Daredevil: Abogado del diablo

David Lorao//

Matt Murdock es Daredevil, aunque sería más justo decir que Daredevil esMatt Murdock. El Hombre sin Miedo de Hell’s Kitchen ha nacido y renacido tantas veces que su existencia, a día de hoy, sigue siendo un misterio.

Daredevil

La primera vez que viajas a Nueva York llegas con la sensación de que vas a vivir tu propia película. La exportación audiovisual de esa atractiva urbe, que han elaborado con diligencia directores como Woody Allen o Martin Scorsese, inculcó en el imaginario colectivo una imagen fija de lo que se podía esperar. Pero, aunque la realidad y la ficción pueden llegar a ser difíciles de separar en esta ciudad, lo cierto es que Nueva York es como el cine: un universo de puertas y ventanas donde sólo la imaginación pone los límites para aquellos que deambulan. Desde los rascacielos hasta los callejones, pasando por los apartamentos con escaleras de incendio y el humo que sube por los improvisados canales de ventilación del metro, la ciudad que nunca duerme cumple con cada uno de los tópicos dibujados en la gran pantalla. Pero donde no se puede dormir no existen los sueños. Y en algunos lugares de Nueva York, soñar se ha convertido en una utopía.

El amanecer me saluda con una ráfaga de viento furioso e infinito. Murmura pura energía y me hace cosquillas en las piernas con mil dedos que quieren acariciarme. Se ríe de mí y me arroja a la cara una ráfaga de humo nauseabundo. Me tiende trampas con sus piedras resbaladizas. Hace vibrar las ventanas de placer mientras me muevo ante ellas y siento su calor. El invierno ha llegado a Manhattan como un pariente al que no quieres ver, que viene de visita sin avisar y que parece que nunca se va a ir. Extiende un manto blanco sobre la ciudad que logra que parezca estar limpiar por unas horas. Hasta que la nieve se llena de pisadas y marcas de neumáticos, y se desmenuza y se vuelve de un color gris. Como Matt Murdock es ciego, se pierde una de las mañanas más hermosas del año. Lo único que percibe es el siseo de las cañerías del Fogwell’s Gym y un frío propio de la Costa Este que le cala en los huesos. Matt Murdock también es Daredevil. Daredevil… Ese nombre retumba en la sala de torturas que hoy es su mente. Y si bien no es una sensación muy reconfortante, al menos es real. El resto de su ser se halla aún tan lejos…

Antes de llegar a este viejo edificio que hace las veces de improvisado gimnasio he paseado por unas calles en las que el eco de las pisadas advertían de constantes peligros. Hell’s Kitchen… Huele a Hell’s Kitchen. ¿Por qué he venido aquí? Es el peor barrio de Manhattan. Y un buen lugar para que me maten. Pero he venido buscando respuestas. Quería despejar las incógnitas que recorren el laberinto de las calles neoyorquinas cuyas voces se han alzado en los últimos tiempos para dar voz a lo que en tiempos fue un susurro: «Sí, Murdock aparecerá… Cuando las llamas devoren Hell’s Kitchen». Y ahora que tengo al diablo delante de mí no me queda más remedio que descubrir la verdad.

-¿Cómo se las apaña un ciego en Nueva York? Aunque tienes tus secretos…

-Bueno, Nueva York. Bullicio, movimiento, empujones… El sentido del radar que vino con la radiación es el regalo al que más me costó acostumbrarme. No es sólo algo que sustituye a la vista. Como si mi cerebro estuviese constantemente señalando 360 grados a mi alrededor. Pero también tiene una especie de faceta táctil. El sentido del radar es como caminar a través de una sala tocando a todo el mundo al mismo tiempo. No sé si «agudizarse con los años» es la expresión más adecuada. Es más bien como si mi cerebro hubiese desarrollado un lenguaje propio para interpretar objetos físicos. Ha llegado a tal punto que palabras como «rectangular» o «amarillo»

 -Pero Hell’s Kitchen es diferente para ti, ¿verdad?

-Hell’s Kitchen es una sinfonía compuesta de músculos doloridos y estómagos rugientes. De pies de niños que caminan sobre cristales rotos. Y de una risa desesperanzada que reverbera por todo un solar vacío. Yo nací… Y renací en Hell’s Kitchen.

