Crónica de un abrazo

Ana Baquerizo//

La señora que sujeta uno de tantos carteles, en una de tantas manifestaciones por la eliminación de la violencia contra las mujeres, es una de tantas madres cuyas hijas han sido asesinadas por sus exparejas. A pesar de ser una de tantas, necesité darle un abrazo. Nunca pensé que la habitual acción de rodear a alguien con los brazos pudiese significar tantas cosas.

Lisboa, 25 de noviembre de 2017. Estamos en un país en el que tanto las mujeres como los hombres pueden ser considerados víctimas de violencia de género. Ahora, los nimbos desafían desde el cielo a unos pocos centenares de manifestantes, insuficientes para cortar por completo el tráfico, que sigue avanzando en uno de los sentidos.

Muchas pancartas. «El feminismo no mata»; «Juez machista no hace justicia»; «Yo no salí de tu costilla, tú saliste de mi útero»; etcétera. Buceo entre los brazos que las sujetan, en busca de un ángulo decente para las fotos. Vamos avanzando por la avenida en la que se sitúa el barrio chino —que marca la mitad del recorrido— y me detengo en nueve líneas contenidas en una cartulina color crudo.

La sujeta la madre de una mujer asesinada. «MI HIJA FORMA PARTE DE LA LISTA DE MUJERES ASESINADAS POR SUS EXPAREJAS EN 2014. BASTA», sostiene a la altura de la cara mientras camina ayudada por dos mujeres de mirada herida, una en cada lado. El cartel critica la falta de medidas y apela directamente a quienes hacen las leyes: «¿ATENCIÓN? ¡SEÑORES POLÍTICOS! ¿CUÁL ES EL PARTIDO AL QUE LE PREOCUPA LA VIOLENCIA?». Esas letras mayúsculas son el rostro de aquella mujer para la que los pasos firmes invertidos en esta marcha quizá sean solo unos más en el camino de tres años de duelo. Desde 2014, los registros hablan de un total de 79 mujeres asesinadas en Portugal, un país cuatro veces menos populoso que España. Aunque, cada enero, las estadísticas ponen el contador a cero, como si los vacíos se llenaran con el año nuevo o el dolor no se arrastrara durante lustros, décadas o incluso toda la vida.

Manifestación Lisboa

Intuyo una barrera: al otro lado de esas líneas manuscritas, el silencio, la entereza y el esfuerzo de seguir; a este, los megáfonos, los gritos y las consignas pegadizas. Le pregunto a una de las acompañantes si puedo hacer una foto. Sí puedo. Y si puedo darle un abrazo. También puedo. Al bajar el cartel, unos ojos anónimos y enrojecidos me abrazan desde lejos antes de que mis brazos la rodeen durante unos segundos. Las lágrimas de dos desconocidas se escapan con el convencimiento de que esta barbarie tiene que acabar. De fondo, unas jóvenes cantan: «¡Déjame pasar, déjame pasar, soy feminista y el mundo voy a cambiar!» y entiendo que algunos gritos ensordecedores son mudos. Aquí y ahora el contacto físico significa «estoy contigo», «te entiendo» y «tu hija debería estar viva». Significa que esta lucha es de todas. Nos soltamos suavemente, aún con emoción evidente y un enredo en las entrañas, para seguir caminando. La manifestación seguía, tal y como seguían nuestras vidas.

Texto y fotografías:

Ana Baquerizo foto Ana Baquerizo nombrelinea decorativa

Ciudadana del mundo, rebelde con -y por- muchas causas, fan de las historias de la gente corriente. Hace quince años, de mayor quería ser periodista. Ahora, además, soy activista por los derechos humanos y apasionada por los países del sur.

Twitter Blanca Uson

 

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