la armónica y la melódica, a los siete empezó a estudiar guitarra y desde los diecisiete se dedica a la música de forma profesional.

Las tablas, el saber estar y ser simpática pero firme cuando quieren abusar, lo aprendió con la Orquesta Jamaica antes de cumplir los veinte. Era una orquesta de las de antes: actuaban en un pueblo tras otro y encadenaban verbenas de cuatro y cinco horas con varias sesiones. Los viajes en furgoneta sin aire acondicionado, cargar y descargar el equipo, trabajar el día después de la muerte de su padre… son muestras de lo que aquello le supuso. Guarda muchas anécdotas de esos años. Actuar enferma, con fiebre e incluso afónica reforzó su aprendizaje musical. Hasta la fecha, nunca ha suspendido un concierto: sea como sea, pero termina. Hubo también enseñanzas de la vida. En una ocasión un borracho intentó agarrarla del tobillo y ella, con su elegancia y clase acostumbradas, lo disuadió: “Le tuve que meter una patada en el morro que le hice sangre y todo, ¡madre mía la que se lió! Pero como estaba borracho no le entendió nadie”.

No tiréis piedras, cobardes, que el tirar es cobardía. Si venís espada en mano, desenfundaré la mía 

A la orquesta le siguió su propio musical Carmen Lanuit, la historia de una artista imaginaria en el que cantaba, bailaba y actuaba. La obra se la escribió el dramaturgo Alfonso Plou y con ella recorrió toda España. A esto le siguieron trabajos de animación en hoteles, zarzuelas, colaboraciones con diversos artistas… Después de años de trabajar en la ‘BBC’ (bodas, bautizos y comuniones), ‘la ParísCarmen Lanuit 1991’ tuvo su primera oportunidad para presentar su repertorio personal en el Teatro del Mercado de Zaragoza. Esa noche cantó por primera vez temas como ‘Savia nueva’. Carmen nunca olvidará ese concierto y poca culpa tiene la música…

En los bises, aparecía en escena con un vestido de ganchillo que dejaba la espalda descubierta. Justo antes de empezar, perdió una lentilla. Se colocó el traje deprisa y sin fijarse. Así que salió con la prenda del revés: la tela que debía cubrir la parte delantera terminó detrás. El espectáculo resultó mucho más visual de lo que debía. Pero la cantante, ensimismada en la interpretación de How long has this been going on?, no lo notó. Su amiga ‘la Lipi’ —pseudónimo tan institucionalizado en el universo parisino que sospecho que es el nombre que aparece en su DNI— con sutileza y cuidado disimulo le gritó: “¡Carmen, que se te ven las tetas!”. Lo oyeron hasta las musas de piedra que custodian la fachada del teatro. La cantante miró hacia abajo y empezó a retorcerse en una especie de baile erótico sensual para intentar solucionarlo. Probó a subir el escote pero se produjo lo que en economía se conoce como coste de oportunidad: al tomar una opción, renuncias a otra; lo que en palabras de ‘la Lipi’ se traduce en: “¡Carmen, que se te ven las bragas!”. Cuando acabó la canción, la París exclamó: “¡Ahora vuelvo, que voy a darme la vuelta!”. Una noche bochornosa y también gloriosa, recuerda Carmen, por lo importante del momento y por esta suerte de anécdota también.

No sé por qué hay un claro predominio, muy acentuado, del lucimiento ostensible y rentabilidad, muy exagerado, del mundo pectoral

Llegado el ecuador de este concierto parisino, Carmen decide que es el momento de demostrar que no solo innova en la forma sino también en el contenido. Ha introducido la física cuántica en el bolero. Raro, ¿no? Así le pasa que muchas veces los críticos musicales no saben cómo catalogarla. En lo que sí que coinciden es en que Carmen logra que hasta los más obtusos entiendan conceptos científicos.

“Cuando tienes dos quarks con el mismo spin… ¿sabéis lo que son? El quark es una subparticulilla atómica más pequeña que el protón y el spin es el giro: pa’ un lado o pal’ otro. Entonces, si tienes dos quarks con el mismo spin, los separas y le cambias el giro a uno, instantáneamente el otro cambia también sin importar la distancia que los separe”, alecciona la cantante. A este fenómeno —que para la compositora es la demostración científica del amor— Einstein lo llamó ‘Distancia espeluznante’. Carmen juzgó que era un título perfecto para el primer bolero cuántico de la historia.

Esto en el concierto, por supuesto, lo explica en español. De vez en cuando se aventura con alguna frase en francés e inmediatamente inquiere: “¿Lo he dicho bien?”. Da igual que solo uno le diga que sí, para París ese va a ser el que tenga razón. El Café de la Danse pasa del asombro a las risas y de las risas a la fascinación.

Por más que, siendo partículas afines, nos separan las medidas, nuestras almas en su danza, vida mía, no se pueden desligar.