Hubo un tiempo en el que Matt Murdock y Daredevil no eran la misma persona. En aquella época, un colega del Daily Bugle me aseguró que la mejor forma de permanecer ajeno a la maldición de Hell’s Kitchen era no hacer preguntas sobre el diablo. «Cuanto menos sepas de mí, mejor», reazaba un titular de Ben Urich en el periódico dirigido por J. Jonah Jameson. La foto de la portada mostraba a vigilante vestido de rojo, con cuernos mefistofélicos y una doble «D» en el pecho. «Lo bueno del rojo es que no se nota cuándo estás sangrando», me dice cuando le enseño la edición de aquel diario. No la ve, pero sabe de lo que estoy hablando cuando pasa los dedos sobre la tinta impresa.

Pero esa etapa quedó atrás. Ahora todo el mundo sabe la verdad, pero pocos saben lo que ocurrió y está ocurriendo en este preciso momento dentro de la frágil cabeza de Matt Murdock. Sí, Daredevil es Matthew Murdock. Pero eso no es lo peor. Algo se quebró hace tiempo en su mente, y esa grieta se está ensanchando. Está perdiendo la cabeza poco a poco. Se está volviendo loco. Murdock es un espectro, una mera sombra. «Tengo una vida dramática», me dice. Y añade: «Ser mi amigo no debería tener un precio». Y pienso entonces en Karen Page, antigua pareja de Matt Murdock y la persona que me dio su contacto para ayudar al que la prensa denominó en el pasado como el Hombre sin Miedo. La heroína había provocado en la mujer un deje de irrealidad, por lo que los recursos de aquella entrevista fueron insuficientes. Pero de la amplia colección de balbuceos y sinsentidos, Karen fue explícita con un asunto concreto: «Matt… Creo que sigue sufriendo. ¿Y qué es lo que espera? Una noche tras otra, Matt no paraba de acariciar ese traje, de dar vueltas con el ceño fruncido como un niño que tiene que quedarse, o «delgado» o «gordo» ya no son términos en los que suelo pensar. en el colegio después de clase. ¿Por qué no se ponía ese uniforme de una vez y se iba a dar saltos por los edificios? Es como un dios cuando hace eso… Sé que se muere de ganas. Ambos hemos cambiado. Antes solía preocuparme por él cuando se ponía ese disfraz, pero ahora… Hay algo más, algo nuevo, algo duro y frío que aguarda una oportunidad de salir. Algo aterrador, aunque sigue siendo Matt». Y entonces le pregunto.

-Cuéntame cómo fue perder tu identidad secreta.

-Así es como funciona: hace un tiempo, los tabloides me descubrieron como Daredevil. Resulta que en la era de vigilancia por Internet, seguridad nacional y análisis de ADN, las identidades secretas son difíciles de conservar. Dediqué mucho tiempo y esfuerzos a intentar volver a meter el genio en la botella, pero el ciclo de 24 horas de noticias acabó haciendo el trabajo por mí. Nada permanece como titular eternamente. Especialmente los cotilleos de los famosos, y especialmente en Nueva York. Añádele a eso el escepticismo de la gente acerca de que un ciego pueda ser Daredevil y deja de ser tema de conversación. Pero lo fue. El infierno por el que pasé fue sólo el primer paso por un largo camino de un espantoso horror personal. Al final tuve que abandonar la ciudad, mi bufete, a mis amigos… Pero ahora estoy en casa, decidido a dejar todo aquello atrás y empezar de nuevo… Porque, o hago eso, o sucumbo a la locura. Otra vez.

-Abogado de día y justiciero por la noche. ¿No es esto una paradoja incomprensible?

-Cuando fui pasante por primera vez sólo quería luchar por la verdad y la justicia. Y sigo queriendo hacerlo; más de lo que imaginas. Pero al ser abogado uno siempre tiene que moverse entre matices. El bien absoluto y el mal absoluto no son demasiado frecuentes. Thurgood Marshall dijo una vez: «Se tiene que pagar un precio por la división y el aislamiento. La democracia no puede florecer en medio del odio. La justicia no puede echar raíces de la furia. Tenemos que disentir de la indiferencia. Tenemos que disentir de la apatía. Tenemos que disentir del miedo». Por eso tuve que convertirme en algo más que un simple abogado.

