El tatuaje en el cuerpo femenino
Mage Doria y Ana Prats//
El arte de la tinta sobre la piel: una moda que viste el mundo con lienzos vivientes

Con la mirada fija observa cada uno de los dibujos que aparecen en la revista de tatuajes. Uno a uno, sin prisas: valorando, juzgando. Unos le agradan, otros no tanto. El ceño a medio fruncir lo deja claro. Durante más de cinco minutos permanece inmóvil, inmersa en esa galería de arte que se abre ante sus ojos, y que en más de una ocasión le obliga a esbozar una sonrisa de fascinación, haciendo más visible el rojo intenso de sus labios. Un color que contrasta con la palidez de su piel. Apenas cubierta con una minifalda negra y un top gris deja ver los 18 tatuajes que la adornan. Todos ellos muy variados, tanto en tamaño como en estilo: un ángel gótico en el hombro, un as de picas detrás de la oreja, dos calaveras mexicanas en los empeines, una cruz en el dedo corazón o un laurel con dos golondrinas en el centro del pecho. Todos coloridos, de un tono casi tan intenso como el de su cabello azul eléctrico.
María Herrero tiene 25 años y desde niña ha sentido devoción por la modificación corporal. Su aspecto da prueba de ello: múltiples tatuajes, las orejas dilatadas 16 milímetros y varios ‘piercing’ entre los que destaca un aro en la nariz: el conocido ‘septum’. Reconoce que su apariencia se sale de lo convencional y que a primera vista puede desconcertar: “me han dicho de todo, desde que asusto con mi físico hasta que resulto exótica y sexy”. Y es que son muchas las ideas preconcebidas que se tienen sobre una mujer con tatuajes: motera, rockera, alternativa, ‘pin-up’ e incluso –para algunas personas – marginal y peligrosa.
Un origen incierto
El término ‘tatuaje’ procede de la Polinesia, concretamente de la palabra ‘ta’ que significa golpear. También se vincula a la expresión ‘tau-tau’ utilizada para hablar del choque entre dos huesos con la piel, técnica tradicional para realizar un tatuaje. Poco se sabe del origen de este arte ya que son varias las civilizaciones antiguas –egipcios, maoríes y diversos pueblos americanos y asiáticos– que lo desarrollaron en diferentes épocas. Sin embargo, los restos más antiguos se encuentran en Egipto, con el hallazgo en 1891 de la momia de la sacerdotisa Amunet, adoradora de Hathor, diosa del amor y la fertilidad. Cien años después se encontraron los restos más antiguos con el Hombre de Hielo, que data del neolítico. No fue hasta el siglo XVIII cuando el tatuaje se introdujo en Occidente gracias a la expedición del capitán Cook, que sería el primero en utilizar este término para referirse a las marcas tintadas en la piel.
Los hombres de mar fueron los que popularizaron esta técnica. Una forma de resaltar su valía respecto a la población civil debido al dolor experimentado durante el proceso del tatuaje. Una práctica de escasa higiene debido a la precariedad de los materiales de los que se disponía. En Occidente, no fue hasta principios del siglo XX cuando las mujeres comenzaron a tatuarse. Desde sus inicios el tatuaje ha tenido distintas significaciones: religiosa, ornamental, de poder o status social, etc. Sin embargo, en lo que se refiere a las féminas siempre se ha vinculado con la estética. Un ejemplo de ello es la tribu de las mujeres Chin de Myannmar, quienes en principio se tatuaban el rostro para ocultar su belleza. Cuenta la leyenda que un gobernante birmano viajaba por su reino cuando se encontró con una bella joven que pertenecía a la etnia Chin. El soberano la cortejó y poco tiempo después la dejó abandonada. El resto de las mujeres al enterarse de lo ocurrido, asustadas de correr la misma suerte, pintaron sus caras de negro utilizando carbón. El truco del maquillaje negro duraba poco y con el tiempo se vieron obligadas a fijarlo de forma permanente mediante dibujos tatuados. Las mujeres Chin eligieron ocultar para siempre su belleza, sin que ello garantizara el rechazo del rey. Lo que comenzó como una medida de prevención, con el tiempo se convirtió en la práctica que marcaría el canon de belleza de esta tribu. Tal fue la repercusión que tuvo esta técnica que las mujeres sin tatuajes pasaron a considerarse feas, no aptas para el matrimonio.
Evolución del tatuaje
En Occidente el tatuaje presenta una connotación sexual y marginal puesto que en sus inicios, se asociaba a prostitutas y delincuentes. Esta idea de erotismo se sigue transmitiendo a través de las revistas de tatuajes, donde las mujeres aparecen con tacones altos, corsés, provocativos escotes y una actitud seductora y juguetona propia de las pin-up.
