De Fluvi a Foody: un recorrido por la Expo de Milán
Texto y fotografías: Laura Latorre//
La cita: Milán. La razón: la Expo Internacional 2015, que abrió sus puertas el 1 de mayo y las cerrará el 31 de octubre. Y el tema: “Alimentar el planeta, energía para la vida”, aunque pocos pabellones derrochaban amabilidad repartiendo comida. Durante seis meses, 145 países recibirán a todo aquel que quiera conocer su tradición e innovación alimentarias.
La muestra, situada a las afueras de la capital económica de Italia, tiene 1,1 millones de metros cuadrados e imita la forma de una antigua polis romana: una calle principal, el decumano, y una más corta y perpendicular, el cardo. El decumano es la vía principal, 1.500 metros de longitud a cuyos lados se sitúan los pabellones de los países participantes. En el cardo, que conecta el norte y el sur de la exposición y que se extiende a lo largo de 350 metros, se encuentran los pabellones de las regiones-comarcas italianas, centrados en la gastronomía y el vino italiano. Algunos países están organizados en clusters: el cluster del arroz, el del cacao, el del chocolate –si eres muy goloso, puedes pasar toda tu estancia aquí y serás feliz–, el del café, el de la fruta y legumbres, el de las especias…
El decumano está lleno de enormes puestos con todo tipo de comida… Eso sí, de mentira. Y, a su lado, una enorme hucha para ayudar a las víctimas de Nepal. Por supuesto, Zero Grados hizo su pequeña aportación.
Hay muchos tipos de entradas y, si vas para pocos días, hay que aceptar que no te va a dar tiempo a ver todo. Además de pabellones, hay espectáculos, talleres, charlas y degustaciones cada día y en casi todos los puntos de la muestra. Asumida la imposibilidad de la omnipresencia, os aseguramos que disfrutaréis más de ella. Otro dato: al igual que en la Expo Zaragoza 2008, es posible comprar un pasaporte para sellarlo conforme se visitan los pabellones.
Sin embargo, al contrario que en la muestra zaragozana, en la milanesa no hay una presencia destacada de sus mascotas. En Zaragoza había Fluvis en cada esquina: vasos, carteles, folletos, pantallas… ¡Hasta los había hinchables! Las tiendas de recuerdos parecían capillas hechas para adorar la imagen de esa tierna gotita que miraba con sus separados ojos saltones a los turistas derretidos en el asfalto.
La mascota de Milán se llama Foody, una simpática y sonriente cara formada por frutas que hace un llamamiento a la comida sana y sabrosa. Foody y un clan de simpáticas frutitas forman la cara más alegre de la Expo, pero, por desgracia, los italianos no han sabido sacarle todo el partido posible. Quizá es que en Zaragoza hubo una sobredosis de Fluvis y, a partir de ahora, toda presencia de mascotas y muñequitos nos parece insuficiente. Eso sí, hay paneles con pantallas táctiles repartidas por toda la muestra donde podías hacerte fotos con las mascotas y enviártelas a tu propio correo.
Un enorme punto a favor de la Expo de Milán es el toldo que cubre prácticamente la totalidad de la muestra y evita que los turistas mueran como moscas bajo el sol abrasador del mediodía. Además, repartidos por todo el recinto hay bares, restaurantes, puestos móviles de helados y fuentes. Lo más curioso de estas últimas es que las hay de agua normal y de agua con gas.
Los italianos, al menos en lo que demuestran en la exposición, están muy concienciados con el reciclaje y separan los deshechos más y de forma diferente a cómo lo hacemos en España: tienen cinco contenedores diferentes y no es nada raro ver a turistas parados delante de las papeleras sin saber muy bien dónde tirar el papel de aluminio que envolvía su bocadillo. La mejor opción siempre es guardar toda la basura, facturarla de vuelta y ya reciclarla en España.
