Camino a Casa Domecq
Texto y Fotografías: Fernando Domínguez Pozos//
Ensenada es conocida como “La Cenicienta del Pacífico” por ser una ciudad tan bella y tan humilde a la vez. Ubicada a poco menos de dos horas de Tijuana y, por lo tanto, de la línea fronteriza que divide a México del poderoso país vecino; entre la ventana al mar y el resguardo de las montañas que fungen como miradores naturales para disfrutar de la majestuosidad de este puerto, se encuentra un espacio reconocido por Forbes como el más acogedor del país: el Valle de Guadalupe.
La lista publicada por Forbes el pasado mes de febrero no solo coloca a esta región vitivinícola como el sitio más hospitalario de México, sino que es el único del norte que aparece en un ranking complementado por destinos del centro del país como Hidalgo y Peña de Bernal en Querétaro, playas del suroeste como Zipolite en Oaxaca, sitios internacionalmente reconocidos como Holbox en Quintana Roo, y que cierra su top ten con la pequeña capital de Veracruz, la ciudad de Xalapa, aquella donde la nostalgia nos hizo viajar en la entrega del pasado 30 de marzo, en esta misma columna.

El Valle, como coloquialmente le denominan los lugareños, es el punto neurálgico de la denominada ruta del vino, conformada por la propia región del Valle de Guadalupe, San Antonio de las Minas, Ojos Negros, Santo Tomás y San Vicente. En esta región la oferta gastronómica, de cerveza artesanal, de hospedaje y por supuesto de vinos es simplemente espectacular. Nombrada por conocedores como una pequeña Toscana, catalogada por visitantes como sensacional, y reconocida por locales como un auténtico paraíso para amantes de la tranquilidad, el vino y la inmensidad de las montañas.

La carretera que atraviesa esta región conecta la ciudad de Ensenada con Tecate, es la antesala de la Rumorosa y mantiene un enigmático paisaje. Mientras se transita en esta zona de Baja California, auténticamente se percibe un ambiente distinto, con sensaciones que emanan de las cavas, los aromas, las texturas y colores de los distintos y diversos viñedos que el Valle de Guadalupe ofrece. Los caminos que te llevan a estos sitios son tan extraños como enigmáticos, como un auténtico juego de serpientes y escaleras. La selección obedece a que tan aventurero es el visitante que se adentra en la experiencia de la más importante región vinícola de México y, ciertamente una de las más relevantes del continente.

Monte Xanic, Casa de Piedra, Barón Balché, Quinta Monasterio y, por supuesto, las dos casas de mayor producción L.A. Cetto y Domecq, son algunas de las decenas de opciones para degustar la variedad de uvas que nos regala esta región; aquella que de acuerdo con el periodista Ricardo Raphael, un grupo de rusos (molokanes) encontraron en su huida de la antigua URSS, al ser perseguidos por sus creencias. Precisamente esta diáspora fue la primera en reconocer y disfrutar de la fertilidad del Valle, la que al tiempo fuera descubierta por la familia Domecq, específicamente en 1961, cuando establecieron su bodega en el entonces llamado Valle de Calafia. Domecq es, sin duda, una de las marcas de mayor prestigio en el mundo con relación al brandy y, por supuesto, al vino; es por ello que, en el Valle de Guadalupe, en el punto final de aquellos que se dirigen hacia Tecate, con una discreta señalización y un espacio donde el tiempo se detiene, se encuentra la bodega de poco más de 60 años de historia del enoturismo, bodega donde la visita es obligada, las barricas decoran los recorridos y la vista en su terraza es un pretexto más para sentarse frente a las montañas y disfrutar una copa de un auténtico vino Domecq.

El recorrido por la Bodegas Domecq es acompañado por una degustación de cuatro tipos de vinos de esta casa: comienza en la Bodega de las Misiones, donde unas puertas de más de 3 metros de altura reciben al visitante al Museo Domecq, quien puede admirar los elementos del proceso del vino y enmarca su recorrido con los barriles de distintas dimensiones que han resguardado este producto hecho en México. La historia de éxito de una empresa suele tener siempre un antagónico o acompañante que hace más enriquecedor su existir. En este caso es L.A. Cetto, cuya vinícola está ubicada al otro lado de la carretera que atraviesa el Valle, siendo ese competidor que en la contra esquina observa de reojo a su némesis.


Ciertamente, sea en los viñedos de Domecq, de L.A. Cetto, o de las otras casas vinícolas del Valle de Guadalupe, el tiempo entre viñedos es diferente, más lento, más romántico y sobre todo con un fuerte aroma amaderado.

Para más artículos de «El otro México», no dejes de visitar nuestra web.