Los problemas de México saltan al césped

Pablo Mateo Blázquez (@_pmateo)//

El pasado 5 de marzo el Estadio La Corregidora protagonizó el episodio más violento de la historia del fútbol mexicano. Lejos de ser un caso aislado, representó ante el mundo la crisis de violencia sin precedentes que asola al país norteamericano.

Sillas. Puñetazos. Patadas en la cabeza. Armas blancas. Una cacería al grito de “que se mueran todos”. El partido entre Querétaro y Atlas elevó al fútbol mexicano a un escaparate mundial, pero no por aspectos deportivos. Llegó el minuto sesenta del encuentro y, con una tensión que iba en aumento tras el descanso, estalló el caos. Boom.

Las gradas de La Corregidora fueron el escenario de una batalla campal con un insoportable grado de crueldad. Durante unos minutos se convirtieron en un lugar sin ley en el que, en el mejor de los casos, lo único que se podía hacer era huir, esconderse y sobrevivir. No fue un episodio tristemente anecdótico. Supuso el reflejo de un país en el que la violencia es protagonista y las autoridades son inoperantes.

Resulta complejo describir la gravedad de lo sucedido. Todos los adjetivos se quedan cortos para calificar la brutalidad del enfrentamiento entre las hinchadas de ambos equipos. Los vídeos y testimonios sobre la trifulca nos acercan al lugar de los hechos, y su reproducción aterroriza. También surgen múltiples preguntas alrededor de la tragedia, pero las respuestas por parte de unas instituciones opacas escasean, en otro claro ejemplo de los problemas que están destrozando México. ¿Cómo pudo ocurrir algo de tales dimensiones?

Querétaro-Atlas: El estallido definitivo tras años de pasividad

Todo comenzó en 2007. La última jornada del campeonato liguero de aquella temporada enfrentó a los dos equipos en Guadalajara en un partido rodeado de tensión y nerviosismo. Querétaro tenía la obligación de vencer en el estadio del Atlas para evitar el descenso de categoría. A pesar del desplazamiento de miles de sus aficionados para arropar al equipo, perdió contra los rojinegros. Tras acabar el partido, con los ánimos caldeados y los Gallos Blancos ya sentenciados deportivamente hablando, se produjeron en los alrededores del Estadio Jalisco los primeros disturbios entre las dos aficiones. Desde entonces, nada volvió a ser como antes.

Tres años más tarde, con el regreso de los albiazules a la Liga MX, ambos equipos volvieron a verse las caras en La Corregidora. Pese a los antecedentes y el aviso previo de La 51, barra de Atlas, de su desplazamiento masivo a Santiago de Querétaro, las autoridades fueron incapaces de controlar la situación y mantener el orden. Al terminar el encuentro, la Resistencia Albiazul, barra de los locales, se desplazó al sector visitante y derribó la reja que separaba a los dos grupos en el estadio. La batalla se saldó con treinta heridos.

Lo peor estaba por llegar. Ninguno de los dos precedentes puede compararse con lo sucedido el pasado 5 de marzo. Desde la total pasividad de los cuerpos de seguridad hasta la violencia llevada al extremo, con los continuos golpes y ataques incluso a cuerpos inertes, noqueados y bañados en sangre. 

¿Cómo es posible que un partido declarado de alto riesgo no cuente con un dispositivo de seguridad apropiado? ¿Quién permite el acceso de armas blancas a un recinto deportivo? ¿Qué explicación tiene que la policía no estuviera presente ni en las gradas ni en los aledaños del estadio? ¿Por qué la empresa privada encargada de la seguridad en el interior del campo envió menos personal del prometido en un primer momento? ¿La ciudadanía puede confiar en unas instituciones que aseguran que no hubo fallecidos mientras diversas familias publican en redes sociales que seres queridos suyos han fallecido en La Corregidora?

