Coronavirus: poder informativo y propagación del miedo
María Aznar//
Portadas en los periódicos, boletines informativos en radio y extensos noticiarios informan de la última hora del COVID-19 en todo el mundo. En plena pandemia, los profesionales de la comunicación desempeñan una actividad esencial (así lo dicta Pedro Sánchez). Además, las noticias sobre este virus generan un importante efecto en la audiencia, por ello se debe hacer con objetividad, ¿no?
El impacto de las noticias en la población se puede justificar desde la teoría de la aguja hipodérmica del sociólogo Harold Lasswell. Para definir este concepto, sigamos el artículo de Lourdes Novalbos sobre la emisión de La Guerra de los Mundos. Los individuos son “atacados” por el mensaje. En un momento en el que no existían muchas más fuentes informativas, el oyente se encuentra aislado y concibe la radio como única conexión con el mundo. Aunque suene sádico, esta “aguja” mediática inyecta la información que desea en los individuos, que actúan como seres desprotegidos ante el poderío de los medios.
En la actualidad, quizás por el desprestigio extendido del periodismo, por una audiencia más activa o por la aparición de las redes sociales, a los espectadores les cuesta más confiar en la información que reciben.
Por otro lado, la actual crisis del COVID-19 nos demuestra que la influencia en la opinión pública aún sigue patente. Así lo explicábamos en otro de nuestros artículos: el pavor generalizado es en ocasiones causado por la sobrecarga de información que recorre nuestros móviles, lo que hace que asumamos hasta lo que no es cierto. Una información que “repetida constantemente acaba convirtiéndose en verdad”, como aseguraba Nieves Concostrina.
La difusión de vídeos de carros de supermercado abarrotados de paquetes de papel higiénico ha logrado un efecto dominó en la sociedad. Crea una necesidad que antes no se tenía. Tras ver esas imágenes, quienes no se habían preocupado por abastecerse de este bien ahora recorren el super en su búsqueda. Este “contagio mediático” es otra prueba de la innegable influencia del periodismo. Para evitarlo, es entonces cuando se habla de objetividad informativa. De priorizar la ética periodística sobre el titular atrayente.
Objetividad periodística, ¿es posible?
A.M. Rosenthal, editor jefe del New York Times y ganador de un Pulitzer, impuso en su redacción que “el deber de todo reportero y editor es luchar para conseguir tanta objetividad como sea humanamente posible”. Por lo tanto, si este es el deber de todo periodista, ¿cómo se consigue?
La socióloga Gaye Tuchman habla de la objetividad como “ritual estratégico” para escudarse ante las críticas o, en el caso del periodismo, ante las posibles demandas por difamación. Enumera diferentes estrategias: exponer las dos caras de un conflicto, demostrar argumentos con “hechos soberanos” o el uso ecuánime de las citas textuales.
En cambio, la mera elección de testimonios o del orden de la información ya van a evidenciar una marca personal. Además, el lenguaje es clave. Utilizar un adjetivo u otro repercute en cómo llega el mensaje al receptor, como es el caso del uso de “histeria colectiva” al hablar de la crisis del Coronavirus (ejemplo en artículo de Telemadrid). La alarma social se incrementa con este tipo de titulares, que no se ciñen a los hechos ni se preocupan por adaptar el vocabulario empleado a la situación concreta. Algunos periodistas sueltan la bomba y al final estalla y la población comienza a ser presa de esa “histeria” que pregonan.
Hay que tomar conciencia no solo de la influencia de los medios, sino también del poder del lenguaje. Las enfermedades y sus metáforas, un libro de Susan Sontag del que hablaron en un artículo de El País, critica el vocabulario que se usa para hablar del cáncer. Metáforas bélicas que implican vencedores y vencidos, como en las guerras. Hay pacientes que no tratan la enfermedad como una “batalla que librar” y estas palabras no ayudan a mejorar su situación. Esta misma idea puede extrapolarse a los contagiados por el Covid-19. Constantemente en los medios oímos palabras referentes al campo de la violencia (lucha, guerra, combatir) para referirse a este virus. Por tanto, si los que superan la enfermedad son “vencedores”, los que no lo hacen, ¿serían “perdedores”? En el artículo citado, se pide tratar cada caso de manera individualizada, eludiendo generalizaciones que puedan tener connotaciones negativas para los afectados.
El lenguaje está envuelto de una importante carga subjetiva y, ya solo por esto, lo más probable es que la objetividad sea un cuento chino. Pero en el periodismo uno debe ser meticuloso e hilar muy fino para encontrar la acepción más exacta que se adecue a la realidad.
“La realidad” en los Medios de Comunicación
¿Es real la realidad? Confusión, desinformación, comunicación es uno de los primeros libros de Paul Watzlawick, psicólogo y filósofo. En él, nos descubre una nueva forma de ver la realidad. Analiza qué entendemos por realidad en la actualidad para concluir que, en gran medida, el ciudadano considera “realidad” lo que aparece en los medios de comunicación. Sucede con la crisis del coronavirus y con todo, aunque este contexto propicia una mayor magnificación de la información recibida.
El autor se detiene en un caso muy curioso sobre una epidemia de parabrisas picados que tuvo lugar en Seattle en 1945. La prensa advirtió de que algunos conductores habían vislumbrado pequeñas grietas en sus parabrisas de procedencia desconocida. Cientos de llamadas llegaron a la policía después de la noticia. Más automovilistas veían estas mismas hendiduras en sus coches. Surgieron diversas teorías en torno a este asunto; hubo quienes hablaron de lluvia radioactiva. Sin embargo, tiempo después se descubrió que todo había sido fruto de la histeria colectiva (aquí sí). Tras la noticia, los conductores observaron con detalle sus cristales y detectaron picaduras causadas por el desgaste normal del vehículo. Pero la percepción no era la misma, lo hacían sugestionados por la información que habían recibido.
Los medios de comunicación construyen una realidad, que no es ni única ni irrefutable. Y que, en ocasiones, incluso es mentira. Esto nos condiciona, nos hace creer que algo es real, cuando no lo es. Atribuimos al periodismo el rasgo de la objetividad (para plasmar la realidad) cuando es algo inalcanzable. ¿Hay algo real en los medios? Seguramente no. Como Paul Watzlawick describe, la realidad es algo ilusorio, resultado de la comunicación.
Existen pequeñas verdades que de manera trabajosa pueden ir relatándose con el rigor y la ética que cada historia requiere, incluso si se trata de contar la virusmanía. En cambio, por mucho que se reclame en una profesión como es la de periodista, la realidad axiomática es una utopía. De una cosa sí que hay que ser consciente y más en estos momentos, como decían los comics de Spiderman: “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”.