Fernando Rutia ¿Algún voluntario para dar la vuelta al mundo?
Texto: Sonia Linacero. Imágenes: Fernando Rutia//
Dar la vuelta al mundo sin prisas es el sueño que está haciendo realidad Fernando Rutia mediante el canje de trabajo por comida y alojamiento. Casi sin darse cuenta, en seis meses ha recorrido Europa y ya está a las puertas de Oriente. El resto del mundo le está esperando. Y no tiene ninguna prisa.
Típica pregunta de cualquier 21 de diciembre en España: ¿Qué harías si te tocara la lotería? Tapar agujeros, terminar de pagar la hipoteca…y dar la vuelta al mundo.
Dar la vuelta al mundo es una idea con la que algunos mortales soñamos alguna vez en nuestras vidas. Algunos hasta lo consiguen. Ir de ciudad en ciudad, cambiar de país, de continente, de idioma, de tradiciones y culturas… a muchos nos gusta viajar y si es sin fecha de vuelta, mejor.
Fernando Rutia tiene 46 años y era turista. También le gustaba viajar, como a todos. Y también tenía ese sueño, como todos. Pero a él no le ha tocado la lotería y ya lleva seis meses en su proyecto de dar la vuelta al mundo. Eso sí, sin prisas. Fernando es una persona inquieta, y su afición a la música le hizo adoptar diferentes roles desde sus veintipocos años, tanto en Zaragoza, como en Menorca y Madrid: durante veinte años fue DJ, camarero, ‘pipa’ en conciertos, vendedor de discos, tuvo la oportunidad de colaborar en Radio Heraldo y Onda Cero Menorca y creó su propia empresa de producción en la isla y otra en Madrid. Después de salir tocado económica y emocionalmente, aterrizó en Barcelona, y a 40 km. de la ciudad probó junto a un amigo con el turismo rural. Quiso dar un giro a su vida y vendió todo lo que tenía para poder emprender esta aventura, y aunque el presupuesto no le da para viajar en primera, a éste le añade sus manos, sus pequeñas artes culinarias y su carácter predispuesto a ayudar a los demás y al buen rollo. Esto último se manifiesta en su sonrisa que recibo a través del Skype.
No se lo pensó dos veces y se lió la manta a la cabeza, o se colocó la mochila a la espalda, y emprendió viaje. Dos mochilas llenas de cosas, de ganas de exprimir esta experiencia al máximo y sobre todo, de mucha ilusión.
Partió en marzo desde su Zaragoza natal, y desde entonces ha recorrido Francia, Italia, Eslovenia, Croacia, Bosnia y Herzegovina, Serbia, Montenegro, Albania, Kosovo, Macedonia, Bulgaria y en este momento, agosto de 2014, está en Turquía. A través de internet utiliza la plataforma Workaway para ponerse en contacto con sus futuros ‘alojadores’ y negocian unas fechas, las condiciones del alojamiento y las tareas a realizar durante el voluntariado.
Una manera distinta de viajar
HelpX, Workaway, WWOOF son distintas plataformas internacionales que ponen en contacto a voluntarios de todo el mundo con host, los establecimientos adheridos a esta singular forma de viajar. Granjas, albergues, ranchos, bed&breakfast, casas particulares, hostels e incluso barcos de recreo ofrecen a los viajeros comida y alojamiento a cambio de cuatro o cinco horas diarias de trabajo. Todas estas plataformas tienen el denominador común de facilitar el intercambio directo que ‘workawayers’ y ‘hosters’ establecen para negociar ese canje. Las tareas pueden ser desde arreglar un tejado, recoger leña para el invierno, pintar paredes, cuidado de jardines o piscinas, casi todas ellas en un entorno rural. Son voluntariados que brindan al viajero la oportunidad de estar en muchos sitios, trabajar unas horas, y de paso aprender otras culturas, costumbres, idiomas, gentes, experiencias. Y lo mejor, poder contarlo.
Fernando lo hace a través de su blog la vuelta al mundo sin prisas, que, a modo de cuaderno de bitácora relata su experiencia día a día, familia a familia, casa a casa, país a país, firmando cada entrada con un “Pura Vida”, deseándonos a los que le leemos todo lo mejor. Lo hace para sí mismo, escribir como entretenimiento, para no olvidar los pequeños detalles que está viviendo durante continuamente. O para los futuros viajeros que estén pensando en emprender algo parecido, y que, a través de su experiencia, tengan en cuenta las adversidades que se pueden encontrar por el camino. También le sirve como vía para recibir aportaciones económicas voluntarias de aquel que se pueda sentir identificado con el proyecto y quiera colaborar en él. La foto de perfil de su Facebook la cambia casi a diario con los ‘selfies’ que se hace con todos aquellos que se va encontrando, aquellos que le han aportado algo, con los que de alguna manera ha compartido algo más que un simple saludo. Cada día sube al menos una nueva instantánea de parajes que le han llamado la atención, de algo significativo para añadir a esa experiencia vital que está adquiriendo en esta etapa madura de su vida, de cosas curiosas con las que se va topando.