Familia mexicana huyendo

Familia escapa de la batalla campal en las gradas. Foto: Sebastián Laureano Miranda (EFE)

En esta ocasión, sí ha habido sanciones desde la ejecutiva de la Liga MX, aunque parecen escasas para conseguir cortar de raíz este enorme problema. La Corregidora permanecerá clausurada durante un año, y Querétaro tendrá que jugar como local en una sede neutral a puerta cerrada hasta marzo del 2023. Respecto a la afición de los Gallos Blancos, tendrá prohibido asistir a los partidos de su equipo como local durante tres años, pero tan solo uno cuando Querétaro juegue de visitante. Además, se dio por perdido el partido al conjunto albiazul y tendrá que abonar una multa económica.

No obstante, no parecen medidas suficientes para acabar con la violencia en el fútbol. Querétaro, a pesar de las negligencias de su dispositivo de seguridad y la permisividad con las barras, no será excluido de la competición y podrá mantener su lugar dentro del fútbol mexicano. Por otra parte, las investigaciones policiales afirman que tan solo hay 22 personas detenidas por lo sucedido, y no se ha especificado desde la Liga MX si serán expulsadas de los estadios y recintos deportivos o podrán acudir de nuevo a ellos cuando termine la sanción de tres años. Se trata de un parche legal que, en lugar de dar ejemplo y mostrarse firme contra la violencia en el deporte mexicano, intenta tapar un agujero a corto plazo sin vigilar sus consecuencias en el futuro próximo. Pan para hoy y hambre para mañana.

La Corregidora

La Corregidora cerrará sus puertas hasta marzo del 2023, y su acceso al público durante tres años. Foto: SECULT.

¿Quiénes se esconden detrás de los grupos de animación del fútbol mexicano?

La batalla campal evidenció que las barras no están integradas por aficionados, sino por delincuentes que encuentran en el fútbol la excusa necesaria para campar a sus anchas y cometer todo tipo de atrocidades. Son un peligro para la práctica normal del deporte, y el blanqueamiento por parte de clubes, directivas y empresas del sector debe finalizar. Si no son expulsados de los estadios, estos episodios seguirán sucediendo, ya sea en México, Argentina o cualquier otro lugar del mundo. Por desgracia, quizá sea demasiado tarde en según qué casos. Hay equipos controlados, financiados e, incluso, dominados por diferentes bandas y organizaciones. Los sucesos entre Querétaro y Atlas expusieron esto, ya que más que un conflicto entre hooligans, fueron una carnicería programada. Tras las palizas, los delincuentes desnudaron los cuerpos de sus víctimas, riéndose de ellas y despojándolas de su dignidad, para enorgullecerse de ello posteriormente como si de una conquista o un trofeo se tratase. Algo que, por otra parte, es uno de los códigos de los cárteles de narcotráfico.

El profesor e investigador Oswaldo Zapata opinó que “la explicación más estandarizada de la violencia en México acusa a los ‘narcos’ de cualquier delito para evitar que se investigue a fondo. Asumir que hay ‘narcoviolencia’ o infiltraciones del crimen organizado en la vida deportiva no solo no contribuye a esclarecer lo ocurrido, sino que también exculpa de antemano la corrupción endémica de altos funcionarios públicos, corporaciones de seguridad privada y poderosos hombres de negocios que controlan equipos, estudios y ligas enteras”. Por tanto, es necesario un análisis crítico y meticuloso de la actividad de todos los niveles sociales del país.

El fútbol como reflejo de un problema social de mayor profundidad

Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, cumplió el pasado mes de diciembre tres años en el poder, la mitad del mandato que se le presupone. En este periodo de tiempo, se han cometido más de 100.000 asesinatos en el país norteamericano, y México cerró 2021 inmerso en una crisis delictiva muy compleja.

Desde hace más de una década, cuenta con altos índices de violencia e impunidad. Además, el incremento de personas desaparecidas y la incapacidad de los funcionarios para atender las miles de denuncias provocaron que 2021 fuera otro año crítico. Según Santiago Aguirre, director del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez, los indicadores públicos confirmaron que México concluyó el pasado año con más de 35.000 homicidios y una cantidad de personas desaparecidas “en niveles extraordinariamente altos”. 

