Lex Luthor, la rebelión del intelecto
David Lorao//
Ni Doomsday ni Metalo ni Darkseid… El villano por excelencia de Superman no tiene ningún poder a excepción de una inteligencia por encima de la media. ¿Su nombre? Por supuesto, Lex Luthor.
«Caballo a F7. Jaque». Miro las fichas de ajedrez que descansan a un costado y las que quedan en el tablero. Suspiro. No sé cómo se ha torcido todo, pero a estas alturas de la partida me siento como en El séptimo sello. «He caído dentro de una ratonera», pienso. «Aquí abajo siempre hemos tenido problemas con las ratas, pero no son muy listas. Nadie ha inventado ninguna ratonera mejor porque no hace falta», dice en voz alta mi interlocutor, como si supiera lo que pienso. Cómo no va a saberlo. Dicen que es el ser humano más inteligente del planeta, la mente más capaz. Pero yo solo veo un hombre, un hombre con el que juego una partida a muerte que he perdido mucho antes de empezar. Nadie ha sido capaz de derrotarlo todavía. Ni siquiera Superman.

Hace cinco horas llegué al aeropuerto con poco equipaje y una acreditación de Zero Grados para la convención de periodismo a la que habíamos sido invitados, cortesía del Daily Planet. Un fotógrafo nervioso, llamado Jimmy Olsen, me esperaba en la parada de taxis. Media hora después, cruzábamos el centro de la ciudad. Metropolis. Edificios sin final rasgaban el cielo azul, por el que a veces cruza una sombra roja. El símbolo de la esperanza. «Antes del Hombre de Acero esta urbe era un infierno, parecido a Gotham. La gente siempre miraba al suelo, pendientes de sí mismos. Ahora todo ha cambiado desde que está él», cuenta Olsen. Hombres, mujeres, niños, ancianos… Todos miran y señalan a las nubes. Lo esperan. Igual que Perry White y Lois Lane lo hacen en la puerta de uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad, coronado por un enorme globo del mundo bañado en oro que gira al compás del tiempo. La llaman la ciudad del mañana, pero incluso en Metropolis hay un lugar para el pasado.
Cinco horas después, Metropolis me parece distinta. Las personas se han convertido en minúsculos puntitos uniformes y los edificios que antes eran inalcanzables por el ojo humano están a la altura de mi vista. Incluso más abajo. «¿Sabe jugar al ajedrez?». Una elegante figura, vestida con un traje italiano de color azul marino, camisa blanca y fina corbata oscura, me mira. Apoyado contra la pared, sostiene un vaso que parece whisky con dos hielos en forma de roca. «¿Dónde estoy?», pregunto. «¿Todavía no lo sabe?», contesta. El enorme despacho, la ubicación del edificio, la mirada de mi interlocutor… Es entonces cuando recuerdo aquel artículo firmado por Clark Kent en el Daily Planet, en el que se hacía referencia a un terrible hombre que intentaba imponerse sobre el resto. Amparado en la legalidad pero empleando métodos de dudosa moralidad y ética, Kent escribió sobre este hombre: «Ha jugado al Monopoly con Metropolis y ha ganado, pero no debería seguir avanzando o recolectar un par de cientos de dólares; debería ir directamente a la cárcel». Había visto su cara en un enorme cartel a la entrada de la ciudad: «LexCorp». Era Lex Luthor.
Completamente calvo. Los ojos más verdes que he visto en mi vida me miran fijamente. No es tan alto como imaginé la primera vez que vi una fotografía suya en un recorte de periódico. Mediana estatura. Pero su mirada es tanto o más peligrosa que su intelecto, pues Lex Luthor está considerado como el hombre más inteligente del mundo. «Imagino que se preguntará cómo ha llegado hasta aquí», dijo. Asentí. «Le dije al estúpido de Perry White que no llevara a cabo esa maldita convención de periodismo. Usted solo es un daño colateral». ¿Está hablando en serio? Por la seguridad de su voz no tengo ninguna duda, pero la impotencia suprime el miedo que nace en mi interior. «¡Déjeme salir de aquí, señor Luthor!», grito. «Es usted periodista, ¿verdad? Le propongo una cosa: una partida de ajedrez. Puede entrevistarme durante el tiempo que dure; si gana, le dejo ir». Ya. «¿Y si pierdo?», pregunto, sabiendo de antemano la respuesta. Sonríe, mostrando unos dientes blancos y perfectos, como el resto de él.
– ¿Por qué es un usted un monstruo?