Estuvo seis meses preparándose mentalmente para abordar esta aventura. Viajar solo. Aprender de sí mismo. No piensa en un futuro lejano, tan solo en su presente, y vive el día a día con familias de cuatro o cinco miembros, algo que él nunca se ha planteado tener. Viaja solo pero no se siente solo. En cada casa en la que se aloja, recibe el calor de la familia que la habita, sintiéndose un miembro más. Lleva seis meses transitando y solo ha pasado por cinco voluntariados. En todos los host, va haciendo amigos, y por amigos de estos amigos, con su sonrisa y su leitmotiv de echar una mano a cambio de hospedaje, le surgen oportunidades para viajar a otros enclaves que no tenía previsto. En Italia ha visitado doce ciudades distintas durante casi dos meses y solo ha parado en un sitio como ‘workawayer’. A partir de éste ha ido conociendo gente. Entre unos y otros hablan de Fernando y de su aventura y, tarde o temprano, alguien quiere conocer, o se ofrece a ayudar o a acoger a “ese cocinero español que está dando la vuelta al mundo”. No necesita venderse. El boca a oreja hace el resto. Improvisa según se le presenta la ocasión de visitar otros rincones, y así poder empaparse de la esencia de lugares que no aparecen en las guías turísticas. Desde Serbia tenía intención de pasar a Kosovo y después ir a Bulgaria, pero de repente se encontró con Montenegro, Albania y Macedonia. No estaba previsto, pero fue muy bien recibido.
El reto de la tortilla de patata
Fernando ahora es vegetariano y una de sus aficiones es la cocina. Desde el principio apostó por agradecer la hospitalidad de sus anfitriones, allá donde fuera, con algo de cocina española tan conocida internacionalmente. Era su reto. En cada cocina a la que le dejaran entrar, haría una tortilla de patata. “Es el rompehielos y el vínculo que facilita el contacto con la gente”, me confiesa. Un chef francés con una estrella Michelín le dejó usar sus fogones –un cocinero no suele permitir que en su cocina entre cualquiera—, y tomó buena nota de la receta de nuestra famosa tortilla de patata. Otro restaurante italiano incluyó la “Tortilla de Fernando” en su carta. No falta tampoco la escalibada o paella de verduras. “El mayor placer es ver que se lo comen todo y que te piden más”, sonríe. Y añade: “En las casas que me acogen amigos de amigos, sin voluntariado de por medio, o les limpio la cocina, les arreglo el jardín, hago algún apaño,… y la cena también, claro. Es mi manera de agradecerles la hospitalidad con la que me reciben. A veces me dicen que me quede más días, que por qué me voy tan pronto”.
Cosas que pasan cuando viajas así
Los traslados entre ciudades los hace a pie, a dedo, en autobús, trenes regionales –más lentos, pero más baratos—, y más de una vez ha utilizado el servicio de BlaBlaCar. Tiene que practicar la austeridad si quiere que su aventura se prolongue en el tiempo.
El mundial de fútbol lo vivió en Italia, Eslovenia, Croacia, Bosnia y Herzegovina, Serbia, Montenegro y Albania. También fue un vínculo puntual y un motivo para conocer gente. Entrar en un bar que retransmitía el partido, y sentarse a esperar. Si jugaba España, al saber que no era inglés, sino español, le daban el pésame por la derrota, y lo siguiente era sacar unas cervezas para celebrar el triunfo del equipo contrario y consolar al viajero y aficionado perdedor.
Fue andando desde Sassello por los Alpes hasta Génova, travesía que no le costó la vida, pero sí un buen susto pensando que no podría salir de aquella nube que le envolvía y que le impedía ver claramente el camino. Se perdió. Tuvo que deshacer lo andado para volver a encontrar el sendero. Llegó muy cansado pero con la ilusión de conocer a sus primeros anfitriones sin voluntariado: una amiga de la familia de uno de los host y que le acogió cuatro días.