La personalidad de Carmen es magnética. A pesar de ello, es fácil odiarla: mide 1,72 y es tan delgada que te preguntas dónde almacena semejante chorro de voz. Pero come como Garfield el día de Navidad. Sin embargo, raro es el día que no la oyes decir que desea coger cinco kilos más y no lo consigue.

Carmen París en concierto en Madrid

Yo la odiaba cuando la vi por primera vez, sin conocerla de nada. Su música me parecía extraña y su imagen todavía más. Rara, una tía rara. Hubiese podido mantener esa aversión toda la vida, habría bastado con no escucharla. Pero cometí un error: la vi en directo y lloré. No era su música, ni sus letras, ni siquiera su voz. Era la pasión irrefrenable de quien ama lo que está haciendo. Bécquer cuenta en una leyenda como unos ojos verdes te arrastran a la locura y se adueñan de tu alma; lo que no aclara es si habla de ‘la París’.

Cuando Carmen te dice que eres linda, realmente piensas que lo eres —aunque luego te das cuenta de que califica así a todo ser vivo y te sientes un poquito menos especial—. La gente intenta pegarse a ella –literalmente- porque es capaz de contagiar su alegría aun cuando no la tiene.

Carmen al piano.
Foto: Festival Don Quijote

En lo profesional, denuncia que no son buenos tiempos para la música. La autoedición es casi suicida, cada vez salen menos conciertos y desaparecen más festivales. En lo personal, su madre tiene Alzheimer y no la reconoce; para Carmen es la prueba más dura. Pero a pesar de la adversidad, no pierde su fuerza y energía y consigue hacerte reír. Esto es comprobable en cualquier cena, después de un concierto, cuando cuenta sus historias del mundo de la farándula, anécdotas de sus viajes o destapa conspiraciones del cine de Hollywood. Hasta tal punto que si sale a fumar, tú sales con ella. Da igual que odies el tabaco. Ante la perspectiva de perderte alguna narración, si hay que fumar, se fuma.

Si la nada inunda tu fluir y el ruido tu percibir, despierta de esta condena, serás tan libre como libre quieras ser

El asalto musical a la Bastilla ha sido un plan perfectamente urdido. Una de las personas que más horas le ha dedicado es su manager, Mayte Espina. Ella es de París —la capital de Francia, no me refiero al “¿Y tú de quién eres?” de los pueblos— y fantaseó con este concierto años antes de trabajar con la zaragozana. Es la persona oculta entre bambalinas que se encarga de que todo salga perfecto. En esta ocasión la responsabilidad es mucho mayor. Pero cuando la cantante sale para hacer la segunda tanda de bises, Mayte se da cuenta de que han triunfado.

‘La París’ y la de París forman Producciones Parisinas junto con Nacho Catalán. Este último se encarga de la distribución y de toda la parte tecnológica. Tiene veintiséis años y lleva los seis últimos trabajando con Carmen. Aunque muchas veces se vea obligado a secuestrarla para conseguir que firme discos y le haya explicado mil veces –sin éxito- cómo usar Twitter, la adoración es recíproca. Nacho cuenta que la jotera recibe una docena de peticiones al mes a través de Facebook para cantar en bodas. No lo intentéis, no está disponible. Y si lo estuviera, poneos a la cola, que por semejante espectáculo una se casa hasta con el cura de Barrio Sésamo.

Cuando al final del concierto, toda la sala se pone en pie, Mayte y Nacho saben que parte de ese aplauso les pertenece.

Si no vives en amor, cuando alguien diga ‘ay,’ no podrás aliviar su herida 

Por mucho que su equipo y sus amigos la conozcan desde hace años, Carmen sigue sorprendiendo más cuando habla que cuando canta. Es una mujer culta capaz de conversar  sobre casi cualquier tema. Considera que vivimos con los paradigmas equivocados: darwinismo, capitalismo, teoría de la escasez, Freud… Sobre el padre del psicoanálisis lo tiene muy claro: “Lo han endiosado y son teorías que hoy en día no tienen mucho sentido”. Para ella, Freud era el listo y Carl Gustav Jung el inteligente.

Es la teoría de este último la que desemboca en diálogos sorprendentes. Le dices a la jotera: “Tengo una amiga que nació justo una semana después de ti, ¡Qué casualidad!”. Error. No es casualidad, es causalidad. “Es el principio de sincronicidad de Jung: coincidencias insospechadas que deben tener algún significado profundo. No es posible tanto azar”, desarrolla. Tardas un rato en asimilarlo, pero cuando lo incorporas a tus conversaciones, te conviertes en el Einstein de las comidas familiares.

A sus cuarenta y ocho años — según su DNI, su espíritu goza de varias décadas menos—, cavila: “Desde niña he pensado que este mundo era absurdo, como si hubiese venido de otro planeta, que a lo mejor sí”. Lo medita con tal seriedad que empiezas a pensar que en algún lugar del universo habitan seres que estudian física cuántica y consideran que la jota es “la madre del cordero”.

