De los Monegros a Las Negras con Sergio Leone

María Ángeles Naval//

El calor no viene del cielo acuchillado de luz, viene de la tierra; de la tierra seca debajo de los rastrojos o de los hierbajos pardos; tierra reseca debajo de la nada. De la nada crece el canto intranquilo de cigarras y grillos que se agranda y satura el aire. Ahora el sonido del calor viene también del cielo y el calor se hace carne y la propia carne tiende a la tierra. La tierra tira del cuerpo que arde como una zarza bíblica, agarrado al interior de una tierra que aturde y consume, de una tierra que es un volcán o que fue fuego.

En el hielo de la mirada de Clint Eastwood y de Lee Van Cleef arde el mediodía de las cigarras, el mediodía de la tragedia. Fría tragedia sin perdón, sin sentimiento. Tragedia prescrita porque sí, porque la tierra es calor sin sentido y es ruido de fondo. Vine a Las Negras y al recorrer el parque natural del Cabo de Gata entendí  qué hay de más en los western de Sergio Leone: hay nada, la nada de la tierra en combustión. Ápteros, homópteros, hemípteros, coyuyos, chicharras buscando apareamiento, reventando a veces para hacer oír el deseo sordo y ciego del verano.

Las elipsis y silencios de la música de Ennio Morricone intentan dejar oír el ruido de fondo. Las notas del reloj en el duelo final de La muerte tenía un precio son unos arpegios punteados sobre el silencio cargado de los dramas rurales, de las viejas reyertas de familias endurecidas y negras, de las bodas de sangre, de la luz de agosto, de la soledad del asesino que no merece ni familia ni nombre. Desde las minas de Rodalquilar hasta el Cortijo del Fraile, Albaricoques y el Campillo de doña Francisca se oye maniática la música de Morricone.

Y yo he venido de los Monegros a Las Negras y he vuelto a tener quince años confusos, sordos y ciegos, años de ruido y furia, porque la tierra de los volcanes es como la de los secanos donde me crié: inerte y negra como el alma de un cazador de recompensas.

(Para Diego, Las Negras, Almería, Spain)

 

 

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