Por otra parte, la Comisión Nacional de Búsqueda afirma que, desde 1964, México acumula más de 95.000 desapariciones, especialmente desde que el 11 de diciembre del 2006 Felipe Calderón, presidente por aquel entonces, declaró la guerra al narcotráfico. Pese a la postura de López Obrador de que la responsabilidad pertenece a los gobiernos anteriores por no atajar el problema de fondo, 20.000 de esas pérdidas corresponden a su mandato.

Uno de los motivos por los que se producen tantos crímenes y delitos es la incapacidad de las autoridades y cuerpos de seguridad para afrontar todas estas problemáticas. De acuerdo con esto, el centro de análisis México Evalúa publicó el pasado mes de octubre un informe en el que explicó que las fiscalías del país están colapsadas y cada vez pueden abrir menos investigaciones. Expresado en datos, “a nivel nacional solo existen 11 fiscales, 9 peritos y 14 policías ministeriales por cada 100.000 habitantes”. Esto tiene como principal consecuencia que un 94’8% de los delitos denunciados en México queden impunes debido a “un sistema que no cuenta con herramientas de priorización ni capacidades suficientes”.

Asimismo, según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, 3.462 mujeres fueron asesinadas entre enero y noviembre de 2021, en lo que supone un promedio de más de diez mujeres al día. Del mismo modo, los feminicidios aumentaron el año pasado un 3’25% respecto al 2020, y la violencia familiar un 15’5%.

El punto de inflexión con el gobierno de Felipe Calderón (2006-2012)

La violencia en México siempre ha estado presente. En cierto modo, ha estado controlada por el narcotráfico y la dinámica de sus negocios y mercados. Como consecuencia de esta peligrosa combinación, la espiral de delincuencia en la que se encuentra México actualmente comenzó a dinamitarse a finales del 2006. Tal y como apuntó el sociólogo Luis Astorga, la criminalidad relacionada con el tráfico de drogas estuvo controlada durante décadas, pero, a partir del combate militar que inició el gobierno de Felipe Calderón contra el crimen organizado, la violencia incrementó.

Más allá de los enfrentamientos entre el Gobierno y los narcotraficantes, las batallas entre cárteles por el control de las rutas de drogas hacia Estados Unidos, en medio de una inestabilidad de mercado, y otras plazas de distribución y consumo de México como Ciudad Juárez produjeron un aumento drástico de la violencia. Según Fernando Escalante, tras veinte años con una tendencia nacional a la baja en cuanto a homicidios, entre 2008 y 2009 el país norteamericano pasó de registrar ocho a 18 asesinatos por cada 100.000 habitantes.

Y ahora, ¿qué necesita México?

Ayuda. Una mayor inversión en cuerpos de seguridad y trabajadores que velen por la justicia y la atención de las denuncias recogidas. Profesionales que abandonen la corrupción para centrarse en una labor ética. Un país que erradique la violencia de género y acabe con todo tipo de discriminación. Una limpieza en la sociedad mexicana, donde el tráfico de drogas y la delincuencia dejen de ser el principal motor económico. Unas mejores condiciones de vida, con una educación pública de calidad y una disminución de la pobreza y la desigualdad. Se dice pronto.

La espiral de violencia que resurgió a finales del 2006, lejos de ver su final, continúa su ascenso meteórico a día de hoy con datos terroríficos. La batalla campal entre las barras de Querétaro y Atlas revolucionó las redes sociales y conmocionó a todos, pero debe servir para una reflexión más profunda. No hay que llevarse las manos a la cabeza porque algo de tal magnitud suceda en un campo de fútbol, sino porque esos episodios son la tónica habitual de un país con un problema de fondo mucho mayor y múltiples vertientes. El fútbol es un gran escaparate, tanto para lo bueno como para lo malo, y La Corregidora actuó como carta de presentación de unas circunstancias sociales que deberían preocuparnos a todos. Los problemas de México saltaron al césped, pero la mejor noticia posible sería que fuese su último partido.


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