En la mayoría de pabellones es posible, además, adquirir productos de la gastronomía típica de cada país. Algunos, como Polonia, ofrecen zumo y tentempiés a los visitantes mientras tienen lugar algunas actuaciones musicales y, en muchos países árabes, puedes adquirir todo tipo de especias.
Con el despliegue de medios que caracteriza estas convenciones, uno de los aspectos más difíciles de lograr es un justo equilibrio entre información y nuevas tecnologías. Es fácil caer en uno de los dos extremos: o exceso de información o exceso de tecnología que tapa la falta de contenidos. Y algunos pabellones yerran en este punto: no es difícil entrar en espacios lleno de proyecciones, imágenes y pantallas táctiles en donde la información es escasa y no está totalmente relacionada con el tema de la exposición. Por el contrario, también es habitual acceder a pabellones donde, básicamente, lo único que haces es coger un libro lleno de densa información que nunca vas a leer.
Sin embargo, espacios como los de Alemania, Corea, Polonia, Japón, China o Israel, por nombrar algunos, sí consiguen un buen resultado gracias a la justa conjunción entre información y nuevas tecnologías. Polonia cuenta con un breve documental de animación 3D sobre la historia del país, Japón ofrece un espectáculo virtual sobre la comida del futuro, China proyecta un corto de animación muy emotivo, Bélgica sugiere alternativas a la alimentación tradicional y Estados Unidos proyecta siete breves historias sobre comida estadounidense –obviamente, no faltan las hamburguesas, la comida para llevar y Acción de Gracias–. Israel, por su parte, muestra, a través de proyecciones espectaculares, sus decisivas contribuciones a la alimentación mundial: el cultivo del arroz por goteo, los tomates cherrys… En Vietnam se pueden ver cada día conciertos de música típica que no dejan indiferente a nadie y en las pantallas interactivas del pabellón de México puedes enviarte información sobre temas relacionados con la salud y la alimentación a tu correo personal.
Bajo el lema “Campos de ideas”, Alemania es uno de los pabellones más sorprendentes. Nada más entrar, los visitantes reciben unas originales tablets de cartón para utilizarlas en varias proyecciones del pabellón. Es dinámico, lleno de propuestas y sí, es recomendable invertir tiempo en él. Además, el recorrido finaliza con una divertida actuación musical. Japón, Italia o Corea también se merecen hacer la fila que casi siempre se crea en sus entradas. Eso sí, hay que armarse de mucha paciencia y agua. Mientras esperas, siempre puedes leer el folleto del pabellón, aunque solo suelen estar en inglés e italiano, y, a veces, en el idioma del país en cuestión. Es sorprendente cómo las azafatas del pabellón japonés sonríen de oreja a oreja incluso bajo un sol de justicia y con el uniforme puesto.
Uno de los pabellones más cuidados y tiernos es el de la Unión Europea, situado en el cardo, frente al pabellón de Italia, y cerca del Lago Arena, del que hablaremos después. En él, la Unión Europea publicita sus logros y muestra su disposición a trabajar con otros países y organizaciones. Un original y curioso audiovisual llamado La espiga de oro, jalonado en algunas de sus partes con efectos especiales como viento, lluvia y olor a pan, cuenta la historia de Alex y Sylvia, una pareja joven que, a pesar de trabajar en sectores distintos y tener intereses diferentes, acaban colaborando y representan el espíritu de fuerza, evolución y resistencia de la Unión Europea. Un pabellón amable, que gustará incluso a los pequeños por sus dibujos de animación y juegos interactivos.
Deambulas por la muestra y, finalmente, te topas con El Lago Arena, una piscina de agua rodeada por gradas cuyo aforo alcanza los 3.000 espectadores. Si a estas se les suma el espacio de la plaza en la que se sitúa la piscina, el público puede alcanzar las 20.000 cabezas y el centenar de árboles. El centro del Lago Arena es el “Arbol de la vida”, una estructura de 37 metros de altura en la que, cada noche, hay tres pases de un mismo espectáculo de luz, agua y sonido. Doce minutos y medio de duración. Además, cuando no está iluminado por los focos, es un buen lugar para descansar y relajarse.
