Ultraderecha y televisión: Un monstruo rentable para las audiencias

Marcos García (@mgarciadiaz_) //

Llegados a este punto, debemos preguntarnos quién o qué hizo de la ultraderecha un producto rentable para la televisión. Pero sobre todo cómo volver a la casilla de salida antes de que sea demasiado tarde. Las consecuencias de este cóctel explosivo son el día a día de nuestra realidad ‘yankizada’.

Isabel Díaz Ayuso aseguró en una entrevista con Ana Rosa Quintana que ser llamada fascista significaba estar en el lado correcto de la historia. Lo que parecía una salida de tono por parte de la presidenta de la Comunidad de Madrid no tenía nada de casual. Es una estrategia que viene de lejos y la une con Roger Ailes, magnate que dio vida a Fox News en Estados Unidos.

Un juego en el que todo vale

Roger Ailes es considerado uno de los genios de la comunicación política de los últimos tiempos. Presumía de haber llevado a Nixon, Reagan y George HW Bush a la Casa Blanca como asesor de campaña. Su carrera en los medios fue meteórica. Cosechó poder empezando en televisiones locales, dio el paso al ámbito nacional, llegando a la CNBC. Entre 1996 y 2016 fue presidente de Fox News, su obra magna. El imperio de Ailes se derrumbó cuando la presentadora Gretchen Carlson dio el paso de denunciarlo por acoso sexual. Una conducta que habían sufrido otras empleadas, pero que no se habían atrevido a contar.  

Fox News no pretendía luchar por el total de la audiencia, sino segmentar un sector concreto. Se trataba de reforzar la base conservadora de los Estados Unidos. Apostar por un contenido a medida para la América dejada de lado por lo que denominaban élite liberal y por el partido demócrata. La nueva cadena se caracterizó desde sus inicios por ese discurso conservador, agresivo y con las tertulias como joya de la corona. 

En “La Voz más alta”, serie dedicada al ascenso y la caída de Ailes, aparece una escena en la que el tertuliano conservador Sean Hannity está poniendo contra las cuerdas al otro tertuliano. En la pausa publicitaria, Ailes, desde el control de realización, pide que no maquillen al adversario de Hannity. Una explicación gráfica de que entrábamos entonces en el contexto del todo vale. Y ahí las tertulias con tono agresivo, ensalzando los valores conservadores, juegan un papel determinante.

Desde esos espacios se moldeó el imaginario colectivo estadounidense para justificar la invasión de Irak en 2003 y más adelante se alimentaron teorías de la conspiración alrededor de la figura de Barack Obama. La más conocida ponía en duda su condición de estadounidense e incluso el entonces presidente tuvo que desmentirlo. El resultado de este proceso fue, en parte, la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, por ser el hombre indicado, con el discurso indicado y en el momento indicado. Pero sobre todo, un nuevo despertar del odio en los Estados Unidos, traducido en violencia real. La muerte de Heather Heyer, atropellada por un neonazi en las marchas de Charlottesville, representa las consecuencias de esa tensión cocinada durante la última legislatura de Obama y la campaña electoral de 2016.

David Neiwert relata en “Alt-America” cómo en los talk shows de los años 90 era habitual ver a miembros de organizaciones de extrema derecha, caso del Ku Klux Klan. Unas humillaciones, como él las define, que reportaban buenas audiencias y actuaban como una forma de cohesión social. “¿Qué es racismo? Racismo es un mal comportamiento que habita únicamente en las personas malas. ¿Dónde están esas personas? Están ahí, sobre el escenario, bajo los focos. Llevan parches en los hombros, pelo hortera y hacen burlas desafiantes. El racismo no reside entre nosotros, la audiencia. Puedes asegurarlo porque están los señalados y los que señalan, ironiza el autor. 

Para los extremistas suponía (y supone) un trámite ser humillados por un público que ya los repudiaba antes. Era el precio por sacar a la luz sus argumentos marginales, fuera de la agenda política. Por desgracia, no es tan sencillo como diferenciar entre los que señalan y los señalados. Los segundos pueden contagiar a los primeros

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Captura del falso documental Death to 2020. Netflix.
Por consenso o por asalto, de la mano de la televisión

En España no existe un caso tan flagrante como Fox News, pero el ascenso de la nueva política, en especial de la ultraderecha, no se entiende sin su presencia en televisión. La novedad vende y el interés es mutuo entre partidos y el escaparate televisivo. Pero quizá hay que retroceder más años para comprender dónde empieza todo. Los años 90 fueron la década de cambio por excelencia en España para la televisión. Llegaron las cadenas privadas, se importaron formatos del exterior y el paradigma comunicativo cambió. 

La audiencia significaba dinero y, para conseguirlo, la primera vía fue apostar por el espectáculo. Así se explica que la imagen televisiva icónica del momento fuera Jesús Gil en un jacuzzi, rodeado de mujeres en bikini. La televisión del espectáculo llegó para quedarse. Y, aunque pronto se dio la mano con la política, el cóctel explosivo tendría lugar más tarde, con la irrupción de los nuevos partidos. Podemos era una fuerza marginal y su líder, Pablo Iglesias, se movía entre su propio programa, La Tuerka, e Intereconomía. No comenzó a ser reconocible hasta que pasó por el aro de La Sexta Noche. Por consenso o por asalto, el cielo no se podía tomar sin ayuda de las pantallas. Se tildó a la cadena de izquierdista, pero nada más lejos de la realidad, la audiencia era el fin último e Iglesias se la daba. 