– La gente imagina cosas sobre mí. Imagina una vida definida por el éxito. Pero los hombres como Batman o Superman también imaginan que soy incapaz de triunfar si no empleo métodos violentos, ladinos o inmorales. O algo peor.
– Tienen razón. Por eso siempre se marcha usted cuando llegan los problemas
– Yo nunca huyo de nada. Llámelo instinto, valor o estupidez. Pero antes sí huía, cuando los niños mayores nos perseguían a mi hermana y a mí, nos insultaban y nos encerraban porque les daba asco la reputación de mi padre. Entonces, el apellido Luthor nos perjudicaba. A veces no éramos lo bastante rápidos, así que me detenía y le decía a mi hermana que siguiera huyendo y se escondiera en el campo hasta que todo hubiera terminado. Y yo me daba la vuelta y plantaba cara, hasta que me tumbaban a palos.
Imagino entonces a un joven Luthor, con una basta melena pelirroja, paseando por los campos de Smallville con la pequeña Lena colgada de su brazo y el río Elbow extendiéndose a lo lejos. «Hábleme de su hermana», dije. «Una vez rescaté un gato de un árbol, era el minino de mi hermana que estaba atrapado en lo alto de un viejo roble blanco. Las incesantes súplicas de Lena me animaron a subir a rescatarlo. Cuando extendí la mano para ayudarlo, hizo lo mismo que todo animal atrapado: atacar. Me arañó. Así que lo arrojé al río». La metáfora era demasiado evidente: el niño que quiso ser un héroe y fracasó, cuya ambición era demasiado grande para la vida pueblerina en la que había sido concebido. La rebelión del intelecto como respuesta al miedo de la derrota. Moví uno de los alfiles antes de continuar.
– Tiene miedo al fracaso.
– Tenía… Cuando era pequeño todo el mundo tenía miedo a la oscuridad, pero yo no. Pero sí me daba miedo una cosa. Cuando mi hermana se puso enferma, yo tenía 17 años y nadie podía hacer nada por ella excepto yo. Te lo aseguro, creía que la podía salvar. Pero no lo intenté porque me daba miedo fracasar. Me daba miedo fallar a la única persona de mi vida que significaba algo para mí. Y en vez de adentrarme en lo desconocido… No hice nada. Murió. Dejé que muriera aquel mismo año. No he vuelto a dejar que el miedo al fracaso me detenga».
– ¿Cree que podría haberla salvado en la actualidad?
– Sin lugar a dudas.
– ¿Por qué?
– Porque el mundo que conocemos se va haciendo un poco más imposible cada día. Las curvas de tecnología estipulaban que mis equipos no se inventarían hasta dentro de cinco décadas, pero aquí estamos. Con ciencia sacada de un libro de Ray Bradbury. ¿Qué tendrá ese Hombre de Acero que hace que mi mente trabaje más deprisa?
Ahí está. Mientras Lex Luthor manda mi alfil al cementerio de piezas, el hombre más inteligente del mundo ha mostrado su verdadera obsesión: Superman. El Hombre de Acero. Luthor había dedicado su vida y su empresa a derrotar a un extraterrestre, al que consideraba un insulto para la raza humana y el principal motivo de la procrastinación evolutiva de nuestra especie. Seguidor del darwinismo más extremista, Lex Luthor pasaba su existencia planeando la manera de derrotar a aquel hombre que había venido al mundo aparentemente a ayudar. Se lo digo, le digo lo que pienso. «Es usted idiota. Superman no es un Dios, lo llevo diciendo desde hace años. Ese ser extraterrestre ha provocado más desgracias y ha traído más destrucción al mundo de la que ha podido evitar. Es un problema, y como tal hay que erradicarlo», sentencia.
– ¿Qué tiene contra Superman?
– Mi madre tenía un jardín lleno de girasoles silvestres. Era la flor del Estado, la habían elegido por su predominio durante la época de los colonos que viajaban por las praderas de Kansas. Estábamos obligados a vivir con mi padre, y las flores le parecían una distracción colorista.
– No me ha respondido…
– Sí, lo he hecho. Pasa lo mismo con Superman para nosotros. Me he pasado muchos años advirtiendo al Congreso, al pueblo de Metropolis y al propio Superman que tanta dependencia de él dejaría la humanidad estancada y vulnerable. Dejamos de intentar solucionar nuestros problemas y, en vez de eso, miramos al cielo y contemplamos esos brillantes colores. Por eso el mundo está perdido.