-Pero ahora el ser «un simple abogado» es algo complicado en su situación…

-Cierto, en este momento no puedo practicar directamente. Cada vez que entro en una sala los abogados de la otra parte sacan el secreto, no muy bien guardado, de que Matt Murdock es Daredevil. Y eso, aunque no puedan demostrarlo, hace que el juicio se vuelva un caos. Pero no puedo quedarme quieto y dejar que clientes en los que creo no obtengan justicia. Así que hago lo que más se le parece: les doy las herramientas que necesitan para buscar justicia ellos solos. Si estás arrinconado en un punto desesperado, si tu caso es tan peligroso o tan imposible de ganar que ningún litigante decente lo aceptaría… Pero, si todavía estás dispuesto a luchar por lo que es justo, te enseñaré de modo totalmente legal… A escondidas. Todos se saben los viejos tópicos sobre no defenderte a ti mismo en un juicio, pero a veces no hay otra opción.

-De tener la oportunidad, ¿volverías a la abogacía?

-Si alguien quiere alguna vez que vuelva a ejercer como abogado… Bueno, ¡Tendrá que pedírmelo con suma amabilidad e insistencia, eso por descontado! Nunca me ha gustado ese trabajo. Tener que ayudar a criminales a salirse con la suya y a esos maridos y esposas, que no tienen el valor de verse cara a cara, a luchar por la custodia de sus hijos. Era un trabajo asqueroso, pero yo lo hacía por mi padre. Yo quería jugar como los demás críos, pero él nunca me dejó. «Estudia siempre que puedas. Sé medico o abogado, alguien importante; sé lo que yo no pude ser. Estudia, estudia, estudia, estudia…» No. Él tampoco me dio jamás un respiro. Siempre me presionaba.

Y es que Matt Murdock no tuvo elección. Su destino le llevó de la mano a la perdición y de la perdición al renacimiento. Observo al hombre pelirrojo de facciones irlandesas que parece mirarme, pero detrás de esas gafas con cristales rojos no hay mirada alguna. Sólo un radar que vigila permanentemente cada movimiento, un par de ojos muertos hace tiempo por culpa de un isótopo radiactivo. «Hay otras formas de ver», me dice. Recuerdo la primera vez que llegó el dossier de Matt Murdock/Daredevil a mi oficina. La cara de incredulidad al leer el relato, una mezcla entre el asombro y la incertidumbre acerca de la veracidad de los hechos narrados en el informe. Las letras que formaban palabras y las palabras que formaban los párrafos siguen presentes a día de hoy en mi mente, especialmente ahora que lo tengo delante:

«Batallador» Jack Murdock quería que su hijo viviese su vida sin miedo. Instó a Matt a que no siguiese sus pasos de boxeador de segunda fila, a que tuviese el valor de convertirse en alguien digno. Cuando Matt era todavía adolescente, salvó a un anciano que estaba a punto de ser atropellado por un camión sin frenos. Pero un cilindro radiactivo cayó del camión y lo dejó ciego para siempre. ¡Pero pronto se dio cuenta de que sus demás sentidos se habían vuelto sobrehumanamente agudos! Podía distinguir si alguien mentía oyendo los latidos del corazón de esa persona. Era capaz de reconocer a la gente sólo por el olfato. Y había desarrollado un sexto sentido, semejante a un radar, que le decía dónde estaban los objetos. Murdock no necesitó superpoderes para licenciarse el primero de su promoción en derecho. Llegó a ser un abogado de éxito, cumpliendo el sueño de su padre. «Batallador» Jack no vivió lo suficiente para saborear el éxito de Matt. Las balas de unos gángsteres lo mataron después de negarse a perder una pelea. Jack no quería que Matt se convirtiese en un luchador, pero para llevar a los asesinos de su padre ante la justicia se convirtió en un Hombre sin Miedo.

DD (3)

-Aunque ya la conozco, me gustaría saber su historia contada con sus palabras.

