Mayo del 68: una conversación a cielo abierto
El espíritu revolucionario de mayo del 68 llegó el pasado 18 de abril al aula IIIb de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza, de la mano del catedrático en antropología social Carles Feixa y la filósofa y profesora Marina Garcés. Ambos se embarcaron en un viaje al pasado en el que a través de las palabras, las imágenes y los imaginarios ofrecieron diferentes modos de ver y entender aquel mayo francés.
Algunos reflexionan sobre la vida y otros buscan cómo contarla: filósofos y periodistas se reunían en el aula IIIb para retroceder unos cuantos años, exactamente 50. Bienvenue a mayo del 68. No sabemos cómo sería la primavera en aquella época, pero ahora las lluvias desmesuradas de días atrás habían dado paso a un calor impropio para el mes de abril. Bienvenidos a Zaragoza. En una tarde que invitaba más a disfrutar del sol cerveza en mano, a los asistentes no les importó cambiar las gotas de su jarra helada por las de sudor que nacían en su frente. Había mucha gente, tanta que algunas personas tuvieron que recurrir al mobiliario de clases contiguas. Nosotras optamos por compartir silla. Compartir es vivir, aunque en este caso no fue buena decisión.
El profesor Víctor Silva Echeto fue el encargado de presentar a los ponentes: el catedrático de antropología social en la Universidad de Lleida, Carles Feixa, y la filósofa y profesora titular de esta facultad, Marina Garcés. Feixa llegó puntual a la cita gracias al AVE y no al Seat 600 que en la década de los 60 le hubiera robado unas cuantas horas más. Hizo las veces de guía turístico en un tour de 60 minutos por Paris, Barcelona, Lleida y una Zaragoza desconocida para él. “¿Alguien sabe qué pasó aquí en el 68?”, el silencio fue la única respuesta debido a que más de la mitad de la sala ni siquiera existíamos por aquel entonces.
“Ver va antes que las palabras y es el ver el que establece nuestro ser en el mundo circundante”, así comienza Modos de ver de John Berger y así comenzó Feixa, quien afirmó que lo que transformó al 68 fueron los modos de ver y no tanto los de ser o actuar. La importancia de las palabras es innegable pero no es comparable con las imágenes que tenemos de lo que nos rodea. Estas imágenes tuvieron mayor alcance gracias a su difusión a través del fotoperiodismo, el arte urbano – grafitis – y el cine. Este último experimentó el nacimiento de una nueva forma de contar más documental. En ese mayo del 68, que más que un momento fue un movimiento, se “mitologizan” los hitos de la cultura de masas hasta entonces “menospreciados por críticos y marxistas” y comienzan a tenerse en cuenta como modos de ver la realidad.
Se produce la “mitologización” de la cultura, pero también de la juventud. Frente a un “sé joven y cállate” en el que el poder – representado por De Gaulle – reprimía la libertad de expresión de los jóvenes, surgió toda una conciencia generacional que gritaba con orgullo “soy de la Generación del 68” mientras sus altavoces vibraban al ritmo de The Who y su My generation.
La alma mater se democratizó y llegó la clase obrera pero también las mujeres. Los pasillos universitarios se llenaron de pantalones de campana y minifaldas que desbancaban el elitismo de traje y corbata. Las calles se convertían en escenario de pancartas, protestas y barricadas contra una sociedad con la que no estaban de acuerdo. Lo que se buscaba eran “otras formas de participación directa” y como ejemplo el movimiento feminista. Este espíritu reivindicativo cruzó océanos y llegó a Estados Unidos con el “ Free Speech Movement” que comenzó en Berkeley o el “Black Panther”.
Feixa dedicó un mes a analizar para su tesis doctoral cómo los periódicos locales de Lérida La mañana o El diario de Lérida abordaban este tema. El catedrático observó que el primer diario –perteneciente al Franquismo– informaba sobre las revueltas con tono de advertencia para evitar posibles “contagios”. El 3 de mayo La mañana publicaba: “Los estudiantes pierden el tiempo organizando manifestaciones” y en junio tachaba las protestas de ser movimientos organizados por “niños enloquecidos” y con “tendencias rusas y pro-chinas”. El diario de Lérida –a pesar de pertenecer a la Iglesia, era más liberal– vio en estas crisis el reflejo de las nuevas inquietudes de países con un cierto desarrollo. Si ya entonces los medios tenían cierta cautela para evitar el efecto imitación, ahora 50 años después, cuando en Francia resurgen las huelgas universitarias apenas se ve el reflejo en los medios españoles.
Puede que bajo los adoquines no hubiese arena de playa. Como dice el cantautor Ismael Serrano “queda lejos aquel mayo”, pero “las hostias siguen cayendo sobre quien habla de más”. Quien habla mucho, y no de más, es la filósofa Marina Garcés. La filósofa defiende la toma de la palabra. Garcés apoya su argumento en extractos de La toma de la palabra y otros escrítos políticos de Michel de Certeau. Hasta 1968, la palabra estaba monopolizada por las clases altas que eran las únicas que podían acceder a la Universidad. Pero con la llegada de la clase obrera, “la palabra prisionera se liberó”. No solo se democratizó, sino que se expropió, la plaza se adueñó de ella. En palabras de Certau, “se tomó la palabra como se tomó la bastilla”.
“Y si hemos estado tomando la palabra durante 50 años, ¿qué está pasando ahora?”, reflexiona Garcés. “La libertad de expresión se está poniendo en serio jaque en España”, comenta. El domingo 15 de abril participó en una congregación en Barcelona en la que a grito de “No callarem” se defendía el derecho a hablar sin miedo a ser encausado. La condena de tres años y medio al rapero Valtonyc, ha motivado a una gran cantidad de artistas a colaborar en la canción Los Borbones son unos Ladrones. Es una forma de luchar con la censura que recuerda a esa contracultura sesentayochista.
La profesora de la Universidad de Zaragoza señaló que las protestas de ahora se diferencian de las de mayo del 68 en que son más dispersas: “No se concentran solo en la Sorbona o en la plaza, sino que pasan en otros muchos espacios”. “Los frentes se han multiplicado” y ahora también se protesta en las redes sociales. La calle sigue siendo necesaria y no se debe pensar que por lanzar un tuit ya está todo el trabajo hecho, pero hay que reconocer que estas nuevas tecnologías “han sido dinamizadoras de muchas convocatorias que de otra forma no hubieran tenido lugar”.
Garcés apuntó que “la verdadera transformación es aquella que conseguimos luchando, aunque casi nunca consigamos todo lo que pedimos”. Quizás, algún día nuestras luchas lleguen tan alto que permitan conseguir todo lo que queremos.