Tiene sentido. Para cuando quiero darme cuenta, Lex Luthor ha conseguido enfrascarme en la conversación y ya no hay vuelta atrás. «Caballo a F7. Jaque», dice. Tengo que alargar la partida todo lo que pueda, pero mis movimientos se han reducido en un 80%. Luthor necesita uno o dos movimientos más, y yo solo puedo esperar y rezar para que venga a rescatarme el Hombre de Acero. Debo intentarlo si quiero vivir. «¿Se cree que no sé lo que está haciendo?», dijo. «Me llamo Lex Luthor. En ese nombre la gente ve muchas cosas. Me consideran un genio de la ciencia, un tiburón, un líder. Pero no me consideran humilde. Pocos conocen esa faceta mía y aún menos la creen. Usted me recuerda a las personas que me rodeaban de niño: trabajaban mucho, pero tenían poca cultura y les faltaba visión de conjunto y ambición para cosas importantes. Su turno. Me estoy cansando de usted». ¿Qué puedo hacer? Preguntar. Seguir preguntando…
– Se cree usted el eslabón más fuerte de la cadena alimenticia, ¿no?
– Tenga cuidado.
– ¿Por qué?
– ¿Sabe que casi todo el mundo atribuye por error la expresión «supervivencia del más fuerte» a Charles Darwin cuando lo cierto es que la acuñó el filósofo Herbert Spencer al analizar El origen de las especies de Darwin y aplicar sus teorías a todas las facetas de la vida, incluida la economía?
– ¿Quéquiere decir?
– Que los accidentes ocurren.
Mueve la torre y dice: «Torre a B3. Jaque mate». Se levanta de la silla con tanta violencia que esta cae al suelo y golpea contra la moqueta. El ruido sordo no amortigua el miedo que siento al tener la mano de Luthor alrededor de mi cuello. «Dave E. Smalley dijo que la supervivencia del más apto es la ley eterna de la naturaleza, pero los más aptos rara vez son los más fuertes. Los más aptos son los dotados con la capacidad de adaptarse, con la habilidad de aceptar lo inevitable, de armonizar con las condiciones que existen o se transforman. Esa cita se puede traducir de dos formas: o agachas la cabeza y aceptas un destino servil o utilizas el cerebro y le plantas cara. El mundo tiene un carácter débil y ha hecho lo primero. Hundirlo es cosa mía», dice. Mis pulmones gritan de dolor pidiendo aire. Mi boca es incapaz de producir ningún sonido. Mis ojos empiezan a apagar la luz que invade la inmensa habitación.
Justo cuando estoy a punto de perder el conocimiento, Lex Luthor suelta un poco la opresión en mi garganta y me deja respirar. El aire entra en mis pulmones con tanta agresividad que escupo sangre contra la alfombra persa en la que ahora me arrodillo suplicando piedad. Desde el suelo, la figura de Lex Luthor ya no me parece tan mediana. Con un leve movimiento de la mano se recoloca la corbata y se alisa los pliegues del traje italiano. Se da la vuelta y da dos pasos, antes de detenerse en seco y volver hacia donde me encuentro. Entonces habla: «¿Recuerda cuando le hablé de mi hermana? Le conté que Lena se puso enferma y le dije que tenía tanto miedo a fracasar que no intenté salvarla. Pero era mentira. Lo cierto es que mi hermana sigue enferma y que sí intenté curarla, pero fracasé. En una vida que parece definida por el éxito, en realidad lo que la define es el fracaso. Mi fracaso la dejó inválida, pero el fracaso es lo que nos fortalece. Debemos fracasar para triunfar, para crecer, para aprender». Después, silencio. Una última mirada y… «Disfrute de su aprendizaje», sentencia.
El golpe me pilla tan desprevenido que me agarro el abdomen sin ser consciente de que he atravesado el cristal y caigo abajo. Abajo. Abajo. Una caída interminable desde la oficina de LexCorp, donde creía que iba a ver la figura de Lex Luthor amenazante tras el ventanal roto. Pero nadie mira. Solo miran los ciudadanos de la maldita ciudad del mañana y señalan, preguntándose por qué Superman ha cambiado su uniforme habitual. Entonces, cuando mi cuerpo ha vencido, mis defensas se han apagado y mi mente ha perdido la noción del espacio-tiempo; cuando creo que mis sesos van a pintar Metropolis del color de la realidad; cuando la vida me ha hecho jaque mate… Es entonces cuando un manto rojo, una exhalación de acero, apenas un superhombre, me abraza y me susurra: «Despierta, despierta, despierta. Te has quedado dormido mientras leías».