Nocilla Experience: manchas de soledad fermiónica

Astrid Otal//

Situaciones insólitas y personas extrañas. Historias que comienzan una y otra vez pero en las que no se vislumbra un desenlace; ni siquiera un nudo, un suceso lógico de los relatos que se van desarrollando. Agustín Fernández Mallo (A Coruña, 1967) en Nocilla Experience (2008) fragmenta historias que viven seres extravagantes y solitarios.

Un ex marine norteamericano cuenta una anécdota de guerra a su hijo, esa en la que los ojos de una joven iraquí se encontraron con los suyos cuando iba a tirar una granada. Un divorciado, al terminar todas las cajas de cereales que caducan en el cumpleaños de su ex esposa, abandona su videoconsola para acabar corriendo por toda Norteamérica hasta llegar a Alaska. Marc, un hombre que vive en una azotea construida con latas, intenta demostrar con términos matemáticos su teoría de la soledad fermiónica de los seres humanos, y cuelga sus razonamientos al aire con pinzas de tender. Un médico opera de apendicitis a niños y encuentra cápsulas de plomo del tamaño de un dedal. Y un cocinero y su acompañante cocinan objetos, pequeñas cosas que hay por ahí como trozos de neumáticos en su restaurante mientras imaginan servir en plato el horizonte.

Son relatos disparatados como la gigantesca construcción de cristal al suroeste de Rusia que alberga intacto todo aquello que se pueda imaginar relacionado con el juego del parchís. O quizá porque ya “se han encontrado las armas de destrucción masiva, pero solo había una y la tenía el dictador en su propio cuerpo”.

Fragmentos creados mezclados con partes de otras novelas, como Apocalyse Now o Rayuela, y de otras entrevistas realizadas. Son fragmentos, además, que reúnen un material muy diverso, “de ámbitos aparentemente fuera de la narrativa como la ciencia, la publicidad, el arte conceptual, la cocina, la música…”. Desbarajuste y caos, es la explosión de la fábula donde el lector no ve el conjunto. Y una hibridación de géneros en la que el producto cultural no se da de una forma pura sino que se junta lo narrativo con lo poético, “la ciencia con lo que tradicionalmente llamamos literatura”.

Portada de Nocilla experience
Portada de Nocilla experience

Agustín Fernández Mallo presenta un libro propio de la literatura contemporánea que abandonala idea decimonónica de la novela, del “todo” organizado. El físico gallego, especialista en radiofísica aplicada al cáncer, que “trabaja 50 horas semanales en un ambiente, dice, a lo Blade Runner porque todo está hecho polvo”, unta la literatura con su trilogía Nocilla.

El primero de esta trilogía, Nocilla Dream, se publicó en la pequeña editorial Candaya en 2006 y el libro fue elegido uno de los diez mejores libros del año por diversos suplementos y revistas literarias a pesar de que era una propuesta minoritaria. 11 000 ejemplares vendidos hizo que Fernández Mallo fuera fichado por una editorial grande, Alfaguara, que es la que ha publicado Nocilla Experience, el segundo libro de la trilogía. Y se cierra con Nocilla Lab. Tres libros, que ya tenía escritos y que el autor reconoce que “creía que eran impublicables”.

Nocilla Experience muestra los rasgos literarios de una modernidad consciente, un cambio de mentalidad, la disolución del “yo” y la individualidad puesto que la forma de concebir el mundo es sociológica.

Las relaciones personales o la soledad de los seres humanos que tanto obsesiona a Fernández Mallo. Bosones o fermiones. Comportamiento humano extrapolado de esas dos clases de partículas: unas que buscan el apilamiento, que necesitan estar juntas, y otras que van solas. Es la soledad fermiónica que “descubre la existencia de personas solitarias que no soportan la presencia de nadie”. Nocilla Experience indaga, a través de esas historias disparatadas, esa soledad y la contempla como poder para transformar a los individuos. En ciertos momentos de la vida necesitamos ser Marc, el hombre que vive en una azotea colgando sus pensamientos en las cuerdas de tender y que admira a Henry J. Darger por haber estado prácticamente casi toda su vida sin salir de su apartamento de Chicago salvo para ir a misa, en ocasiones hasta cinco veces al día. En otros momentos de la vida simplemente fingimos ser un Josecho, que también vive en una caseta construida de una azotea de Madrid, pero que en realidad “no ama la soledad, no ama a Unabomber, ni a Cioran, ni a Wittgenstein, ni a Tarzán, y es profundamente infeliz viviendo en esa azotea, sin un trabajo normal donde poder relacionarse y saludar por las mañanas”.