Los primeros tatuajes con iconografía femenina de los que se tiene registro gráfico –comunes en el ejército norteamericano– datan de la Segunda Guerra Mundial. Una época en la que las revistas eróticas traían imágenes como la clásica ‘pin-up’, con el objetivo de ayudar a los soldados en los meses de soledad. Parece que la situación no ha variado mucho. Igual que entonces, el papel de las mujeres de portada se limita a satisfacer las necesidades masculinas. Un ‘jurado’ al que el género femenino debe entretener con actitudes sugerentes y diseños escasos de tela, como si estas formaran parte de un catálogo. Unos productos en los que las féminas se cosifican y aparecen como reclamo sexual. Algo que no se observa en los hombres, que posan con naturalidad ante la cámara.
Mi cuerpo, mis normas
El desarrollo de movimientos sociales y contraculturales como el hippie, el rock y el punk entre los años 60 y 80 difundieron el arte del tatuaje haciéndolo más visible. Fue en los 90 cuando esta técnica se masificó, convirtiéndose en una práctica habitual para todos los públicos. Respecto a la mujer, esta expansión se vinculó a la liberación sexual y al control del propio cuerpo. Antaño reprimidas y obligadas a mostrar recato, las mujeres encontraron en el dibujo sobre la piel una forma de expresar su rechazo al rol de género que el sistema había establecido hasta el momento. Precisamente porque este arte permite exhibir el cuerpo y lanzar al mundo un mensaje claro: “Mi cuerpo, mis normas”.
Una actitud de rebeldía que poco tiene que ver con el contenido implícito que actualmente lanzan los programas de tatuajes en televisión, en los que predomina la indumentaria ‘pin-up’. Cierto es que en la actualidad no se pretende seducir a nadie como antaño hacían las protagonistas de las portadas, y que la elección de la vestimenta responde a un gusto personal. Una actitud que no tiene por qué tener segundas intenciones. Sin embargo, la estética es la estética y –queramos o no– tiene una serie de connotaciones que en este caso, como señala Xavier Sierra Valentí en su ensayo Tatuajes. Un estudio antropológico y social (2009) se vinculan al erotismo por tradición histórica.

Esta significación sexual ha impregnado el panorama hasta tal punto que ha influido en el sexo femenino a la hora de elegir la zona en la que quieren hacerse el tatuaje. Aunque las partes del cuerpo más habituales son tobillos, muñecas, la zona baja de la espalda y los hombros, algunas mujeres optan por partes erógenas como los pechos, la cadera y la pelvis. Los dibujos elegidos pueden no suelen ser inocentes. Según expertos y tatuadores, ellas los prefieren pequeños, discretos, que estén de moda, como ocurre con el símbolo del infinito, plumas, cazasueños, nombres y frases; además de diseños atemporales como flores, mariposas, corazones y lazos. Llevan una fuerte carga ideológica: el rol de género instaurado en nuestra sociedad. Ser mujer se ha ligado, desde el principio de la historia, al recato y la modestia. Una idea que respaldan teóricos como Clinton R. Sanders en su obra Customizing the body (Temple University Press, 2008)
Pero, ¿qué ocurre cuando alguien se sale de lo establecido? Hay mujeres que optan por dibujos más ‘masculinos’ como dragones, águilas y diseños de estilo chicano, maorí y oriental. Suelen ser consideradas peligrosas y poco femeninas.
La impresión de imágenes femeninas es una práctica muy extendida en ambos sexos. Tanto hombres como mujeres se tatúan caras de familiares y rostros femeninos del día de los muertos, una celebración mexicana que en la religión católica coincide con el Día de los Difuntos. Es en la representación del cuerpo de la mujer donde está la diferencia: ellas optan por diseños elegantes al estilo ‘pin-up’ de los 50, mientras que ellos prefieren formas más sensuales y voluptuosas. Algo que ya hacían marines y soldados cuando mostraban en sus bíceps a “su chica”: la representación de su ideal de belleza, la fémina a la que aspiraban. Los tiempos no han cambiado tanto…
Banalización del tatuaje
El hacerse un tatuaje es ya una práctica que ha creado tendencia. Cada día cientos de personas acuden a un estudio especializado para adornar su cuerpo con un dibujo improvisado. ¿El motivo? Demostrar que van a la moda e integrarse en el canon de belleza. En España existen cientos de estudios de tatuajes. La crisis, como en cualquier otro negocio, les ha afectado, “pero aun así, la gente sigue viniendo”, señalan varios dueños de estos locales. El perfil de estos clientes es el esperado: chavales jóvenes que solo quieren destacar.