-Me llamo Matt Murdock. Nacido y criado en Brooklyn. Empollón de niño. Otros críos me llamaban «Daredevil» porque era muy tímido y cauteloso. Hasta la vez que no lo fui. Un ciego cruzaba la calle… Al mismo tiempo que el conductor de un camión se distrajo con el móvil. Le grité al ciego. Resultó que también era sordo, así que me lancé hacia él, alimentado por años de espíritu de lucha reprimido, y lo aparté del paso del camión. Fue entonces cuando el conductor decidió levantar la mirada. Las ruedas chirriaron, la carga se soltó. La habían atado con el mismo cuidado que podría esperarse de una empresa chanchullera a quien se le ocurrió que no pasaba nada por transportar ilegalmente desechos tóxicos entre el tráfico de Nueva York. Lo último que vi jamás fue el brillo radiactivo. Nunca creí que fuera verdad eso de que la vida de uno pasa por delante de sus ojos a toda velocidad antes de morir. Nunca creí que hubiera tiempo suficiente, ya que una vida comprende muchas cosas. Pero hay pocas, muy pocas, que sean realmente importantes… Como ese día soleado, brillante y hermoso que fue el último día que jamás veré. Me quedé ciego al instante. Pero hubo… Compensaciones. La radiactividad me recableó gradualmente los sentidos que me quedaban… Los amplificó. Recuerdo cómo fue el primer día, verme abrumado hasta el punto de la locura. El mínimo dolor me dejaba incapacitado. Con el tiempo pude oír ultrafrecuencias y latidos, leer la letra impresa por el tacto, calcular el número exacto de granos de sal en un pretzel y más. Todo por una combinación de factores única: la cantidad de radiación a la que me vi expuesto, la velocidad con la que me alcanzó y los detalles de mi propia química personal. Si alguna de esas variables hubiese sido distinta, ¿qué habría sido de mí entonces? Supongo que nunca lo sabremos.

-¿Había hablado sobre esto antes?

-Desde que me quedé ciego nunca le había hablado a nadie sobre mi radar o mis hipersentidos, ni siquiera a mi padre. Me gustaba tener un secreto. Cuando la gente te hace sentir débil e indefenso, me daba fuerzas saber algo que ellos no. Y necesitaba mucho las fuerzas. Pero esta es la verdad: las costumbres adquiridas tardan en desaparecer. Se convierten en algo cómodo. Así que, aunque he madurado y soy más fuerte, por algún motivo nunca he dejado esa necesidad de tener el poder de guardar algo en secreto. Y, por el camino, pasó de ser algo para sobrevivir a un hábito para… Para… Como si fuera una adicción emocional.

-¿Cómo se puede ser Matt Murdock y Daredevil a la vez?

-Por la misma razón por la que nunca hago reservas en restaurantes ni compro entradas para el teatro. Ni, básicamente, tengo ningún compromiso social que requiera que sea puntual. Porque, constantemente, en cuanto pongo un pie en la calle empiezan las demandas. Gritos de ayuda de todas direcciones… Cuando empecé a ser Daredevil no podía distinguir a las víctimas de robos de los oficinistas con sobredosis de cafeína. Estaba casi tan sordo como ciego. Oírlo todo es lo mismo que no oír nada. Con el tiempo, para sobrevivir, me entrené para aislar ciertos sonidos clave. Incluso ahora, entre el constante zumbido del tráfico, las obras y el metro, distingo no tanto las palabras como los tonos. Aunque, al final, decidí que el miedo auténtico tiene su propio acento: el sonido de morder papel de aluminio. Para mí, moverme por Nueva York es como caminar por la sala de urgencias más grande del mundo. Algunos problemas puedo golpearlos; con otros, el radar me da una percepción de los objetos sólidos. Y a veces no hay nada sólido. En ocasiones desearía que hubiese cinco como yo. O diez. O veinte. Pero hago lo que puedo donde puedo. En resumen, cuando Matt Murdock pisa la calle, Daredevil casi siempre acaba rebotando aleatoriamente por la ciudad, de crisis en crisis. Y a kilómetros de donde había dejado mi ropa de calle, que casi siempre me han robado para cuando vuelvo. Así que tengo que planear con anticipación. Sí, es cierto, podría llevar una mochila. Pero me desbarata el equilibrio y, además, un traje de Jay Kos no se mete en una mochila. ¡Si me dedujese de la declaración los gastos de lucha contra el crimen, sería millonario!

-¿Esos «supersentidos» han acabado sustituyendo el sentido innato para el hombre de ver con ojos humanos?