En el tren de camino a Novo Mesto, en Eslovenia, Nebojsa el revisor, hizo de guía turístico improvisado cuando le permitía su trabajo, entre estación y estación, con algún comentario sobre dónde se encontraba. En el último tramo del viaje se sentó a hablar junto a él y se ofreció a acompañarlo al hostel en coche, algo que agradeció enormemente, puesto que eran ya demasiadas horas con las pesadas mochilas a la espalda. Al día siguiente tenía previsto acampar en el bosque una noche, y le preguntó a Matjaz, que acababa de conocer en un bar, y al que le llamó la atención el sombrero que portaba, si sabía de algún sitio seguro. En un inglés aceptable por ambas partes le puso en contacto con Borut, dueño de una casita en el bosque que usa como segunda residencia y a la que tenía que dedicarle unas horas para prepararla para el verano. Le ofreció la casa para alojarse durante unos días. Fueron días de fuertes tormentas. En agradecimiento, Fernando se ofreció en recoger leña para el invierno. Generosidad y amabilidad eslovena. Pura vida.
En Sarajevo conoció a Mehmet, un turco que localizó cuando llegó a Estambul y que lo alojó en su casa tres días mientras encontraba el servicio técnico que pudiera arreglar su Mac y solucionaba el visado a Irán. Llegar a casa de Mehmet en Serifali Mahallesi costaba un tranvía, un barco y 31 paradas de autobús desde el centro de la ciudad. Sheirgo, el empleado de la agencia de viajes que le gestionó el visado que ya había solicitado, era sirio. Hablaba español, búlgaro, árabe, inglés y turco, y el último día le invitó a pasar la noche en su casa. Gracias a él tiene el visado para ir a Irán. Siguen en contacto. Pura vida.
Actualmente se encuentra en Turquía donde después de dos semanas termina su voluntariado en un hotel de Fethiye. Su tarea ha consistido durante los primeros días en limpiar la piscina, y el resto en ayudar en el restaurante antes y después de las comidas y las cenas. En el post de despedida de su Facebook comenta que tiene previsto visitar Antalya, Konya, Ankara, Ürgüp, Malatya, Mardin, Hasankeyf, Erzurum, antes de cruzar a Irán. Así va recorriendo kilómetros casi sin darse cuenta, en etapas cortas, observando contrastes, descubriendo tradiciones, absorbiendo vida. Pura vida.
En los autobuses en Turquía no pueden viajar dos personas de distinto sexo una al lado de otra. Matrimonios tampoco. Sólo quedaba una plaza, para mujer, y tuvo que retrasar unas horas su partida. En el bus en el que al final se pudo subir, le sujetó el vaso a su compañero de asiento mientras lo llenaba de agua. En una parada del trayecto le regaló unas chocolatinas. “Yo se las quise pagar, pero me insistió en que me las quería regalar. Solo por sujetarle el vaso”. “Esto en España tampoco pasa”, coincidimos al decirlo (risas).
Ha tenido pocas experiencias negativas, dice que dos o tres, y que prefiere olvidarlas. “No dejo espacio en mi cerebro para esas cosas. Quiero archivar solo lo bueno, y para eso necesito mucho sitio”, asegura. Aún así, le insisto en que me cuente alguna. Hace un esfuerzo por recordar: “Cuando bajé de los Alpes después de haberme perdido, hecho polvo, con las rodillas y los pies destrozados, necesitaba saber cómo podía llegar a la estación de tren. Asustados por mi mochila y posiblemente por mis pintas, y pensando que les iba a pedir que me llevaran a algún sitio, nadie paraba el coche en el stop, subían sus ventanillas o miraban para otro lado. ¡Pero yo solo quería saber dónde estaba la estación y subirme a un tren, y no me dejaban preguntárselo! Estaba muy cansado”, recuerda. “Esto sí que pasa en España”, sonríe. “En Croacia, el hoster no me recibió muy bien. De hecho, tuve que buscarme la vida para localizarle. Después de insistir un par de veces, no me decía cómo llegar. Además, cogí una gastroenteritis por la falta de higiene de aquella casa. Algo me decía que la cosa no iba a ir bien”. La experiencia le está permitiendo interpretar señales.
Además de perfeccionar su inglés, francés e italiano, chapurrea turco con la ayuda de Google Translate. Prevé que las diferencias culturales serán más radicales conforme avance hacia oriente.