Los tatuadores no se engañan, agradecen la difusión que ha tenido esta práctica ya que les permite ganarse la vida haciendo lo que les gusta. Sin embargo, confiesan que personalmente les gustaría que la gente mostrara más respeto por algo tan profundo; una técnica que tradicionalmente se ha caracterizado por un sentido muy especial. Lamentan que, en ocasiones, algunos clientes jóvenes ni siquiera recuerdan el tatuaje que querían hacerse.
Las ‘celebrities’, la gran pantalla y el tatuaje

Los famosos y la publicidad se han convertido en un referente para gran parte de la población. En la actualidad cientos de jóvenes reconocen tener un tatuaje solo porque su ídolo lo lleva. “Simplemente es la moda y cuando la moda te dice algo tienes que seguirla”, asegura Elena, que a sus 14 años porta una senda de estrellas desde la nuca hasta la parte superior de la espalda, al igual que la artista Rihanna. Otras como Angelina Jolie o Rooney Mara los han llevado a la gran pantalla en películas como Wanted, Salt y Los hombres que no amaban a las mujeres. Del mismo modo, series como Embrujadas, Navy: investigación criminal y otras de temática criminalística donde el estereotipo ligado a los tatuajes era el de una mujer interesante, independiente y de acción.No son muchos los ejemplos que el cine y la televisión nos ofrecen de protagonistas femeninas tatuadas. A pesar del aire moderno que parece impregnar el mundo de las modificaciones corporales, en la pantalla, este es un espacio cedido a los hombres. Algo que se evidencia en varias películas –Memento, Electra, XXX, Promesas del este, Los mercenarios, El dragón rojo, Snatch, cerdos y diamantes – en las que los estereotipos antes mencionados (persona de acción, presidiario, rockero o alternativo) se personifican en varones. Incluso en filmes más especializados como The tattooist, cuyo tema central es la historia del tatuaje y en la que los personajes principales son masculinos.

Aunque el perfil general es una persona joven, son las mujeres las que llevan la delantera, pues del total de individuos que actualmente se tatúan en España el 60% son mujeres, frente al 40% de hombres.
El género femenino también se ha hecho un hueco en la profesión como demuestran célebres tatuadoras como Kat Von D o Megan Massacre, ambas presentes en conocidos programas sobre esta práctica como LA Ink y NY Ink. En 2005, el desaparecido canal estadounidense People and arts creó el primer espacio dedicado a los tatuajes para la pequeña pantalla: Miami Ink. En él, un grupo de tatuadores residentes en Miami mostraba cómo era su día a día en el estudio de tatuaje: el diseño de los dibujos, la convivencia entre los artistas, la motivación de los clientes para tatuarse algo en concreto, la visita de personajes famosos dispuestos a dibujarse en la piel y el esperado resultado final. Una fórmula sencilla que tuvo gran éxito y catapultó a la fama algunos de sus protagonistas. Miami Ink creó escuela y casi una década después de su estreno se emiten cuatro versiones diferentes del programa aparte del original: los ya mencionados NY Ink, LA Ink, London Ink, y la adaptación española Madrid Ink, mantienen el mismo formato que ha enganchado a millones de seguidores en todo el mundo.
Motivaciones
Son muchos los estereotipos que se tienen de las personas tatuadas, y con los que hay que acabar. Actualmente, los expertos se preguntan el porqué de las modificaciones corporales. ¿Estética o simbolismo?, ¿motivación personal o patología? Las respuestas son varias. Tantas como individuos hay sobre la tierra.
María Marcela Pettinicchio tiene 39 años y desde hace once se dedica de forma profesional al tatuaje. Hasta ahora tiene el 70% de su cuerpo tatuado y asegura que por el momento no piensa parar. Para ella, su cuerpo es el libro de su vida, un lienzo sobre el que plasmar todas las experiencias que la han marcado. “Yo los tomo como marcas que me van a acompañar toda la vida. Todo lo que me tatué, inclusive el más mínimo trazo, lo quiero conservar hasta el final. Cada punto, cada línea es importante para mí. Cada dibujo que tengo fue una decisión meditada”.
El cuerpo tatuado de María Marcela Pettinicchio
Este significado personal no se limita a sus tatuajes sino también a aquellos que realiza a sus clientes. Cierto es que los hay que solo buscan un sentido estético, algo que lucir de cara a los demás. Sin embargo, con aquellos que plasman su historia sobre la piel, se llega a crear un vínculo especial entre el profesional y la persona tatuada: “A veces, cuando estoy tatuando, tomo conciencia de que no es un simple trabajo más. Quiera o no, yo paso a formar parte de la historia de esa persona que me está entregando un espacio de su piel para que se la grabe con arte. Porque soy yo quien le está dejando esa marca, y esa persona se va a acordar de mí para el resto de su vida. Sé que en algún momento, mirarán el ‘tattoo’ y pensarán: esto me lo hizo María”.