Tanta casualidad no puede ser casual,  hay leyes aunque tú ignores, no dejan de funcionar

La mañana siguiente al concierto todo el equipo amanece pletórico por el indudable éxito. Pero para cerciorarse, la artista decide oficializar la toma de la Bastilla. Así que los miembros de Producciones Parisinas se reúnen en dicha plaza para hacer fotos y vídeos.

Sorprende que en una ciudad con doscientos días de lluvia al año haga un sol resplandeciente. ¿Dato positivo? De nuevo, error. “¡Hala, ya han fumigado!”, exclama indignada la maña. Se refiere a los chemtrails (estelas químicas) a los que dedica su última canción ‘Por favor, por amor’. La teoría sostiene que algunas estelas de condensación —supuestamente dejadas por aviones— no lo son, sino que están compuestas por productos químicos.

Carmen lleva 7 años denunciándolo y el sentimiento es de impotencia. “Antes de llamarme loca, obsérvalo. Ya investigaremos después para qué interesa”, exterioriza. Le molesta que la gente contemple los móviles en lugar del cielo. Y tiene las ideas muy claras: “La gente me critica que soy de la teoría de la conspiración; yo les respondo que ellos son de la teoría de la credulidad”.

Flota la anestesia generalizada . Basta ya, por favor, de respirar nanoengendros y de violar al planeta y de jugar a ser Dios.

Otro tema que la indigna — de índole mucho más seria— es el acento de su apellido:

-¿Es Paris o París?

-¡Hala! ¡Ya estamos! ¿Qué queréis la Paris de Francía? Soy París. Sé que esto es por la Hilton, pero no tengo nada que ver con ella.

Cuando la abruman agravios de este calibre hay algo que nunca falla: abrazar árboles. Vive cerca de un bosque y cuando se estresa, procede a ello. Pero, ¡ojo!, que no se hace de cualquier forma: “Preferiblemente tiene que ser un árbol viejo. Y grande, no elijas uno esmirriado que te abrazarás a ti misma”, ilustra. Asegura que te dan amor, paz, alegría… y después de un rato abrazándolo “te sientes genial”.

Quisiera volverme hiedra y enredarme en su cintura,  aliviar esa tortura, que la savia nueva irrumpa en su corazón

Concierto Madrid Carmen París

Debatiendo esta y otras cuestiones, camina por una ciudad a la que se ha adaptado perfectamente. Nada más aterrizar, se compró una boina. Eso sí, se la coloca bien calada para darle el toque aragonés. Se queda absorta en los mercadillos y tiendas que se ocultan en las bocacalles de los barrios parisinos. Todo le fascina con una curiosidad casi infantil. Mayte la acompaña con paciencia: “Se va a comprar unas sales de baño que venden más baratas en Madrid, pero si no lo hace, le da algo”. Efectivamente, al poco aparece con las sales porque siempre viaja con ellas para bañarse en los hoteles.

Y tras fundirse con los turistas mientras rememora un concierto que espera que no tarde en repetirse, ‘La París’ se despide de París.

Hay una copla que dice: “Allá va la despedida” . Aunque en el fondo del alma, no quisiera repetirla

Que se comporta de un modo inhabitual. Le han sugerido mil veces que triunfe con música más comercial y luego vuelva a lo suyo. Jamás lo hará.

Extraordinario, poco común o frecuente. Tiene las medidas de una modelo de Victoria Secret — de esas que dan tanta rabia—, pero trata de engordar para estar “más buenorra”.

Escaso en su clase o especie. Vive sola porque resultaría harto complicado encontrar a alguien que conociera el modo correcto de abrazar olmos.

Insigne, sobresaliente o excelente en su línea. No solo ha recibido numerosos premios, sino que enseñó a los maestros de la Universidad Berklee en Boston cómo cantar la jota.

Extravagante de genio o de comportamiento y propenso a singularizarse. No descarta la posibilidad de venir de otro planeta pero, por si acaso, se involucra en defender este en el que está de paso.

La física cuántica ha demostrado el amor, que las casualidades no existen y que las nubes no son de algodón. En un mundo tan raro, sea por hache o por jota, siempre nos quedará París.  

Foto promocional Carmen París, jota
Baylón

Autora:

Marta Asensio foto Marta Asensio nombre

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Estudié periodismo porque quería ser Oriana Fallaci o Carrie Bradshaw. El oxímoron es mi figura favorita y la ironía me parece fundamental para dar vida a cualquier texto. Me encanta narrar el mundo del espectáculo entre bambalinas y escribir sobre cualquier cosa que aporte una pizca de brillo a un mundo demasiado prosaico.

Twitter Blanca Uson

 

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