Narrativa transpoética, una tendencia estética que “consiste en  crear artefactos híbridos entre la ciencia y lo que tradicionalmente llamamos literatura”. Narrativa transpoética intercalada con reflexiones de científicos, escritores o representantes de la música pop y las constantes referencias a la sociedad moderna con la cibernética, la guerra de Iraq, las partículas radioactivas o los chicles pegados en el suelo. Chicles pegados al suelo que uno de sus personajes pinta de los cuatro colores del parchís, un “mundo complejo para la simplicidad de cuatro colores”, porque “el mundo se rige por el azar de un parchís, no por las mecánicas leyes del ajedrez”.

Pero esas referencias al mundo actual también se mezclan con espacios tecnológicos residuales: es lo tecnológico visto como pasado, esa gran tecnología que muchas obras y películas anuncian un futuro apocalíptico. Es Antón, el pescador de percebes, que durante años llega a un punto exacto de un acantilado cargado con dos bolsas de Zara repletas de discos duros unidos a una piedra mediante un hilo de plástico. “Con los pies juntos y su brazo en un exacto ángulo de 90º con su cuerpo deja caer esos discos al mar a la espera de que algún día comience a sobresalir del nivel del mar una masa compacta hecha de discos duros, piedras y percebes ultramusculados con informatina transferida a su código genético”. Y mientras, espera a que se termine de descargar El último hombre vivo.

En una mañana de mayo un hombre muy alto, con barba y vestido con un abrigo de tweed entra en la azotea construida a base de latas de Marc. “Qué iguales se ven las cosas desde aquí arriba”, le dice el hombre para continuar explicándole, recordando el muro de fotos, entradas y tickets de su juventud, lo que parece descubrir el sentido de todo. “En aquella maraña de recortes descubrí una línea hasta entonces inapreciable que recorría sinuosamente ese collage de arriba abajo, pasando por determinadas fotos, letras, fragmentos, de manera que revelaba una composición hasta entonces oculta”. Rayuela A y Rayuela B, la Teoría de las Bolas Abiertas. “Partiendo del hecho de que cada persona está constituida, además de por su propio cuerpo, por el espacio esférico inmediato que le rodea, esfera donde se dan toda clase de flujos empáticos, simpáticos, antipáticos, sonidos, olores… podemos definir a la especie humana como un conjunto de bolas abiertas que se intersecan y otras se repelen”.

agusY no hay más. Bolas Abiertas o Bolas Cerradas. Quizá las personas a lo largo de su vida puedan ser las dos cosas. Bolas Abiertas que se van llenando de experiencias propias, pero también del contacto con el resto de individuos porque vivimos en sociedad y necesitamos mucho de otros. Necesidad material pero, mayoritariamente, tiene que ver con una necesidad humana, una relación con otras personas. Puede que la soledad fermiónica solo esté al alcance de seres humanos superiores que, después de un tiempo viviendo en sociedad, abandonan todo y son capaces de aislarse y encontrar la felicidad en ellos mismos. Un Henry J. Darger pero con una soledad feliz, no con una soledad que parece autoimpuesta y “con una muerte tan vulgar como en apariencia lo había sido su existencia”: sentado en una sillón de orejeras, con una botella de litro de Coca-Cola mientras en la tele encendida un Michael Jackson muy niño le decía a un entrevistador que lo que le gustaba, mucho más que cantar, era tener amigos.

Las personas son como el collage del muro de la pared del hombre con un abrigo de tweed o como la azotea construida a base de latas de Marc: lo que sucede alrededor forma parte de nosotros. El Marc aislado también recibe correos de su amiga. Todos los personajes de estos disparatados relatos están conectados con el resto, pero, igualmente, viven con una particular soledad, ésa que tiene un potencial creador. Fernández Mallo reconoce que le “fascinan estos personajes que viven consagrados a sus quijotadas, extrayendo oro del barro”.

“Las relaciones personales son completamente irracionales, disparatadas, absurdas, pero las seguimos manteniendo porque la mayoría de nosotros las necesitamos”. Al final de las historias creadas, intercaladas con las que ya otros habían creado, es cuando se llega a ver el conjunto.

“¿Hemos terminado? ¿Puedo irme?”. Vivimos realidades de segundo plano pero es que hay que darse cuenta de cuánto ajeno nos forma. Las personas son una construcción social, al fin y al cabo, un montón de anuncios de publicidad.

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