Vendía su caracterización como personaje. También las confrontaciones con Eduardo Inda y Alfonso Rojo, caras visibles de la derecha. Paradójicamente, Podemos abrió la puerta a sus adversarios ideológicos. Primero, Ciudadanos, que contaba con líderes fabricados a medida para la televisión, y después Vox. El 17 de marzo de 2015, hace 6 años, Santiago Abascal fue objeto de burla al dar un mitin improvisado en Sevilla, subido en un banco. No éramos conscientes del potencial de su discurso. Marginal, pero atractivo para la televisión, donde el enfrentamiento y la polarización suponían aumentar los niveles de audiencia. 

En “Así es como la televisión te convierte en fascista”, Manuel Ligero acuña el concepto “televisión de la normalización” para referirse a cómo el modelo de tertulia agresiva se ha establecido en la mayoría de canales. Y esta teoría va como anillo al dedo al discurso ultraderechista. Sus proclamas resultan un escándalo la primera y la segunda vez, pero a la décima todos hemos incorporado el acrónimo MENA a nuestro vocabulario y nos parece una simple salida de tono la cita con la que arranca este artículo. 

Del mismo modo, la repetición es una gota china que puede acabar legitimando argumentos falsos. Igual que Fox, la ultraderecha ha creado su propio terreno de juego. Situando las discusiones en marcos que, o son verdades a medias, o debates que ya creíamos superados. Como recoge el artículo de La Marea, la frase célebre de Jorge Javier Vázquez “este es un programa de rojos y maricones, y el que no lo quiera ver, que no lo vea” es una contestación a Antonio Montero. Un contertulio que ha llegado a sugerir que debíamos dar gracias a Franco por la transición. Tal vez, el ataque de sinceridad de Jorge Javier llegó demasiado tarde.

Reparar la Ventana de Overton

Resulta que todo esto tiene un nombre. La Ventana de Overton, denominada así por su creador, Joseph Overton, representa el abanico de opciones políticas percibidas como aceptables en un momento determinado. Lo importante es que la ventana puede moverse a ambos lados del espectro político. Con su estrategia en Fox News, Roger Ailes pretendía ensalzar los valores conservadores, es decir, mover la ventana hacia la derecha. Así pueden entrar las ideas que se encuentran fuera del marco y provocar que salgan otras, normalmente de la ideología contraria. El problema es creer que podemos dominar el movimiento de la ventana y que no tiene inercia. 

Para Cas Mudde en “La Ultraderecha hoy”, los medios son a la vez amigos y enemigos de esta ideología. Los pueden llegar a considerar un peligro, pero representan un producto demasiado llamativo como para no mostrarlo. Han sido un negocio rentable para las audiencias, a costa de desplazar la Ventana de Overton o de romperla. Y no solo tiene repercusión, por ejemplo, en la política parlamentaria. Tiene que ver con hacer de la polarización el pan nuestro de cada día. 

Encender la televisión significa ver el reflejo de una sociedad ‘yankizada’. Cada tertuliano representa un Sean Hannity obcecado en gritar su punto de vista más fuerte que su rival. Mensajes sesgados para públicos concretos e irreconciliables. Todo permitido por un sistema televisivo que perpetúa esos comportamientos, al ser dependiente de los ingresos que le reportan. Cada tertulia es una pequeña derrota. Los chats de militares sugiriendo fusilar a 26 millones de rojos, o el homenaje a la División Azul en Madrid son la punta del iceberg. Le siguen las campañas de odio en las redes sociales, los bulos a través de Whatsapp y las comunidades de extrema derecha y negacionistas en foros.

Emelina Fernández y Juan Torres reflexionan en CTXT sobre nuestro sistema de comunicación balcanizado, con cada vez más medios y usuarios marginales que cruzan la línea de la falsedad. En los últimos días se podía leer en redes sociales un presunto fraude en el voto por correo de las elecciones madrileñas. Mismo bulo utilizado por Donald Trump en los comicios de 2020 y 2016. Su forma de actuar no deja de ser similar a la televisión, que utilizó el espectáculo primero y la agresividad de las tertulias después, pero dando un paso más. El fin último es el mismo: lucrarse, política o económicamente. En este contexto es más difícil si cabe devolver la ventana de Overton al punto de partida.

“La Voz más alta” recoge otra escena entre Roger Ailes y su hijo en uno de los episodios dedicados a la legislatura de Obama. El dueño de Fox le encarga la tarea de izar la bandera estadounidense cada mañana. Es un proceso que debe acometer con sumo cuidado. “Recuerda, que la bandera no toque el suelo”, subraya. Un día, la bandera llega a tocar el barro del jardín. El chico reacciona con rabia por decepcionar a su padre, hace un trapo con la bandera y se la entrega a la asistenta, que la dobla con el trato que le daría el propio Ailes. Hay quien iza la bandera y quien paga las consecuencias

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