El pabellón de España, situado cerca de Reino Unido, Hungría, Rumanía y México, se centra en aspectos como la experiencia española en la producción y distribución de alimentos, los beneficios de su dieta y los resultados de la sinergia tradición-innovación. No faltan detalles de cómo la cocina española ha contribuido al turismo. El pabellón cuenta con zonas exteriores de relax –naranjos, naranjos y más naranjos–, un auditorio y, por supuesto, un bar con tapas. A través de códigos QR, escenarios digitales, animaciones y áreas de cocinas, España da a conocer su patrimonio gastronómico. El 25 de julio, por esos espacios ya habían pasado un millón de habitantes. Un cartel informaba de ello y, para celebrarlo, un platico de migas a la entrada no habría estado mal.
En el terreno alimentario, la humanidad se enfrenta a varios retos: alimentar a una población cada vez mayor, acabar con el desperdicio de comida en los países ricos o acabar con el hambre. Precisamente, el pabellón de la ONU tiene como lema “El reto del hambre cero. Unidos por un mundo sostenible”. Es el primer pabellón que ves al entrar y su visita es de obligado cumplimiento. Su misión es demostrar a los visitantes cómo es posible acabar con el hambre con la participación de todos. Para la ONU, el “hambre cero”, se sustenta en cinco pilares: acabar con los niños hambrientos en dos años, garantizar el 100% de acceso a alimentos durante todo el año, sistemas de alimentación sostenibles, incrementar la productividad e ingresos de los pequeños agricultores y acabar con el desperdicio de comida. Ambiciosos cuanto menos.
A pesar de la idiosincrasia de cada país, tres leitmotivs se repiten en los pabellones: la confluencia entre innovación y tradición, los discursos sobre la importancia de la alimentación, y el orgullo patrio, el orgullo por las comidas nacionales. Platos que, en muchos casos, comparten dos alimentos universales: la miel y el arroz.
No solo de pabellones vive el hombre; el descanso también es necesario, y más aún cuando pasas jornadas enteras “turisteando” por la Expo. En este punto, no os vamos a engañar: al igual que en Zaragoza, es complicado conseguir mesas libres en bares y restaurantes a la hora de las comidas, y los precios son elevados. Todo muy irónico en una exposición que versa sobre la comida. Menos mal que siempre podrás rellenar tu botella en una fuente de agua con gas.
Otro punto sumamente importante en la exposiciones internacionales: las tiendas de recuerdos. Todo bastante común: postales, camisetas, bolígrafos, llaveros, cuadernos… ¿Los precios? Prohibitivos. Junto con el adorable y querido Fluvi, las tiendas de souvenirs también son otro aspecto en el que difieren la Expo de Milán y la de Zaragoza. En la cita italiana, solo hay dos tiendas oficiales a la entrada. En la española, había mostradores con productos oficiales por todas partes. Igual es que aquí somos muy exagerados, vaya usted a saber.
Siempre he creído que hay dos tipos de personas: los que siempre encuentran algo negativo que ensombrezca su experiencia, del tipo que sea, y los que buscan quedarse siempre con algo bueno. Si eres de los primeros, no hace falta que acudas a la Expo, te lo resumo y te ahorras el viaje: filas, esperas, calor, sudores, cansancio, dolor de pies y comida carísima. Y si me apuras: gente molesta, trabajadores que te encuestan y niños correteando que te arruinan los selfies con las fruti-mascotas. Si, por el contrario, perteneces al segundo tipo de personas, seguro que disfrutas la visita y olvidas enseguida el dolor de pies y el calor sofocante para atesorar los mejores recuerdos y lugares de la muestra. Porque seguro que los vas a encontrar.