Todo un mundo por delante
Después de Turquía tiene previsto visitar Irán, Turkmenistán, Uzbekistán y China. Algo así como su propia Ruta de la Seda. Después le espera oriente (Taiwán, Filipinas, Tailandia, Camboya, Nepal, India, Malaysia, Indonesia, Australia,…) hasta Nueva Zelanda, que será el final de la primera de las cuatro etapas que tiene previstas. A largo plazo se plantea el segundo tramo, desde Chile hasta Canadá. El tercero, desde Canadá vuelve hacia occidente por Japón, para visitar Corea y el norte de Asia: Rusia, Mongolia, Kazajistán y Bielorrusia, hasta llegar a Europa por el norte, con los países nórdicos y Europa central. Y el cuarto y último tramo, África y Oriente Próximo. Todo lo va a realizar sin prisas. Dentro de una previsión, pero flexible. Si un rincón requiere más días, se los dará. Es posible que le cueste diez años. O menos. O más, quién sabe. A corto plazo y en este momento tiene hasta noviembre para bajar al hemisferio sur y volver de nuevo a la primavera y verano. Hoy me dice que está muy contento porque ya le han contestado sobre el visado para ir a Irán que había solicitado hacía tiempo. “Antes de quince días estoy allí”, predice. Cuando le pregunto cómo tiene pensado cruzar los mares, como el Océano Pacífico hasta llegar a América, sin coger un avión, aventura: “Si me tengo que subir a un barco y ponerme a currar en él, me subo. Las tortillas de patata no faltarán” (risas).
A través del Messenger de Facebook proponemos una hora para vernos en Skype. 17:30 en Turquía, 16:30 en España. En las fotos de su blog del inicio del viaje Fernando lleva el pelo semilargo y una perilla fina. Hoy, veo en la pantalla que le ha crecido el pelo y que la perilla ha dado paso a una barba poblada. Desde su bungaló individual, donde se alojan los voluntarios, se pone cómodo y, recién salido de la ducha se lía un cigarrillo mientras conversamos. Su sonrisa inspira confianza y rezuma alegría. No me extraña que le hayan abierto las puertas de su casa gente que no le conocía de nada.
Una experiencia única
Se ha descubierto a sí mismo al viajar solo. Dice que es pronto para valorar lo mejor o lo peor de su trayectoria, “todavía me encuentro en una zona cómoda”, y espera tener mucho camino por delante, pero que tarde o temprano verá la parte oscura de todo este fantástico lío en el que se ha metido. “Esta aventura es una cura de humildad, y he visto la grandeza del ser humano, me ha fascinado. El enorme valor del mínimo detalle que venga de cualquiera”, reconoce. El mundo es mucho más fácil de lo que nos quieren hacer creer. “En realidad el amor fluye entre las personas. Nos hacen desconfiar del ser humano, y éste está más dispuesto a compartir calor que a aislarse y quedárselo todo para sí mismo. Solo hay que dejarse fluir y saber canalizarlo”. También está aprendiendo a escucharse: “A veces la cabeza me dice cosas que el corazón contradice. De repente recibes toques de que algo no va a ir bien, y aun así sigues con la idea inicial. Efectivamente, no fueron bien las cosas. Si le hubiera hecho caso a la intuición, no habría tenido algún que otro mal sabor de boca. Aunque de todas estas situaciones siempre saco algo positivo. Se presenta en tu vida gente que no entraba en tus planes, y eso siempre está bien”, reflexiona.
Le pregunto cómo le gustaría terminar el viaje: “Si todo va según lo previsto, sobre todo en el aspecto económico, pueden ser unos siete o diez años. Para entonces, habré adquirido experiencia y resultará más fácil moverme”, prevé. “He aprendido en la calle y en los transportes públicos hablando con la gente”. Y añade: “Me gustaría mostrar al mundo mi viaje por el mundo. Sería una manera de materializar mi gratitud hacia todo el que me ha dado su calor, la enormidad que siento a causa de su hospitalidad, porque las palabras de agradecimiento se quedan cortas. He llegado hasta aquí gracias a ellos. Están de moda los programas de televisión sobre viajes, ¿no? Pues sería un buen modo de hacerlo” (me muestra su sonrisa cómplice a modo de guiño).
Salió de España con una mochila llena de todo lo que necesitaba para tamaña expedición. Ha ido regalando y se ha ido desprendiendo de cosas materiales para introducir experiencia, gratitud, emociones, vida, sensaciones y el cariño que recibe de los moradores de cada hogar en el que se aloja, de cosas que le alimentan el alma y que le motivan para seguir hacia adelante.
Veo los ‘selfies’ diarios de las fotos de su perfil y no puedo evitar que me salga una sonrisa. Hay felicidad en las caras de sus protagonistas, nadie está en el auto-retrato porque sí. El sueño de cualquiera lo está haciendo realidad. Fernando no es un turista. Es un viajero. Seguirle en sus redes sociales me invita a que lea las publicaciones casi diarias de su blog y siento una enorme envidia. Y a través de ellas estoy dando mi particular vuelta al mundo, sin prisas, con mi imaginación, con sus fotos, su relato, su sonrisa, sus recetas y su buen rollo. ¡Pura vida!
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