El dolor, según apuntan expertos como Elvira Burgos, también es otra de las motivaciones que llevan a ciertos individuos a decorar su cuerpo de forma permanente. Al menos, ese es el caso de María Herrero, que a sus 25 años lleva 18 tatuajes. “Es maravilloso. A mí el sonido de la máquina me encanta. Me relaja la forma en la que entran las punzadas en la piel. Entro en un estado de tranquilidad y plenitud indescriptible…” Reconoce que sus ‘piercing’ y dilataciones solo tienen un sentido estético pero que sus tatuajes ya son algo más. Simplemente es una forma de sentirse ella y de recordar determinadas experiencias que jamás quiere olvidar. Afirma que lo importante no es el resultado sino el proceso llevado a cabo. Un proceso en el que el dolor juega un papel fundamental. “Yo no entiendo el tatuaje sin ese dolor físico porque yo aprendo de él y lo transformo en una serie de emociones y pensamientos. Evidentemente necesito muchas más cosas para ser feliz y sentirme realizada, pero reconozco que necesito ese momento de dolor para mantener la cordura, para sentirme viva”, revela.
Psiquiatras como el doctor Pedro Ruiz achacan estas declaraciones a un trastorno de personalidad y a una falta de amor por uno mismo. Una patología cuyas causas pueden ser variadas: componentes genéticos, traumas infantiles, abusos sexuales… Un sinfín de posibilidades. Fuera como fuese, el dolor del tatuaje sería una forma de llenar un vacío existencial: “se sienten vacías por dentro y necesitan experimentar emociones muy intensas para sentirse bien”, argumenta el doctor Ruiz.
Sociólogos como Rodrigo Ganter o Clinton R. Sanders entienden que, otra de las razones por las que hacerse un tatuaje, es el diferenciarse del resto de la población. Como señala Ganter en su ensayo De cuerpos, tatuajes y culturas juveniles (Espacio abierto: cuaderno venezolano de sociología, 2005) “los jóvenes empezaron a interesarse por el tatuaje y a considerarlo una práctica que generaba un sentimiento de pertenencia grupal y un mecanismo de producción de alteridad, pues su inscripción en el cuerpo representaba distancia y diferenciación del mundo adulto y de la cultura hegemónica”. Un deseo que se deriva de una ley imperante en la sociedad liberal actual: individualizarse y adaptar el cuerpo a la personalidad. Esta distinción posee un doble sentido. A la vez que se alejan de lo establecido, estos individuos conforman un nuevo grupo en el que la ‘antinorma’ es la regla.
No resulta extraño, ya que, como indican expertos como la doctora en filosofía Elvira Burgos, ninguna persona puede vivir fuera de un marco cultural: “las normas culturales constituyen un marco dentro del que el individuo se mueve de una forma o de otra, pero limitado por las posibilidades que le ofrece. Las sociedades liberales resaltan al sujeto en cuanto algo individual. La gente quiere distinguirse, pero hasta un cierto punto porque si la diferencia fuera tal que viéramos a la persona y no supiéramos qué es, nadie la aceptaría. Sería como un extraterrestre y eso no podría sobrevivir”.
Dar respuesta al porqué del tatuaje es complejo, ya que en ocasiones, ni siquiera los protagonistas lo saben explicar. Simplemente es una de las prácticas que la moda y la tecnología han convertido en algo cotidiano, una acción que se enmarca dentro de la norma. ¿Pero qué es la normalidad? Especialistas como el doctor Ruiz se pronuncian y lo hacen sin titubear: “la normalidad no existe, la manda la sociedad y la cultura. Simplemente es la moda que aceptamos en el momento. Respecto a los tatuajes puede haber gente que simplemente tenga un gusto discutible y que realmente les parezca muy estético el tener todo el cuerpo tatuado. No hay más”.
Expertos y protagonistas han llegado a un mismo punto. La modificación corporal solo es una forma de arte, un modo de expresión tan sano y respetable como otro cualquiera. Y es comprensible porque el cuerpo parece nuestro lugar más básico de expresión. La única diferencia entre una modificación extrema y la práctica más habitual del mundo es que la primera no está aceptada por la sociedad. Al menos, de momento. Parece que nuestra sociedad –considerada progresista y liberal– todavía necesita tiempo para dejar atrás estereotipos e ideas preconcebidas que la historia se ha encargado de dejar.
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