-¿Sabes? Se supone que tengo que decir que no lo echo de menos. Es lo que te enseñan en recuperación de traumas: defínete por lo que tienes, valora las diferencias y no te disculpes por lo que te falta. La mayor parte es cierta, pero no cambia el hecho de que daría lo que fuera por volver a ver el cielo. Soy un ciego que ha perdido su trabajo, su medio de vida, su hogar y su chica. A quien el destino le ha proporcionado un oído, un olfato y un tacto muy superiores a los de cualquier otro ser humano… Gracias a los cuales puedo percibir que estar vivo es una desgracia. Soy una víctima, eso es lo que soy. Y también soy Daredevil. Una víctima de la radiación que me proporcionó estos cuatro sentidos sobrehumanos y me arrojó a un mundo cubierto por oscuridad eterna. Yo no lo pedí, pero me convertí en Daredevil. Y ahora combato el crimen; en ese sentido, he hecho mucho bien en mi vida.

La tragicomedia del diablo es el resultado de la aceptación de su destino, una filosofía de vida que aprendió de «Batallador» Murdock en aquel viejo gimnasio. «Todo lo que sé es que soy bueno recibiendo golpes. Esa parte la heredé de mi padre». El tiempo siempre es mucho más cruel en aquellos lugares donde la vida no parece florecer. Las paredes se han ido oscureciendo al mismo tiempo que las luces que cuelgan del techo como vulgares telarañas han ido perdiendo su brillo. Pero algo sigue vivo en el Fogwell’s Gym. Sigue aquí. Aún conserva todos esos olores, después de tantos años. El olor del sudor de Matt Murdock y de su padre, donde el último de ellos entrenó en este lugar cuando el primero tenía ojos y toda la vida por delante. La misma persona que obligó a su hijo a prometerle que nunca volvería aquí. Pero el diablo no cumplió su palabra y vino de todos modos. Se convirtió en un luchador, como «Batallador» Murdock. Pasó horas y horas en el cuadrilátero y con el saco, a pesar de que lo prometió sobre la tumba de su propia madre. ¿Por qué? Porque sólo sobrevive el luchador. «A veces, aunque caigas, puedes ganar igualmente. Porque no es cómo te caigas, sino cómo te levantes. Y no me rendiré jamás. No puedo rendirme al miedo, porque si lo hago los hombres se levantarán por encima del resto». Pero sólo un hombre que ha perdido toda la esperanza es incapaz de sentir temor.

-¿Cómo se puede sobrevivir sin miedo? ¿Cómo puedes vivir así?

-A veces, en mis sueños… Sólo a veces, veo que quiero vivir. Sé que he estado actuando un poco… Atípicamente desde que he vuelto. Pero hay una cosa que necesito que entiendas, ¿vale? Estos últimos años han sido espantosos. Y, cada vez que creía que por fin había tocado fondo, Dios se las arregló para darme una pala mayor. Todo el dolor, las pérdidas y… Y ya no puedo soportar más todo ese peso y seguir cuerdo. Lo sé. Así que éste es el modo en que he decidido ser. Puedes decir que vivo en la negación, puedes pensar que no me enfrento a ello o que soy un imbécil… Eso es cosa tuya. No te ofendas, pero no me importa. Así es como he decidido sobrellevarlo. ¿Te resulta aceptable?

Parece seguro. Pero el Hombre sin Miedo, el mismo que podría descubrir la verdad sólo por el compás de mis latidos y que está oyendo la sirena de policía que pasa frente a un edificio en Tribeca, tiene menos confianza en sus palabras que en sus actos. Lo veo dudar, haciendo gestos involuntarios en la comisura de sus labios. Se da la vuelta sin despedirse, mientras en la calle la nieve se ha convertido en un aguanieve que intenta desconchar las paredes que nos rodean. Una energía indefinible e indómita fluye a través de la ciudad de Nueva York, incluso en Hell’s Kitchen. Se le acelera el pulso como un timbal africano en la jungla mientras abre una caja de metal en la que se puede leer un nombre: «Batallador Murdock». Siempre le ha encantado la noche. Le atrae. Es entonces cuando coge ese montón liviano de ropa roja, con una doble «D» en el pecho, que representa la única parte de su vida que aún merece la pena vivir. Me mira con tristeza. «Es mi única válvula de escape cuando ya no aguanto más». Y se deja caer por la ventana. El abogado del diablo ha vuelto a perder la partida, pero esta vez no va a servir de nada renacer en el infierno porque ya ha aprendido la lección: un hombre sin esperanza es un hombre sin miedo.

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